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Authors: Ken Follett

Tags: #Novela Histórica

Los Pilares de la Tierra (138 page)

BOOK: Los Pilares de la Tierra
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—O sea que obtendrán la anulación.

—A menos que alguien esgrima el argumento contrario a Graciano. De hecho son dos, uno teológico y el otro práctico. El teológico alega que la definición de Graciano es denigrante para el matrimonio de José y María, ya que no fue consumado. El argumento práctico se refiere a aquellos matrimonios acordados por razones políticas o para unir dos fortunas, entre dos niños en edades en que físicamente son incapaces de consumar la unión. Si el novio o la novia llegaran a morir antes de la pubertad, de acuerdo con la definición de Graciano el matrimonio quedaría invalidado, lo que podría acarrear consecuencias muy embarazosas.

A William nunca le fue posible seguir las enrevesadas controversias clericales; pero tenía una idea bastante aproximada de cómo se solventaban.

—Lo que queréis decir es que lo mismo puede terminar de una manera que de otra.

—Sí.

—Y el resultado dependerá de quién ejerza una mayor presión.

—Sí. En este caso no hay nada que pueda influir sobre el resultado. No existen propiedades, no es cuestión de lealtad ni de alianza militar. Pero, si hubiera algo más en juego, y alguien, por ejemplo un arcediano, esgrimiera con fuerza el argumento contra Graciano, lo más probable sería que rechazaran la anulación. —Dirigió una mirada conocedora a William, quien se agitó incómodo—. Creo que puedo adivinar lo que ahora vas a pedirme.

—Quiero que os opongáis a la anulación.

Waleran entornó los ojos.

—No llego a entender si amas a esa infeliz mujer o la odias.

—Yo tampoco lo sé.

Aliena se encontraba sentada sobre la hierba, en la sombra verdeante debajo de la vigorosa haya. La cascada salpicaba a sus pies, sobre las rocas, gotitas semejantes a lágrimas. Era la cañada donde Jack le contaba todas aquellas historias. Allí era donde él le había dado aquel primer beso, de manera tan casual, y con tal rapidez que ella fingió que no había ocurrido nada. Allí era donde se había enamorado de él, negándose a admitirlo incluso a ella misma. Ahora deseaba de todo corazón habérsele entregado en aquel entonces, que se hubieran casado y tenido sus hijos. Ahora sería ya su mujer por mucho que intentaran impedirlo.

Se tumbó para descansar su espalda dolorida. Se hallaban en pleno verano. El aire era caliente y no se movía una brizna. Ese embarazo era muy pesado y todavía le quedaban por delante seis semanas. Se dijo si no iría a tener gemelos, aunque las patadas sólo las sentía en un lado y cuando Martha, la hermanastra de Jack había puesto el oído contra el vientre de Aliena, sólo había escuchado el latido de un corazón.

Aquel domingo por la tarde Martha se había quedado cuidando de Tommy a fin de que Aliena y Jack se encontraran en los bosques para estar solos un rato y hablar de su futuro. El arzobispo había rechazado la anulación, al parecer porque el obispo Waleran se había opuesto.

Philip dijo que podían volver a solicitarlo; pero que, entretanto, tenían que seguir viviendo separados. Estaba de acuerdo en que ello era injusto; no obstante, opinaba que debía ser la voluntad de Dios. A Aliena le parecía bastante mala voluntad.

La amargura de su pesar era un peso que llevaba consigo como su embarazo. A veces lo sentía de manera más consciente, mientras en otras ocasiones casi lo olvidaba. Pero siempre estaba allí. En algunos momentos, le hacía daño como un dolor habitual. Lamentaba haber hecho daño a Jack, lamentaba el que se hizo a sí misma, incluso lamentaba los sufrimientos del aborrecible Alfred, que ahora vivía de continuo en Shiring y jamás aparecía por Kingsbridge. Se casó con él con el único objeto de mantener a Richard en su intento por recuperar el Condado. Había fracasado en el logro de esa meta y habían contrariado su verdadero amor por Jack. Tenía ya veintiséis años, su vida había quedado arruinada. Todo por su propia culpa.

Recordó con nostalgia aquellos primeros días con Jack. Cuando lo conoció era un chiquillo, aunque, eso sí, fuera de lo corriente. Al crecer siguió pensando en él como en un muchacho. A eso se debió que la cogiera desprevenida. Había rechazado a todos los pretendientes; pero nunca pensó en que Jack fuera uno de ellos, y así había ido dejando que la conociera. Aliena se preguntaba por qué se habría resistido tanto a amar. Adoraba a Jack y no existía placer en su vida semejante al gozo de yacer con él. Sin embargo, hubo un tiempo en que cerró los ojos de manera deliberada a aquella maravillosa felicidad.

Cuando rememoraba el pasado, la vida antes de Jack le parecía vacía. Había trabajado frenéticamente para sacar adelante su negocio de lana. Pero, en la actualidad, aquellos días tan ocupados se le aparecían desprovistos de toda alegría, como un palacio vacío o una mesa servida con bandejas de plata y copas de oro aunque sin manjares.

