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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

Los guardianes del oeste (22 page)

BOOK: Los guardianes del oeste
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—Alteza —respondió el rey de Riva, recordando que el padre de Ce'Nedra había «adoptado» a Varana varios años antes y que, por tanto, era el supuesto heredero del trono imperial.

El general los condujo a través de los corredores de mármol hacia un ala tranquila del enorme palacio, hasta llegar a una puerta flanqueada por dos imponentes legionarios ataviados con brillantes petos de armaduras. Cuando se aproximaban, se abrió una gran puerta maciza y apareció Morin, el chambelán imperial, cubierto con una capa marrón. Aquél había envejecido mucho desde la última visita de Garion y su preocupación por la salud del emperador se reflejaba claramente en su rostro.

—Querido Morin —dijo la joven mientras abrazaba al mejor amigo de su padre.

—Pequeña Ce'Nedra —respondió él con afecto—. Me alegro mucho de que hayas llegado a tiempo. Tu padre ha estado preguntando por ti. Creo que la promesa de tu llegada lo ha mantenido con vida.

—¿Está despierto?

Morin asintió.

—Duerme mucho, pero la mayor parte del tiempo está consciente.

Ce'Nedra tomó fuerzas, irguió los hombros y esbozó una sonrisa alegre y optimista.

—Muy bien —dijo—, entremos.

Ran Borune estaba tendido sobre una enorme cama con doseles, bajo una manta dorada. Nunca había sido un hombre corpulento y la enfermedad lo había reducido casi a un esqueleto. Su tez no estaba pálida, sino cenicienta, y la nariz en forma de pico subía y bajaba en medio de su cara hundida como si fuera la proa de un barco. Tenía los ojos cerrados y su pequeño pecho temblaba mientras hacía esfuerzos por respirar.

—¿Padre? —llamó Ce'Nedra en voz tan baja que parecía más bien un murmullo.

—Bueno —dijo el emperador con tono de disgusto, abriendo un ojo—, por fin has llegado.

—Nada podría haberme detenido —respondió ella mientras se inclinaba a besarle la arrugada mejilla.

—Eso no es muy alentador —gruñó él.

—Ahora que estoy aquí, tendremos que hacer algo para que te mejores.

—No me trates como a un niño, Ce'Nedra. Los médicos ya se han dado por vencidos.

—¿Y ellos qué saben? Nosotros, los Borune, somos indestructibles.

—¿Acaso alguien promulgó esa ley en un descuido mío? —preguntó él, y miró detrás de su hija, hacia donde estaba su yerno—. Tienes buen aspecto, Garion —dijo—. Y por favor, no pierdas el tiempo con perogrulladas diciéndome que yo también, pues mi aspecto es horrible, ¿verdad?

—Sí, bastante horrible —respondió Garion.

Ran Borune le dedicó una débil y breve sonrisa y luego se volvió otra vez hacia su hija.

—Bien, Ce'Nedra —repuso con tono apacible—, ¿sobre qué pelearemos hoy?

—¿Pelear? ¿Quién dijo que íbamos a pelear?

—Siempre hemos peleado y he estado esperando tu llegada con ansiedad para volver a hacerlo. No he tenido una buena pelea desde el día en que me robaste las legiones.

—Las tomé prestadas, padre —corrigió ella casi de forma inconsciente.

—¿A eso le llamas tú tomar prestado? —Le hizo un guiño a Garion—. Deberías haber estado allí —dijo con una risita—. Hizo que me diera un ataque de convulsiones y luego me birló el ejército entero mientras yo sacaba espuma por la boca.

—¿Te birlé? —inquirió Ce'Nedra.

Ran Borune comenzó a reír, pero pronto la risa se convirtió en una violenta tos que lo dejó jadeante y tan débil que ni siquiera podía levantar la cabeza. Entonces cerró los ojos y dormitó un rato, mientras su hija paseaba con nerviosismo a su alrededor.

Un cuarto de hora después, Morin entró en la habitación con un pequeño frasco y una cuchara de plata.

