Mañana lo dejo (32 page)

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Authors: Gilles Legardinier

Tags: #Romántico

BOOK: Mañana lo dejo
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73

Xavier nos acompaña hasta la panadería. Durante el camino de vuelta la señora Bergerot no puede parar de reír y comentar la comedia que acabamos de interpretar. Yo no soy capaz de decir nada.

Sophie nos espera en la acera. Al ver el gran vehículo, Mohamed sale de la tienda. Cuando comprende que somos nosotros saca las tres cartas de un bolsillo.

—¿Todo ha ido bien? —me pregunta.

—Nadie tendrá problemas. Y eso ya es bastante.

—No pareces muy contenta.

—No tengo motivos para estarlo.

—Aquí tienes tus cartas. No sé qué contienen pero vistos los destinatarios, estoy contento de no haber tenido que enviarlas. Recupera los sellos antes de tirarlas.

—Gracias, Mohamed.

Lo abrazo.

Sophie se arroja sobre mí.

—¿Entonces?

—Nada. No puedo hacer nada por Ric.

—¿Y qué vas a hacer?

—Ni idea.

La abrazo.

—En todo caso jamás podré olvidar lo que has hecho por mí hoy. Si tengo una hermana, sin duda eres tú.

Vuelvo a abrazarla como si no fuera a verla nunca más.

—Pero ¿qué te pasa? Ya está hecho. ¡Y no ha sido tan difícil! Podrás decirle a Ric que por lo menos lo has intentado y que no es tu culpa, has hecho todo lo posible.

—Sophie, por favor, no borres las fotos de tu cámara. Serán un bonito recuerdo.

—¡Pensaba hacer incluso un póster y luego chantajearte con él!

—Malvada.

—Lianta.

—Te adoro.

Xavier se acerca.

—Lo siento, Julie, pero tengo que regresar al trabajo. Estoy hasta arriba.

Lo abrazo a él también. La acera cada vez se parece más a un andén de estación donde tiene lugar una emotiva despedida.

—Xavier, gracias por todo. Tu coche es una obra maestra y tú eres una persona maravillosa.

—No te preocupes, ha sido muy divertido. No sé muy bien cuál era tu intención con todo esto, pero espero que obtengas lo que buscas.

—Ver cómo me ayudabais, cómo habéis arriesgado tanto por mí…, es el mejor tesoro que he descubierto en ese museo. Tengo una suerte extraordinaria de teneros como amigos y me siento estúpida por querer algo más.

Voy a echarme a llorar sobre su disfraz. Él pone sus manos sobre mis hombros.

—Julie, si Ric no se da cuenta solo de lo fantástica que eres, avísame para que le ayude a abrir los ojos a base de patadas.

Nos separamos. Sophie y Xavier se meten cada uno en su coche. El de Sophie mide de largo como el de Xavier de ancho. El curioso cortejo desaparece al final de la calle entre pitidos.

—Cambiando de tema —me dice la ex mujer de negocios rusa—, tenemos que volver al trabajo.

—No sé cómo agradecérselo.

—No he hecho nada. Lo más duro fue aguantarme el pis.

Quiero abrazarla también pero no me atrevo.

—¿Puedo hacerle una pregunta?

—Claro, pero date prisa que dentro de poco es la hora de la salida de los colegios.

—¿Por qué aceptó tomar parte en una idea tan loca?

Duda, y luego dice con suavidad:

—¿Sabes, Julie? Nunca tuve la suerte de tener un hijo. Te conozco desde hace tiempo y que llegaras a la panadería ha sido como una bocanada de aire fresco. Tú eres la hija que Marcel y yo hubiéramos podido tener. Así que esta tarde he cometido de una sola vez todas las locuras que los padres suelen hacer por sus hijos. Y ahora corre a abrir.

La señora Bergerot se ajusta su abrigo y recoloca su peinado. No es que parezca una gran señora, es que lo es.

