Authors: David Brin
Gillian no podía angustiarse demasiado por apartar el fuego del lugar donde se encontraba Tom. En definitiva, le estaba devolviendo un favor.
—Muy bien. Elige una trayectoria. Quiero que vayamos hacia el este, sobre la eclíptica, tan pronto como la segunda flota termine de virar hacia la lancha.
—Sí, señor —farfulló Tsh't con un suspiro de impaciencia antes de nadar hacia el puesto del piloto y cambiar impresiones con Lucky Kaa.
Levantó la cabeza por encima del agujero en el que se había refugiado.
¿Dónde se habían ido todos, tan de repente?
Unos minutos antes, el cielo ardía con fuegos de artificio. A izquierda y derecha caían naves incendiadas. Ahora vio a unos cuantos rezagados, en lo alto del cielo, distantes, tomando la dirección sur.
Tardó unos momentos en darse cuenta de lo que estaba pasando.
Gracias, Jill, pensó. Ahora, atízales también de mi parte.
Takkata-Jim farfullaba de rabia. Estaba tan ocupado que no había podido revisar los controles de disparo. Desesperado, envió impulsos para cerrar de golpe los bloques de la memoria del ordenador. Por fin, algo funcionaba. El sistema de armas se desconectó.
Frenéticamente, hizo que la nave girara a la izquierda y ajustó al máximo la fuerza propulsora para escapar de la lluvia de torpedos.
Las dos flotas iban a reunirse rápidamente, y él estaba en medio.
Takkata-Jim intentó pasar por debajo de la segunda flota y detenerse tras ella, intentando mostrar con sus acciones lo que no había podido decir por radio: que buscaba protección.
¡Pero los mandos no respondieron! No pudo corregir el rumbo después de su última maniobra evasiva, por haber cerrado los bloques de memoria.
La lancha se lanzó en ángulo recto, para apartarse de las dos flotas que convergían.
Pero ambas viraron y le siguieron.
—Ahora —dijo ella.
El piloto no necesitaba que le insistieran. Ya había añadido la velocidad necesaria y ahora había aplicado plena potencia. Los motores del Streaker rugieron y salió de la atmósfera dejando una estela de ionización. La aceleración podía sentirse incluso a través del estasis, incluso en el puente lleno de agua.
El mar grisáceo desapareció bajo una capa de nubes blancas. El horizonte se volvió curvo, casi un arco. El Streaker entró en un océano de estrellas.
—Nos están siguiendo los combatientes del norte.
—¿Cuántos son?
—Unos veinte —Tsh't escuchó durante unos momentos su enlace neural—. Vienen en columna. A excepción de un grupo bastante grande de la retaguardia, parecen todos de la misma raza. Oigo los disparos. Se atacan unos a otros mientras nos persiguen.
—¿Cuántos hay en la retaguardia?
—Unos seis, supongo.
—Bueno, veamos qué conseguimos cuando aceleremos.
El planeta quedó tras ellos mientras Lucky Kaa lanzaba el Streaker en la dirección que Gillian había elegido.
Más allá del horizonte de Kithrup empezó una gran batalla. La masa del planeta la ocultó durante unos minutos, pero luego pudieron presenciarla.
A un millón de kilómetros de distancia, el espacio estaba tachonado de brillantes explosiones y terribles aullidos que atravesaban los escudos de protección psíquica.
—Esos muchachotes están peleando por Takkata-Jim. Eso nos permitirá salir del sistema antes de que las gran des flotas puedan darnosss alcance —comentó Tsh't.
Gillian asintió. El sacrificio de Toshio no había sido en vano.
—Ahora nuestro problema son esos pequeños tipos que nos siguen. Tendremos que deshacernos de ellos de algún modo. Tal vez podamos esquivarlos detrás de ese gaseoso planeta gigante. ¿Cuánto falta para llegar hasta allí?
—Es difícil de calcular, Gillian. Quizás una hora. No podemos forzar los motores dentro del sistema y además llevamos exceso de carga —Tsh't escuchó su enlace neural, concentrándose—. Los que nos siguen están casi parados, enfrentándose unos con otros.
Pueden ser abatidos, pero pienso que al menos dos de las naves principales nos alcanzarán cuando lleguemos al planeta gaseoso.
Gillian miró la pantalla holo. Kithrup había quedado reducido a una pequeña esfera en una esquina, y detrás de él se veían resplandores de combate. En aquel lado, una cadena de pequeños puntos mostraba a los perseguidores del Streaker.
En la parte superior de la pantalla, empezaba a formarse una brillante esfera de colores suaves. Era un enorme mundo de gas helado, muy parecido a Júpiter.
—Bueno, si podemos distanciarnos un poco, e intentar una emboscada.
—Gillian —dijo Tsh't mirándola de hito en hito—. Son naves de guerra. Y nosotros sólo tenemos una nave de exploración del tipo Snark.
—Exactamente, un sencillo Snark —sonrió Gillian—. El casco de la nave thenania que podrá hacer algo más que frenar nuestra velocidad. Y tal vez seamos capaces de intentar algo que nunca esperarían.
