Read Los hechos del rey Arturo y sus nobles caballeros Online
Authors: John Steinbeck
Tags: #Histórica, aventuras, #Aventuras
QUIENQUIERA EXTRAIGA ESTA ESPADA
DE ESTA PIEDRA Y ESTE YUNQUE
ES REY DE INGLATERRA
POR DERECHO DE NACIMIENTO.
Las gentes se asombraron y llevaron las nuevas del milagro al arzobispo, quien les dijo:
—Volved a la iglesia y rezadle a Dios. Y que hombre alguno toque la espada hasta que se cante la Misa Mayor. —Y así lo hicieron, pero en cuanto concluyó el servicio todos los señores fueron a ver la piedra y la espada y algunos trataron de sacar la hoja, pero sus tentativas fueron en vano.
—No está aquí el varón capaz de extraer esa espada —declaró el arzobispo—, pero sin duda Dios nos lo mostrará. Hasta entonces —prosiguió—, sugiero que diez caballeros famosos por su virtud sean designados para custodiar esta espada.
Así se ordenó, y más tarde se pregonó que todo hombre que quisiera probar suerte podía tratar de sacar la espada. Para el Día de Año Nuevo se anunció un gran torneo, proyectado por el arzobispo a fin de que los señores y caballeros permanecieran juntos, puesto que calculaba que para ese momento Dios les permitiría conocer al hombre capaz de conquistar la espada.
El Día de Año Nuevo, al concluir los oficios sagrados, los caballeros y barones se dirigieron al campo donde habían de librarse las justas, en las cuales dos hombres con armadura se enfrentarían en singular combate intentando derribar a su oponente. Otros se unieron al torneo, deporte militar que solía congregar a grupos selectos de hombres armados y de a caballo. Mediante esta práctica los caballeros y barones conservaban su destreza y se entrenaban para la guerra, además de conquistar honra y renombre por su gallardía y pericia con el caballo, el escudo, la lanza y la espada, pues todos los barones y caballeros eran gente de armas.
Sucedió que Sir Ector, quien poseía tierras en las cercanías de Londres, vino a unirse a las justas acompañado de su hijo Sir Kay, armado caballero recientemente, el Día de Todos los Santos, y también del joven Arturo, quien había sido criado en la casa de Sir Ector y era hermano de leche de Sir Kay. Cuando cabalgaban rumbo al torneo, Sir Kay advirtió que había olvidado la espada en la casa de su padre y solicitó al joven Arturo que volviera en su busca.
—Lo haré con sumo placer —dijo Arturo, y volvió grupas y galopó en busca de la espada de su hermano de leche. Pero cuando llegó a la casa la encontró desierta y cerrada con trancas, pues todos se habían marchado para ver las justas.
Entonces Arturo se encolerizó y se dijo a sí mismo:
—Muy bien, cabalgaré hasta la iglesia y arrancaré la espada incrustada en la piedra. No quiero que mi hermano Sir Kay esté hoy sin espada.
Cuando llegó a la iglesia, Arturo desmontó y sujetó la cabalgadura al portillo. Se dirigió a la tienda y no encontró allí a los caballeros custodios, pues también ellos habían asistido al torneo. Entonces Arturo aferró la espada por la empuñadura y con ímpetu y facilidad la extrajo del yunque y la piedra, y luego montó acaballo y cabalgó velozmente hasta alcanzar a Sir Kay, a quien le dio la espada.
En cuanto Sir Kay vio la espada, notó que era la que estaba en la piedra y rápidamente fue hasta su padre y se la mostró.
—¡Señor, mira esto! Tengo la espada de la piedra y por lo tanto debo ser Rey de Inglaterra.
Sir Ector reconoció la espada y llamó a Arturo y a Sir Kay y los tres regresaron rápidamente a la iglesia. Y allí Sir Ector hizo declarar a Sir Kay, bajo juramento, dónde había conseguido la espada.