74

Siempre he mirado a la gente y las cosas sabiendo que antes o después las perderé. He fracasado en mi plan. Aun así pienso ir a ver a Ric para confesarle lo que he intentado. No creo que eso cambie la situación. Me basta con recordar la última mirada que me lanzó para tener miedo.

Llamo a su puerta. Termina por entreabrir.

—Julie, te dije que volvería yo a buscarte antes o después.

—Lo sé, Ric, recuerdo perfectamente todo lo que me dijiste. Pero necesito hablar contigo hoy. Y te prometo que ya nunca más volveré a molestarte.

Confundido, me deja entrar.

—No tengo mucho tiempo —dice.

«No me cabe duda».

—No me cabe duda, con eso que te traes entre manos.

Sorprendido, levanta una ceja.

—¿Qué quieres decir?

—Sé que pretendes entrar en la finca de los Debreuil para cometer un robo.

Palidece.

—Sé también que quieres el contenido de la vitrina diecisiete.

—Julie, ¿de qué estás hablando?

—No me interrumpas, por favor. Luego no volverás a saber de mí. Solo he venido a avisarte de que esa vitrina está vacía. No contiene ninguna joya. Quiero que sepas que jamás podrás entrar en esa habitación. Está protegida por una puerta blindada, guardias y muchos sistemas electrónicos.

Coge una silla y se sienta en ella. Yo sigo en pie.

—No tienes ninguna posibilidad, Ric. No sé cómo pensabas hacerlo, pero nunca lo lograrás. Había pensado en ofrecerte mi ayuda. Por ti hubiera sido capaz de reptar por los conductos de aire o vigilar. Pero es inútil.

—¿Cómo sabes todo eso? ¿Cómo conoces el lugar? ¿Trabajas para ellos?

—No, Ric. Esta tarde he estado allí por ti. Lo he visitado todo. Lo he visto todo.

—Pero bueno, ¿cómo lo has hecho?

—Eso no importa. Lo que cuenta es que he podido comprobar lo imposible de tu acción. Ric, olvídate de mí si quieres, pero te ruego que también olvides ese plan.

Presa de sentimientos tan violentos como contradictorios, se agita en su silla. Me mira:

—¿Por qué has hecho eso?

—Porque te amo, Ric. Porque prefiero arriesgarlo todo contigo a aparentar que soy feliz sin ti. Si desapareces, te llevarás mi vida contigo. Ya no tendrá ningún interés para mí. No sé la razón por la que quieres robar esas joyas y te confieso que esa pregunta me tortura desde hace meses. Pero a pesar de todo, sé quién eres. Lo sé por el modo en que hablas, corres e incluso duermes.

No sé si seré capaz de retener las lágrimas.

—No sé gran cosa, Ric. Lo que sé es que si te pierdo mi vida nunca será la misma. Habré dejado pasar mi oportunidad. Solo podré querer al resto del mundo a condición de que pueda quererte de una forma única. Estoy dispuesta a dejarlo todo para vivir contigo.

Él baja la cabeza, pero yo no he terminado.

—Llegados a este punto no me importa reconocerlo. Me pillé la mano en tu buzón para averiguar quién eras. Cada vez que me dices algo, yo lo retengo. Recuerdo todas tus miradas, cada beso que me has dado. No han sido tan numerosos. ¡Si supieras la cantidad de veces que he deseado que me tomes en tus brazos!

Apoya su cabeza entre las manos y suspira.

—¿Por qué no me lo habías dicho antes?

—¡Porque tenía miedo! ¡Miedo a perderte, miedo a que me rechazaras! Mira, por cierto, te he traído un pequeño recuerdo del museo.

Saco la bolsa de plástico que llevo una hora cargando.

—Como tú me regalaste un jersey de hombre, no te importará que yo te regale un bolso de mujer.

Le tiendo el viejo bolso. Se queda de piedra.

