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Authors: Cilla Börjlind,Rolf Börjlind

Tags: #Intriga, #Policíaco

Marea viva (19 page)

BOOK: Marea viva
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Cerró la portezuela.

Eran cerca de las siete de la tarde cuando Olivia entró en su piso.
Elvis
estaba echado como una
pin up
de
Playboy
sobre la alfombra del vestíbulo, completamente despatarrado: exigía cariño. Olivia lo cogió en brazos y metió la cabeza entre el suave pelaje de su amado gato. Olía débilmente a la comida que le había dejado por la mañana. El minino se acomodó sobre su hombro, en su postura favorita, y empezó a mordisquearle el pelo levemente.

Con el gato así acomodado, sacó un zumo de la nevera y se sentó a la mesa de la cocina. De camino a casa desde Nacka había repasado el encuentro con Stilton mentalmente. Lo había hallado, por fin, y era un sin techo. Muy bien. Daba por supuesto que para eso había motivos que a ella no le incumbían. Pero seguía siendo una fuente de información crucial sobre el caso de la playa. Por lo visto, una fuente que carecía de interés en el caso. ¿O qué? Olivia podía dejar el caso, al fin y al cabo era un trabajo optativo, pero ella no era así.

Al contrario.

El encuentro con Stilton había conferido una nueva dimensión al caso, a ella y a su imaginación, que tan fácilmente se disparaba. ¿Tendría la transformación de Stilton, de comisario apreciado en desecho, algo que ver con el caso? ¿Habría descubierto algo seis años atrás que lo llevó a dejar su cargo y el cuerpo de policía? Aunque supuestamente lo había dejado por motivos personales. ¿O tal vez no?

—No solo.

Se lo había reconocido Åke Gustafsson cuando lo volvió a llamar para presionarlo un poco.

—Entonces, ¿por qué más?

—Hubo un conflicto relacionado con la investigación.

—O sea, que hubo una razón para que dimitiera, ¿no?

—Es posible.

La imaginación de Olivia no necesitaba nada más. «Es posible.» Que dimitiera porque surgió un conflicto con respecto a algo que tal vez tuviera que ver con el caso de la playa. O con algún otro caso de alguna manera relacionado con él. ¿En qué andaría Stilton cuando dimitió? ¿Había alguna manera de averiguarlo? Ya se había decidido. No soltaría a Stilton. Lo perseguiría con un soplete si era necesario. O mejor dicho, acudiría a la redacción de
Situation Stockholm
y averiguaría todo lo que pudiera acerca de Stilton.

Y luego volvería a ponerse en contacto con él.

Un poco más preparada.

Se volvieron a encontrar en las escaleras de Harald Lindberg. Tarde, poco después de la una de la noche, por casualidad. Stilton se disponía a bajar las escaleras por cuarta vez cuando Minken
el Visón
las subía.

Se encontraron en el segundo descansillo.

—Hola.

—¿Te duelen las muelas?

—Siéntate.

Stilton señaló un peldaño. El Visón reaccionó. Tanto por el duro tono empleado como por el hecho de que Stilton no se hubiera ido. ¿Quería hablar? El Visón miró el peldaño elegido y se preguntó cuándo debía de haber aterrizado en él la última cagada de perro. Se sentó. Stilton lo hizo a su lado, lo suficientemente cerca para que al Visón le llegara un tufo bastante desagradable a basura y amoníaco. Y a sudor, mucho sudor.

—¿Qué tal, Tom? —preguntó con su voz chillona.

—Han matado a Vera.

—¿Era la que vivía en la caravana?

—Sí.

—¿La conocías?

—Sí.

—¿Sabes quién lo hizo?

—No. ¿Y tú?

—¿Por qué iba a saberlo?

—En otros tiempos solías saberlo todo antes que la mayoría en cuanto había algo malo en danza. ¿Te has retirado?

Un comentario que habría sido merecedor de un rápido cabezazo para cualquiera salvo para Stilton. No se le daban cabezazos a Stilton. Así pues, el Visón se tragó su primer impulso y miró al alto y maloliente sin techo sentado a su lado. Durante unos años, los papeles habían estado cambiados, de manera contundente. Cuando el Visón se encontraba unos peldaños más abajo de la escala social y Stilton unos cuantos más arriba.

Ahora las cosas eran como eran. El Visón se tiró un poco de la coleta.

—¿Quieres que te ayude?

—Sí —dijo Stilton.

—De acuerdo. ¿Y qué piensas hacer si los encuentras?

—Saludarles de parte de Vera.

Stilton se puso en pie. Cuando hubo bajado dos peldaños, se volvió.

—Me podrás encontrar aquí por las noches, a esta misma hora. Da señales de vida.

Siguió bajando. El Visón se quedó donde estaba ligeramente sorprendido. Stilton parecía tener un aire nuevo, había cambiado, algo en su manera de moverse, y en su mirada.

Volvía a ser firme.

A estar en su sitio.

En los últimos años se había escurrido en cuanto alguien intentaba atraparla. Esta vez se había fijado directamente en los ojos del Visón y no se había desviado ni un milímetro.

