Authors: David Brin
—Lo siento, Toshio. El doctor Dart es todo tuyo. No olvides que yo me voy de aquí dentro de unos días. Serás tú quien tenga que... contentar a Charlie, cuando te pida que hagas turnos de treinta horas.
Toshio asintió con gravedad, intentando mantener una expresión seria mientras ella le estuviera mirando. Gillian sonrió burlonamente hasta que él no pudo evitar ruborizarse y sonreír también.
Apresurándose para llegar al puente antes del cambio de guardia, Akki tomó un atajo a través de la esclusa. Cuando se hallaba a mitad de la amplia sala notó que algo había cambiado allí.
Giró sobre su cabeza para detenerse. Sus pulmones-branquias le pesaban, y se maldijo a sí mismo por idiota, por ir dando tumbos a aquella velocidad cuando apenas había oxígeno suficiente.
Akki miró a su alrededor. Nunca había visto antes la esclusa tan vacía.
La canoa del capitán se había perdido en las Syrtes. Los pesados trineos y una parte del equipo se habían desplazado hasta la naufragada nave thenania. Y, ayer mismo, la teniente Hikahi había cogido el esquife.
La lancha, la última y mayor de las embarcaciones del Streaker, era el centro de una febril actividad. Varios fines de la tripulación usaban arañas mecánicas para cargar cajas en la pequeña nave espacial. Akki olvidó las prisas para llegar a su puesto y trazó unas cuantas espirales alrededor de la lancha.
Ascendió nadando hasta uno de los delfines que cabalgaban las arañas. El aparato transportaba una gran caja entre sus brazos-pinza.
—Hey, Sup-peh, ¿qué passsa aquí?
Akki siempre se expresaba con frases cortas y simples. Su forma de hablar ánglico en el oxiagua había mejorado, pero si un calafiano era incapaz de hablarlo con corrección, ¿qué podía esperarse de los demás?
—Ah, hola, ssseñor Akki —dijo el otro delfín, levantando la vista—. Pasa que han cambiado lasss órdenes.
Verificamos la lancha para utilizarla en el espacio, Y también hay que cargar esas cajasss.
—¿Y qué cont... cont...? ¿Qué hay dentro?
—Informesss del doctor Metz, parece —el tercer brazo manipulador de la araña señaló una pila de cartones impermeables—. Imagine, todos nuestros abuelos y sus descendientes están ahí, registrados en chips magnéticos. ¿No le da una sensación de continuidad-d-d?
Sup-peh era originario de la comunidad del Atlántico Sur, un clan muy orgulloso de su dicción. Akki se preguntaba si no habría cierta veleidad excéntrica en lo que parecía pura y simple torpeza.
—Creía que estabas en el grupo de avituallamiento que salió hacia la nave thenania.
Sup-peh era asignado por norma habitual a tareas que requerían poca precisión.
—Debía haber ido, ssseñor Akki. Pero no han salido más equipos. La nave está cerrada, ¿no lo sabía? Estamosss todos nadando en círculo hasta que se sepa algo más sobre el estado del comandante.
— ¿Qué? —dijo Akki, a punto de ahogarse—. ¿El comandante...?
—Tuvo un accidente durante una inspección fuera de la nave. Se electrocutó, creo. Lo encontraron cuando apenas quedaba aire en su respirador. Ha estado inconsciente desde entonces. Takkata-Jim está ahora al mando.
Akki se quedó de piedra. Estaba tan aturdido que ni se dio cuenta de que Sup-peh se giraba con brusquedad y regresaba a su trabajo a toda prisa al ver que una enorme forma oscura nadaba hacia él.
—¿Puedo ayudarle, señor Akki? —preguntó el gigantesco delfín, en un tono casi sarcástico.
—¡K'tha-Jon! —dijo Akki sacudiendo el cuerpo—. ¿Qué le ha pasado al comandante?