—Mira lo que había en la vitrina diecisiete. Nada con lo que puedas pagarte un viaje a las Bahamas.

Se queda quieto como una estatua.

—¿No lo quieres?

Lo dejo sobre la mesa. Bañada en lágrimas.

—Y ahora ya me voy. No te olvidaré nunca.

Tiende la mano para coger el bolso.

—No, Julie, quédate por favor. Tengo que hablar contigo.

75

Ric me mira y comienza a hablar con una voz que le cuesta dominar.

—Mis padres trabajaban como zapateros más al sur. Éramos un familia modesta. Mi madre iba por los mercados y hacía horas con los zapateros de la zona. Mi padre se pasaba los días en nuestro garaje, pegado a máquinas de segunda mano. Durante algún tiempo había trabajado en una fábrica de coches, pero tenía la impresión de que allí lo explotaban. Así que juntos decidieron vivir modestamente pero libres. En su tiempo de descanso solía fabricarme juguetes con los restos de cuero, fundas para mis pistolas de plástico, animales fantásticos, disfraces. Me encantaba observarlo. Con él aprendí que el trabajo siempre debe poseer un componente de amor. Había que verlo pasar la aguja a través de la piel, aplicar cuidadosamente el tinte, lustrar con delicadeza cada par de zapatos… Un día mis padres oyeron hablar de un concurso para una marca importante. Se trataba de idear el bolso del futuro. Decidieron conjugar su talento y dar lo mejor de sí mismos.

Pone su mano sobre el viejo bolso y lo acaricia suavemente.

—Julie, sin saberlo, me has traído lo que estaba buscando. Este bolso, más que un recuerdo, es una prueba.

Se levanta y va a buscar un cúter. Abre el bolso con cuidado y comienza a cortar el forro.

—Mis padres crearon este prototipo para Alexandre Debreuil. Él jamás les pagó. Les dijo que los contrataría. Pero no volvieron a saber de él. Unos años más tarde, en una visita al dentista, mi madre se puso a leer una revista. Y allí estaba, en un anuncio: el bolso que ellos habían creado. El resto pertenece a la historia. Los Debreuil amasaron una fortuna gracias a lo que mis padres habían creado. Mi padre no pudo soportarlo. Un cáncer se lo llevó un año más tarde. Mi madre perdió las fuerzas para seguir luchando. Se dedicó a mí en cuerpo y alma antes de dejarse consumir poco a poco. Y yo me juré que habría de vengarlos, que vería su honor restablecido. Y que llevaría a cabo el proceso que ellos no se habían atrevido a emprender.

Levanta el forro. Debajo de éste, trazadas con tinta en el interior del bolso, había tres firmas: las de Chantal y Pietro y, debajo de ellas, un dibujo de un perro y la firma de Ric. Al lado habían escrito: «Que este proyecto nos traiga por fin suerte». A Ric se le saltaban las lágrimas.

—Ya lo sabes todo, Julie. Vine aquí a recuperar lo que había pertenecido a mis padres y llevar ante la justicia a aquel que los había estafado. Pero lo que no había previsto es que en el camino te encontraría a ti. Llegué a plantearme olvidar mi venganza para poder vivir contigo. Pero la promesa que les había hecho a mis padres era demasiado fuerte. Así que preparé ese robo contigo pegada a mí.

—Pero ya no lo necesitas…

—No, gracias al riesgo que tú has asumido.

—¿Y qué vas a hacer ahora?

—Contar la historia a la prensa y a la justicia y esperar que me escuchen.

Parece agotado. Es como si la presión en la que llevaba años sumido se manifestara ahora a través de ese cansancio.

—Tengo ganas de llorar, de cantar, de arrojarme sobre ti y besarte.

«No me gusta cuando lloras. Tampoco me gusta cuando cantas, ya te oí en la boda de Sarah. Y sin embargo lo del beso…»

—Julie, ¿te gustaría vivir conmigo?

