Los viajes de Tuf (3 page)

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Authors: George R. R. Martin

Tags: #Aventuras, #Ciencia ficción

BOOK: Los viajes de Tuf
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Jefri Lion, cuya flota plateada había sido la primera en desaparecer del tablero en cada partida jugada durante la última semana, carraspeó levemente con aire de incomodidad.

—Sí, ya... esto, Tuf, yo... —empezó a decir.

Fue oportunamente salvado por un repentino chillido y un chorro de maldiciones que surgió del compartimiento contiguo.

Haviland Tuf se puso en pie de inmediato y Rica Danwstar le imitó una fracción de segundo después.

Salieron al pasillo justo cuando Celise Waan salía a la carrera de uno de los camarotes, persiguiendo a una veloz silueta blanca y negra que pasó junto a ellos como un rayo para meterse en la sala de control.

—¡Cogedle! —les gritó Celise Waan. Tenía el rostro muy rojo e hinchado y parecía furiosa.

La puerta era pequeña y Haviland Tuf muy grande.

—¿Se me permite inquirir para qué? —preguntó, bloqueando la entrada.

La antropóloga extendió la mano izquierda: en su palma había tres arañazos no muy largos pero sí bastante profundos, de los cuales empezaba a brotar la sangre.

—¡Mirad lo que me ha hecho! —gritó.

—Ya veo —dijo Haviland Tuf—. Y a ella, ¿qué le ha hecho?.

Kaj Nevis salió del camarote con una sonrisa levemente sardónica en los labios.

—La cogió para arrojarla al otro lado de la habitación —dijo.

—¡Estaba encima de mi cama! —dijo Celise Waan—. ¡Quería echarme un rato y esa condenada criatura estaba dormida en mi cama! —Giró en redondo, encarándose con Nevis—. Y tú, será mejor que borres esa sonrisita de tu cara. Ya es bastante malo vernos obligados a vivir uno encima de otro en esta nave tan miserable como angosta, pero a lo que sencillamente me niego es a compartir el escaso espacio existente con los sucios animalejos de este hombre imposible. Y todo esto es culpa tuya, Nevis. ¡Nos metimos en esta nave por tu causa! Ahora debes hacer algo: exijo que obligues a Tuf a que nos libre de esas sucias alimañas. Lo exijo, ¿me has oído?

—Discúlpame —dijo Rica Danwstar, que estaba inmóvil detrás de Tuf. Él se volvió a mirarla y se apartó un poco—. ¿Te referías quizás a una de estas alimañas? —preguntó sonriente, mientras avanzaba por el pasillo. Con la mano izquierda sostenía a un gato, mientras le acariciaba suavemente con la mano derecha. El gato era un animal bastante grande, de pelaje largo y grisáceo. Sus ojos arrogantes brillaban con una leve luz amarilla. Debía pesar sus buenos diez kilos pero Rica lo sostenía tan fácilmente como si hubiera sido un gatito recién nacido—. ¿Qué estás proponiendo que haga Tuf con el viejo Champiñón, aquí presente? —le preguntó en tanto que el gato empezaba a ronronear estruendosamente.

—El que me hizo daño fue el otro, el blanco y negro —dijo Celise Waan—, pero ése es igual de perverso. ¡Mirad mi cara! ¡Mirad lo que me han hecho! Casi no puedo respirar, estoy a punto de caer gravemente enferma y cada vez que intento reposar unos minutos, me despierto con uno de esos animales encima de mi pecho. Ayer estaba tomando un pequeño refrigerio; me distraje un momento y ese animal blanco y negro volcó mi plato y empezó a jugar con mis bollos sazonados por el suelo, ¡Como si fueran juguetes! Con estas bestias por aquí nada está a salvo. Ya he perdido dos lápices luminosos y mi mejor anillo rosado. Y ahora esto, ¡este ataque! Realmente, esto ya es intolerable. Debo insistir en que esos condenados bichos sean encerrados inmediatamente en la bodega con las mercancías, inmediatamente, ¿me habéis oído?

