Los ladrones del cordero mistico

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Authors: Noah Charney

Tags: #Intriga, #Histórico, #Ensayo

BOOK: Los ladrones del cordero mistico
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Toda obra de arte encierra el misterio de su propia creación. ¿Cuál es el motivo por el que consigue fascinar a espectadores que van más allá de un lugar y una época? El caso de La adoración del cordero místico constituye un caso único. Y es que la atracción que ha ejercido la obra maestra de Jan van Eyck excede las explicaciones que puedan dar los historiadores del arte.

Desde que el maestro flamenco lo finalizara en 1432, este retablo ha sufrido todo tipo de vicisitudes. Haber sido robado hasta trece veces no constituye más que una pequeña parte de su increíble historia. Ha sido botín de guerra en tres ocasiones, ha sufrido quemaduras y desmembraciones, fue falsificado, vendido ilegalmente y censurado, sufrió ataques de iconoclastas y ha sido codiciado por Hitler y rescatado por agentes dobles austríacos? Entre muchas otras cosas.

¿Qué secreto esconde el retablo? Noah Carney, especialista en delitos relacionados con el arte, narra las historias que se tejen en torno a la obra de Van Eyck. Párrocos, contrabandistas y falsificadores se encuentran con figuras históricas como Napoleón, Göring o Hitler. La historia se entrelaza con el arte, la psicología, la ideología, la religión y la política para explicar la atracción fatal que ha ejercido esta pintura. Un libro inteligente y trepidante sobre el poder del símbolo y de la belleza.

Noah Charney

Los ladrones del cordero místico

ePUB v1.0

NitoStrad
16.04.13

Título original:
Stealing the Mystic Lamb: The True Story of the World's Most Coveted Masterpiece

Autor: Noah Charney

Fecha de publicación del original: octubre 2010

Traducción: Juan José Estrella

Diseño de la portada, Mauricio Restrepo

Fotomontaje de la portada a partir de imágenes Altar de
El cordero místico
, Jan van Eyck (1432)

Editor original: NitoStrad (v1.0)

ePub base v2.0

A Urska, el amor de mi vida,

y a Hubert van Eyck,

que me ha enseñado que es un placer morderse los pies.

Prólogo

Los lobos y el cordero

L
O encontraron en una casa de campo de muros encalados, en la espesura de un bosque alemán. Hermann Bunjes era un experto en arte que había sido oficial de las SS hasta que desertó del ejército nazi. Pálido y famélico, se ocultaba de tres antagonistas: los Aliados, el ejército nazi y el pueblo alemán, que temía y odiaba a aquel escuadrón de defensa hasta tal punto que la mayor preocupación del hombre era resultar víctima de su vigilancia justiciera.

El capitán Posey y el soldado Kirstein inspeccionaron el pequeño refugio en el que Bunjes vivía con su joven esposa y su hijo recién nacido. Aunque la primera línea del frente atronaba a escasos kilómetros de allí, la tranquilidad de la cabaña —llena de flores y libros de historia del arte— contrastaba notoriamente con los caóticos meses finales de la Segunda Guerra Mundial. Había ilustraciones colgadas en las paredes, fotografías en blanco y negro de obras y edificios del gótico francés: Notre Dame de París, Cluny, la Sainte Chapelle, Chartres.

Posey y Kirstein, oficiales estadounidenses de la División de Monumentos y Bellas Artes —grupo de historiadores, arquitectos y arqueólogos encargados de proteger el patrimonio artístico de las áreas en conflicto—, eran detectives de patrimonio de zonas de guerra. Los habían destinado al Tercer Ejército Aliado del general George Patton, y se dedicaban a obtener pistas sobre el paradero de obras de arte robadas. Desde el inicio de la guerra les habían llegado rumores sobre el saqueo a gran escala de piezas pertenecientes a los territorios ocupados por los nazis. No había duda de que las tropas alemanas se habían llevado miles de obras, pero se desconocía si existía un plan general y un destino para todo ese botín.