—Es la hora de la medicina —le dijo en voz baja a Ce'Nedra—. No creo que le ayude mucho, pero de todos modos seguimos haciendo teatro.

—¿Eres tú, Morin? —preguntó el emperador sin abrir los ojos.

—Sí, Ran Borune.

—¿Has recibido noticias de Tol Rane?

—Sí, Majestad.

—¿Y qué dicen?

—Me temo que la temporada allí también ha terminado.

—Tiene que haber algún árbol en el mundo que todavía tenga frutos —dijo con exasperación el hombrecillo enfermo.

—Su Majestad desea comer fruta fresca —les explicó el chambelán a Garion y a Ce'Nedra.

—No cualquier fruta, Morin —jadeó Ran Borune—, sólo cerezas, quiero cerezas. Ahora mismo entregaría un gran ducado a cualquier hombre capaz de traerme cerezas maduras.

—No seas caprichoso, padre —lo riñó Ce'Nedra—. La temporada de las cerezas ha terminado hace meses. ¿Qué tal un melocotón maduro?

—No quiero melocotones, sino cerezas.

—Pues eso es imposible.

—Eres una hija desconsiderada, Ce'Nedra —la acusó él.

Garion se inclinó para decirle algo al oído a su esposa.

—Volveré enseguida —dijo después de un momento, y salió de la habitación con Morin.

En el pasillo se encontraron con el general Varana.

—¿Cómo está? —preguntó aquél.

—De mal humor —respondió el rey de Riva—. Quiere cerezas.

—Lo sé —repuso Varana con amargura—. Lleva semanas pidiéndolas. Exigir lo imposible es típico de los Borune.

—¿Hay algún cerezo en el palacio?

—Hay un par de árboles en el jardín privado del emperador. ¿Por qué?

—Creo que debería hablar con ellos —propuso Garion con tono inocente—, explicarles algunas cosas y darles un poco de ánimo. —El general le dedicó una mirada de desaprobación—. No es nada inmoral —le aseguró el joven monarca.

—Por favor, Belgarion —dijo Varana con voz triste mientras alzaba una mano y desviaba la vista—, no me des explicaciones. Ni siquiera quiero oír hablar de ello. Si deseas hacerlo, hazlo, pero no intentes convencerme de que es saludable o natural.

—De acuerdo —asintió él—. ¿Dónde dijiste que estaba el jardín?

No resultó difícil, pues Garion se lo había visto hacer a Belgarath, el hechicero, en varias ocasiones. Apenas diez minutos más tarde, el joven regresó a la habitación con un cesto lleno de cerezas de color rojo oscuro.

Varana miró fijamente el cesto, pero no dijo nada, y Garion entró en la habitación sin hacer ruido.

Ran Borune estaba apoyado sobre varias almohadas para mantener erguida la cabeza; su cara estaba desencajada por el agotamiento.

—No veo por qué no —le decía a Ce'Nedra—. Una hija considerada ya me hubiese dado media docena de nietos.

—Ya llegaremos a eso, padre —respondió ella—. ¿Por qué están todos tan preocupados al respecto?

—Porque es importante, Ce'Nedra. Ni siquiera tú puedes ser tan tonta como para... —Se interrumpió y miró con incredulidad el cesto que Garion tenía en la mano—. ¿De dónde las sacaste? —preguntó.

—No creo que quieras saberlo, Ran Borune. Es el tipo de cosas que suele poner nerviosos a los tolnedranos.

—No las habrás hecho aparecer de la nada, ¿verdad? —inquirió el emperador con desconfianza.

—No. De ese modo es mucho más difícil. Me limité a alentar un poco a los árboles de tu jardín. Fueron muy serviciales.

—¡Qué marido más maravilloso te has buscado, Ce'Nedra! —exclamó Ran Borune mirando las cerezas con ojos golosos—. Ponlas aquí, chico —dijo señalando la cama.

La joven dedicó una pequeña sonrisa de agradecimiento a su esposo, cogió el cesto y lo colocó junto a su padre. Luego tomó una cereza de forma casi inconsciente y se la llevó a la boca.

