Los millonarios (59 page)

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Authors: Brad Meltzer

Tags: #Intriga

BOOK: Los millonarios
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—No se preocupe, no es una citación —le digo.

Lapidus da la vuelta al sobre y ve su propia firma garabateada en la tapa posterior.

Es la única razón por la que he venido hoy al banco…

Lapidus abre el sobre y despliega mi carta de recomendación para la Escuela de Administración de Empresas.

… quería ver su cara. Y que supiera que yo lo sabía.

Mantiene la vista fija en la carta, negándose a mirarme. Sólo su incomodidad hace que merezca la pena vivir cada uno de esos segundos. Dobla la carta, la mete nuevamente en el sobre y se dirige en silencio hacia la puerta.

—¿Adónde vas? —pregunta Quincy.

Pero Lapidus no le contesta. Es posible que Lapidus y Quincy nunca hayan estado involucrados en el dinero y en todo lo que sucedió, pero eso no les convierte en santos.

La reunión dura exactamente seis minutos. Cuatro años para construir esta vida. Seis minutos para borrarla de un plumazo. El abogado me pide que espere aquí mientras ellos recogen mis cosas.

Cuando se marchan, la puerta se cierra de golpe a sus espaldas, y yo miro hacia el vestíbulo a través de la ventana. Dos docenas de empleados apartan nuevamente la vista. El corte vendado que tengo en el estómago me duele cada vez que cambio de postura. Y mi nariz rota me duele cada vez que respiro. Pero esto duele mucho más.

Veinticinco minutos más tarde, nada ha cambiado. El zoológico sigue abierto. Hago un gesto con la cabeza en dirección a Jersey Jeff; finge no haberlo visto. Mary sale del ascensor y se niega a reconocer que estoy sentado a pocos metros. Durante cuatro años, me maté por mis compañeros, hice dinero para los clientes y me sumergí en cada pequeño detalle que el banco tenía que ofrecer. Pero en todos esos años, nunca hice un solo amigo.

Trato de no pensar en ello y me dedico a contemplar la mesa de juntas con incrustaciones de caoba. Es la misma mesa a la que me senté junto a mi primer cliente, quien llamó la atención de Lapidus y supuso mi traslado del primero al séptimo piso del banco. Hoy, mientras mis ojos recorren el diseño de la caoba antigua, inclino la cabeza y descubro un feo arañazo que recorre como una cicatriz el centro de la mesa. Nunca lo había visto antes. Pero apuesto a que siempre estuvo ahí.

Agotado finalmente por el juego de la espera, me levanto para marcharme. Pero justo cuando aparto el sillón, se oye que alguien golpea la puerta de la sala de conferencias.

—Adelante —digo, aunque la puerta ya se está abriendo.

Cuando vuelve a cerrarse, examino la figura familiar que lleva dos cajas de cartón del banco. Sin saber muy bien qué decir, Joey se acerca y deja las cajas sobre la mesa. Una de ellas contiene libros de administración y mi lámpara de banquero de imitación barata, la otra está llena de Play-Doh y el resto de los juguetes de Charlie.

—Ellos… eh… me pidieron que te trajese estas cosas —dice con voz inusualmente tranquila.

Asiento y reviso el contenido de mi caja. El juego de pluma y bolígrafo de plata fina que compré con mi primera bonificación. Y el secante de cuero que compré cuando obtuve mi primer ascenso. Naturalmente, el reloj art déco que me regaló Lapidus no está ahí. Imagino que lo quitó de la pared la semana pasada.

—Lamento que no te hayan dejado subir —explica Joey—. Es sólo que después de todo lo que ha pasado, la compañía de seguros me pidió que…

—No, lo comprendo —la interrumpo—. Todo el mundo tiene que hacer su trabajo.

—Sí… bueno… algunos trabajos son más fáciles que otros.

