Los millonarios (16 page)

Read Los millonarios Online

Authors: Brad Meltzer

Tags: #Intriga

BOOK: Los millonarios
7.61Mb size Format: txt, pdf, ePub

Se oye un ruido y los tres nos quedamos en silencio. No es como los sonidos fortuitos que resuenan procedentes de las otras vías. Cualquiera que fuera el origen de ese ruido, procedía del lugar donde nos encontrábamos.

Shep gira la cabeza a la izquierda y examina las descascarilladas paredes de hormigón, pero no se ve nada. Sólo unas cajas eléctricas abandonadas hace mucho tiempo y algunos
graffiti
desteñidos.

—Creo que ha venido de allí —susurra Charlie ansiosamente al tiempo que señala hacia las sombras que cubren el techo abovedado. Entre la falta de luz y las manchas producidas por la acumulación de hollín, cada arco es una cueva oscura flotante.

—¿Os han seguido? —pregunta Shep.

Pienso un segundo.

—No… no lo creo. A menos que…

Shep pone el índice sobre los labios indicando silencio. Girando el cuello repetidamente a uno y otro lado, examina el resto del espacio con precisión militar. Pero no se necesitan años de entrenamiento en el servicio secreto para saber lo que mis tripas me dicen. Todos experimentamos la misma sensación extracorpórea cuando nos están vigilando. Y mientras Charlie mira nerviosamente a su alrededor, un espeso silencio se asienta en la estación abandonada y no podemos evitar sentir que este lugar ya no nos pertenece sólo a nosotros.

—Larguémonos de aquí —dice Charlie.

Pero en el momento en que se gira hacia la puerta, se oye otro ruido. No un sonido sordo. Es más como un crujido. Alzo la vista instintivamente, pero no viene del techo. O de las paredes. Es más abajo.

Se produce otro crujido y los tres bajamos la vista.

—Detrás de ti —Charlie señala a Shep. Este se gira y examina una zona de planchas de madera que están empotradas en el suelo como si fuese una balsa salvavidas en miniatura.

—¿Qué es eso? —pregunto en voz baja.

—Pasadizos verticales. Debajo de las planchas de madera hay pasadizos que conducen a las vías inferiores —explica Charlie—. Así es como mueven el equipo pesado y los generadores; quitan las maderas y los bajan por los agujeros.

Trata de parecer relajado, pero por las arrugas en su frente —y la forma en que se aleja de las planchas de madera— sé que está muerto de miedo. Y no es el único.

—¿Podemos largarnos de aquí, por favor? —pregunto.

Shep se inclina hacia el suelo y gira la cabeza, tratando de atisbar entre las planchas de madera. Es como mirar en el interior de un conducto de aire acondicionado subterráneo.

—¿Estás seguro de que el ruido venía de aquí? —pregunta—. ¿O es un eco que procede de otra parte?

Charlie cambia de rumbo y se acerca a echar un vistazo.

—Charlie, aléjate de ahí —le digo.

Otro crujido. Luego otro más. Más espaciados al principio, después más seguidos.

Shep alza la vista y vuelve a explorar todo el túnel. Si se trata de un eco, tiene que comenzar en alguna parte.

Me acerco rápidamente a Charlie y le cojo del hombro.

—¡Vamos! —digo, mientras me dirijo hacia la puerta.

Charlie me sigue, pero no aparta la mirada de Shep.

A través de las planchas de madera, el ritmo del ruido se acelera. Como un suave rascado…

—¡Vamos! —insisto.

… de alguien caminando… no, como si estuviese corriendo. El sonido no viene de aquí. Viene de fuera. Me detengo de golpe y resbalo sobre el suelo polvoriento.

—¡Charlie, espera!

Pasa junto a mí y se vuelve para mirarme como si me hubiese vuelto loco.

—¿Qué tratas de…?

En ese momento se oye un ruido seco en una esquina y la puerta se abre violentamente.

—¡Servicio secreto, que nadie se mueva! —grita un hombre corpulento; entra en la estación abandonada y me apunta a la cara con una arma.

Retrocedo instintivamente. El hombre se frena y puedo verle perfectamente. El Señor Rechoncho. El investigador jefe.