Jelle volvía a tener la mirada de Tom Stilton.

¿Qué había ocurrido?

Stilton, por su lado, estaba satisfecho con el encuentro en las escaleras. Conocía al Visón y sabía de lo que era capaz. Uno de los escasos talentos del Visón era enterarse de las cosas. Un comentario aquí, una conversación escuchada allí, estar en constante movimiento en círculos muy diversos y atrapar pequeños fragmentos que luego unía hasta conformar un patrón. Un nombre. Un suceso. En circunstancias distintas podría haber sido un brillante analista de entornos.

En circunstancias muy distintas.

Sin embargo, el Visón había sacado provecho de su talento. Sobre todo desde que había entrado en contacto con el antiguo comisario de la Brigada Criminal, Tom Stilton. Este pronto se había dado cuenta de la manera en que podía aprovechar la capacidad de absorber información del Visón y de sus rajadas desmedidas.

—¡Yo no soy ningún soplón!

—Disculpa.

—¿Acaso me consideras un jodido chivato?

Stilton todavía recordaba la conversación. El Visón se había puesto furioso.

—Yo te considero un informador. ¿Cómo te ves tú? —dijo Stilton.

—Lo de informador está bien. Dos profesionales que intercambian experiencias suena mejor.

—Y tú, ¿a qué te dedicas?

—Soy equilibrista.

En este punto, Stilton se dio cuenta de que tal vez el Visón era un soplón más complejo que los demás que solía utilizar; tal vez valía la pena cuidarlo un poco más que a estos.

Un equilibrista.

Unas horas más tarde, Stilton atravesó el bosque de Ingenting cargado con una pequeña caja de cartón. Había olvidado el encuentro con el Visón. Iba concentrado en la deslucida caravana. En superar el reencuentro con ella. Había decidido mudarse allí.

De momento.

Sabía que la policía rondaba por el lugar y que el ayuntamiento quería retirarla. Sin embargo, el asesinato de Vera había echado un poco de gravilla en la máquina burocrática y, de esta manera, podría disponer de la caravana un tiempo.

Mientras fuera así, Stilton pensaba vivir allí.

Si era capaz de hacerlo.

Al principio no fue tan sencillo. La mera visión de la litera donde habían hecho el amor lo alteraba. Sin embargo, dejó la caja de mudanza en el suelo y se sentó en la litera de enfrente. En cualquier caso, la estancia no era húmeda. Había una lámpara, sitio donde dormir, y con un nuevo tubo y un poco de maña seguramente lograría poner en funcionamiento la cocina de gas. Las hormigas se la traían al fresco. Echó un vistazo en derredor. La policía se había llevado la mayoría de las pertenencias de Vera, incluido el dibujo de un arpón que él había trazado en su día. Allí mismo, sentado a la mesa de la caravana, cuando Vera quiso saber cómo había sido su infancia.

—¿Como un arpón?

—Más o menos.

Le había hablado un poco de Rödlöga. De criarse en casa de una abuela materna con muchas experiencias en su haber, tiempos pasados en los que había participado en la caza de focas y en robos a embarcaciones naufragadas. Vera se había empapado de cada una de sus palabras.

—Suena como una infancia feliz. ¿O qué?

—Fue feliz.

Ella no tenía por qué saber nada más. Nadie sabía nada más, salvo Mette y Mårten Olsäter y su antigua esposa. Pero eran los únicos.

Ni siquiera Abbas el Fassi sabía nada más.

Ahora mismo, Rune Forss estaría sentado en una dependencia de la comisaría, iluminada por fluorescentes amarillentos, contemplando el dibujo de un arpón y preguntándose si podía estar relacionado con el asesinato de Vera Larsson. Stilton esbozó una leve sonrisa para sus adentros. Forss era un idiota. Jamás resolvería el asesinato de Vera. Ni siquiera lo intentaría. Anotaría las horas invertidas y elaboraría sus informes y luego metería sus dedos regordetes en una bola de bolos.

Allí era donde ponía todo su empeño y dedicación.

Stilton se estiró en la litera y se volvió a incorporar.

No era tan fácil hacerse cargo de la caravana. Ella seguía allí, lo sentía. Y lo veía. Lo que habían recogido del suelo había dejado sus huellas. Se levantó y dio un fuerte golpe en el tabique.

Y volvió a mirar el rastro de sangre.

Nunca había pensado en términos de venganza. Como investigador había guardado ciertas distancias, tanto con la víctima como con sus verdugos. A lo sumo, en algún caso aislado se había visto afectado por la reacción de los familiares. Personas confiadas y desprevenidas que de pronto recibían un flechazo en pleno corazón. Todavía recordaba aquel día, temprano por la mañana, en que tuvo que despertar a una madre soltera para contarle que su único hijo acababa de confesar que había asesinado a tres personas.

—¿Mi hijo?

—¿Tiene un hijo que se llama Lage Svensson?

—Sí. ¿Qué ha dicho que ha hecho?