—De eso no hay ninguna duda. —La miro a la cara. A diferencia de todos los demás, ella no aparta la vista. En cambio, permanece conmigo… estudiando… absorbiendo mi reacción. Es la primera vez que la veo tan cerca… y sin un arma en la mano—. Escuche, señorita Lemont…

—Joey.

—Joey —repito—. Yo sólo… yo sólo quería darle las gracias por lo que ha hecho. Por mí… y por Charlie.

—Oliver, lo único que he hecho ha sido contar la verdad.

—No estoy hablando del testimonio… quería decir con Shep. Con el hecho de salvarnos…

—Casi consigo que les maten a los dos. Esa parodia de estar hablando con Lapidus por teléfono…

—… era la única manera de averiguar lo que realmente estaba pasando. Además, si no hubiera llegado cuando lo hizo… Y luego con la medicación de Charlie…

—Como tú mismo has dicho, todos hacemos nuestro trabajo —añade con una sonrisa. Es la única sonrisa que he visto en todo el día. Y significa mucho más de lo que ella nunca sabrá.

—¿Y qué pasará ahora? —le pregunto—. ¿Han podido recuperar todo el dinero?

—¿Dinero? ¿Qué dinero? —pregunta Joey echándose a reír—. Ya no hay ningún dinero… sólo una colección de unos y ceros asignados a un ordenador.

—Pero la cuenta en Antigua…

—Una vez que nos diste la ubicación, ellos enviaron de vuelta hasta el último céntimo; pero tú pudiste ver cómo diseñó Duckworth su gusano. Los tres millones… los trescientos millones… Nada de ese dinero era real. Sí, de acuerdo, los ordenadores pensaron que era real, y sí, consiguió engañar a todos los bancos a los que enviaron el dinero —ésa era la parte genial del programa— pero eso no significa que el dinero estuviese efectivamente allí. Saluda al frío dinero contante y sonante del futuro. Puede parecer un dólar, y actuar como un dólar, pero eso no lo convierte en un dólar.

—¿De modo que todas esas transferencias de Tanner Drew y todos los demás en el banco…?

—Simplemente fue la manera más simple de hacer que el dinero pareciera auténtico. Cuando lo examinas es algo realmente brillante. Completamente azaroso, completamente imposible de encontrar. La parte más difícil es que, una vez que el gusano entra en el sistema, penetra profundamente en él y se esconde.

—¿Cómo saben entonces qué es real y qué es falso?

—Ésa es la cuestión ahora, ¿verdad? Lamentablemente para nosotros es como hablar del viaje a través del tiempo. Una vez que Gallo trajo el programa y Shep lo introdujo en el sistema, el gusano se escondió tan profundamente que creó una realidad completamente nueva. Los tíos de tecnología han dicho que llevará meses limpiar el sistema. Confía en mí, Lapidus y Quincy pueden sonreír ahora, pero durante el próximo año de sus vidas, ellos —y cada uno de los clientes de este banco— estarán bajo una lupa del tamaño de Utah.

Joey lo dice para que me sienta mejor. Y aunque puedo imaginarme la cara de Tanner Drew cuando le comuniquen la verificación contable de su cuenta, no estoy seguro de que funcione.

—¿Qué hay de Gillian? —pregunto.

—¿Quieres decir Sherry?

—Sí, claro… Sherry. ¿Se sabe algo de su situación?

—¿Aparte del proceso? Lo sabes mejor que yo. Eres tú quien habla con el procurador general.

Tiene razón.

—Lo último que supe de ella fue que pagó la fianza justo a tiempo para asistir al funeral.

Joey permanece en silencio mientras comparto con ella las noticias. Ella sigue siendo la que apretó el gatillo sobre Shep, no importa el motivo. Aun así, es demasiado inteligente para permanecer en el lado negativo de los acontecimientos. Cambiando rápidamente de tema, me pregunta:

—¿Qué piensas hacer después de esto?

—¿Quieres decir después de cinco años de libertad condicional?