—Me la trajo mi hermano Arturo —respondió Sir Kay.
Entonces Sir Ector se volvió hacia Arturo.
—¿Dónde obtuviste esta espada?
—Cuando regresé en busca de la espada de mi hermano —dijo Arturo—, no encontré a nadie en casa, así que no pude traerla. No quería que mi hermano estuviera sin espada, de modo que vine aquí y tomé la que estaba en la piedra para dársela.
—¿No había ningún caballero custodiando la espada? —preguntó Sir Ector.
—No, señor —dijo Arturo—. No había nadie.
Sir Ector guardó silencio un instante y luego dijo:
—Ahora comprendo que tú debes ser rey de estas tierras.
—No entiendo —dijo Arturo—. ¿Por qué razón yo debo ser rey?
—Mi señor —dijo Sir Ector—, es la voluntad de Dios que sólo el hombre capaz de extraer esta espada de la piedra tenga derecho a la corona del reino. Ahora déjame ver si puedes devolver la espada a su sitio y volver a sacarla.
—No es difícil —dijo Arturo, e introdujo la espada en el yunque. Entonces Sir Ector trató de sacarla y no pudo, y le dijo a Sir Kay que lo intentara. Sir Kay tiró de la espada con todas sus fuerzas pero no pudo moverla.
—Ahora te toca a ti —le dijo Sir Ector a Arturo.
—Muy bien —dijo Arturo. Y extrajo la espada sin dificultad.
Entonces Sir Ector y Sir Kay se hincaron de rodillas ante él.
—¿Qué es esto? —exclamó Arturo—. Padre y hermano mío, ¿por qué os arrodilláis ante mí?
—Mi señor Arturo —dijo Sir Ector—, no soy tu padre ni somos de la misma sangre. Creo que eres de sangre más noble que la mía. —Entonces Sir Ector le refirió a Arturo cómo lo había tomado a su cargo por orden de Uther, y también le refirió la intervención de Merlín.
Al enterarse de que Sir Ector no era su padre, Arturo sintió una tristeza que se agudizó cuando Sir Ector le dijo:
—Señor, ¿contaré con tu bondad y protección cuando seas rey?
—¿Por qué habría de ser de otro modo? —exclamó Arturo—. Te debo más que a nadie en el mundo, a ti y a tu esposa, mi madre y señora, quien me amamantó y me cuidó como a un hijo propio. Y si como dices, es voluntad de Dios que yo sea rey, pídeme lo que quieras, que no he de fallarte.
—Mi señor —dijo Sir Ector—, sólo una cosa te pediré, y es que nombres a mi hijo Sir Kay, tu hermano de leche, senescal y protector de tus tierras.
—Se hará eso y mucho más —dijo Arturo—. Por mi honra, que nadie sino Sir Kay ejercerá esa función mientras yo viva.
Luego los tres fueron ante el arzobispo y le contaron cómo la espada había sido extraída de la piedra, y él dio órdenes de que volvieran a reunirse los barones, quienes nuevamente intentaron sacar la espada. Todos fracasaron excepto Arturo.
Muchos de los señores, presa de la envidia y el furor, dijeron que era vergonzoso e insultante que el reino fuera gobernado por un muchacho cuya sangre no era real.
La decisión se postergó hasta Candelaria, tras acordar una nueva reunión para esa fecha. Se designaron diez caballeros para vigilar la espada y la piedra. Se alzó una tienda para protegerla y a toda hora había cinco caballeros de guardia.
En Candelaria acudió un número aún mayor de señores para intentar sacar la espada, pero nadie pudo lograrlo. Arturo, al igual que antes, lo consiguió sin esfuerzo. Entonces los airados barones postergaron la resolución hasta Pascua, y de nuevo Arturo fue el único capaz de extraer la espada. Algunos de los grandes señores se oponían a que Arturo ciñera la corona y demoraron la prueba definitiva hasta Pascua de Pentecostés. Tan enfurecidos estaban que la vida de Arturo corría peligro. El Arzobispo de Cantórbery, aconsejado por Merlín, convocó a aquellos caballeros a quienes Uther Pendragon había hecho depositarios de su amor y su confianza. Hombres de la talla de Sir Bawdewyn de Bretaña, Sir Kaynes, Sir Ulfius y Sir Brastias, todos ellos y muchos más permanecieron día y noche cerca de Arturo para protegerlo hasta la Pascua de Pentecostés.