Había algo en su actitud que dejó helado a Akki. Y no era sólo el respeto fingido hacia su rango. K'tha-Jon recitó un breve gorjeo en ternario.
Sugestiones vienen
De que quieres
Saber mucho más.
Ve y pregúntale
A tu jefe,
Que te espera en la orilla.
Con un gesto casi insolente de uno de los brazos de su arnés, K'tha-Jon aleteó y se alejó nadando para ir a reunirse con su grupo de trabajo. El impulso de sus poderosas aletas empujó a Akki un par de metros hacia atrás. Akki sabía que era mejor no reprenderle. Algo en el ternario de triple sentido de K'tha-Jon le decía que sería inútil.
Decidió tomarlo como un aviso, y se giró a toda prisa hacia el ascensor del puente.
De pronto, se dio cuenta de que los mejores fines de la tripulación del Streaker estaban ausentes. Tsh't, Hikahi, Karkaett, S'tat y Lucky Kaa habían ido a la nave thenania. ¡Eso permitía que K'tha-Jon fuera el oficial de mayor rango!
Y también Keepiru se había marchado. Akki nunca creyó los rumores que corrían sobre el piloto. Siempre lo había considerado como el fin más valiente de la tripulación, y también el nadador más rápido. Lamentaba que Keepiru y Toshio no estuvieran ahora a su lado. ¡Ellos le hubieran ayudado a saber qué estaba pasando!
Cerca del ascensor, Akki encontró a un grupo de cuatro tursiops apiñados en un rincón de la esclusa sin hacer nada en particular. Sus expresiones eran taciturnas y yacían en lánguidas posturas.
—Sus'ta, ¿qué pasa aquí? —preguntó—. ¿No tenéis nada que hacer?
El marinero levantó la vista y torció la cola en un gesto que entre los delfines equivalía a encogerse de hombros.
—¿Cuál es el problema, ssseñor Akki?
—El problema es... ¡que hagáis vuestro trabajo! Vamos, ¿de qué tenéis tanto miedo?
—El comandante... —empezó a decir uno de los otros. Akki no le dejó terminar.
—¡El comandante sería el primero en decir que fuerais másss perseverantes! Cambió al ternario.
¡Concentraos en el lejano
Horizonte
De la Tierra!
Allí nos necesitan.
>Sus'ta parpadeó e intentó vencer su abatimiento. Los otros le imitaron.
—Sssí, señor Akki. Vamosss a intentarlo.
—Muy bien —asintió Akki—. Seguid el espíritu del Keneenk-k-k.
Entró en el ascensor y marcó el código del puente. Mientras las puertas se cerraban vio alejarse nadando a los fines, hacia sus puestos de trabajo, supuso.
¡Ifni! ¡Le había sido difícil mostrarse tan seguro cuando lo que en verdad buscaba era información! ¡Pero para darles confianza debía aparentar que sabía más que ellos!
¡Mordeduras de tortuga! ¡Motores estropeados! ¿Serán muy graves las heridas del capitán? ¿Qué oportunidad tendremos si Creideiki nos deja?
Decidió mostrarse lo más inofensivo y discreto posible, por un tiempo... hasta que supiera con exactitud qué sucedía. Sabía que un guardiamarina estaba en la situación más expuesta de todas, con las cargas y los deberes de un oficial y ninguna de las protecciones.
¡Y un guardiamarina era siempre el último en enterarse de lo que pasaba!
La excavación estaba casi terminada. El acorazado thenanio había sido escariado y reforzado. Pronto llenarían su vasta cavidad cilíndrica con la carga deseada y podrían partir.
Hannes Suessi saltaba de impaciencia. Estaba harto de trabajar bajo el agua. Y a decir verdad, estaba también harto de los fines.
¡Dioses, la de historias que podría contar cuando volviera a casa! Había dirigido brigadas de trabajo bajo los océanos de polución de Titán, ayudado a recuperar cometas adeninos en la Sopa Nebulosa, e incluso había trabajado con aquellos locos amerindios e israelitas que intentaban terraformar Venus. Pero nunca ningún trabajo le había mostrado como éste las leyes de la perversidad.
