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Authors: Ann Radcliffe

Los misterios de Udolfo (19 page)

BOOK: Los misterios de Udolfo
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—Éste era el árbol favorito de mi querido padre —dijo—; le encantaba sentarse bajo sus ramas rodeado por su familia en las cálidas tardes del verano.

Valancourt comprendió cuáles eran sus sentimientos y se quedó callado. Si ella hubiera levantado la vista del suelo habría visto que había lágrimas en sus ojos. Se puso en pie, se apoyó en el muro de la terraza, del que se apartó al momento, volviéndose a sentar; se levantó de nuevo y se advertía claramente su gran agitación, mientras que Emily estaba tan desanimada que resultaron infructuosos sus repetidos intentos de renovar la conversación. Valancourt se había sentado, una vez más, pero seguía en silencio y tembloroso. Por fin dijo con la voz llena de dudas:

—¡Qué escena tan encantadora! Tengo que marcharme, que dejaros, ¡tal vez para siempre! Estos momentos no volverán jamás. No puedo decidirme a callar, aunque casi no me atrevo a decíroslo. Permitidme, sin embargo, sin ofender la delicadeza de vuestro dolor, que me aventure a declararos la admiración que siempre sentiré por vuestra bondad... ¡que en algún momento futuro pueda llamar amor!

La emoción de Emily le impidió contestar; y Valancourt, que por fin se atrevió a levantar la vista, observó el cambio que se había producido en su rostro y temiendo que se desmayara, hizo un esfuerzo involuntario por sostenerla, que forzó el que Emily recuperara el sentido de su situación y decayera su ánimo. Valancourt no pareció advertir su indisposición, pero cuando volvió a hablar su voz reflejaba la ternura del amor.

—No me atreveré —añadió— a insistir por más tiempo en este tema y a llamar vuestra atención sobre él en esta ocasión, pero, tal vez, me permitáis deciros que estos momentos anteriores a mi partida perderían mucha de su amargura si se me permitiera tener la esperanza de que la declaración que he hecho no me excluirá de vuestra presencia en el futuro.

Emily hizo un nuevo esfuerzo por superar sus confusos pensamientos y por poder hablar. Temía revelar la preferencia de su corazón hacia Valancourt y darle cualquier ánimo de esperanza tras el corto tiempo que hacía que se conocían. Aunque en ese breve período había observado que era admirable en sus gustos y en su disposición, y a pesar de que aquellas observaciones habían sido sancionadas con la opinión de su padre, no eran testimonios suficientes de sus valores para determinarla en un tema tan infinitamente importante para su futura felicidad como el que requería en aquel momento su atención. Sin embargo, aunque la idea de separarse de Valancourt le resultaba tan dolorosa que casi no se atrevía a pensar en ello, la conciencia del hecho la hizo temer ser parcial en sus juicios y la duda era más fuerte para decidirse a animarle en lo que solicitaba, para lo que su propio corazón también estaba tiernamente dispuesto. La familia de Valancourt, ya que no sus circunstancias, era conocida por su padre, sin que mereciera su oposición. De estas circunstancias, el mismo Valancourt dio algunas indicaciones dentro de los límites que permitía la delicadeza, cuando dijo que por el momento poco más tenía que ofrecerle que un corazón que la adoraba. Su petición era sólo de una alejada esperanza y ella no se decidía a prohibirla aunque no se atreviera a dar su consentimiento. Finalmente, Emily acumuló valor suficiente para decir que ella se sentía honrada por la buena opinión de cualquier persona que hubiera sido estimada por su padre.

—¿Así que fui merecedor de su estima? —dijo Valancourt, con la voz temblorosa por la ansiedad, tras lo cual, controlándose, añadió—: Pero perdonadme la pregunta. No sé lo que digo. Si pudiera tener la esperanza de que pensarais que merezco tal honor y me permitierais que alguna vez viniera a interesarme por vuestra salud, podría ahora dejaros con relativa tranquilidad.

Emily, tras un momento de silencio, dijo:

—Seré sincera con vos, porque sé que lo comprenderéis y tendréis en cuenta mi situación y considerad esto como una prueba de mi... mi estima. Aunque vivo aquí, en lo que era la casa de mi padre, vivo sola. No tengo pariente alguno cuya presencia pudiera sancionar vuestras visitas. No es necesario que os señale lo impropio de que os reciba.

—No puedo quedar insensible ante esto —replicó Valancourt y añadió con tristeza—, pero, ¿cómo podré consolarme? Os he preocupado y no volveré a tratar el tema, si puedo llevarme conmigo la esperanza de que se me permita volver a hablar de ello o de presentarme a vuestra familia.

Emily se sintió de nuevo confusa y llena de dudas sobre lo que debía contestar. Hacía todo más difícil la soledad de su situación, sin un solo familiar o amigo al que pudiera acudir o que pudiera ayudarla y guiarla en aquellas circunstancias tan embarazosas. Madame Cheron, que era su único pariente y que debía haber sido su amiga, estaba ocupada con sus propias diversiones o tan dolida por la negativa de su sobrina a abandonar La Vallée que parecía haberla abandonado totalmente.

