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Authors: Manuel Vilas

Tags: #Narrativa

Los inmortales (10 page)

BOOK: Los inmortales
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A la mañana siguiente se despertaron con
Thunder Road
de Bruce Springsteen, que sonaba en la televisión. Se ducharon. Se afeitaron. Se dieron un beso de buenos días. Nefta había comprado unas Gillette desechables en una tienda junto a la parada de Jervis. Dijo que Gillette era una marca desconcertante, que no trataba por igual a todos los países, que las maquinillas que comercializaba en Chile eran de peor calidad que las que comercializaba en Francia o en Irlanda, que Gillette maltrataba las barbas sudamericanas. Le recordó a Dan la conveniencia de aprovisionarse de maquinillas de afeitar Gillette en Irlanda. Hay datos en las oficinas del consumidor que apuntan en ese sentido; técnicos de alta cualificación de Gillette, asesorados por responsables económicos de la empresa, utilizan materiales deficientes en según qué países, de acuerdo con la legislación de esos países, aclaró Nefta. En Italia y España, Gillette estaría comercializando las máquinas de afeitar de menos calidad de la historia reciente de la compañía. Pero esto en lo que afecta a Occidente; en el Tercer Mundo Gillette comercializa puro óxido. Nefta concluyó: «Jamás verás buenos afeitados en los rostros de los africanos, deberíamos hacer algo al respecto». Dan se puso a cantar
Love Is a Burning Thing
en honor de su chica, que se llama Beatriz. Salieron a desayunar. Desayunaron fuera del hotel. Desayunaron un
full irish breakfast:

Dan valoró el tocino irlandés, mucho mejor que el italiano. Señaló que, no obstante, en los pueblos españoles sí se comía un tocino de verdad, como el irlandés. Costaba 7,50 euros cada desayuno. Pagó, como siempre, Nefta. Dan volvió a cantar. Dan cantaba bien, o al menos ese día cantaba bien. Cantaba canciones italianas dedicadas a su chica Beatriz, a la que llamaba Superbea, que a Nefta no le gustaban casi nada. En vez de café, tomaron una pinta de Guinness. Milagrosamente, había Guinness donde desayunaron. Dan advirtió que en Irlanda no en todos los bares y restaurantes puedes beber tu Guinness. Habían tenido suerte.

Salieron del bar y se fueron a coger el tranvía, que en Dublín se llama Luas. Fueron a la parada de Museum. El cielo se cubría y se despejaba a ritmos imprevisibles. Dan se ponía y se quitaba constantemente las gafas de sol, que eran unas Ray-Ban clásicas. A Nefta le ocurría lo mismo. Dan pensaba que era extraño que un inmortal padeciese de fotofobia. Eso parecía más propio de un vampiro. En ese momento, Dan recibió un mensaje en el móvil. Era un mensaje del Purgatorio. Le advertían de la muerte de un escritor argentino. El mensaje llevaba una foto del escritor fallecido. Se trataba del escritor argentino Rodolfo Fogwill:

Dan miró la cara de Fogwill en la pantalla del móvil. Dijo: «Pudiera ser uno de los grandes, pero necesitaría una foto con más millones de megapixels y en una pantalla mejor para confirmar si va a ser o no un inmortal de verdad, pero sí, el aspecto me recuerda a un escritor español del siglo XVII, sí, me recuerda a Calderón de la Barca; Calderón, amado Nefta, era un tipo temible: fornicador, ateo, sedicioso, asesino: mataba a sus propios hijos, hijos que eran concebidos en vientres de monjas, le apasionaban las monjas; has de saber que entonces había monjas excepcionalmente bellas, muchos nos enamorábamos de las monjas; para que te hagas una idea, las monjas de entonces eran como son las top models de la actualidad; lo dicho, necesitaría más millones de megapixels». Nefta dijo: «Mi móvil es de lo mejor que hay en el mercado, es un iPhone 4». Nefta preguntó más cosas sobre Calderón de la Barca. Dan dijo: «Con diez tipos como Calderón, podríamos acabar con el capitalismo en cuatro días, seguro, yo creo que Calderón fue un adelanto de Joseph Stalin o más bien de Fidel Castro, fíjate qué bien hubiera quedado llamarse Comandante Calderón, casi mejor que Comandante Guevara o Comandante Fidel». A Nefta le gustó el comentario, y añadió que podían buscar al escritor Fogwill en Google Inmortalia. Dan no contestó.