No dijo que, si se presentaba la ocasión, preferiría permanecer en el sistema durante un tiempo, por si se producía un milagro.
—¿Han sido fijados todos los objetos sueltos?
—Según el procedimiento habitual.
—Muy bien. Por favor, ordena a toda la tripulación que desaloje la crujía central. Y que se fijen a sí mismos en caso de que puedan.
Tsh't dio la orden y luego se volvió con expresión interrogante.
—Vamos a poca velocidad porque llevamos exceso de carga, ¿no es cierto? —explicó Gillian—. Empezarán a dispararnos antes de que lleguemos al gigante de gas. Dime Tsh't, ¿a qué se debe el exceso de carga?
—Al casco thenanio.
—¿Y a qué más?
Tsh't parecía asombrada.
Gillian la ayudó con una adivinanza.
El toque de vida,
La sustancia del movimiento,
Como el aire, que se olvida
Hasta que falta,
Tsh't la miraba parpadeando. Entonces lo captó. Sus ojos se ensancharon.
—Muy astuto, sssí. Es posible que funcione. Me alegra que me lo hayas dicho. La tripulación va a querer vestirse con la ropa apropiada.
Gillian quiso chasquear los dedos, pero el agua se lo impidió.
—Trajes espaciales. ¡Tienes razón! ¡Qué haría sin ti Tsh't!
—La batalla entre las flotas que aún quedan en liza parece haberse alejado del planeta —informó un guerrero paha—. Están persiguiendo a un navío muy grande.
La soro Krat, terminó de pelar la ciruela intentando disimular el temblor nervioso de su brazo izquierdo.
—¿Puedes identificar a la nave, perseguida?
—No parece ser nuestra presa. Es demasiado grande para ser la nave de la Tierra —el paha ignoró discretamente el alivio que le habían producido estas noticias a la Madre de la Flota—. Muestra primera hipótesis es que se trata de un crucero thenanio con grandes desperfectos, aunque...
—¿Sí? —preguntó Krat con malicia.
—Se comporta de un modo extraño —dudó el paha antes de proseguir— y sus motores parecen tener un tono tymbrimi. Está demasiado lejos para poder identificarlo.
—¿Cuál es nuestra situación? —gruñó Krat.
—Los tandu se desplazan en una ruta paralela a la nuestra. Ambos perseguimos a la patrullera de la Tierra y ninguno disparamos sobre ella excepto cuando se acerca demasiado a la trayectoria del adversario.
—Esa nave nos está alejando cada vez más del planeta —rugió Krat—, situándonos cada vez más lejos de la auténtica presa. ¿Habéis pensado que tal vez sea eso lo que pretende esa pequeña patrullera?
El paha lo estuvo meditando unos instantes y luego asintió.
—Sí, Madre de la Flota. Puede ser una treta lobezna o tymbrimi. ¿Usted qué sugiere?
Krat se sentía invadida por la frustración. Claro que era una treta. Y sin embargo, no podía abandonar la persecución, pues, si lo hacía, los tandu capturarían a la patrullera. Y cuanto más durase la caza, mayores serían las pérdidas en ambos bandos.
Lanzó la ciruela contra la pared. Se estrelló en el mismo centro de la espiral radiada del glifo de la Biblioteca. Un asombrado pila dio un salto y gritó consternado, luego la miró con insolencia.
—Transmita la llamada habitual de Tregua Número Tres —dijo Krat con aire disgustado—. Contactad con el Acechador tandu. ¡Tenemos que terminar con esta farsa y regresar al planeta de una vez!
El Acechador tandu preguntó al Entrenador una vez más:
—¿Puede levantar al Aceptador?
—No puedo. Ha entrado en estado orgásmico. Está sobreestimulado —dijo el Entrenador arrodillándose ante el Acechador y ofreciéndole su cabeza—. La manipulación operadora no ha tenido ningún éxito.
—Entonces, ¿no tenemos manera metafísica de investigar esa extraña persecución?
—No. Sólo podemos usar medios físicos. Las piernas del Acechador temblaron.
—Está bien, recoge tu cabeza. Y con tu última voluntad, colócala en mi vitrina de trofeos. El Entrenador asintió.
—Que la nueva que me crezca pueda serme de más utilidad.
—Eso espero. No obstante —sugirió el Acechador—, primero arréglatelas para entablar contacto con los soro. Deberé cortarme la pierna que utilice para hablar con ellos. Pero es necesario que hablemos ahora.
Buoult se arrancó con los dientes las espinas de su codo y luego las usó para peinar su cresta. ¡Sus suposiciones resultaron acertadas! Había conseguido apartar de la batalla a las seis últimas naves thenanias y llegar a tiempo al planeta para reintegrarse a la gran caza. Ante él, habían diez naves desvencijadas que iban a la caza de algo difícilmente identificable.
—Más velocidad —ordenó—. A los demás les falta coordinación. Mientras los tandu y los soro sigan tras el señuelo, nosotros somos el único escuadrón de cierta importancia en esta zona. ¡Debemos alcanzarles!