Les habían proporcionado una lista de las principales piezas desaparecidas desde el inicio de la contienda. En ella se incluían obras maestras de museos como el Louvre de París y la Galería Uffizi de Florencia: davides de Francia, botticellis de Italia y vermeers de los Países Bajos. Se trataba de símbolos de Estado, de imperio, de patrimonio. Su valor era incalculable; su destrucción, de producirse, resultaría fatídica. Y el primer lugar de aquella lista lo ocupaba
El retablo de Gante
, de Jan van Eyck.

Conocido también como «La Adoración del Cordero Místico» por el motivo de su panel central,
El retablo de Gante
era, tal vez, la pintura más importante de la historia del arte. Sin duda, se trataba de la que había sido robada en un mayor número de ocasiones y, por tanto, podía considerarse la más codiciada. A Posey y a Kirstein les estaba resultando particularmente esquiva: llevaban buscándola desde que, hacía más de un año, en París, habían tenido noticias de su robo. Su investigación les había revelado los numerosos delitos que tenían que ver con la obra maestra de Van Eyck, sometida a toda transgresión concebible capaz de dañar una pieza artística. A lo largo de sus cinco siglos de existencia, había sido víctima de trece actos criminales, sumando tentativas y hechos consumados, y rara vez había permanecido en su lugar de origen más de unos pocos años seguidos.

La historia de sus desapariciones resultaba más asombrosa si cabe, dado que aquel retablo renacentista estaba formado por doce paneles de roble policromado de un peso total cercano a las dos toneladas. Enorme políptico del tamaño de un muro de granero (35 × 22 metros), lo había pintado el joven maestro flamenco Jan van Eyck entre 1426 y 1432 para una iglesia de la ciudad de Gante. Fue el primer cuadro al óleo de grandes dimensiones creado en la historia, y animó a un gran número de artistas a adoptar el óleo como medio artístico de preferencia. También se consideraba el punto de inflexión entre el arte de la Edad Media y el Renacimiento, así como el origen del realismo pictórico.

El retablo de Gante
fue el codiciado trofeo tanto de Hitler como del
Reichsmarschall
Hermann Göring. Ambos pretendían adelantarse al otro y apoderarse de él para incorporarlo a sus colecciones privadas. Dejando de lado su fama y su belleza, ellos veían en la obra un símbolo de la supremacía aria, e idolatraban al artista que lo había creado por considerarlo una fi gura ejemplar de la historia teutónica. Estaban al corriente, sin duda, de su pasado reciente. Algunos paneles que, no sin controversia, eran propiedad del rey de Prusia y que se habían expuesto en Berlín antes de la Primera Guerra Mundial, habían regresado a Gante en cumplimiento de los términos del Tratado de Versalles, fuente de agravio para el pueblo alemán. Si Hitler lograba hacerse de nuevo con el retablo, compensaría lo que se percibía como un daño causado contra Alemania.

Hitler, además —según se decía—, albergaba el convencimiento de que la pintura contenía un mapa en clave para encontrar varios tesoros católicos perdidos, los llamados
Arma Christi
o Instrumentos de la Pasión de Jesús, entre ellos la Corona de Espinas y la Lanza del Destino. Hitler creía que su posesión le otorgaría poderes sobrenaturales. El Führer y otros oficiales nazis estaban fascinados por el ocultismo y formaron un grupo de investigación, la Ahnenerbe, para estudiar y descubrir fenómenos sobrenaturales y objetos mágicos. Hitler financió expediciones al Tíbet para capturar un yeti (el también llamado «abominable hombre de las nieves») con intención de darle un uso militar; a Islandia en busca de Thule, tierra mítica de gigantes y duendes con poderes telepáticos que, según su creencia, era el lugar de origen de los arios; y en busca de distintas reliquias religiosas cuyas propiedades mágicas garantizarían el triunfo nazi, entre ellos el Santo Grial y el Arca de la Alianza. A medida que la victoria alemana iba haciéndose menos probable, Hitler redobló sus esfuerzos para dar con medios sobrenaturales que le permitieran revertir la tendencia.