Se encaminaron a Tara Street Station para coger el tren con destino Sandycove. Estaban esperando el tren sentados en un banco cuando se acercó un señor de unos sesenta años. Les había oído hablar en español. Quería practicar español. Luego se acercó otro señor, también de la misma edad. Hablaban un español un poco acartonado, pero muy razonable. Dan pensó que estos dos señores eran dos ángeles. Hicieron el viaje juntos hasta Sandycove. Era una mañana inesperadamente calurosa para Irlanda. La gente se quitó las chaquetas y las cazadoras y se quedó en manga corta, excepto los dos señores. Dan llevaba su camisa floreada. Aclararon su identidad. Eran dos franciscanos. Fueron misioneros en América del Sur: uno en Chile, el otro en Bolivia, hacía treinta años. Hablaron del Chile de Pinochet. Nefta escuchaba con un gran gesto de pena, rabia y nostalgia en el rostro. De Bolivia no hablaron. Los dos sacerdotes transmitían una paz casi visible. Dan estaba contento y feliz de haber encontrado a estos dos seres. Sin duda, los dos franciscanos constituían en sí mismos un mensaje. Los mensajes son rupturas del azar. De repente, una voluntad se manifiesta en la materia. Toda Irlanda era un mensaje. Dan lo dijo en voz alta. Los dos sacerdotes asintieron y Nefta les hizo una foto con su iPhone 4. Sonrieron para la fotografía. Los sacerdotes narraron la vida sudamericana de los años setenta. Fueron allí a ayudar a la gente, desde la bella Irlanda. Dan advirtió que esos dos seres eran anteriores a la Historia, cosa que ni ellos mismos sabían. Dan comenzó a hablar de Cristo y de la genealogía de la libertad prehistórica. Nefta y los dos ángeles-sacerdotes se quedaron perplejos. Dan tenía calor y se remangó la camisa floreada, dejando a la vista en el antebrazo un tatuaje con letras muy bonitas y floridas que decía:

TI AMO BEATRICE

El tren seguía su camino. No faltaba mucho para Sandycove. Como Dan veía que los dos sacerdotes a veces no le seguían bien en español, Dan les hablaba en gaélico y en inglés, cosa que molestaba enormemente a Nefta. Ahora pasaban por Dún Laoghaire. Los dos ángeles estaban tan entusiasmados como perturbados con el hecho de que Dan les hablase en gaélico. Para ellos el gaélico de Dan también contenía un mensaje o una señal. Es difícil distinguir entre mensaje y señal. Hablaron de Irlanda, y de la dominación inglesa de Irlanda. Nefta se ofreció a luchar contra los ingleses. Vino a decir algo así como que aquí tenéis mis brazos y mis puños dispuestos a romperlos en el pestilente cráneo de la atea reina de Inglaterra. Dan se sumó al ofrecimiento de Nefta, y añadió: «Esa mujer y su podrido imperio son el Anticristo».

Aunque los sacerdotes-ángeles no iban a Sandycove, decidieron aceptar la invitación de Dan y se bajaron con ellos en la estación de Sandycove. Dan y Nefta iban a visitar Torre Martello, el célebre lugar donde comienza la novela
Ulises
del escritor irlandés James Joyce. Los dos ángeles se llamaban John, se llamaban igual. Dan los bautizó como John 1 y John 2. Los dos ángeles-sacerdotes contaron divertidas anécdotas sobre el hecho de que se llamaran igual: confusiones, errores, chistes acaecidos a lo largo de una dilatada convivencia. Esas anécdotas entusiasmaron a Dan, que vio en ellas otra señal o mensaje.

Llegaron los cuatro a Torre Martello. Pagaron la entrada y penetraron en el museo dedicado a la figura de James Joyce. Dan se echó a llorar, con discreción, eso sí. Un llanto discreto. Dan dijo: «Pobre hombre, pobre James, habéis visto lo que tuvo que sufrir este cristiano descarriado, qué fe, qué dominio de la tragedia, qué vida entregada a la construcción de un libro y por tanto a la construcción de un mensaje». Los cuatro se quedaron mirando las viejas pertenencias del escritor: un bastón, un baúl, un chaleco, una guitarra y una purera. El chaleco era encarnado, con muchos dibujos que tendían al afeminamiento. Dan dijo: «Ese chaleco, ¿habéis visto?, es pura mugre, pues ese chaleco contuvo el pecho del varón más claro y preclaro que haya dado la fértil Irlanda, porque Joyce es Irlanda, como yo soy Italia y tú, Nefta, eres América». Nefta dijo: «Excelente, excelente».

Dan hipnotizó a la encargada del museo. John 1 y John 2 aplaudieron la iniciativa de Dan, porque, además, hipnotizó a Sally (así se llamaba la guardesa del museo) en gaélico. Cuando Sally estaba hipnotizada, Nefta aprovechó para besarla. «Qué bonita es Torre Martello», dijo Dan.
«Qui potest capere capiat»,
dijo John 1. «Amén a eso», dijo John 2.

