Como pupilas de muertos
de luz sobrenatural,
brillan los focos en los desiertos
laberintos del arrabal.
El té canta en la tetera;
fuego dentro, hielo fuera,
que resbala por la vidriera.
Paso llegan o sonoras,
resonando turbadoras,
las procesiones de las horas.
Como pupilas de muertos
de luz sobrenatural,
brillan los focos en los desiertos
laberintos del arrabal.
—¿Por qué llora ese piano
bajo el nácar de tu mano?
—Llora en él mi dolor, hermano
—¡Eh! ¡quién va! ¿quién gime o reza
en la sombra de la pieza?
—Es mi madrina la Tristeza.
Como pupilas de muertos
de luz sobrenatural,
brillan los focos en los desiertos
laberintos del arrabal.
—¿Y qué libro lees ahora
a la luz vaciladora
de la pálida veladora?
¿Alguna bella conseja
de flamante moraleja?
—Es una historia ya muy vieja…
Como pupilas de muertos
de luz sobrenatural,
brillan los focos en los desiertos
laberintos del arrabal.
Yo no amo a los que viven, «putrefacción andante»,
yo busco a los que moran de la ciudad muy lejos,
bajo la tierra, y amo la calva deslumbrante
de los bruñidos cráneos de los difuntos viejos.
¡Cadáveres amigos, qué calma semejante
hallar a vuestra calma! Ni compasión, ni dejos
de las antiguas penas mostráis en el semblante,
que alumbra en los osarios la luz agonizante
del sol, dándoles nimbos de cárdenos reflejos.
¡Oh muerte! ¡oh paz!… ¡Yo adoro la calva deslumbrante
de los bruñidos cráneos de los difuntos viejos!
Los Jardines Interiores IIEl metro de doce son cuatro donceles,
donceles latinos de rítmica tropa,
son cuatro hijosdalgo con cuatro corceles;
el metro de doce galopa, galopa…
Eximia cuadriga de casco sonoro
que arranca al guijarro sus chispas de oro,
caballos que en crines de seda se arropan
o al viento las tienden como pabellones,
pegasos fantasmas, los cuatro bridones
galopan, galopan, galopan, galopan…
¡Oh metro potente, doncel soberano
que montas nervioso bridón castellano
cubierto de espumas perladas y blancas,
apura la fiebre del viento en la copa
y luego galopa, galopa, galopa,
llevando el Ensueño prendido a tus ancas!
El metro de doce son cuatro garzones,
garzones latinos de rítmica tropa,
son cuatro hijosdalgo con cuatro bridones,
el metro de doce galopa, galopa…
I
¿Lo recuerdas? Una noche sin fulgores, sin bellezas,
el espectro de la ausencia consagraba con su mano
al dolor sin esperanza nuestras pálidas cabezas,
vanas eran nuestras luchas, todo vano, todo vano…
En mi espíritu rebelde suspiraban las tristezas,
las tristezas suspiraban en las cuerdas del piano.
—Adiós virgen —murmuraba con la voz de mis ternezas.
—¡Para siempre! —del piano respondía el son lejano.
En los campos iniciaban, entre juncos y malezas,
su macabra ronda lívida, los fulgores del pantano
y en mi espíritu rebelde se quejaban las tristezas,
las tristezas se quejaban en las cuerdas del piano…
¿Tornaremos a mirarnos? ¡Quién aplaca las fierezas
de la vida!, ¡quién penetra los rigores del arcano!
—Adiós, virgen… —¡Para siempre! —respondió con asperezas
una fuga, y al perderme tras los árboles del llano,
en mi espíritu rebelde sollozaban las tristezas,
las tristezas sollozaban en las cuerdas del piano…
II
Como blanca teoría por el desierto,
desfilan silenciosas mis ilusiones,
sin árbol que les preste sus ramazones
ni gruta que les brinde refugio cierto.
La luna se levanta del campo yerto
y al claror de sus lívidas fulguraciones,
como blanca teoría mis ilusiones
desfilan silenciosas por el desierto.
En vano al cielo piden revelaciones,
son esfinges los astros, Edipo ha muerto,
y a la faz de las viejas constelaciones,
desfilan silenciosas mis ilusiones
como blanca teoría por el desierto.
III
Pasas por el abismo de mis tristezas
como un rayo de luna sobre los mares,
ungiendo lo infinito de mis pesares
con el nardo y la mirra de tus ternezas.
Ya tramonta mi vida, la tuya empiezas;
mas, salvando del tiempo los valladares,
como un rayo de luna sobre los mares
pasas por el abismo de mis tristezas.
No más en la tersura de mis cantares
dejará el desencanto sus asperezas;
pues Dios que dio a los cielos sus luminares,
quiso que atravesaras por mis tristezas
como un rayo de luna sobre los mares…
IV
Los Jardines Interiores IIIYo vengo de un brumoso país lejano,
regido por un viejo monarca triste…
mi numen sólo busca lo que es arcano,
mi numen sólo adora lo que no existe.
Tú lloras por un sueño que está lejano,
tú aguardas un cariño que ya no existe;
se pierden tus pupilas en el arcano
como dos alas negras y estás muy triste.
Eres mía, nacimos de un mismo arcano
y vamos, desdeñosos de cuanto existe,
en pos de ese brumoso país lejano
regido por un viejo monarca triste…
My name is might have been […]
Dante Gabriel Rosseti
La mujer que en mi lozana
juventud pudo haber sido
—si Dios hubiera querido—
mía,
en el paisaje interior
de un paraíso de amor
y poesía;
la que prócer o aldeana
«mi aldeana» o «mi princesa»
se hubiera llamado, esa
es, en mi libro, Damiana.
La hija risueña y santa,
gemela de serafines,
libélula en mis jardines
quizás y en mi feudo infanta;
la que
pudo dar al alma fe,
vigor al esfuerzo, tino
al obrar, ¡la que no vino
por mucho que la llamé!
La que aún mi frente besa
desde una estrella lejana,
esa
es en mi libro Damiana.
Y aquella que me miró,
no sé en qué patria querida
tras mirarme pasó
(desto hace más de una vida);
y al mirarme parecía
que me decía:
—«Si pudiera detenerme
te amara»… la que esto al verme
con los ojos repetía;
la que, sentado a la mesa
del festín real, con vana
inquietud aguardo, esa
es en mi libro Damiana;
La que con noble pergeño,
suele flüida vagar
como un fantasma lunar
por la zona de mi ensueño;
la que fulge en los ocasos,
que son nobleza del día,
la que en la melancolía
de mi alcoba finge pasos,
la que, puesto a la ventana,
con un afán que no cesa
aguardo hace un siglo,
esa es en mi libro Damiana.
Todo lo noble y hermoso
que no fue;
todo lo bello y amable
que no vino;
y lo vago y misterioso
que pensé
y lo puro y lo inefable
y lo divino;
El enigma siempre claro en la mañana
y el enigma por las tardes inexpreso;
amor, sueños, ideal, esencia arcana,
todo eso, todo eso, todo eso,
tiene un nombre en estas páginas: ¡Damiana!