—Sí.

Lo que sigue es asunto nuestro. Pero tengo que confesar que le deseo a todo el mundo que aunque sea solo una vez en la vida experimente lo que yo sentí ese día. Aunque a veces todo parece ir mal, la vida siempre da nuevas oportunidades. Hasta los gatos podrían llegar a ser mis amigos. Son las 21.23 y estoy viva.

76

Prometo que yo no fui la culpable, aunque las apariencias indiquen lo contrario. El lunes pasado, cuando el miserable comercial de medicamentos falsos acababa de lavar su coche descapotable, un individuo surgió de las sombras y echó un cubo de caca de perro mientras él arrancaba. El agresor desapareció antes de ser identificado. El interior del coche no se pudo limpiar. Yo no tengo la culpa. De acuerdo, fui yo quien ideó aquello, y en la lista de mis sospechosos particulares se encuentran Xavier, Steve, Ric e incluso Sophie. Pero aún no he averiguado quién es el culpable.

Me he inscrito en un curso a distancia y la señora Bergerot me ayuda con la Economía.

Mohamed y ella han dejado de discutir desde que él tuvo que ser hospitalizado. Durante los días de su internamiento ella no se despegó de su cama. Julien y Denis han apostado que acabarán juntos.

Jamás volvimos a ver al señor Calant. Théo, el hijo de la librera, se ha tranquilizado desde que le van mejor las cosas con su novia. Lola sigue con el piano y va a dar un concierto en tres semanas. Todos iremos a verla.

Albane Debreuil ha aceptado un acuerdo económico para sofocar un escándalo que habría debilitado todavía más su empresa. Dentro de un mes, una vitrina del museo será dedicada a los padres de Ric y su trabajo.

En vacaciones Sophie se va a ir a Australia. El padre de Brian ha muerto. A pesar de la vergüenza que le da el alegrarse por tan mala noticia, no puede evitar sentirse esperanzada de que él contemple la posibilidad de venir a vivir aquí.

Léna ha tenido un accidente de coche, pero no le ha pasado nada. Los médicos dicen que su pecho le ha salvado la vida. Ya no sé qué pensar.

Géraldine está embarazada. Se pasa todo el día mareada, vomita a todas horas. La sucursal apesta. Incluso los clientes se han quejado. La última vez potó en el bollo que se iba a comer Mélanie. Yo traté de explicarle que tener un hijo es un milagro.

En cuanto a mí, ¿qué puedo decir? Quizá alguien se ría cuando vea que mi nombre es Julie Patatras, pero me da igual. Ric está conmigo. Todos los días me duermo una hora más tarde que él para poder contemplarlo. Es el hombre que yo creía. Su presencia me ayuda a saber además quién soy yo. Sé que la vida no es sencilla, que siempre habrá idiotas, cínicos, trabas e injusticias. Sé que las cosas rara vez son como deberían. Pero por encima de todo creo que en nuestra mano está mejorar nuestros destinos.

Cuidaos. Amad, arriesgad. No tiréis nunca la toalla. Un saludo afectuoso,

Julie

P.D.: No permitáis nunca que los gatos os convenzan de que los gorros peruanos os sientan bien.

Y para terminar…

Una de las últimas veces en las que mi padre y yo nos sentamos para hablar lo hicimos bajo un tilo, frente a un valle. Me dijo algo que no podría olvidar nunca: «Los hombres son estúpidos y las mujeres están locas. Pero a veces cuando se encuentran dan lugar a cosas muy bellas».

Nada en mi vida ha conseguido desmentir esa revelación.

Como soy un hijo adoptado sé que los lazos de sangre muchas veces no son los más fuertes. La gente a la que quiero, ya sea de mi familia o de mis amigos, me lo demuestra todos los días. Sé que nadie me espera en este mundo y que ser útil cada día es la mejor manera de que nunca me abandonen.

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