—¿Ése fue el arreglo final?

—Siempre que entreguemos a DeSanctis y Gilli… Sherry, nuestro testimonio nos deja libres.

Por la arruga que se forma en su frente, Joey se está preguntando si fue una decisión difícil. Nada en mi vida me ha resultado más fácil.

—¿Y qué hay de usted? —pregunto— ¿No le dan una bonificación o alguna clase de porcentaje por habernos atrapado a todos?

Ella sacude la cabeza.

—No cuando la que paga es una compañía de seguros de mala muerte —dice—. Pero siempre está el próximo caso…

Asiento, tratando de mostrar cierta compasión.

—¿Así que eso es todo? —pregunta Joey.

—Eso es todo —le digo.

Ella me mira como si yo no le hubiese contado todo.

—¿Qué? —pregunto.

Mirando por encima del hombro, se asegura de que no hay nadie escuchando.

—¿Es verdad que alguien te llamó para hablar de la compra de los derechos cinematográficos?

—¿Cómo se ha enterado?

—Es mi trabajo, Oliver.

Sacudo la cabeza y, por una vez, olvido la prudencia.

—Me llamaron. Dijeron que yo tenía un montón de argumentos secundarios, pero no les he vuelto a llamar. No lo sé… No todas las cosas tienen un precio.

—Sí… bueno, yo también tengo un montón de argumentos secundarios. Y lo único que te digo es que cuando busquen a alguien para mi papel, no permitas que sea alguna de esas tiernas reinas de belleza que siempre están con un móvil pegado a la oreja. A menos, claro está, de que sea una tocapelotas y tenga un cuerpo normal y, en la última frase, alguien le susurre: «Gracias, Perversa Joe.»

No puedo evitar una sonora carcajada.

—Haré lo que pueda.

Joey se dirige hacia la puerta y la abre de golpe. Cuando está a punto de marcharse, se vuelve y añade:

—Realmente siento que tuvieran que despedirte, Oliver.

—Créalo, es lo mejor.

Me observa para decidir si estoy mintiendo… a ella y a mí mismo.

Indecisa, se vuelve nuevamente hacia la puerta.

—¿Estás preparado para irte?

Miro las dos cajas que descansan sobre la mesa de juntas. La de la izquierda contiene manuales de autoayuda, plumas de plata y un secante de cuero. La que está a la derecha tiene Play-doh y a Kermit la Rana. Las cajas no son grandes. Puedo cargar con ambas. Pero sólo cojo una.

Venga, Kermit, volvemos a casa.

Apoyo la caja de Charlie contra el pecho y dejo la otra atrás.

Joey la señala.

—¿Quieres que te ayude a llevar…?

Sacudo la cabeza. Ya no la necesito.

Joey asiente ligeramente, retrocede y sostiene la puerta abierta para que yo pueda pasar.

Atravieso el umbral y recorro el banco por última vez. Todo el mundo me mira. No me importa.

—Patéales el culo, muchacho —susurra Joey en mi oído.

—Gracias, Perversa Joe —le digo con una sonrisa.

Sin decir nada más me sumo a la multitud. Miro al frente y ya puedo oler el Play-Doh.

89

—¿Y? ¿Qué han dicho? ¿Ya acabó todo? —me ametralla Charlie en el instante en que entro en su habitación.

—Adivínalo —contesto.

Charlie asiente, mientras se incorpora en la cama y se pone bien el vendaje que le cubre la herida del hombro. Sabía que ocurriría. Si no nos despedían hubiesen sido unos verdaderos idiotas.

—¿No dijeron nada de mí? —pregunta.

Dejo caer a los pies de la cama los juguetes que tenía en su escritorio sobre su edredón infantil.

—Querían convertirte en socio del banco, pero sólo si podían conservar a tu Silly Putty. Naturalmente les dije que eso no era negociable, pero creo que podemos contraatacar con algunos coches Matchbox. Los buenos, por supuesto, no esos chismes de mierda.