—¡Ha dicho que nadie se mueva! —grita un agente de pelo rubio que entra detrás del primero. Al igual que su compañero, nos apunta con su arma, primero a mí, luego a Charlie, luego nuevamente a mí. Lo único que veo es el orificio negro del cañón.

12

—Nosotros no… —Charlie intenta decir algo, pero no puede.

Mi garganta se cierra y tengo la sensación de haberme tragado la lengua.

—¡Atrás! —grita el agente con cuello de toro, adentrándose en la caverna.

Mientras retrocedemos lentamente siento las piernas como si fuesen de gelatina. Miro a Charlie pero eso no hace más que empeorar las cosas. Su cara está blanca como la harina y tiene la boca completamente abierta. Como yo, lo único que pueda hacer es mirar fijamente el arma.

—Oficial… —balbuceo.

—¡Agente! —me corrige el hombre con cuello de toro.

—Lo siento… yo sólo…

—Tú debes de ser Oliver.

—¿Cómo sabe…?

—¿Realmente pensabas que podías salir dos veces del banco sin que te siguieran?

—¿Qué coño estás haciendo, Gallo? —grita Shep—. Estaba a punto de llevarles. Sólo necesitaba…

—¡No me vengas con esa mierda! —ladra Gallo y Shep se queda en silencio. Antes de que podamos reaccionar, Gallo se coloca entre Charlie y yo, con sus hombros nos obliga a separarnos. No demasiado apartados. Sólo lo suficiente para apuntar a Shep con su pistola—. No soy imbécil, Shep —dice Gallo—. ¡Sé lo que estabais tramando!

Dios mío, él piensa que nosotros…

—No es lo que parece —tartamudeo cuando Gallo se vuelve hacia mí—. ¡Estábamos a punto de regresar al banco! Lo juro, allí es donde…

—Basta —me interrumpe Gallo. Tiene un fuerte acento de Boston que no se disculpa por ninguna sílaba—. Se acabó, Oliver. ¿Lo entiendes? —Ni siquiera espera una respuesta—. Lo único que puede mejorarte el día es si nos ahorras un dolor de cabeza y nos dices dónde habéis escondido el dinero.

Es una pregunta sencilla. Revelar el secreto, entregar el dinero y dar el primer paso para recuperar nuestras vidas. Pero la forma en que Gallo ha hecho la pregunta… la ira contenida en su voz… la forma en que aprieta los dientes… cualquiera diría que tiene un interés personal. He visto suficientes acuerdos de divorcio para saber que se está cociendo algo.

Miro a Charlie, quien mueve ligeramente la cabeza. El también lo ha visto.

—Oliver, no es momento de hacerse el héroe —me advierte Gallo—. Ahora te lo preguntaré una vez más: ¿Dónde habéis escondido el dinero?

—¡No se lo digas! —grita Shep.

—¡Cierra la boca! —exclama Gallo.

—¡Cuando se lo hayas dicho, no nos quedará nada! —continúa gritando Shep—. ¡Es nuestra única baza para negociar!

—¿Quieres ver una baza para negociar? —explota Gallo con el rostro encendido de ira. Parado entre Charlie y yo, levanta el arma y apunta directamente a Shep.

—Venga, debes estar de broma —dice Shep.

—¿Qué hace? —pregunta Charlie, dando un paso hacia adelante.

—¡No te muevas! —grita Gallo, volviendo el arma hacia el rostro de Charlie. Mi hermano retrocede con las manos alzadas—. DeSanctis… —grita Gallo al agente rubio que está junto a la puerta.

—Le estoy apuntando —dice DeSanctis, apuntando con su pistola directamente a la espalda de Charlie.

Incapaz de volverse, Charlie me mira para tener una perspectiva de lo que sucede a sus espaldas.

«No te muevas», le digo con la mirada.

«No se lo digas», me responde él. Trata de mostrarse fuerte, pero veo la forma en que respira. Le falta aire.

—Es tu última oportunidad, Oliver —advierte Gallo—. Dime dónde está el dinero o empezaremos con Shep y continuaremos con tu hermano.