—Por fortuna gozo de una audición perfecta —dijo Haviland Tuf—. Si los objetos que faltan no han aparecido al final del viaje, será un placer para mí reembolsarle su valor. La petición hecha en lo tocante a Champiñón y Desorden, sin embargo, debo rechazarla con todo mi sentimiento.

—¡Viajo como pasajera en esta ridícula nave espacial! —le gritó Celise Waan.

—¿Debo consentir que se insulte tanto a mi inteligencia como a mis oídos? —replicó Tuf—. Señora, vuestra condición de pasajera resulta de lo más obvio y no es necesario que me lo recordéis. Sin embargo, espero que me sea permitido a mi vez recordar que esta pequeña nave que, con tanta libertad habéis insultado, es mi hogar y mi medio de vida, por pobre que sea. Lo que es más, en tanto que sois una pasajera de esta nave y por ello tenéis derecho a gozar de ciertos derechos y prerrogativas, Champiñón y Desorden deben poseer lógicamente unos derechos mucho más amplios y consistentes dado que la nave, por decirlo así, constituye su morada habitual y permanente. No tengo por costumbre aceptar pasajeros a bordo de mi Cornucopia de Mercancías Excelentes a Bajos Precios y, como ya habréis podido observar, el espacio disponible apenas si resulta adecuado para mis propias necesidades. Lamentablemente, en los últimos tiempos he sufrido varias vicisitudes profesionales y no me recato en confesar que mis recursos vitales se estaban aproximando a un punto muy poco satisfactorio cuando Kaj Nevis se puso en contacto conmigo. Me he esforzado al máximo para acomodarles a todos a bordo de esta nave tan injustamente despreciada, llegando al extremo de ceder mis camarotes para satisfacer ciertas necesidades colectivas y he instalado mi pobre lecho en la sala de control. Pese a mis innegables penurias económicas, estoy empezando a lamentar profundamente el estúpido impulso altruista que me hizo aceptar este viaje, especialmente teniendo en cuenta que el pago recibido apenas si ha bastado para la compra de combustible y provisiones para el viaje, así como para el pago de las tasas portuarias de ShanDi. Empiezo a temer que os habéis aprovechado maliciosamente de mi buena fe pero, con todo, soy hombre de palabra y haré cuanto esté en mi mano para haceros llegar a vuestro misterioso destino. Sin embargo, y durante el trayecto, me veo obligado a pedir que se tolere a Champiñón y Desorden al igual que yo tolero ciertas presencias a bordo.

—¡Bueno, pues no pienso hacerlo! —proclamó Celise Waan.

—No me cabía duda alguna de que... —dijo Haviland Tuf.

—No voy a soportar más tiempo esta situación —le interrumpió la antropóloga—. No hay necesidad alguna de que estemos amontonados en un camarote como los soldados en un cuartel. Esta nave no parecía tan pequeña desde el exterior. ¿Adónde conduce esa puerta? —preguntó, extendiendo su rechoncho brazo.

—A las zonas de carga —dijo Haviland Tuf con voz inmutable—. Hay dieciséis y debo admitir que incluso la más pequeña de ellas es dos veces tan grande como mi austero aposento.

—¡Ajá! —dijo Celise Waan—. ¿Y llevamos carga?

—El compartimiento dieciséis contiene reproducciones en plástico de máscaras orgiásticas Cooglish, que desgraciadamente fui incapaz de vender en ShanDellor, situación que expuse con toda sinceridad a Noah Wackerfuss a la que respondió ofreciéndome un precio tan bajo que me dejaba sin el menor margen de beneficio. En el compartimiento doce guardo ciertos efectos personales, equipo de naturaleza variada, ciertas piezas de colección y otros objetos heterogéneos. El resto de la nave se encuentra totalmente vacío, señora.

—¡Excelente! —dijo Celise Waan—. En tal caso, vamos a convertir los compartimientos más pequeños en aposentos privados para cada uno de nosotros. Instalar camas no debería resultar demasiado complicado.

—Resultaría de lo más sencillo —dijo Haviland Tuf.

