—Ya, Mónica, pero es que te aseguro que llevaba muchos meses sin meterse nada. Y mucho menos en el hospital, claro. Ha estado una semana ingresado. Además, para comprar droga le haría falta dinero, ¿no? Pues a mí no me ha quitado nada, ni ha pasado por casa.
—En fin, estamos perdiendo el tiempo aquí. Vámonos a tu casa y haré unas llamadas a otro nivel.
—No sé si Carlos habrá terminado de hablar con Diana.
—Da igual, nos quedamos en el salón y les esperamos.
* * *
—Diana, para empezar tenemos que remontarnos nueve mil ciento noventa y cuatro años. En el año 7205 antes de nuestra era, la humanidad probablemente no superaba el millón o millón y medio de personas, aunque ya se había extendido por los cinco continentes. O mejor dicho, por los seis. Mientras en el resto del planeta las sociedades humanas más avanzadas apenas habían descubierto la agricultura y comenzaban a hacerse sedentarias, en una zona central del continente antártico floreció brevemente una civilización muy adelantada. Tanto que supero en algunos aspectos nuestro actual nivel de desarrollo y conocimientos, aunque en otros no pasó de ser comparable a nuestro siglo XIX o principios del XX. Llamaron a su país Aahtl, y a sí mismos aahtlahl.
»Los aahtlahl vivían en unos valles suficientemente fértiles en medio de un continente inhóspito. Su tierra estaba rodeada por una cordillera prácticamente impenetrable. Además, hacia el sur limitaban también con las últimas estribaciones del casquete polar, que entonces ocupaba un lugar diferente del actual. Cruzando las montañas hacia el Norte sólo había una inmensa y fría extensión estéril hasta llegar a la costa de la región antártica que hoy se conoce como Tierra de la Reina Maud. Aahtl se beneficiaba del microclima producido por una actividad volcánica muy intensa pero muy estable. Aun así, el clima era frío, similar al de la región de Moscú en la actualidad. El tamaño total de los valles habitables no sería superior al de Asturias, y la población debió de llegar a unas doscientas mil personas como máximo.
»Creemos que los aahtlahl fueron el último reducto de una raza mestiza, esencialmente igual a nosotros pero con una ligera aportación genética neanderthal. Eso explicaría la robustez de muchos individuos, su cabeza ligeramente más grande, la nariz algo ancha y la frente inclinada hacia delante, resaltando las cejas. Y quizá explicaría también la emisión de algunos sonidos difíciles de pronunciar para nosotros, que son parte de la fonética de su idioma. Esa población debió llegar a los valles de Aahtl algunos milenios atrás. Seguramente desapareció en el resto del planeta, igual que los neanderthales puros. El fuerte aislamiento de aquel territorio hizo que sobrevivieran en él. A principios del octavo milenio antes de nuestra era, los aahtlahl eran una población sedentaria y agrícola bastante primitiva, pero en ocho siglos hicieron el recorrido histórico que a nosotros nos ha llevado diez mil años. Hacia 7350 a. n. e. ya estaban en nuestro siglo XVIII, para simplificar la comparación. Y en 7250 a. n. e. estarían alcanzando el cénit de su civilización. Te alegrará saber que el marco de valores y el modelo social, político y económico de Aahtl parecían diseñados por Ayn Rand. Por cierto, ella fue una insigne Sabia de nuestra Sociedad.
»Hacia 7208 a. n. e. apareció un punto luminoso en el cielo, que creció sin cesar durante tres años. Lo denominaron Tlahrlaakn, que literalmente significa "Amenaza". El planetoide, que describía una enorme órbita elíptica en torno al sol, era casi tan grande como una tercera parte de la Luna, y parecía decidido a estrellarse contra la Tierra. Los científicos de Aahtl calcularon finalmente que no iba a producirse la colisión pero las consecuencias podían ser monstruosas en cualquier caso. En efecto, entre 7205 y 7202 el mundo entero sucumbió a una brutal tormenta de más de veinte meses que quedó grabada en todas las poblaciones humanas dando pie a un mismo mito que se repite en casi todas las religiones y culturas primitivas: el mito de un diluvio universal de enormes proporciones.
»Hubo muchas otras consecuencias de la Amenaza, pero la principal fue el efecto del choque entre los campos gravitatorios, que afectó incluso a la Luna. A la Tierra le alteró levemente la posición del eje de rotación, inclinándolo y desestabilizando la relación entre los polos geográficos y los magnéticos. El planetoide también se vio afectado, alterando muy ligeramente su trayectoria. Antes de la destrucción de Aahtl, los astrónomos recalcularon una y otra vez, horrorizados, la nueva órbita. La Amenaza tiene un ciclo de nueve mil trescientos catorce años. Si los cálculos son correctos, en su próxima visita entrará en colisión con la Tierra. Esto ocurrirá a mediados de 2109. Si no lo remediamos, la humanidad y el resto de las especies de nuestro planeta perecerán inexorablemente dentro de ciento veinte años. Pero yo, Diana, estoy seguro de que podremos evitarlo. Todos en la Sociedad lo estamos. Por eso nos decidimos a tener descendencia, pese a saber lo que sabemos. Confiamos en la humanidad.