Cuando llegó Pentecostés, se reunió una gran multitud y hombres de toda ralea se esforzaron por sacar la espada de la piedra, sin que ninguno tuviera éxito. Luego Arturo subió a la piedra en presencia de todos los señores y de las gentes comunes, y extrajo la espada con facilidad y la exhibió ante todos ellos. El pueblo quedó convencido y declaró, a viva voz y al unísono:
—Queremos que Arturo sea nuestro rey sin más demora. Evidentemente, es voluntad de Dios que sea rey y mataremos a todo el que se interponga en su camino.
Y así, ricos y humildes se arrodillaron y solicitaron el perdón de Arturo por haber demorado tanto tiempo. Arturo los perdonó, y luego tomó la espada en sus manos y la depositó en el altar mayor. El arzobispo tomó la espada y tocó a Arturo en el hombro y lo armó caballero. Luego Arturo juró ante todos los señores y las gentes comunes que sería un rey justo y leal hasta el fin de sus días.
Ordenó a los señores que habían recibido honores y tierras de la corona que cumplieran con las obligaciones debidas a él. Y luego escuchó las quejas y acusaciones de los crímenes y desmanes perpetrados en el reino desde la muerte de su padre Uther Pendragon, que aludían a territorios y castillos tomados por la fuerza, a hombres asesinados, a caballeros, damas y gentileshombres asaltados y despojados durante ese período en que no había rey ni justicia. Y Arturo hizo devolver las tierras y posesiones a sus auténticos propietarios.
Cumplida esa tarea, el rey Arturo organizó su gobierno. Designó a sus caballeros más fieles para los altos cargos. Nombró a Sir Kay senescal de toda Inglaterra, a Sir Bawdewyn de Bretaña condestable, para que guardara el orden y la paz. A Sir Ulfius lo nombró chambelán, y a Sir Brastias guardián de las marcas del norte, pues del norte procedía la mayor parte de los enemigos de Inglaterra. En pocos años, Arturo conquistó el norte y tomó Escocia y Gales y, si bien algunas regiones se le opusieron por un tiempo, a todas concluyó por dominarlas.
En cuanto impuso la paz y el orden en todo el reino y demostró que era un auténtico rey, Arturo se trasladó con sus caballeros a Gales para ser formalmente coronado en la antigua ciudad de Caerleon. Escogió Pentecostés como día de la coronación y dispuso una gran fiesta para todos sus súbditos.
Muchos grandes señores se reunieron en esa ciudad con sus servidores. El rey Lot de Lothian y Orkney asistió acompañado por quinientos caballeros, y el rey de Escocía, que era muy joven, vino acompañado de seiscientos, y el rey de Carados de quinientos. Y finalmente llegó uno a quien llamaban el Rey de los Cien Caballeros, cuyos hombres estaban maravillosamente armados y equipados. A Arturo le complacía esta multitud, pues esperaba que todos acudieran a rendirle honores el día de su coronación, y, exaltado por el acontecimiento, envió presentes a los reyes y a los caballeros que habían venido juntos. Pero sus esperanzas eran vanas. Los reyes y los caballeros rechazaron los presentes e insultaron a los portadores. Por toda explicación, declararon que no podían aceptar los obsequios de un mozo imberbe y sin linaje, y manifestaron a los mensajeros del rey que los dones que ellos traían para Arturo eran la espada y la guerra, pues les avergonzaba que una tierra tan noble estuviera en manos de un niño sin nobleza, y que ése era el motivo que los congregaba.