—Ya veo —dijo Valancourt, tras una larga pausa, durante la cual Emily había comenzado y dejado inacabadas dos o tres frases—. Ya veo que no tengo esperanza alguna; mis miedos estaban demasiado justificados, no pensáis que sea merecedor de vuestra estima. ¡Qué viaje tan doloroso!, que yo consideré el período más feliz de mi vida y cuyos deliciosos días van a amargar todos los de mi futuro. ¡Cuántas veces los he recordado con esperanza y miedo, aunque nunca hasta este momento he podido comprender que lamentaría su encantadora influencia!

Se le quebró la voz y se levantó abruptamente para pasear por la terraza. Había en su rostro tal expresión de desánimo que Emily se sintió afectada. Las llamadas de su corazón se sobrepusieron, en alguna medida, a su extrema timidez, y, cuando él volvió a la silla le dijo con un acento que traicionaba su ternura:

—Sois injusto con vos y conmigo cuando decís que no os creo merecedor de mi estima. Tengo que reconocer que hace tiempo que la poseéis y... y...

Valancourt esperó impaciente a que terminara la frase, pero las palabras murieron en sus labios. Sus ojos, no obstante, reflejaron todas las emociones de su corazón. Valancourt pasó en un instante de la impaciencia de la desesperación a la del júbilo y la ternura.

—¡Oh, Emily! —exclamó—, mi Emily..., ayudadme a dejar en suspenso este momento! ¡Permitidme que lo señale como el más sagrado de mi vida!

Presionó la mano en sus labios, que estaba fría y temblorosa, y, al levantar los ojos, vio la palidez de su rostro. Las lágrimas acudieron como consuelo y Valancourt la contempló con un silencio ansioso. Poco después, Emily se recuperó y sonriendo levemente a través de sus lágrimas, dijo:

—¿Podréis perdonarme esta debilidad? Mi espíritu aún no se ha recobrado del todo de la terrible sacudida que he recibido tan recientemente.

—Yo soy el que no puede perdonarme —dijo Valancourt—, pero me prohibiré volver a hablar de ello, que ha contribuido a soliviantaros, ahora que me puedo marchar con la dulce certidumbre de poseer vuestra estima. —Entonces, olvidando su decisión volvió a hablar de sí mismo—. No sabéis —dijo— las horas inquietas que he pasado cerca de vos cuando pensaba si de verdad os acordabais de mí en la distancia. He caminado cerca del castillo, por las noches, cuando nadie podía observarme. Era feliz sabiendo que estaba cerca de vos y había algo especialmente dulce en el pensamiento de que yo caminaba a poca distancia de vuestra habitación, mientras vos dormíais. Todo este terreno no es totalmente nuevo para mí. Una vez me atreví a saltar la verja y pasé las horas más felices y también más melancólicas de mi vida al cruzar por debajo de lo que yo suponía que era vuestra ventana.

Emily le preguntó cuánto tiempo llevaba Valancourt en la vecindad.

—Varios días —replicó—. Pensaba servirme del permiso que me había dado monsieur St. Aubert, pero no sabía cómo hacerlo. A pesar de que lo deseaba ardientemente, mi decisión fallaba en el momento de acercarme y difería constantemente mi visita. Me hospedé en un pueblo a cierta distancia y recorría con mis perros estas escenas encantadoras, deseando continuamente encontraros y, sin embargo, no atreviéndome a haceros una visita.

Habían prolongado su conversación sin advertir el paso del tiempo. Valancourt, por fin, reaccionó.

—Debo irme —dijo entristecido—, pero lo hago con la esperanza de veros de nuevo, y que me sea permitido presentar mis respetos a vuestra familia; dejadme ir con esta esperanza confirmada por vuestra voz.

—Mi familia será feliz de ver de nuevo a un amigo de mi querido padre —dijo Emily.

Valancourt besó su mano y siguió inquieto sin decidirse a partir, mientras Emily permaneció sentada silenciosamente con los ojos fijos en el suelo. Valancourt, según fijaba su vista en ella, consideró que pronto sería imposible para él recordar, incluso en su memoria, la imagen exacta de la belleza de aquel rostro que tenía frente a él. En ese momento se oyeron unos pasos rápidos que se aproximaban por detrás del árbol y, al volver la cabeza, Emily vio a madame Cheron. Sintió cómo la dominaba el rubor y todo su cuerpo tembló con la emoción de su mente, pero se levantó al instante para recibirla.

—Qué agradable —dijo madame Cheron echando una mirada de sorpresa hacia Valancourt—, qué agradable. ¿Cómo estás? Pero no es necesario que pregunte, tu aspecto me dice que ya te has recuperado de tu pérdida.

—Entonces, madame, mi aspecto no me hace justicia, porque de mi pérdida no podré recuperarme nunca.

—Vamos, vamos. No discutiré contigo. Me doy cuenta que tienes el mismo carácter que tu padre y déjame decirte que habría sido mucho mejor para él, ¡pobre hombre!, si hubiera tenido otro diferente.