»El desplazamiento del eje de rotación hizo que el Polo Sur se desplazara hasta quedar prácticamente encima de Aahtl, congelando literalmente la zona y haciéndola inhabitable. Con el paso de los siglos, el casquete polar, que hasta entonces solamente había ocupado la mitad meridional del continente antártico, la cubrió por completo. Todos los restos de la civilización de los aahtlahl quedaron ocultos bajo una capa de varios kilómetros de hielo, y la actividad volcánica de la zona se detuvo. ¿Por qué no escaparon, por qué no se produjo el éxodo de aquella población a cualquier otra región del mundo, si sabían lo que iba a suceder?
»Aunque nunca navegaron, unos años antes del desastre habían llegado a construir unas cuantas aeronaves, incluso por tierra habrían podido alcanzar la península antártica y desde ahí buscar la manera de ganar la costa de la Tierra del Fuego. Diez meses antes del cataclismo ya se habían trazado varios planes de evacuación, pero no pudieron llevarse a cabo. Paradójicamente, el holocausto de los aahtlahl no fue causado por la Amenaza, sino que se produjo algunos meses antes, por sorpresa. Al regresar algunos expedicionarios que habían visitado el mundo a bordo de sus máquinas voladoras, trajeron consigo una enfermedad devastadora que se propagó a gran velocidad. Para aquella población, totalmente aislada durante milenios, cualquier virus insignificante podía ser tan mortífero como el ébola. En cuestión de un par de semanas quedó exterminada toda la población sin que la avanzada medicina de Aahtl pudiera hacer nada. O, en realidad,
casi
toda la población.
»Existen indicios de que algunas personas, tal vez unas decenas o un centenar, sí llegaron a salir de allí. Eso explicaría tal vez la pervivencia, en varias culturas repartidas por todo el mundo, de un mito muy similar: el de una civilización avanzada que pereció por culpa de un cataclismo, al quedar "sumergido" su continente. Platón la denominó Atlántida. También explicaría el hecho de que algunas civilizaciones de la Antigüedad hayan experimentado de pronto un desarrollo inimaginable en poco tiempo, como si alguien hubiera ido a enseñarles. En Aahtl, en los dos o tres años previos al cataclismo, había un encendido debate político sobre si se debían establecer colonias exteriores o no. Hay una teoría, sostenida por parte de los Sabios, según la cual algunos aahtlahl habrían establecido clandestinamente una o más colonias en Sudamérica meses o años antes de la epidemia, pese a la prohibición expresa del Khtarlalhr, el parlamento. En ese caso, Zalm no habría sido en realidad el último superviviente, aunque él así lo creyera. Los famosos mapas del almirante turco Piri Reis, basados en fuentes muy antiguas, dibujan la costa patagónica y parte del continente antártico.
»Uno de los expedicionarios enviados a recorrer el mundo se llamaba Zalm. Se le había encargado explorar el actual Oriente Medio y había pasado más de un año estudiando a los pueblos más avanzados de la zona, aprendiendo incluso algunos de sus idiomas. Había viajado solo en su aeronave y llegó a casa con una par de meses de retraso respecto a los demás exploradores. Encontró su país sembrado de cadáveres, incluidos los de su familia. Pronto comprendió que él también se había contagiado, quizá al abrazar y besar los cuerpos sin vida de sus seres queridos. El simple contacto con otros seres humanos había provocado en Aahtl una epidemia devastadora, iniciada por alguno de los otros exploradores, llegados días o semanas antes que él. Decidió dedicar los últimos días de su vida a dos objetivos. Primero, rescatar lo esencial del patrimonio de su civilización y ocuparse de que llegara intacto a una futura humanidad desarrollada. Segundo, alertar a esa humanidad futura sobre la Amenaza, que esta vez es mortal.
»Zalm hizo un trabajo admirable. Recopiló información que, en nuestra medida informática actual, seguramente "pesaría" muchos trillones de
bytes
. Es muy probable que ahí esté prácticamente todo: la historia, la filosofía, la literatura, el arte, la política… todo el legado cultural de Aahtl y, desde luego, sus conocimientos científicos. Puedes imaginar la impaciencia con la que esperamos el momento de acceder de forma directa a todo ese material. Zalm también guardó la información astronómica precisa sobre la Amenaza. Tenía la esperanza de que la humanidad progresara a un ritmo similar al de su propio país. Con nueve milenios por delante, la humanidad tenía tiempo más que de sobra para llegar a un nivel de conocimientos muy superior al de la propia Aahtl y diseñar alguna estrategia de supervivencia. Pero Zalm nunca habría imaginado que, en realidad, nuestro ritmo era muchísimo más lento.