Muy por delante de los thenanios, un capitán gubru se arreglaba las plumas y cloqueaba.
—¡Los tenemos! ¡Ya tenemos a esa cosa enorme! ¡Y mirad, ahora que estamos cerca, ved que sus emanaciones son humanas! ¡Están volando dentro de la carcasa pero ahora estamos cerca y podremos mirar, ver y capturar lo que haya dentro de ese caparazón!
—Ahora estamos cerca y les cogeremos. Todavía podía producirse un fallo, naturalmente. Pero la derrota total sería inconcebible.
—Si no podemos cogerlos —se dijo—, debemos asegurarnos de que los hemos destruido.
Al frente brillaba el gigante gaseoso. El Streaker, con su exceso de carga, avanzaba pesadamente hacia él.
—Ellos creerán que nos acercaremos mucho en una ceñida hipérbole —comentó Tsh't—. Por lo general, ésta es una buena táctica cuando eres perseguido en un sistema planetario. Un rápido impulssso mientras giramos en torno al planeta puede convertirse en un importante cambio de dirección.
—Eso es lo que esperan —asintió Gillian—. Pero es lo que no haremos.
Vieron en las pantallas cómo aparecían tres puntos que crecían hasta tomar forma de figuras sólidas. Eran naves con horribles cicatrices de guerra y armas aún más horribles.
La gran masa del planeta invadía todo el espacio visible aunque, detrás, las naves continuaban creciendo.
—¿Se han amarrado todos los fines a un lugar seguro?
—Sssí.
—Entonces, elige tú el momento, teniente. Tienes más experiencia en batallas espaciales que yo. Ya sabes lo que queremos hacer.
—Lo haré, Gillian —asintió Tsh't chasqueando las mandíbulas.
Enfilaron hacia el planeta.
—Pronto. Pronto ssserán obligados —los ojos de Tsh't se estrecharon.
Se concentraba en imágenes sónicas, transmitidas a través de su enlace neural. El puente estaba en silencio, excepto por los chasquidos nerviosos del sonar de los delfines.
Gillian se acordó de otras situaciones tensas en naves humanas en las que los tripulantes silbaban entre dientes sin darse cuenta de que lo hacían.
—P-p-preparados —dijo Tsh't a la tripulación de máquinas a través del intercom.
Las naves que los perseguían desaparecieron durante unos minutos tras la curvatura del planeta.
—¡Ahora! —gritó para que Suessi la oyera—. ¡Abran la esclusa trasera! ¡Activen las bombas neumáticas! —Nadó hacia el piloto y le dijo—: ¡Suelta esa sonda de pega!
¡Aceleración lateral completa! ¡Aplica estasis para compensar el reflujo de gravedad hasta gravedad uno! Repito:
¡Dejad en la nave sólo un reflujo de gravedad!
La mitad de los paneles de control del puente vieron encenderse las luces rojas.
Advertida de antemano, la tripulación se agarró a las barandillas al tiempo que el contenido de la crujía central del Streaker salía despedido al vacío del espacio abierto.
El capitán gubru tenía problemas con una nave pthaca que se cruzaba en su camino.
El capitán consideraba la posibilidad de poner en práctica una maniobra para destruirla, pero el ordenador general reclamó súbitamente su atención.
—No han podido hacer eso —exclamó el capitán mientras contemplaba, incrédulo, el visor—. No pueden haber hecho una cosa así. ¡No se les puede haber ocurrido una trampa tan diabólica! ¡No pueden haber...!
Vio cómo la nave phtaca colisionaba, a una fracción considerable de la velocidad de la luz, con un obstáculo que tres minutos antes no estaba allí.
Era sólo un vapor difuso de partículas que se había cruzado en su camino. De forma inexplicable, se había topado con la nave de guerra pthaca que tenía unas pantallas de protección tan sólidas como muros. A cualquier fracción de la velocidad de la luz, una colisión era mortal.
—¡Virad! —ordenó el gubru—. ¡Disparad todos los proyectiles sobre la presa!
Se lanzaron rayos de energía incandescente, pero sólo golpearon una intangible pared que se alzaba entre los gubru y los terrestres, cuya nave giraba a toda velocidad.
—¡Agua! —trinó él gubru cuando leyó el análisis espectral—. ¡Una barrera de vapor de agua! ¡Una raza civilizada no habría encontrado ningún truco parecido en la Biblioteca!
¡Una raza civilizada nunca habría caído tan bajo! ¡Una raza civilizada nunca...!
Y volvió a gritar cuando su nave se estrelló contra una nube de copos de nieve arremolinados.
Aligerado en unos cuantos megatones, el Streaker describió un arco mucho más cerrado de lo que hubiera podido hacer unos minutos antes. Las esclusas estaban cerradas, y la nave se había ido llenando de aire lentamente. La antigravedad interna fue restaurada. Los tripulantes delfines, con sus trajes espaciales, regresaron a sus pues tos desde las salas del casco en donde se habían refugiado.