Casi todos los materiales con los que trabajaba eran de manufactura alienígena, con una extraña ductilidad y unas raras conductividades cuánticas. Tuvo que verificar por sí mismo la impedancia psiónica de casi todas las conexiones, y seguramente aquella maravilla enmascarada aún llenaría el cielo de parásitos telekinéticos cuando empezara a funcionar.
¡Fines! ¡Eso era lo peor de todo! Efectuaban la operación más delicada de un modo impecable, y luego empezaban a nadar en círculos dando gritos sin sentido en primal cuando la abertura de una escotilla provocaba particulares reflejos sonar.
Y cada vez que acababan un trabajo, llamaban al viejo Suessi. «Compruébalo, Hannes», le decían. «Asegúrate de que lo hemos hecho bien.»
Hacían verdaderos esfuerzos. No podían evitar sentirse como semiacabados pupilos de unos tutores lobeznos en una galaxia hostil, en especial cuando todo eso era cierto.
Suessi admitía que refunfuñaba por escuchar el eco de sus pensamientos en su propio cráneo más que por un motivo real. El Streaker había hecho un buen trabajo; aquello era en realidad lo que importaba. Estaba orgulloso de cada uno de ellos.
De cualquier modo, todo iba mucho mejor desde la llegada de Hikahi. Constituía un ejemplo para los demás, y su forma de hablar a los fines con parábolas Keneenk les ayudaba a concentrarse.
Suessi se incorporó sobre un codo. Su estrecha litera estaba a menos de un metro del techo, y sólo unos pocos centímetros separaban sus hombros de la escotilla de aquel camarote tan parecido a un ataúd.
Bueno, ya he descansado bastante, pensó; aunque le escocían los ojos y los brazos aún le dolían. Intentar dormir de nuevo carecía de sentido. Sólo hubiera contemplado el interior de sus párpados.
Suessi abrió la estrecha escotilla. Se protegió los ojos de la luz más intensa que bañaba el corredor de las cabinas. Luego, sentándose, dejó caer las piernas hada un lado. Se oyó un chapoteo.
Ugh. Agua. Excepto el último metro, cerca del techo, el esquife estaba lleno de agua.
Bajo la intensa luz de la crujía, su cuerpo se veía muy pálido. Me pregunto cuándo está previsto que desaparezca, pensó, deslizándose hacia el agua con los ojos cerrados. Nadó hacia el pasillo y cerró la puerta tras él.
Naturalmente, tendría que esperar a que bombearan antes de poder utilizar las instalaciones.
Un poco más tarde, llegaba a la sala de control de pequeña astronave. Hikahi estaba allí con Tsh't, contemplando el equipo de transmisiones. Discutían en una versión rápida y chillona del ánglico que le costaba comprender.
—¡Eh! —llamó—. Si queréis dejarme fuera de esto, muy bien. Pero si puedo ayudaros, será mejor que cambiéis a treinta y tres y un tercio. No soy Tom Orley. ¡No puedo seguir esa jerga!
Las dos oficiales delfines sacaron la cabeza fuera del agua mientras Suessi se asía al raíl del tabique más próximo. Los ojos de Hikahi se salieron casi de las órbitas al adaptarse a la visión binocular de la superficie.
—No estamos seguras de tener problemas, Hannesss, pero parece que hemos perdido contacto con la nave.
—¿Con el Streaker? —Las espesas cejas de Suessi se arquearon—. ¿Están siendo atacados?
—No lo creo —respondió Tsh't, balanceando con suavidad la parte superior de su cuerpo—. Yo había dejado el receptor encendido esperando saber si tenían noticias de Tom Orley y empezaban a mover la nave. No prestaba mucha atención, pero de pronto oí decir al operador que siguiéramos en línea... ¡y luego nada!