Mientras acabo la frase, se muestra completamente desconcertado. Esperaba ese resultado. Pero no mi reacción.

—No es una broma, Ollie. ¿Qué haremos ahora? Mamá no puede mantener dos apartamentos.

—Totalmente de acuerdo. —Salgo de la habitación y regreso dos segundos más tarde arrastrando un enorme talego de lona verde militar. Con un gruñido, lo levanto para colocarlo sobre la cama, dejando que rebote junto a él—. Esa es la razón por la que los hemos reducido a uno. —Charlie abre la cremallera y contempla mi ropa, perfectamente doblada en el interior del talego.

—¿De modo que realmente lo has hecho? ¿De verdad vuelves a vivir aquí?

—Eso espero, acabo de gastarme veintitrés pavos en mi última carrera de taxi. Esas cosas te costarán una fortuna.

Entrecerrando los ojos, Charlie me observa atentamente.

—Muy bien, ¿cómo acaba el chiste?

—No sé de qué estás hablando.

—No, no, no —insiste—. No practiques conmigo ese juego, Monty. Yo estaba allí cuando encontraste ese apartamento y te mudaste. Recuerdo lo orgulloso que te sentías aquel día. En la universidad, todos tus amigos vivían en los dormitorios, y tú tenías que vivir en casa y coger el tren todos los días. Pero una vez que te graduaste… una vez que firmaste aquel contrato de alquiler y diste tu primer paso en el camino de ladrillos amarillos del éxito… sé lo que significaba para ti, Ollie. De modo que ahora que vuelves a mudarte a casa, no me digas que no estás destrozado.

—Pero no lo estoy.

—Pero no lo estás —repite, sin dejar de estudiar mi expresión. Puede ser un movimiento temporal, pero es bueno.

—¿Crees que en esta habitación aún pueden dormir dos? —pregunto, señalando la pirámide de altavoces donde estaba mi vieja cama.

—Dos está bien… me siento feliz de que no sean tres —dice con suspicacia.

—¿Y eso qué significa exactamente?

—Bueno, hace un rato llamó tu novia Beth. Dijo que tu teléfono estaba desconectado.

—Y…

—Y quiere hablar contigo. Dijo que habéis roto.

Esta vez no contesto.

—¿Quién rompió con quién? —pregunta Charlie.

—¿Acaso importa?

—De hecho, sí —dice, tocándose la fina costra que aún no ha desaparecido de su cuello.

—¿Desde cuándo eres tan tétrico?

—Limítate a responder la pregunta, Ollie.

No lo dirá, pero es evidente lo que mi hermano está buscando. La vida es siempre una prueba.

—Si hace que te sientas mejor, fui yo quien rompió con ella…

—¡Gracias, Señor, estoy curado…! —grita Charlie alzando su hombro—. ¡Mi brazo… funciona! ¡Mi corazón… late!

Pongo los ojos en blanco.

—Mmmmmm, cariño, ¿puedo entonar un aleluya?

—Sí, sí, ella también te echará de menos —digo—. ¿Ahora qué te parece si me ayudas a colocar el resto de mis cosas?

Charlie baja la vista y se lleva la mano al hombro.

—Oh, mi brazo… no puedo respirar.

—Venga, farsante, mueve el culo de la cama. Los médicos dicen que ya estás bien. —Retiro las sábanas y descubro que Charlie lleva tejanos y calcetines—. Eres realmente deprimente, ¿lo sabías? —digo.

—No, deprimente sería si tuviese puestas las zapatillas.

Sale de la cama de un salto, me sigue a la sala de estar y ve mi otro talego de lona, dos enormes cajas y algunos cartones de leche llenos de CD, vídeos y fotografías viejas. Eso es todo lo que me queda. El único mueble es el que traje anoche: mi cómoda de cuando me trasladé al apartamento. Pertenece a este lugar.

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