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Authors: John Grogan

Tags: #Romántico, Humor, Biografía

Marley y yo (21 page)

BOOK: Marley y yo
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—Dime —le dije.

—Me ha dicho que el director quiere hacerle una prueba a
Marley
.

—¿A
Marley
? —pregunté, seguro de haber entendido mal.

Al parecer, Jenny no percibió el desencanto que había en mi voz.

—Por lo visto busca un perro grande, tonto y turulato para el papel de mascota familiar, y
Marley
le llamó la atención.

¿Turulato? —pregunté.

—Eso es lo que dijo Colleen. Grande, tonto y turulato.

No cabía duda de que, si eso era lo que necesitaba, había caído en el lugar señalado.

—¿Mencionó Colleen si el hombre dijo algo de mí?

—No —dijo Jenny— ¿Y por qué habría de decir algo sobre ti?

Al día siguiente, Colleen vino a buscar a
Marley
. Sabiendo la importancia que tiene una buena presentación,
Marley
atravesó el salón a la carrera, cogiendo al vuelo, de paso, el cojín más próximo que encontró, porque nunca se sabe cuándo un atareado director cinematográfico puede querer echar una siesta y, si éste lo deseaba,
Marley
quería estar listo para la ocasión.

Cuando
Marley
llegó al suelo de madera, resbaló y fue a dar contra la mesa camilla, saltó por el aire hasta caer de espaldas sobre un sillón, se enderezó y siguió viaje hasta chocar con las piernas de Colleen. Al menos no saltó sobre la fotógrafa, pensé yo.

—¿Estás segura de que no quieres que lo sedemos? —preguntó Jenny.

Colleen hizo hincapié en que el director querría verlo al natural, sin medicamentos de por medio, y se marchó con nuestro
Marley
, que estaba hecho unas pascuas, sentado a su lado en la camioneta roja.

Dos horas después, Colleen regresó con
Marley
y anunció que
Marley
había pasado la prueba. «¡Oh, no me digas! ¡No puede ser…!», gritó Jenny. Nuestra dicha no disminuyó cuando nos enteramos de que
Marley
había sido el único perro que habían sometido a la prueba, y tampoco cuando se anunció que el papel de
Marley
era el único que no era de pago.

Pregunté a Colleen cómo había ido todo.

—Puse a
Marley
en el coche y fue como conducir en un jacuzzi —dijo—. Lo babeó todo. Cuando llegamos, estaba empapada.

Al llegar al hotel GulfStream, un deslucido hito turístico de la era anterior emplazado junto al Intracoastal Waterway donde se alojaba el equipo de filmación,
Marley
impresionó de inmediato a todos porque se largó de la camioneta y se puso a correr por todas partes como si tratase de evitar que le cayesen encima los proyectiles de un inminente bombardeo.

—Se puso como loco —dijo Colleen—. Totalmente chalado.

—Sí. Suele excitarse un poquito —dije.

Después contó Colleen que, en un momento dado,
Marley
cogió la chequera que uno de los miembros del equipo tenía en la mano y salió disparado con ella en la boca, haciendo una serie de ochos a toda carrera, al parecer decidido a que así garantizaría su paga.

—Lo hemos apodado nuestro labrador evasor —contó Colleen con una sonrisa apologética que sólo una madre orgullosa es capaz de expresar.

Pasado un rato,
Marley
se calmó lo bastante para convencer a todos de que podía desempeñar su papel, que básicamente era el de hacer de sí mismo. La película se llamaba
The Last Home Run
, una fantasía en torno al béisbol en la que un hombre de setenta y nueve años, que se aloja en una residencia de ancianos, se convierte en un crío de doce años durante cinco días para vivir el sueño de su vida: jugar en la liga juvenil de béisbol.
Marley
debía hacer el papel del hiperactivo perro de la familia del entrenador, que protagonizaba un receptor de la liga de béisbol de primera división, Gary Carter.

—¿De veras quieren que
Marley
tome parte en esta película? —pregunté, todavía incrédulo.

—Se ganó a todo el mundo. Estuvo perfecto —dijo Colleen.

En los días previos al comienzo del rodaje notamos un sutil cambio en el comportamiento de
Marley
. Era como si una cierta calma se hubiese apoderado de él, como si pasar la prueba le hubiera dado más confianza en sí mismo. Se movía con aires de realeza.

—Tal vez lo que necesitaba era que alguien creyese en él —le dije a Jenny.

Y si había alguien que creía en él, ésa era precisamente Jenny, la Extraordinaria Madre Escénica. Cuando ya estaba próximo el primer día de rodaje, Jenny lo bañó, lo cepilló, le cortó las uñas y le limpió las orejas.

La mañana que debía iniciarse la filmación, me encontré con Jenny y
Marley
que, enzarzados en lo que parecía una lucha romana, iban de un lado a otro de la habitación. De pronto, ella lo sujetó entre sus piernas y se aferró con una mano a las costillas de
Marley
y, con la otra, al collar estrangulador, mientras él se retorcía y comenzaba a rendirse. Era como presenciar un rodeo en medio del salón.