»Preparó un baúl dotado de sofisticados sistemas de cierre y de protección del contenido, haciendo uso de la energía inagotable recientemente desarrollada en Aahtl y cuyo residuo es la radiación Gravier. Pero incluyó también un mecanismo de autodestrucción por si alguien intentaba forzar la apertura, ya que le horrorizaba la perspectiva de que el arca fuera expoliada por algún pueblo bárbaro antes de alcanzarse el nivel de desarrollo adecuado. Pensó que, en ese caso, era mejor confiar tan sólo en los futuros conocimientos científicos de la humanidad para detectar la Amenaza y vencerla. No estaba dispuesto a que el legado de Aahtl sirviera para la tiranía de unos y el sometimiento de otros. Cuando hubo reunido los libros y los demás objeto (entre los que tiene que haber alguna clase de soportes informáticos), llenó el arca y regresó a Mesopotamia. Ya muy enfermo, reunió a un grupo de personas especialmente inteligentes y les confió su legado, haciendo además que memorizaran su testamento y otros dos relatos, uno sobre la Amenaza y el otro sobre la civilización de Aahtl.
»Entre los libros incluidos en el arcón había dos especialmente importantes. Uno de ellos era el método para aprender la lengua de los aahtlahl. Se había escrito unos meses atrás, ante la posibilidad de que Aahtl estableciera colonias, e incluía un mecanismo de audio que permitió a nuestros antecesores aprender a pronunciar el idioma. El otro explicaba la técnica para la producción de un metal bastante común en su país, porque Zalm había observado que los demás pueblos humanos solían conceder mucho valor a ese material tan vulgar. Se trataba del oro. Zalm acertó al suponer que el dominio de la técnica capaz de sintetizarlo daría una enorme ventaja a los custodios de la Herencia.
»Sin embargo esos libros, como los demás, durmieron un sueño de varios milenios. Contra lo que había supuesto Zalm, la evolución del pueblo depositario del arca fue lentísima, y eso incluía a las sucesivas generaciones de guardianes, los Doce Sabios. El libro destinado a enseñarles el idioma tklalhk, o lengua de Aahtl, sencillamente les pasó desapercibido: les parecía uno más de los muchos libros incomprensibles guardados en aquel cofre metálico. Y, claro, al no aprender la lengua no accedían al conocimiento del tesoro científico que custodiaban. La Herencia cambió de país un par de veces y terminó en Egipto, donde permaneció durante unos dos mil años más, hasta que en 1341 a. n. e. el faraón Akhenatón encargó a un consejero suyo que se llevara tanto el arca como a la comunidad de Sabios y encontrara un lugar más seguro. En el edificio K ya te explicaron quién era ese consejero: la persona que habría de pasar a la mitología como Zalmoxis, dios principal de los dacios. No sabemos cómo se llamaba realmente, solamente que tomó un nombre derivado del de Zalm de Aahtl.
»Zalmoxis hizo mucho más que proteger la Herencia e instalar en lugar seguro a los Sabios. Descubrió el método, aprendió el idioma y leyó los principales libros. Después regresó a Egipto para encontrarse con su amante y pedirle que le acompañara en la tarea a la que se proponía dedicar el resto de su vida. Aquella mujer inteligentísima era la reina Nefertiti. Había dado a luz, y esta vez el padre era Zalmoxis. La nueva familia se marchó definitivamente de Egipto.
»Se instalaron en la tierra de Zalmoxis junto a los Doce Sabios, pero después se ausentaron durante tres años para estudiar a fondo la Herencia. Por eso la leyenda dacia dice literalmente que Zalmoxis "pasó tres años en el fondo de la cueva donde vivía", y que "cuando regresó era mucho más sabio". En realidad se trata de una confusión. Nefertiti y él no se habían adentrado en la cueva "donde vivían", sino en otra cueva que hoy sabemos que está a más de tres mil kilómetros de distancia: la cueva donde Zalmoxis había escondido el arca al salir de Egipto, por creer que la Herencia correría menos peligro si no estaba bajo el control directo de los Sabios. El arca está a más de cien metros bajo el nivel del mar, en las últimas estribaciones de un complejísimo sistema de cuevas que hasta hoy no se ha podido explorar por completo. Esas cuevas se llaman actualmente Saint Michael y su entrada está en la parte alta del Peñón de Gibraltar. Un motivo más para que hayamos establecido allí el cuartel general de la Operación Zalmoxis. Sin embargo, localizar y extraer el arca es una tarea extraordinariamente compleja e imposible de llevar a cabo sin emplear medios muy llamativos. Por eso, a pesar de nuestras ansias de conocer directamente el legado de Zalm de Aahtl, hemos venido retrasando esa fase y mientras tanto intentamos hacernos con la llave, sin la cual sería una temeridad intentar la apertura.
»En nuestra última reunión general se ha decidido dar a conocer la Herencia tan pronto como dispongamos de la llave, es decir, más de cien años antes de la llegada de la Amenaza. El legado de Aahtl se entregará a la humanidad entera, pero la información sobre el planetoide solamente se comunicará a los principales dirigentes políticos y a científicos seleccionados, para evitar el pánico generalizado. Casi estaremos agotando el plazo marcado por el propio Zalm para cumplir nuestra Misión. Quedará poco más de un siglo de margen para planificar la supervivencia.