No obstante, Göring se adelantó a los agentes del Führer y se apoderó de
El retablo de Gante
. Contraviniendo las órdenes directas de éste, uno de los secuaces de Göring había robado la obra maestra de Van Eyck de un castillo situado en el sur de Francia, a los pies de los Pirineos, y la había trasladado a París. Después, había desaparecido. El paradero de
El retablo de Gante
era desconocido tanto para los Aliados como para la mayoría de los oficiales nazis. Posey y Kirstein sólo habían logrado recabar fragmentos contradictorios de información sobre el lugar en el que se encontraba. Hasta ese momento.

Especialista en escultura francesa del siglo XIII, formado en Harvard, Hermann Bunjes había ejercido de asesor artístico para Alfred Rosenberg, jefe de la ERR (la Einsatzstab Rosenberg, división nazi dedicada al saqueo de obras de arte), cuya existencia, en aquel momento, todavía era desconocida para el ejército aliado. También había sido consultor personal de Göring en materia de arte. Éste, aprovechando el caos de la guerra, había robado miles de obras para incorporarlas a su colección privada. Bunjes, asqueado, había renegado de la causa nazi. La gota que colmó el vaso fue una cena en el elitista Aeroclub de Berlín, durante la que se percató de que las bandejas de plata en las que se servían los platos habían sido robadas al barón judío Edmond de Rothschild.

Bunjes llevaba registros de las obras robadas por los nazis, así como de los lugares en los que las ocultaban. Mientras bebían coñac en su casa de campo, fue revelando todo lo que sabía sobre el programa de saqueo nazi, y también sobre el plan maestro de Adolf Hitler para apoderarse de los tesoros artísticos del mundo. Por primera vez, aquellos dos hombres de la División de Monumentos comprendieron a qué se enfrentaban, y fueron conscientes del destino que habían corrido decenas de miles de las obras de arte más importantes y hermosas del mundo.

Bunjes empezó a contar a Posey y a Kirstein que Hitler planeaba construir un museo de grandes dimensiones en su ciudad natal, Linz, en Austria, para albergar todas las obras maestras del mundo. Además de lugar para admirar y estudiar arte, el museo funcionaría como galería de naciones derrotadas a las que despojarían de sus tesoros a medida que fueran cayendo ante las acciones relámpago de las tropas alemanas. En vez de exhibir las testas decapitadas y clavadas en lanzas de los gobernantes derrocados, Hitler llenaría su gran museo de las obras maestras que Europa había sido incapaz de defender.

Bunjes parecía creer que los Aliados ya tenían conocimiento del sueño de Hitler de crear ese gran museo. Suponía que Posey y Kirstein sabían de las listas de obras de arte tras las que iban el Führer, Göring y la ERR. Ellos, por su parte, intentaban disimular su sorpresa a medida que su interlocutor seguía aportando más revelaciones.

Finalmente, Bunjes les desveló los lugares en que los nazis ocultaban las obras de arte robadas. Sobre un mapa de Europa fue señalando multitud de depósitos secretos nazis ubicados en castillos, monasterios y minas repartidas por todo el territorio ocupado por los alemanes. El mayor alijo de todos —les confió— se encontraba en una mina de sal abandonada situada en los Alpes austríacos, un lugar llamado Altaussee. La explotación se había convertido en un almacén subterráneo dotado de la tecnología más avanzada para la conservación de todo aquel arte robado y destinado al gran museo de Linz. La colección superaba ya las 12.000 piezas, entre las que se encontraban obras maestras de Miguel Ángel, Rafael, Vermeer, Rembrandt, Tiziano, Brueghel, Veronés, Durero y Leonardo da Vinci. Al parecer, uno de los cuadros de éste allí ocultos era ni más ni menos que la
Mona Lisa
. Aún hoy se desconoce si los nazis la robaron y la depositaron en la mina, o si tal vez se trataba de una copia exacta. Con todo, la pieza que los nazis valoraban por encima de todas las demás era
El retablo de Gante
, de Jan van Eyck.

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