—¡Ce'Nedra! ¡No te comas mis cerezas!

—Sólo quería comprobar que estuvieran maduras, padre.

—Cualquier tonto puede ver que están maduras —replicó, abrazando el cesto con un gesto posesivo—. Si quieres una, ve a buscártela. —Escogió con cuidado una cereza gorda y brillante, y se la llevó a la boca—. ¡Deliciosa! —exclamó mientras masticaba lleno de dicha.

—No arrojes los huesos al suelo, padre —lo riñó Ce'Nedra.

—Es mi suelo, así que ocúpate de tus asuntos. Escupir los huesos forma parte de la diversión. —Comió varias cerezas más—. No discutiremos cómo las conseguiste, Garion —dijo con tono magnánimo—. Desde el punto de vista oficial, está prohibido practicar la hechicería en cualquier parte del imperio, pero lo dejaremos pasar..., sólo por esta vez.

—Gracias, Ran Borune —respondió Garion—. Te estoy muy agradecido.

Después de comerse la mitad de las cerezas, el emperador sonrió y suspiró satisfecho.

—Ya me siento mejor —afirmó—. Ce'Vanne solía traerme cerezas frescas en un cesto como ése.

—Mi madre —le explicó Ce'Nedra a Garion.

—La echo de menos —murmuró Ran Borune con los ojos vidriosos—. Era imposible convivir con ella, pero cada día la echo más de menos.

—Yo casi no la recuerdo —observó la joven con tristeza.

—Pues yo la recuerdo muy bien —dijo él—. Daría mi imperio entero por ver su rostro una vez más.

Ce'Nedra tomó la ajada mano de su padre y miró a Garion con expresión suplicante.

—¿Podrías conseguirlo? —preguntó mientras dos grandes lágrimas se asomaban a sus ojos.

—No estoy seguro —respondió él, desconcertado—. Creo que sé cómo se hace, pero yo no conocí a tu madre, así que tendría que... —Se interrumpió, aunque siguió dándole vueltas a la idea en la cabeza—. Sé que tía Pol podría hacerlo, pero... —Se aproximó a la cabecera de la cama—. Podemos intentarlo —dijo cogiendo las manos de Ce'Nedra y de Ran Borune, como para establecer un vínculo entre los tres.

Fue muy difícil. La memoria de Ran Borune estaba nublada por los años y por la larga enfermedad y el recuerdo que Ce'Nedra guardaba de su madre era tan impreciso que casi no podía decirse que existiera. Garion se concentró y lo intentó con todas sus fuerzas. Grandes gotas de sudor surcaban la frente del joven mientras se esforzaba por reunir todos aquellos recuerdos pasajeros para formar una sola imagen.

La luz que se filtraba a través de las delgadas cortinas pareció oscurecerse, como si una nube hubiera ocultado el sol, y al mismo tiempo se oyó un lejano sonido tintineante, como el tañido de unas pequeñas campanas. De repente la habitación se llenó de una fragancia de bosque, un sutil aroma a musgo, hojas y árboles verdes. La luz se volvió un poco más débil mientras el tintineo y el olor se hacían cada vez más intensos.

Entonces, a los pies de la cama del emperador, se dibujó una figura imprecisa y luminosa. El resplandor creció y apareció ella. Ce'Vanne había sido un poco más alta que su hija, pero Garion comprendió enseguida por qué Ran Borune siempre había mimado tanto a Ce'Nedra. Su esposa tenía el cabello del mismo tono cobrizo; la tez olivácea con reflejos dorados era igual a la de Ce'Nedra y los ojos poseían idéntico color verde. La expresión de aquella cara era enérgica, pero los ojos estaban llenos de amor.

La figura caminó silenciosamente alrededor de la cama y extendió la mano para tocar un instante el rostro de su hija con sus dedos lánguidos y espectrales. Entonces Garion descubrió la razón del sonido de campanas. La madre de Ce'Nedra llevaba los pendientes de oro con forma de bellota que su hija apreciaba tanto, y los pequeños cascabeles que guardaban en su interior producían sonido musical cada vez que movía la cabeza. Sin ninguna razón en particular, el monarca recordó que esos mismos pendientes estaban en Riva, guardados en el tocador de Ce'Nedra.