Cuando el rey Arturo recibió esa amenazadora respuesta, sus esperanzas de paz se disiparon. Reunió en consejo a sus caballeros fieles, quienes le aconsejaron que se instalara en una torre amurallada, con armas y provisiones. Arturo llevó consigo a quinientos de sus caballeros más diestros y valientes.
Entonces los señores rebeldes pusieron sitio a la torre, pero no pudieron tomarla porque estaba bien defendida.
Quince días duraba el sitio cuando Merlín apareció en la ciudad de Caerleon, y los señores le dieron la bienvenida porque confiaban en él. Inquirieron por qué el joven Arturo había ocupado el trono de Inglaterra.
Entonces Merlín, que se complacía en causar asombro, les dijo:
—Señores míos, os diré la razón. Arturo es hijo del rey Uther Pendragon, nacido de Igraine, quien fue esposa del duque de Tintagel, y por eso le corresponde ser Rey de Inglaterra.
—En ese caso, Arturo es un bastardo, y un bastardo no puede ser rey —exclamaron los caballeros.
—No es verdad —dijo Merlín—. Arturo fue concebido más de tres horas después de la muerte del duque, y trece días más tarde Uther desposó a Igraine y la convirtió en su reina. Por lo tanto, Arturo nació en el seno del matrimonio y no es un bastardo. Y os anuncio que pese a quienes o a cuantos se le opongan, Arturo es el rey y derrotará a todos sus enemigos y por mucho tiempo reinará sobre Inglaterra, Irlanda, Escocia y Gales, así como sobre otros reinos que no me molestaré en nombrar.
El mensaje de Merlín provocó el estupor de algunos de los reyes, quienes creyeron en la verdad de sus palabras. Pero el rey Lot y otros se burlaron incrédulamente de ellas e insultaron a Merlín, llamándolo brujo y charlatán. A lo sumo, se comprometían a escuchar a Arturo en caso de que él se dignara hablarles.
Entonces Merlín se introdujo en la torre y le habló a Arturo y le dijo lo que había hecho.
—No temas —añadió—. Sal fuera y háblales con entereza, como su rey y su jefe. No te acobardes ante ellos, pues está escrito que los gobernarás quiéranlo o no.
Arturo reunió coraje y salió fuera de la torre, pero para precaverse contra cualquier traición vistió doble cota de malla de acero debajo de la túnica. El Arzobispo de Cantórbery lo acompañó, y lo propio hicieron Sir Bawdewyn de Bretaña, Sir Kay y Sir Brastias sus caballeros más diestros y esforzados.
Cuando Arturo salió al encuentro de los señores rebeldes, en ambos bandos se alzaron palabras fuertes y airadas. Arturo declaró con firmeza que los forzaría a aceptar su mandato. Entonces los reyes se retiraron enfurecidos y Arturo los vituperó e irónicamente les suplicó que se cuidaran, y ellos le retrucaron que también a él le convenía velar por su salud. Luego Arturo regresó a la torre y él y sus caballeros se armaron y se dispusieron a defender la plaza.
Entonces Merlín se reunió con los furibundos señores.
—Sería prudente que obedecierais a Arturo —les dijo—, pues aunque decuplicarais vuestro número él os derrotaría.
—No somos la clase de hombres que se asustan por lo que diga un embaucador y un lector de sueños —le respondió el rey Lot.
Entonces Merlín desapareció de allí y apareció en la torre al lado de Arturo. Le aconsejó al rey que atacara pronta y fieramente mientras los rebeldes estaban desprevenidos y no habían llegado a un acuerdo, consejo que resultó muy atinado, pues doscientos de los mejores hombres abandonaron a los señores y se unieron a Arturo, quien se sintió animado y fortalecido.
—Mi señor —dijo Merlín—, ahora lánzate al ataque, pero no luches con la milagrosa espada de la piedra a menos que te veas en serios apuros y en peligro. Sólo entonces podrás desenvainarla.