Sally, hipnotizada, les dijo dónde estaban las llaves de la vitrina. Abrieron la vitrina y fueron sacando las cosas. Abrieron el baúl. No había nada dentro. Escudriñaron dentro del baúl, pero no había nada. Acariciaron la madera del baúl. Cogieron la guitarra. Sonaba. Dentro de la purera no había ningún puro. Los cuatro se sintieron entristecer al ver que no había puros dentro de la purera. Dan tocó la guitarra que había pertenecido a Joyce y se puso a cantar otra vez canciones napolitanas dedicadas a Superbea. Nefta cogió, con cuidado, el bastón de Joyce. Sintió como una descarga eléctrica. Las luces del museo parpadearon. Del bastón salió una llama azul, alargada; la llama tocó el techo y luego regreso al bastón. El holograma de James Joyce se formó ante ellos. Era un Joyce azulino, medio disuelto como en ondas acuosas. Joyce les habló, les dijo en inglés: «Hola, hermanos, qué alegría veros, hermanos, mis hermanos, qué alegría que hayáis venido a verme; malvivo aquí, en medio de esta oscuridad, donde los gozos de la vida me han abandonado; malvivo aquí, junto al río Aqueronte, de aguas oscuras y llenas de niebla; dadme un poco de conversación, eso es lo que os pido; toda la vida atada a un libro, de cuyo título no quiero acordarme, y luego, como premio, el Aqueronte; no somos gran cosa como raza, nos disolvemos en cuatro días; os estaba esperando, siempre esperando cualquier cosa, es la naturaleza de los escritores: la espera interminable de lo que sea».

Dan se acercó hasta el holograma de James Joyce y le tendió la mano. Dan y Joyce se dieron la mano. Dan dijo: «Veo, oh, espíritu del irlandés universal, que quieres decirnos algo muy importante, te escuchamos». El holograma de Joyce se fue haciendo cada vez más nítido, como si ganase solidez. Las máscaras mortuorias de Joyce que exhibe el museo comenzaron a encarnarse. Las puertas del museo se cerraron. Se cerraron las puertas con estruendo. Una de las máscaras mortuorias viajó hasta el holograma en trance de carnalidad y se posó en el rostro acuoso. Ya casi carnal, y plenamente humano de cara, el fantasma de Joyce habló, y lo hizo en italiano: «Dante, Dante, por fin estás aquí, tú me entenderás, la literatura se está pudriendo, ya ningún escritor quiere pasar hambre, como yo; ahora todos los escritores son ricos y respetados». Nefta protestó porque no entendía bien el italiano. Los dos sacerdotes también pidieron que Joyce cambiara de lengua. Pero Dan les dijo que eso no se le podía pedir a un fantasma, porque la lengua de los grandes inmortales de la literatura es la lengua de Dante Alighieri. Así que Joyce siguió hablando en toscano y Dan de vez en cuando traducía algo al gaélico y al español. Joyce continuó: «Vosotros aún podéis bañaros en los mares, beber cerveza, fornicar, conspirar, y eso es la vida; yo me entregué a un libro en cuerpo y alma, ese libro que de nada me sirve aquí, un libro en donde vaga el fantasma de la libertad; porque a mí me esclavizó el fantasma de la libertad; pero a ti, Nefta, comandante de la liberación americana, quiero hacerte un encargo: quiero que les cortes la cabeza al presidente de los Estados Unidos y al papa de Roma; sólo los magnicidios pueden superar a la literatura; sólo las grandes destrucciones de cualquier sistema político pueden saciar mi corazón, mi gran corazón de la Irlanda vencedora, de la Dublín inmortal, a quien represento, a quien representa mi libro, de cuyo título no quiero acordarme». Dicho esto, el holograma se desvaneció, y Sally recobró el conocimiento. Dan se quedó un poco mohíno, Joyce había elegido a Nefta para su encargo y no a él.

Salieron del museo de Joyce y anduvieron los cuatro meditabundos por la playa de Sandycove. Hasta que entraron en un pub y allí se tomaron unas pintas de Guinness y se pidieron cuatro platos de
fish and chips.
Valoraron los cuatro muy positivamente el
fish and chips
que les habían servido. Dan dijo, mirando a los sacerdotes: «No malinterpretéis a Joyce, todo eso que ha dicho del papa de Roma y del presidente de los Estados Unidos no lo ha dicho en serio, lo ha dicho porque está desesperado, lo ha dicho metafóricamente, en realidad lo ha dicho porque es un buen cristiano; sólo que le ha tocado en suerte una inmortalidad desquiciada, una inmortalidad blanda y como de tómbola barata, una inmortalidad de saldo, en fin, una mierda de inmortalidad, allí metido siempre en el museo, haciendo de fantasma, dando sustos a la gente, o sea, lo peor de lo peor». John 1 dijo: «Ya lo sabemos, nos apena su desesperación, parece una desesperación incurable, pero ese hombre, ese Joyce, era un buen tipo, una buena persona, un hombre enamorado, y el amor es la única luz del mundo». Nefta dijo: «Pues yo respetaré su encargo, al fin y al cabo ese encargo me compete a mí y no a vosotros».

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