Charlie y yo nos miramos. Ninguno dice nada.

—Es un farol —dice Shep—. Nunca haría algo así.

Gallo sigue apuntando a Shep, pero no aparta la vista de mí.

—¿Estás seguro de que quieres correr ese riesgo, Oliver?

—Por favor, baje el arma… —imploro.

—No te dejes engañar —dice Shep—. Son del servicio secreto, no asesinos. No van a matar a nadie. —Se vuelve hacia el agente rubio que permanece junto a la puerta y añade—. ¿No es verdad, DeSanctis? Todos conocemos el procedimiento.

Gallo mira a DeSanctis, quien le devuelve uno de esos gestos imperceptibles con la cabeza que yo habitualmente reservo sólo para mi hermano. Conozco ese gesto. Comienzan a formarse nubes de tormenta. Aquí hay mucho más que un poco de dinero perdido.

Sin abrir la boca, Gallo quita el seguro de la pistola.

—Venga, Jim —dice Shep echándose a reír—. La broma ha terminado…

Pero como todos comprendemos al instante, Gallo no se ríe. Coge con fuerza la pistola y su dedo se desliza sobre el gatillo.

—Estoy esperando, Oliver.

Estoy completamente paralizado; tengo la sensación de que alguien se ha sentado en mi pecho. Me cuesta respirar. Si no hablo, apretará el gatillo. Pero como dijo Shep… si entrego el dinero, perdemos nuestra única posibilidad. Genial… es mejor que jugar con nuestras vidas.

—¡Díselo! —grita Charlie.

—¡No se lo digas! —me advierte Shep. Volviéndose hacia Gallo, añade—. ¿Podemos acabar con esto de una vez? Quiero decir, ya nos has cogido, ¿qué otra cosa esperas…?

Los dos hombres están frente a frente y Gallo esboza una leve sonrisa.

La expresión de Shep cambia por completo. Está muy pálido. Como si hubiese visto a un fantasma. O a un ladrón.

—Quieres quedarte con el dinero, ¿verdad? —dice.

Gallo no contesta. Sólo le apunta.

—¡No lo haga! —le ruego—. ¡Le diré dónde está el dinero!

—¿O sea que toda esa pasta era vuestra? —pregunta Shep—. ¿Quién te metió en esto? ¿Lapidus? ¿Quincy?

Pero la respuesta no llega. Gallo se humedece los labios.

—Adiós, Shep.

—Jimmy, por favor… —implora y su voz se quiebra—. Tú no… —No puede articular las palabras. Grande y corpulento como es, todo su cuerpo tiembla. Tiene los ojos llenos de lágrimas—. No en la cab…

—¡No…! —grita Charlie.

Gallo no vacila. Simplemente aprieta el gatillo.

13

—¡Por favor, no…! —grito.

Es demasiado tarde. El disparo sisea como un dardo lanzado con una cerbatana. Luego otro. Y otro. Los tres explotan en el pecho de Shep, haciendo que retroceda trastabillando hasta golpear contra la pared de hormigón. Se lleva ambas manos a las heridas, pero la sangre se derrama por todas partes. Cubre las manos y fluye a borbotones por la boca. Shep intenta respirar, pero sólo consigue producir un resuello vacío y húmedo. Sin embargo, permanece de pie… mirando a Gallo… a todos nosotros… con los ojos de un muerto. Están muy abiertos por el miedo, como un niño que sabe que está herido, pero aún no se ha decidido a llorar. Trastabilla, intenta dar un paso hacia adelante… trata de mantener su… venga, Shep… puedes conseguirlo…

Gallo levanta nuevamente el arma pero comprende que no necesita hacerlo.

Incapaz de sostener su propio peso, las piernas de Shep se doblan y, como si fuese un roble gigante, el hombre grande y corpulento cae hacia adelante, directamente sobre las agrietadas maderas del suelo. Y cuando golpea contra ellas, mientras el ruido se extiende a través del túnel oscuro, la madera tiembla, pero consigue soportar el cuerpo.