Oyó pasos y se incorporó rápida. Era Jack. Estaba delgado y tenía buena apostura, como un gato escurridizo. Se sentó junto a ella y la besó suavemente en la boca. Olía a sudor y al polvo de la piedra.

—Hace tanto calor —le dijo—. Bañémonos en el río.

La tentación era irresistible.

Jack se quitó la ropa. Ella le observaba devorándolo con los ojos.

Hacía meses que no veía su cuerpo desnudo. En las piernas tenía mucho pelo rojo, pero nada en el pecho. Se quedó mirándola a la espera de que se desnudara. Aliena sentía timidez. Nunca la había visto cuando estuvo encinta. Deshizo lentamente el lazo del cuello de su vestido de lino y luego se lo sacó por la cabeza. Observó ansiosa la expresión de él, temiendo que aborreciera su cuerpo hinchado; pero Jack no mostró repugnancia alguna; bien al contrario, su mirada no expresaba más que cariño.
Debería de haberlo sabido,
se dijo.
Debería de haber sabido que me querría igual.

Con un rápido movimiento, Jack se arrodilló en tierra junto a ella y besó la piel tensa de su abultado vientre. Aliena rió turbada. Jack le rozó el ombligo.

—El ombligo te sobresale —comentó.

—¡Sabía que ibas a decírmelo!

—Solía ser como un hoyuelo... ahora parece un pezón.

Aliena volvió a sentir timidez.

—Vamos a bañarnos —propuso—. En el agua se sentiría más a gusto.

El remanso junto a la cascada tenía tres pies de profundidad.

Aliena se sumergió en el agua. La sentía deliciosamente fresca sobre su piel ardorosa y se estremeció de deleite. Jack llegó junto a ella. No había espacio para nadar. El remanso sólo tenía unos pies de ancho. Jack puso la cabeza debajo de la cascada para quitarse del pelo el polvo de la piedra. Aliena se hallaba a gusto en el agua, que la aliviaba del peso de su embarazo. Hundió la cabeza para limpiarse el pelo.

Al emerger de nuevo para respirar, Jack la besó.

Aliena balbuceó y rió jadeante, quitándose el agua de los ojos.

Extendió los brazos para mantener el equilibrio y una de sus manos se cerró sobre un duro vástago que sobresalía erecto entre las piernas de Jack semejante al asta de una bandera. Jadeó por el placer.

—He echado de menos esto —le dijo Jack al oído.

Tenía la voz ronca por el deseo y por alguna otra emoción, tal vez tristeza.

Aliena notaba la garganta seca por ese mismo deseo.

—¿Vamos a romper nuestra promesa? —le preguntó.

—Ahora y por toda la eternidad.

—¿Qué quieres decir?

—No viviremos separados. Nos vamos de Kingsbridge.

—¿Y qué harás?

—Ir a una ciudad distinta y construir otra catedral.

—Pero no serás maestro. Y no será tu proyecto.

—Acaso algún día encuentre otra oportunidad. Soy joven.

Tal vez fuera posible, pero Aliena sabía que sería luchar contra corriente. Y Jack también lo sabía. Le conmovió hasta tal punto el sacrificio que quería hacer por ella que se le saltaron las lágrimas. Nadie la había amado así nunca y nadie más lo haría jamás. Pero no estaba dispuesta a que Jack renunciara a lo que más le gustaba hacer.

—No resultará —le dijo.

—¿Qué quieres decir?

—No voy a irme de Kingsbridge.

Jack se enfadó.

—¿Por qué no? En cualquier otro sitio podremos vivir como marido y mujer y a nadie le importará. Podemos incluso casarnos en una iglesia.

Aliena le acarició la cara.

—Te quiero demasiado para apartarte de la catedral de Kingsbridge.

—Eso lo he de decidir yo.

—Te quiero muchísimo, Jack, por tu ofrecimiento. El hecho de que estés dispuesto a renunciar al trabajo de tu vida para vivir conmigo es... Casi se me rompe el corazón al pensar cuánto debes amarme. Pero no quiero ser la mujer que te aparte del trabajo que tanto quieres. No estoy dispuesta a irme contigo de esa manera. Ensombrecería toda nuestra vida. Tú podrías perdonármelo, pero yo jamás lo haría.

La expresión de Jack era triste.

—Sé bien que cuando has tomado una decisión no hay nada que te haga cambiar. ¿Pero qué podemos hacer?

—Intentaremos otra vez la anulación. Viviremos separados.

Jack parecía desconsolado.

—Y vendremos aquí todos los domingos y romperemos nuestra promesa —terminó diciendo ella.

Jack se ciñó a ella y Aliena pudo sentir que Jack volvía a excitarse.

—¿Todos los domingos?

—Sí.

—Podrías quedarte encinta otra vez.

—Nos arriesgaremos. Y voy a empezar a fabricar tejidos como solía hacer. He vuelto a comprar a Philip la lana que no ha vendido y empezaré a organizar a la gente de la ciudad para que la hile y la teja. Luego, la abatanaré en el molino.

—¿Cómo has pagado a Philip? —preguntó Jack sorprendido.

—Todavía no lo he hecho. Le pagaré en balas de tela una vez que la haya confeccionado.