—¿Cuándo fue eso?
—Hace unas horas. He esperado el cambio de guardia, confiando que se tratara sólo de un fallo técnico. Luego he llamado a Hikahi.
—Desde entonces hemos estado comprobando los circuitos —concluyó la oficial superior.
Suessi nadó hasta el aparato para echarle un vistazo. Lo que debería hacer, desde luego, era abrirlo e inspeccionarlo a mano. Pero el material electrónico estaba precintado contra la humedad.
¡Si estuviéramos en caída libre y los fines pudieran trabajar sin toda esta maldita agua alrededor!
—De acuerdo —suspiró—. Con tu permiso, Hikahi, tendré que echar fuera de la sala de control a las fems oficiales para examinar este chisme. No molestéis a los fines que duermen en la bodega.
Hikahi asintió.
—Enviaré un grupo para que siga el monofilamento y vean si está intacto.
—Bien pensado. Y no te preocupes. Estoy seguro de que no es nada importante. Lo más probable es que sea cosa de duendes.
—Me temo que se han contentado con bajar a ese maldito robot ochenta metros más.
Ese jovencito, Toshio, sólo dedica unas pocas horas al trabajo, y luego siempre tiene que marcharse para ayudar a Dennie y a Gillian a hacer correr a sus nuevos pupilos a través de laberintos, u obligarles a recoger plátanos con cañas o cualquier otra cosa. ¡Te digo que es frustrante! La pequeña y estúpida sonda medio estropeada lleva los instrumentos más inadecuados para un trabajo geológico. ¿Te imaginas lo mal que funcionará cuando llegue a una profundidad decente?
Por un momento, la imagen holográfica del metalúrgico Brookida pareció fijar la mirada más allá de Charles Dart. Al parecer, el científico delfiniano consultaba sus propias pantallas. Para leer, cubría cada ojo con una lente correctora de astigmatismo. Se volvió para observar a su colega chimp.
—Charlie, hablas con mucha ssseguridad de enviar a ese robot aún más abajo en la corteza de Kithrup. Te lamentas de que «sólo» ha descendido quinientos metros. ¿Te das cuenta de que eso esss medio kilómetro?
Charlie se rascó la peluda mandíbula.
—¿Sí? ¿Y qué? La excavación tiene tan poca conicidad que puede muy bien bajar tanta distancia como la que ha recorrido hasta ahora. ¡Es un excelente laboratorio mineralógico! ¡Ya he descubierto mucho acerca de la zona subsuperficial!
—Charlie —suspiró Brookida—, ¿no tienes curiosidad en saber por qué la caverna bajo la isla de Toshio hasta los cien metrosss?
—¿Hmmm? ¿Qué quieres decir?
—Quiero decir que el llamado «árbol taladrador», que esss el responsable de esa excavación, no puede haber profundizado tanto sólo para buscar el carbono y los silicatos de los que se nutre. No esss posible...
—¿Cómo puedes saberlo? ¿Eres acaso ecólogo? —Charlie soltó una sonora carcajada—. Francamente, Brookida, ¿en qué basas tales suposiciones? ¡A veces me sorprendes!
Brookida esperó con paciencia a que el chimpancé dejara de reír.
—Las baso en el conocimiento de las leyesss de la naturaleza que tiene un profano bien informado, y también en la Navaja de Occam. ¡Piensa en el volumen de material extraído! ¿Ha sido arrastrado por las aguasss? ¿Se te ha ocurrido que existen decenas de miles de esas colinas metálicas a lo largo de esta placa tectónica, la mayor parte con su propio árbol taladrador... y que pueden existir millones de cavernas de una profundidad comparable formadas en tiempos geológicos recientes?
Dart empezó a reír con disimulo, pero luego se detuvo. Durante un instante, miró de hito en hito la imagen de su colega cetáceo; después, rió abiertamente. Golpeó la mesa con el puño.