—¡Shep! —grita Charlie, echa a correr y cae de rodillas junto al cuerpo boca abajo de Shep—. ¿Estás bien? ¡Por favor, tío… por favor, tienes que estar bien! —Mirando a través de un mar de lágrimas, Charlie golpea suavemente el hombro de Shep, buscando alguna reacción. Nada, ni siquiera un espasmo—. Venga, Shep… sé que estás aquí… ¡por favor, tienes que estar aquí! —Ignorando el charco de sangre que se escurre por debajo del cuerpo de Shep, Charlie desliza las manos bajo el hombro y la cintura y trata de darle la vuelta.

—¡Charlie, no lo toques! —grito.

—¡Vosotros dos… que nadie se mueva! —vocifera Gallo.

Charlie suelta el cuerpo y Shep vuelve a caer de cara al suelo. La charca de sangre ya comienza a filtrarse entre las grietas de las planchas de madera. Aparto la vista y siento el vómito que me sube hasta la garganta. Entonces veo la jeringuilla junto a la cabeza de Shep. Charlie también la ve. Tiene los ojos muy abiertos. Lo ve como una oportunidad; yo lo veo como una estúpida manera de hacerse matar.

«No lo hagas», le advierto con la mirada.

A Charlie no le importa. Justo en ese momento, una oleada de adrenalina convierte la angustia en ansia de venganza. Intenta cogerla y…

—¡He dicho que nadie se mueva! —estalla Gallo, colocándose tras él. Se oye un click y Charlie mira por encima del hombro. Gallo apunta el arma a la espalda de mi hermano. DeSanctis, que sigue bloqueando la puerta, me apunta a mí.

—¡Charlie, escúchale! —le ruego con la voz ronca.

—Finalmente, alguien que tiene un poco de juicio —dice Gallo, volviendo su pistola hacia mí. Se acerca y mueve el cañón junto a mi mejilla—. Ahora volveré a preguntártelo, Oliver Ya sabes lo que estamos buscando. Sólo tienes que decirnos dónde está.

Incapaz de mover un músculo, miro por encima del hombro de Gallo. Detrás de él, Charlie sigue arrodillado en el suelo, preparado para explotar. Barre el lugar con la mirada, en busca de otra salida. Pero no importa dónde mire, sigue viendo a Shep. Yo también, y por eso no permitiré que nos suceda lo mismo.

—No seas estúpido, Oliver —me advierte Gallo—. Acepta la derrota y podréis marcharos de aquí.

—¡No le digas nada! —grita Charlie—. Si se lo dices nos dejará aquí tirados junto a Shep.

—¡Cierra la jodida boca! —dice Gallo, apuntando a Charlie.

Estoy completamente paralizado por el miedo. Charlie me despierta con una mirada. «No se lo digas», me advierte. «No le des nada.» El problema es que, no importa lo buena que pueda ser mi cara de póquer, Gallo ya conoce mi debilidad.

Con una sonrisa de hurón y sin dejar de apuntar a Charlie, Gallo prepara el arma y observa mi reacción.

—¿Cuánto vale tu hermano para ti, Oliver?

—¡Por favor, no…! —imploro, haciendo un esfuerzo para conseguir que mis palabras salgan de la boca.

Sin dejar nada al azar, DeSanctis se coloca detrás de mí y hunde el cañón de su arma en mi nuca.

Gallo acaricia el gatillo detrás de Charlie. El arma apunta a su cabeza, pero Gallo me mira a mí. Arrodillado junto al cuerpo sin vida de Shep, Charlie gira la cabeza y lucha por llamar mi atención. Mis ojos se vuelven vidriosos y un espasmo caliente asciende hasta mi garganta. Ambos conocemos el final. No importa lo que podamos darle a Gallo, él no permitirá que nos marchemos. No después de todo lo que hemos visto. Aun así, Charlie busca mi rostro, buscando alguna cosa… cualquier cosa… que nos saque de ahí. Pero no hay nada.

Other books

The Son by Marc Santailler
Life Support by Tess Gerritsen
A Personal Matter by Kenzaburo Oe
Bad as in Good by J. Lovelace
Gifts of the Blood by Vicki Keire
Frog by Claire Thompson