Jack asintió con la cabeza.

—Ha aceptado ese trato porque quiere que te quedes aquí y asegurarse así de que yo también me quede —comentó con amargura.

Aliena asintió.

—Pero aun así obtendrá con ella tela más barata.

—Condenado Philip. Siempre logra lo que quiere.

Aliena comprendió que había ganado.

—Te quiero —dijo besándole.

Él la besó a su vez, acariciándole todo el cuerpo, y deteniéndose anhelante en sus partes secretas.

—Pero necesito estar contigo todas las noches, no sólo los domingos —declaró dejando de acariciarla.

Aliena lo besó en la oreja.

—Un día lo estaremos —respondió con voz entrecortada—. Te lo prometo.

Jack se colocó detrás de ella, dejándose llevar por el agua, y la atrajo hacia sí de manera que sus piernas le quedaran debajo. Aliena separó los muslos y flotó suavemente quedando contra él, que le acarició los senos turgentes, jugueteando con sus inflamados pezones. Finalmente la penetró y ella se estremeció de placer.

Hicieron el amor en el fresco remanso, con lentitud y suavidad, acompañados por el ímpetu de la cascada. Jack rodeó con los brazos el vientre de Aliena, tocándola con sus hábiles manos entre las piernas, presionando y acariciando mientras entraba y salía. Nunca habían realizado antes nada semejante, no habían hecho el amor de esa manera en que podía acariciar al mismo tiempo todas sus partes más sensitivas. Y era muy diferente, un placer más intenso, tan diferente como el existente entre un dolor agudo y otro sordo. Pero acaso se debiera a que se sentía tristísimo. Al cabo de un rato, Aliena se abandonó a aquella sensación. Su intensidad aumentó con tal rapidez que el orgasmo la cogió por sorpresa, asustándola casi. Se sintió sacudida por espasmos de placer tan convulsos que la obligaron a gritar.

Jack permanecía dentro de ella, duro, insatisfecho, mientras Aliena contenía el aliento. Jack estaba quieto, ya sin empujar; pero Aliena se dio cuenta de que no había alcanzado el clímax. Al cabo de un rato empezó a moverse de nuevo, alentándolo; pero él no reaccionó. Aliena volvióse y lo besó por encima del hombro. En su cara el agua era cálida. Estaba llorando.

Quinta Parte (1152-1155)
Capítulo Catorce
1

Jack acabó los cruceros, los dos brazos de la cruz que formaba la planta de la iglesia. Había tardado siete años. Aquello era cuanto él había soñado. Perfeccionó las ideas de Saint-Denis, haciéndolo todo más alto y estrecho. Los grupos de fustes de los estribos se alzaban gráciles a través de la galería y se convertían luego en los nervios de la bóveda, curvándose hasta unirse en el centro del techo. Las elevadas ventanas ojivales inundaban de luz el interior. Las molduras eran preciosas y delicadas, y la ornamentación esculpida componía un denso follaje de piedra.

Sin embargo en el presbiterio descubrió unas grietas.

Permanecía en pie en el alto pasaje del presbiterio, mirando a través del vacío del crucero norte, cavilando. Era una deslumbrante mañana primaveral. Se sentía desconcertado y frustrado. De acuerdo con el profundo saber de los albañiles, la estructura era fuerte. Pero una larga fisura revelaba alguna debilidad. Su bóveda era más alta que cualquier otra que él hubiera visto jamás, pero no hasta el punto de poner en peligro la estructura. No había cometido la equivocación de Alfred colocando una bóveda de piedra en una edificación que no había sido construida para soportar ese peso. Sus muros habían sido concebidos para una bóveda de piedra. No obstante, habían aparecido grietas en el presbiterio, más o menos en el mismo sitio en que el techo anterior se había derrumbado.

Pero Alfred había cometido un error de cálculo, y Jack estaba completamente seguro de no haber incurrido en la misma equivocación. Algún nuevo factor debía de haber intervenido en la falla y Jack ignoraba cuál podía ser.

No resultaba peligroso, al menos a corto plazo. Habían rellenado las grietas con argamasa y no volvieron a aparecer. La edificación era segura. Pero también débil; y para Jack esa debilidad lo estropeaba todo. Quería que su iglesia perdurara hasta el Día del Juicio Final.

Salió del trifolio y bajó la escalera de la torreta hasta la galería, donde había preparado el suelo para sus dibujos, en la esquina en la que entraba buena luz a través de una de las ventanas del pórtico norte. Empezó a dibujar el plinto de un pilar de nave. Dibujó un diamante; luego, un cuadrado dentro del diamante y, finalmente, un círculo en el interior del cuadrado. Los principales fustes del pilar emergerían de los cuatro puntos del diamante y ascenderían por la columna, para distribuirse luego hacia el norte, el sur, el este y el oeste, convertidos en arcos o nervios. Otros fustes secundarios, saliendo de las esquinas del cuadrado, se alzarían también para convertirse en nervios de bóveda, atravesando en diagonal la de la nave central, por un lado, y la de la lateral, por el otro. El círculo en el centro representaba el núcleo del pilar.

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