—Entonces, ¡que se haga! —replicó secamente Celise Waan.

—Como desee la señora —dijo Tuf—. ¿Desea también alquilarme un traje de presión?

—¿Cómo?

Rica Danwstar estaba sonriendo desde hacía rato.

—Esos compartimientos no están incluidos dentro del sistema de apoyo vital —le dijo—. No hay aire, ni calor, ni presión, ni tan siquiera hay gravedad.

—Deberías encontrarte muy a gusto ahí —dijo Kaj Nevis.

—Desde luego —dijo Haviland Tuf.

El día y la noche carecían de significado a bordo de una nave espacial, pero los viejos ritmos del cuerpo humano seguían con sus eternas exigencias y la tecnología no había tenido más remedio que amoldarse a ellas. Por ello la Cornucopia, como todas las naves espaciales, con excepción de las enormes naves de guerra que contaban con tres turnos de tripulación y los cruceros de lujo de las transcorp, tenía un ciclo de sueño, un período de oscuridad y de silencio.

Rica Danwstar se puso en pie y comprobó su aguijón siguiendo lo que ya era una costumbre. Celise Waan roncaba ruidosamente; Jefri Lion se agitaba en su lecho, ganando batallas dentro de los confines de su cerebro, y Kaj Nevis vagaba por entre sueños de riqueza y de poder. El cibertec también dormía, aunque el suyo era un sueño más profundo que el de los demás. Para escapar al aburrimiento del viaje, Anittas se había instalado en un catre, se había conectado al computador de la nave y luego se había apagado. Su mitad cibernética se encargaba de controlar y vigilar a su mitad biológica: su respiración era tan lenta como el avance de un glaciar e igualmente monótona, en tanto que su temperatura corporal había bajado y su consumo energético se había reducido prácticamente a cero. Pero los sensores de metal plateado que le servían de ojos de vez en cuando parecían moverse levemente, como si estuvieran siguiendo el rastro de alguna imagen invisible para los demás.

Rica Danwstar avanzó silenciosamente por la habitación. Haviland Tuf estaba solo en la cámara de los controles. Su regazo estaba ocupado por el gato de pelo grisáceo y sus manos, pálidas y enormes, se movían sobre las teclas del computador. Desorden, la gata blanca y negra de menor tamaño, jugaba a sus pies. Rica había cogido un lápiz luminoso y dirigía el haz hacia el suelo, moviéndolo de un lado a otro. Tuf no la había oído entrar, porque nadie oía nunca moverse a Rica Danwstar si ella no lo quería.

—Aún levantado... —dijo ella desde la puerta, apoyándose en el umbral.

Tuf hizo girar su asiento y la contempló con expresión impasible.

—Una deducción realmente extraordinaria —dijo—. Aquí estoy yo, activo y atareado, atendiendo a las constantes demandas de mi nave y, gracias al testimonio de ojos y oídos, es posible saltar, de modo fulgurante, a la conclusión de que no estoy dormido todavía. Unos poderes de razonamiento que me dejan atónito.

Rica Danwstar entró en la sala de controles y se tendió en el catre de Tuf, que aún permanecía intacto después del último ciclo nocturno.

—Yo también estoy despierta —dijo sonriendo.

—Apenas si puedo creerlo —le contestó Haviland Tuf.

—Pues será mejor que lo creas —dijo Rica—. No duermo demasiado, Tuf, sólo dos o tres horas cada noche. En mi profesión es algo muy útil.

—Sin duda —dijo Tuf.

—Claro que, a bordo de una nave espacial, es más bien un inconveniente. Me aburro, Tuf.

—¿Una partida, quizá? Rica sonrió.

—Quizá, pero de un juego distinto.

—Siempre estoy dispuesto a conocer un nuevo juego.

—Bien. Entonces, juguemos a las conspiraciones.

—No estoy familiarizado con sus reglas.

—Oh, son de lo más sencillo...

—Ya. Quizá tenga la amabilidad de extenderse un poco más al respecto...

El rostro de Tuf seguía tan inmutable como cuando Rica entró en la habitación.