Esa clase de conversaciones. Stilton podía arrastrarlas durante un buen tiempo. Pero nunca había sentido sed de venganza. Hasta ahora. El caso de Vera era distinto.

Volvió a echarse en la litera y clavó la mirada en el sucio techo. La lluvia repiqueteaba contra la burbuja de plexiglás medio rota. Poco a poco, empezó a dejar entrar parte de lo que solía dejar fuera.

¿Cómo había acabado así?

Con senderos de hormigas y un charco de sangre reseca y un cuerpo más que medio acabado. En una caravana.

Sabía su causa. Había ocurrido seis años antes y jamás lo olvidaría. Las últimas palabras de su madre. Sin embargo, todavía se sentía desconcertado por la rapidez con que había sucedido. Se había dejado llevar. Resultó tremendamente fácil, una vez hubo tomado la decisión. Era sorprendente lo rápido que se había vaciado. Con resolución, consciente en todo momento. Había soltado todo lo que podía soltar y un poco más, en un esfuerzo activo por hundirse. Y sentir lo fácil que lo uno llevaba a lo otro. Lo fácil que era renunciar. Cortar. Eliminar. Lo fácil que era escurrirse en la total falta de exigencia, en un estado vegetativo. En el vacío.

En su vacío había reflexionado muchas veces, apartado de la vida de todos. Reflexiones sobre asuntos primarios como la vida y la muerte, la existencia. Había visto las cosas en perspectiva, intentado encontrar un ancla, un sentido, algo en lo que fundamentar su vida. Pero no lo había encontrado. Ni un solo clavo del que colgarla, ni siquiera una chincheta. La caída desde la convencionalidad hasta el agujero de la indignidad simplemente lo había dejado con las manos vacías.

Tanto mental como físicamente.

Durante un tiempo había intentado ver su vida como una especie de libertad: libre de toda imposición social, de toda responsabilidad, de todo.

¡Un hombre libre!

Una mentira existencial a la que parte de los sin techo se entregaban. La había abandonado muy pronto. No era un hombre libre, y lo sabía.

En cambio, era un hombre por derecho propio.

Un desecho humano en una autocaravana, pensarían muchos. Con razón. Pero un desecho humano que había aprendido que quien se halla en el fondo tiene el suelo firme bajo sus pies. Era más de lo que muchos podían jactarse, otras personas más ambiciosas que él.

Se sentó. ¿También se comportaría así en la autocaravana de Vera? ¿Entregado a una maldita y constante cavilación? Al fin y al cabo, era de lo que había querido huir en el cobertizo. Rebuscó un poco en su mochila y sacó un frasco de pastillas que dejó sobre la mesa.

Un frasco de evasión.

Muy pronto, en su viaje hacia el fondo, había aprendido cómo solucionar ciertos problemas. Evadiéndose. Llenando un vaso de agua, cogiendo un par de Diazepames y tomándose una dosis de evasión.

Tan fácil como eso.

—Eres como Ljugarbenke
el Mentidero
.

—¿Quién?

Stilton recordaba la conversación. Había estado sentado en la plaza de Mosebacke junto a un habitual de las cárceles, se sentía bastante mal y al final había sacado su frasco. El tipo lo había mirado antes de sacudir la cabeza.

—Eres como Ljugarbenke.

—¿Quién?

—Siempre se evadía, en cuanto se terciaba se tragaba algo blanco, se echaba en el suelo y se sumergía en Tom Waits, cuando este todavía era un borracho, pero ¿de qué le sirvió? Murió sobre ese mismo suelo treinta años más tarde y tuvo que pasar una semana hasta que alguien reaccionó. Tom Waits no lo hizo. Las cosas son así. Si no haces más que huir, y si huyes lo bastante lejos, no hay nadie que te pueda rescatar. Hasta que empiezas a apestar a través del buzón de tu casa. ¿Qué gracia tiene eso?

Stilton se había quedado en silencio. ¿Por qué tenía que contestar a algo así? ¿Algo para lo que ni siquiera tenía respuesta él mismo? Una vez has perdido el control de la situación, lo has perdido para siempre y entonces huyes para poder aguantar.

Se acercó el frasco.

Le importaba un comino ese tal Ljugarbenke.

El pequeño Acke no estaba jugando al fútbol, tal como creía Ovette. Ni mucho menos.

Se hallaba muy lejos de casa.

Lo habían recogido unos chavales mayores y ahora estaba acurrucado al pie de una montaña. Tenía los ojos clavados en lo que estaba sucediendo a cierta distancia. Era la segunda vez que los acompañaba hasta allí. Una enorme gruta, originalmente destinada a albergar una planta depuradora, en algún lugar de la zona de Årsta.

En lo más profundo de la tierra.

Habían montado unos proyectores de colores. Las luces barrían las paredes de la gruta en azul, verde y rojo. El sonido de lo que estaban haciendo llegaba con gran nitidez hasta donde estaba Acke. No eran sonidos agradables. Se sorprendió a sí mismo tapándose los oídos y bajó las manos rápidamente. Seguramente no había que tapárselos. Acke tenía miedo.

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