—¡Por Dios! ¿Qué haces? —le pregunté.

—¿Qué crees que hago? ¡Pues cepillarle los dientes…! —espetó Jenny.

Y así era. Jenny hacía lo indecible por pasarle el cepillo que tenía en la mano entre los dientes de
Marley
que, a su vez, echando una cantidad prodigiosa de espuma por la boca, intentaba comerse el cepillo.
Marley
tenía un aspecto realmente rabioso.

—¿Le has puesto pasta dentífrica? —pregunté, lo que dio pie a una segunda pregunta—: ¿Y quieres decirme cómo piensas lograr que la escupa toda?

—Es bicarbonato —dijo.

—Entonces no es la rabia, ¿no? ¡Gracias a Dios…!

Una hora después partimos hacia el hotel GulfStream, cada uno de los niños en su sillita infantil con
Marley
sentado entre ambos, jadeando con un aliento inusualmente fresco. Nos habían dicho que debíamos presentarnos a las nueve, pero cuando estábamos a una manzana de nuestro destino, el tráfico se detuvo. Más adelante había una barricada, levantada por la policía, y un agente desviaba el tráfico, alejándolo de la entrada del hotel. Los diarios habían hablado mucho sobre la película —el mayor acontecimiento que ocurría en la tranquila localidad de Lake Worth desde que trece años antes se filmase allí
Fuego en el cuerpo
— y un montón de gente había acudido al lugar, aunque la policía la mantenía a raya para que no pudiese llegar al hotel. Avanzamos poquito a poco y, cuando llegamos junto al oficial de policía que desviaba el tráfico me asomé por la ventanilla y le dije:

—Tenemos que pasar.

—Aquí no pasa nadie, así que andando —dijo el hombre.

—Pero es que somos del elenco —comenté yo.

Nos miró con escepticismo, y lo que vio fue una pareja en una camioneta, con dos críos pequeños y un perro.

—¡He dicho que andando…! —ladró el agente.

—Nuestro perro participa en la película —dije.

De pronto, el hombre me miró con respeto.

—¿Tienen el perro? —preguntó.

El perro estaba en la lista de los que podía dejar pasar.

—Tengo el perro —dije—.
Marley
, el perro.

—Que se interpreta a sí mismo —añadió Jenny.

El hombre se giró y, con gran aspaviento, hizo sonar el silbato.

—¡Tienen el perro! —gritó a otro agente que estaba apostado a mitad de la manzana—. ¡
Marley
, el perro!

Y el otro agente chilló a su vez, para que se enterase un tercero:

—¡El hombre tiene el perro! ¡
Marley
, el perro, está aquí!

—¡Dejadlos pasar! —gritó el tercer agente desde lejos.

—¡Dejadlos pasar! —gritó el segundo, haciéndole eco.

El agente que estaba cerca de nosotros movió una valla y nos hizo señas de que pasásemos.

—Es por allí —nos indicó amablemente.

Me sentí como un miembro de la realeza. Arrancamos y, cuando pasamos junto a él, repitió como si no pudiese creerlo:

—Tiene el perro.

El equipo, reunido en el aparcamiento del hotel, estaba listo para empezar a rodar. Por todas partes había cables que cruzaban el pavimento, trípodes para cámaras y micrófonos, y de unos andamios colgaban focos. También había caravanas con perchas portátiles llenas de ropa en su interior, y sobre dos largas mesas, alimentos y bebidas para los miembros del elenco y del equipo de filmación. Merodeaban por los alrededores personas de aspecto importante, con gafas de sol. El director, Bob Gosse, nos dio la bienvenida y nos explicó a grandes rasgos la escena que iban a filmar, que era bastante simple. Se acerca al bordillo una camioneta que conduce la supuesta propietaria de
Marley
, papel que interpreta la actriz Liza Harris. La hija de ésta, cuyo papel desempeña una bonita adolescente llamada Danielle, alumna de la escuela de arte dramático del lugar, y el hijo, otro actor incipiente que no tiene más de nueve años, están sentados atrás con el perro de la familia, interpretado por
Marley
. La hija abre la puerta corredera y salta al exterior, y tras ella sale su hermano llevando a
Marley
de la correa. Se ponen a andar y desaparecen del campo de visión que abarca la cámara. Fin de la escena.

—Es muy fácil —dije al director—.
Marley
podrá hacerla sin problema.

Me hice a un lado con
Marley
para esperar la señal de que subiera a la camioneta.

—¡Escuchad todos! —gritó Gosse al equipo—. El perro es medio loco, ¿vale? Pero a menos que robe la escena, seguiremos rodando.

Y pasó a explicar lo que pensaba.
Marley
era el objetivo —un típico perro familiar— y lo que había que hacer era captarlo mientras se comportaba como cualquier perro familiar cuando sale con la familia. No habría ni actuación ni dirección, sería puro cine de verdad.