Ce'Vanne extendió la mano hacia su marido. La cara de Ran Borune estaba llena de asombro y sus ojos de lágrimas.

—Ce'Vanne —musitó en un débil murmullo, mientras hacía grandes esfuerzos para incorporarse.

Libró su mano temblorosa de la de Garion y la extendió hacia ella. Por un instante sus manos parecieron tocarse, pero entonces Ran Borune dejó escapar un largo y trémulo suspiro, y murió.

Ce'Nedra se quedó sentada un buen rato, con la mano de su padre entre las suyas, hasta que el leve aroma a bosque y el eco de los pequeños cascabeles dorados se desvaneció, y la luz regresó a la habitación. Por fin, la joven dejó con suavidad la ajada mano sobre la cama, se puso de pie y miró a su alrededor con una expresión casi indiferente.

—Habrá que airearla bien, por supuesto —dijo con aire ausente—. Habría que traer unas flores para perfumar el ambiente. —Alisó la colcha de la cama y miró con seriedad el cuerpo de su padre—. ¡Oh, Garion! —gimió, arrojándose a sus brazos.

Garion estrechó con fuerza el menudo y tembloroso cuerpo de la reina y le acarició el cabello sin dejar de contemplar a cara inmóvil y tranquila del emperador de Tolnedra. Tal vez fuera una ilusión óptica producida por la luz, pero estaba casi seguro de que en los labios de Ran Borune se dibujaba una sonrisa.

Capítulo 11

El funeral oficial del emperador Ran Borune XXIII, de la tercera dinastía de los Borune, tuvo lugar pocos días después en el templo de Nedra, dios-león del imperio. El templo era un enorme edificio de mármol, situado relativamente cerca del palacio imperial. Al fondo del altar había un enorme abanico de oro con una cabeza de león tallada en el centro, ante la cual se hallaba el simple féretro de mármol del padre de Ce'Nedra. El emperador fallecido reposaba para siempre cubierto con un manto dorado. La sala llena de columnas del templo estaba atestada, pues todos los miembros de las familias importantes de Tolnedra se encontraban presentes, no tanto para presentar sus respetos a Ran Borune como para demostrar la opulencia de sus atuendos y la magnitud de sus adornos personales.

Garion y Ce'Nedra, vestidos de riguroso luto, escuchaban los panegíricos sentados al frente de la sala, junto al general Varana. Según la tradición tolnedrana, un representante de cada una de las familias importantes debía hablar en una triste ocasión como aquélla. Garion sospechaba que los discursos habían sido preparados con mucha anticipación. Era retóricos y aburridos, y todos podían resumirse en la idea de que, aunque Ran Borune hubiera muerto, el imperio sobreviviría. Los oradores parecían bastante contentos de que así fuera.

Cuando los panegíricos acabaron, el sumo sacerdote de Nedra, un hombre regordete y sudoroso con una carnosa boca sensual, ataviado con una túnica blanca, se puso de pie frente al altar para sumar sus impresiones a la ceremonia. Al principio Garion se escandalizó por el tema que había elegido el sumo sacerdote, pero las caras extasiadas de la multitud reunida en el templo indicaban que un sermón sobre el dinero podía resultar muy conmovedor para una congregación tolnedrana. Aquel tema, por otra parte, permitía al sumo sacerdote ahorrarse comentarios elogiosos sobre el padre de Ce'Nedra.

Cuando aquellos tediosos discursos llegaron a su fin, el pequeño emperador fue conducido junto a su esposa, bajo una lápida de mármol, en la sección de catacumbas correspondiente a la familia Borune, debajo del templo. Entonces, los miembros de la comitiva fúnebre regresaron a la sala principal a expresar sus condolencias a la desolada familia. Ce'Nedra sobrellevó la ceremonia con entereza, aunque estaba muy pálida. En una ocasión, pareció tambalearse y Garion hizo un gesto instintivo para sostenerla.

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