—Nunca habrías podido ganar esta última partida, si Waan me hubiera apoyado en el instante en que se lo pedí —le dijo Rica con voz despreocupada—. Tuf, las alianzas pueden ser provechosas para todas las partes implicadas. A bordo de esta nave los únicos que no tenemos aliados somos tú y yo: a los dos se nos paga un sueldo y si Lion está en lo cierto respecto a la estrella de la plaga, los demás se repartirán un tesoro tan vasto que resulta casi imposible de concebir, en tanto que nosotros dos sólo recibiremos nuestros sueldos. Eso no me parece muy justo.

—La equidad suele resultar muy difícil de precisar y normalmente es aún más difícil de lograr —dijo Haviland Tuf—. Quizás albergue el deseo de que mi compensación sea más generosa pero, sin duda, muchos en mi lugar se quejarían de lo mismo. Pese a todo, mi sueldo fue negociado y aceptado en su momento.

—Las negociaciones siempre pueden reanudarse —le sugirió Rica Danwstar—. Nos necesitan. A los dos. Se me ha ocurrido que trabajando juntos quizá pudiéramos... bueno... insistir en unos términos mejores. Digamos que una parte completa de un reparto a seis bandas. ¿Qué piensas de ello?

—Una idea intrigante en favor de la cual hay muchos argumentos —dijo Tuf—. Algunos podrían arriesgarse a sugerir que no resulta demasiado ética, cierto, pero quienes gozan de una auténtica sofisticación intelectual siempre poseen una notable flexibilidad ética.

Rica Danwstar estudió durante un momento el pálido e inexpresivo rostro de Tuf y sonrió.

—No te gusta, ¿verdad, Tuf? En el fondo siempre juegas siguiendo las reglas.

—Las reglas son la esencia y el corazón de los juegos, si quiere decirlo así. Le otorgan estructura y significado a nuestras pequeñas competiciones.

—A veces es más divertido tirar el tablero al suelo de una patada —dijo Rica Danwstar—, y también puede resultar más efectivo.

Tuf formó un puente con sus manos ante la cara. —Aunque no me sienta demasiado satisfecho con mi escasa paga, he de cumplir mi contrato con Kaj Nevis. No deseo que en el futuro pueda hablar mal de mí o de la Cornucopia de Mercancías Excelentes a Bajos Precios.

Rica se rió. —Oh, Tuf, dudo que piense hablar mal de ti. De hecho, dudo que te nombre, ya sea para bien o para mal, una vez hayas cumplido tu función y sea posible prescindir de ti. —Le gustó ver que sus palabras habían hecho pestañear a Tuf.

—Ya veo —dijo Tuf.

—¿Y no sientes ninguna curiosidad al respecto? ¿No te interesa saber adónde vamos? ¿No quieres conocer la razón por la que Lion y Waan han mantenido en secreto el destino final, hasta encontrarnos todos a bordo? ¿O la causa de que Lion contratara una guardaespaldas?

Haviland Tuf acarició lentamente el largo pelaje de Champiñón, pero sus ojos no se apartaron ni un segundo del rostro de Rica.

—La curiosidad es mi gran vicio. Me temo que se ha dado cuenta de ello y ahora busca explotar mi debilidad.

—La curiosidad mató al gato —dijo Rica.

—Una idea de lo más desagradable, pero que me parece también muy improbable teniendo en cuenta la situación —comentó Tuf.

—Pero la satisfacción le hizo resucitar —añadió Rica—. Lion sabe que estamos metidos en un asunto de enormes dimensiones y altamente peligroso. Para conseguir sus fines necesitaban a Nevis o a una persona como él. Ya habían decidido un reparto entre cuatro, pero Nevis tiene el tipo de reputación que te hace dudar sobre si va a conformarse con ese reparto. Ésa es la razón de mi presencia aquí: debo ocuparme de que quede satisfecho con ello. —Rica se encogió de hombros y pasó los dedos por la funda de su aguijón—. Además, constituyo un seguro de vida contra cualquier otro tipo de complicaciones que pueden presentarse.

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