—Dejad que el perro haga lo que quiera y seguidlo con la cámara —ordenó.

Cuando todo el mundo estaba listo para empezar a rodar, subí a
Marley
a la camioneta y di la correa de plástico al niño, que lo miraba aterrorizado.

—Es muy cariñoso. Lo único que hará será lamerte. ¿Ves? —le dije, poniendo mi muñeca en la boca de
Marley
a modo de demostración.

PRIMERA TOMA: la camioneta se aproxima al bordillo. En el instante mismo en que la niña abre la puerta del vehículo, una enorme bola cubierta de pelo amarillo sale disparada como si la hubiera proyectado un cañón y pasa corriendo frente a las cámaras con la correa roja colgando tras de sí.

—¡Corten!

Perseguí a
Marley
por el aparcamiento y lo llevé de vuelta al lugar de la escena.

—Vale, muchachos, vamos a intentarlo de nuevo —dijo Gosse. Y dirigiéndose al niño, le dijo con dulzura—: El perro es bastante salvaje. Trata de agarrarlo con más fuerza esta vez.

SEGUNDA TOMA: La camioneta se aproxima al bordillo. Se abre la puerta. La niña comienza a bajarse, pero le gana de mano
Marley
, que se lanza a toda carrera, arrastrando al niño pálido y con los nudillos blancos por el esfuerzo que hacía.

—¡Corten!

TERCERA TOMA: Se detiene la camioneta. Se abre la puerta. Sale la chica. Sale el niño, sosteniendo la correa. Cuando éste empieza a andar, la correa se tensa, pero no sale ningún perro de la camioneta. El niño comienza a tirar de la correa, haciendo toda la fuerza posible, pero nada. La toma se convierte en una escena larga y vacía. El niño hace muecas y mira hacia la cámara.

—¡Corten!

Meto la cabeza en la camioneta y veo a
Marley
inclinado sobre sí mismo, lamiéndose donde ningún hombre está destinado a imitarlo en su propio cuerpo.
Marley
levantó la cabeza y me miró como diciendo: ¿No ves que estoy ocupado?

CUARTA TOMA: Pongo a
Marley
otra vez en la camioneta, junto al niño, y cierro la puerta. Antes de gritar «¡Acción!», Gosse consulta con su asistente durante unos minutos. Por último, empieza el rodaje. La camioneta se acerca al bordillo. Se abre la puerta. Sale la chica, sale el niño, con una extraña expresión. Mira directamente a la cámara y levanta una mano. De ella cuelga media correa, con un extremo mordisqueado y mojado de saliva.

—¡Corten! ¡Corten! ¡Corten!

El niño explicó que mientras esperaban en la camioneta,
Marley
empezó a roer la correa y no había podido pararlo. Los miembros del equipo y del elenco miraban la correa sin creer lo que veían, con una expresión entre asombro y terror en sus caras, como si acabasen de presenciar una muestra grandiosa y misteriosa de la fuerza de la naturaleza. Por mi parte, no me sorprendí ni un ápice.
Marley
había liquidado más correas y sogas de las que podía contar. Incluso había logrado partir con los dientes un cable de acero recubierto de goma que se anunciaba como «los que se utilizan en la industria aeronáutica». Poco después de nacer Conor, Jenny trajo a casa un producto nuevo, un arnés para perros que permitía que lo atáramos a uno de los cinturones de seguridad, para impedirle que estuviera yendo y viniendo con el vehículo en marcha. En los primeros noventa segundos del nuevo artilugio,
Marley
se las ingenió para morderlo hasta romperlo, y no sólo el duro arnés, sino también el cinturón de seguridad de nuestra flamante camioneta.

—¡Vale, chicos, descansemos un rato! —gritó Gosse. Luego, dirigiéndose a mí, me preguntó con una voz increíblemente serena—: ¿Cuánto puede tardar en comprar una correa nueva?

No hacía falta que me dijera lo que le costaba cada minuto que su equipo y el elenco estuviesen de brazos cruzados.

—Hay una tienda de perros a unos setecientos metros de aquí. Puedo estar de vuelta en quince minutos —dije.

—Y esta vez cómprele algo que no pueda romper mordiéndolo —dijo Gosse.

Regresé con una pesada correa de metal que parecía apta para un domador de leones, y el rodaje continuó, fiasco tras fiasco. Cada nueva escena era peor que la anterior. En un momento dado, Danielle, la joven actriz, dejó escapar un chillido de desesperación en medio de la escena y gritó con la voz teñida de terror:

—¡Dios mío, tiene la cosa afuera!

—¡Corten!

En otra escena,
Marley
estaba a los pies de Danielle y jadeaba con tanta fuerza que, mientras ella hablaba por teléfono con su amorcito, el encargado del sonido se quitó los audífonos y, disgustado, se quejó diciendo:

—No puedo oír ni una palabra de lo que ella dice. Lo único que oigo es una respiración fuerte. Parece una película porno.

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