Son los sueños que pasan…—Con mis amargos pensares
y con mis desdichas todas,
haré tu ramo de bodas,
que no será de azahares.
Mis ojos, que las angustias
y el continuado velar
encienden, serán dos mustias
antorchas para tu altar.
El llanto que de mi cuita
sin tregua brotando está,
tu frente pura ungirá
como con agua bendita…
—Señor, no penes, tu ceño
me duele como un reproche;
—¡Que pálida estás, mi dueño!
—Es que pasé mala noche,
el amor me quita el sueño…
—¡Y te vas!…
—Me voy, es tarde,
me aguardan; ¡el templo arde
como un sol! Tu mal mitiga,
Señor, ¡y Dios te bendiga!
—Damiana, que Dios te guarde…
La vieja canciónA veces tu recuerdo se condensa
en mil formas extrañas; huye el día
y en rojo funeral, sobre la inmensa
extensión del azur, ¡la tarde piensa
y yo pienso con ella, vida mía!
¡Pienso en ti!
Cae el sol.
Alguien me nombra:
una voz —¡muy lejana!— de reproche;
y clavado de horror sobre la alfombra,
con los ojos abiertos en la sombra
te busco entre los sueños de mi noche.
El primer sueño
Y un sueño viene a mí. Cruza la sala
con vuelo de fantasma, y se divulga
un rumor ideal si bate el ala,
y es tan puro como una colegiala
vestidita de lino, que comulga:
¡La fe de mi niñez!
El segundo sueño
Oigo un escherso
inefable que el ánima me arroba
y otro sueño se acerca entre el disperso
enjambre, y es azul: el primer verso
que escribí, niño y trémulo, en mi alcoba…
El tercer sueño
Y llega un sueño rosa —¡oh paraíso!—
y siento no se qué dulces resabios:
es el beso primer que de improviso
le dejé a una muchacha que me quiso,
cierta noche de abril, entre los labios.
El cuarto sueño
¡Y luego un sueño púrpura! Ni el cielo
tan vivo luce cuando el sol navega…
¡Le conozco muy bien!: ¡el primer celo!
Mas si ya no sé odiar, ¡si ya el Otelo
murió en mi corazón!
¡qué tarde llega!
Tú
Y por fin vienes tú, con el sedeño
pelo arropas mi frente atormentada
y al oído me dices: pobre dueño,
lo mejor de mi ser es ser un sueño,
un copito de luz, un eco, nada…
Y suspiras: «¡Adiós!» y en el tranquilo
azul donde cada astro es como un broche
de trémulo cristal, hallas asilo,
mientras surge el menguante y con su filo
guillotina la testa de la noche…
El magoI
Ésta es la vieja canción
que en una vieja guitarra,
mi coplero, viejo y ciego,
a quien quiere oírla, canta:
«La Muerte es una madre,
la Vida una madrastra;
mortal, no te importe sufrir en el mundo,
el mundo es un Valle de Lágrimas […]».
«Resígnate a ser pobre
si pobre eres y aguarda;
los pobres del mundo son ricos del cielo,
los ricos allá no son nada […]».
Esta es la vieja canción
que en una vieja guitarra,
la Ilusión, viejo coplero,
a quien quiere oírla canta.
II
Esta es la vieja canción;
mas por vieja ya no priva,
nadie escucha al pobre diablo
que la espeta en una esquina.
La humanidad ya no sueña
y de su fe desprovista,
mas quiere un «¡ten!» aquí abajo
que dos «te daré» allá arriba…
III
Tú y yo, Damiana, los últimos
abencerrajes del Sueño,
somos acaso los solos
que oímos al pobre ciego.
La calle está solitaria,
la noche tiende en el cielo
sus alas imponderables
agresivas de misterios.
Marchamos los dos del brazo
por el bulevar desierto,
y mientras que la canción
sigue sonando a lo lejos,
nos hundimos en la sombra,
pensando: «Si fuera cierto…».
El retornoYo marcho
y un tropel de corceles piafadores
va galopando tras de mí…
Yo vuelo
y me sigue un enjambre de cóndores
por la inviolada majestad del cielo.
Yo canto
y las selvas de música están llenas
y es arpa inmensa el florestal…
Yo nado
y una lírica tropa de sirenas
va tras mí por el mar alborotado.
Yo río
y de risas se puebla el éter vago,
como un coro de dioses…
Yo suspiro
y el aura riza suspirando el lago;
yo miro, y amanece cuando miro…
Yo marcho, vuelo, canto, nado, río,
suspiro, y me acompaña el Universo
como una vibración: Yo soy el Verso,
¡y te busco y me adoras y eres mío!
Condenación del libroVuelvo, pálida novia, que solías
mi retorno esperar tan de mañana,
con la misma canción que preferías
y la misma ternura de otros días
y el mismo amor de siempre, a tu ventana.
Y elijo para verte, en delicada
complicidad con la naturaleza,
una tarde como esta, desmayada
en un lecho de lilas e impregnada
de cierta aristocrática tristeza.
Vuelvo a ti con mis dedos enlazados
en actitud de súplica y anhelo,
como siempre, y mis labios, no cansados
de alabarte ¡y mis ojos obstinados
en ver los tuyos a través del cielo!
Recíbeme tranquila, sin encono,
mostrando el dejo suave de una hermana;
murmura un apacible: «Te perdono»,
y déjame dormir con abandono
en tu noble regazo hasta mañana…
EL PRELADO
Condenamos este libro por exótico y, perverso,
porque enciende sacros nimbos en las testas profanadas,
porque esconde bajo el oro leve y trémulo del verso
la dolosa podredumbre de las criptas blanqueadas.
Cierto, a veces algo emerge con virtudes misteriosas
pero es más lo que se abate, lo que cede y se derrumba;
de la noche de estas rimas surgen raras mariposas;
pero son las agoreras mariposas misteriosas que germinan en la tumba…
Y por tanto, Nos, Fidelio, por la gracia de la Sede
Pontificia Obispo in partibus de Quimera y Utopía,
decretamos que este libro de tristeza y mofa, quede
relegado a la ignominia y al olvido que precede
al abismo sin fronteras…
EL POETA
Del abismo brota el día…
Amado Nervo
era el seudónimo de Juan Crisóstomo Ruiz de Nervo y Ordaz, poeta y prosista mexicano, perteneciente al movimiento modernista. Nació el 27 de agosto de 1870 en la ciudad de Tepic, en ese entonces en Jalisco, hoy Nayarit, México y murió en Montevideo, Uruguay el 24 de mayo de 1919. Fue miembro correspondiente de la Academia Mexicana de la Lengua, no pudo ser miembro de número por residir en el extranjero.
Poeta, autor también de novelas y ensayos, al que se encasilla habitualmente como modernista por su estilo y su época, clasificación frecuentemente matizada por incompatible con el misticismo y tristeza del poeta, sobre todo en sus últimas obras, acudiéndose entonces a combinaciones más complejas de palabras terminadas en "-ismo", que intenta reflejar sentimiento religioso y melancolía, progresivo abandono de artificios técnicos, incluso de la rima, y elegancia en ritmos y cadencias como atributos del estilo de Nervo.
El sonoro nombre de Amado Nervo, frecuentemente tomado por seudónimo, era en realidad el que le habían dado al nacer, tras la decisión de su padre de simplificar su verdadero apellido, Ruiz de Nervo. Él mismo bromeó alguna vez sobre la influencia en su éxito de un nombre tan adecuado a un poeta.