Una mirada de desagrado digno, como la que Emily dirigió a madame Cheron mientras hablaba, habría afectado a cualquier otra persona. No contestó, pero le presentó a Valancourt, que casi no pudo ocultar el resentimiento que sentía y a cuya inclinación de cabeza madame Cheron respondió con una ligera cortesía y con una mirada de examen penetrante. Después de unos minutos se despidió de Emily de un modo que expresaba muy claramente tanto la desesperación por su marcha como por dejarla en compañía de madame Cheron.

—¿Quién es ese joven? —dijo su tía en un tono que implicaba igualmente curiosidad y censura—. Algún admirador ocioso, supongo. Creía, sobrina, que tenías mayor sentido de lo que es propio como para recibir las visitas de un joven en tu situación actual. Permíteme que te diga que el mundo observa estas cosas y habla de ellas con intención, y con libertad.

Emily, extremadamente sorprendida por su desagradable comentario, intentó interrumpirla, pero madame Cheron prosiguió con toda la seguridad de una persona convencida de su poder.

—Es necesario que estés al cuidado de alguna persona más capaz de guiarte que tú misma. Por mi parte no me siento muy inclinada a la empresa, sin embargo, puesto que tu pobre padre me lo pidió, me preocuparé de tu comportamiento, incluso quedarás bajo mi cuidado. Pero permíteme que te diga, sobrina, que, a menos que decidas conformarte con mi dirección, dejaré de preocuparme por ti.

Emily no hizo intento alguno esta vez por interrumpir a madame Cheron, el dolor y el orgullo de su conciencia inocente le hicieron guardar silencio, hasta que su tía dijo:

—He venido para llevarte conmigo a Toulouse, y siento comprobar que tu pobre padre murió, después de todo, en tan lamentables circunstancias; sin embargo, te llevaré conmigo. Pobre hombre, siempre fue más generoso que precavido, puesto que en otro caso no habría dejado a su hija al cuidado de un pariente.

—No lo hizo así, espero, madame —dijo Emily calmosamente—, ni sus desgracias económicas fueron producidas por esa noble generosidad que siempre le distinguió. Los negocios de monsieur de Moteville podrán arreglarse, según confió, sin perjudicar profundamente a sus acreedores, y mientras tanto me sentiré muy feliz quedándome en La Vallée.

—No lo dudo —replicó madame Cheron con una sonrisa irónica—, pero no he de consentirlo, ya que veo cómo la necesaria tranquilidad y el retiro han restaurado tu ánimo. No te creí capaz de tanta doblez, sobrina, cuando me suplicaste que te permitiera permanecer aquí. Creí estúpidamente que era por una causa justa y no esperaba encontrarte en la tan desagradable compañía de este monsieur La Val... , he olvidado su nombre.

Emily no pudo seguir soportando aquellas crueles indignidades.

—Sí, era una causa justa, madame —dijo—, y ahora, más que nunca, siento la importancia del retiro que entonces solicité, y, si el propósito de vuestra visita es únicamente el añadir insultos al sufrimiento de la hija de vuestro hermano, bien podríais haberla evitado.

—Ya veo que me ha tocado una empresa difícil —dijo madame Cheron, enrojeciendo ligeramente.

—Estoy segura, señora —dijo Emily más calmada y tratando de contener sus lágrimas—, estoy segura de que mi padre no pensó que iba a suceder esto. Tengo la felicidad de estar segura de que mi conducta ante sus ojos ha sido como él tantas veces ha sentido la satisfacción de aprobar. Sería muy doloroso para mí tener que desobedecer a la hermana de un padre como el mío, y si creéis que la empresa será realmente tan difícil, lamento que se deba a vos.

—¡Muy bien!, sobrina, pero expresarse bien significa muy poco. Estoy dispuesta, en consideración a mi pobre hermano, a pasar por alto lo impropio de tu reciente conducta y tratar de cómo debe ser la de tu futuro.

Emily la interrumpió, rogándole que explicara a qué impropiedad se refería.

—¡Qué impropiedad! La de recibir la visita de un amante desconocido para tu familia —replicó madame Cheron, sin considerar la impropiedad de la que ella misma había sido culpable, al exponer a su sobrina a la posibilidad de una conducta tan errónea.

El rostro de Emily se cubrió de rubor; el orgullo y la ansiedad oprimieron su corazón y hasta que pudo recuperarse no comprendió que las apariencias justificaban en cierta medida las sospechas de su tía. Hasta ese momento no pudo decidir el intentar la defensa de su conducta que había sido tan inocente e impensada por su parte. Le contó cómo conocieron a Valancourt, las circunstancias en las que recibió el pistoletazo y su viaje juntos después de aquello, así como el modo accidental en que se habían encontrado la tarde anterior. Reconoció que había solicitado permiso para dirigirse a su familia.

—¿Y quién es ese joven aventurero? —dijo madame Cheron—. ¿Qué es lo que pretende?

—Eso es algo que debe explicar él mismo, señora —replicó Emily—, mi padre conocía a su familia y creo que es intachable.

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