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Authors: Kim Stanley Robinson

Marte Azul (57 page)

BOOK: Marte Azul
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—Una cadena más corta —dijo Sax—. Es un nuevo viroide o algo semejante a los viroides, pero aún más pequeño. —En los laboratorios de Sabishii habían empezado a llamarlo «el vírido».

Una interminable semana después, Sax volvió a la cuenca.

—Podemos intentar eliminarlo físicamente —propuso mientras cenaban—. Y después plantar diferentes especies de plantas resistentes a los viroides. Es lo mejor que podemos hacer.

—Pero ¿funcionará?

—Las plantas susceptibles a la infección son muy específicas. Este virus es nuevo, pero si cambias los pastos y la variedad de patatas... podrías incluso alternar los sembrados... —Sax se encogió de hombros.

Nirgal comió con mejor apetito que los días previos. La sugerencia de una posible solución era un alivio. Bebió un poco de vino y se sintió aún mejor.

—Estas cosas son extrañas, ¿verdad? —dijo después de cenar, saboreando un coñac—. ¡Qué nos propondrá la vida!

—Si quieres llamarlo vida.

—Pues claro.

Sax no respondió.

—He estado estudiando las noticias de la red —dijo Nirgal—. Hay un montón de plagas. No había reparado en ello. Parásitos, virus...

—Sí. A veces temo que se declare una plaga global, algo que no podamos neutralizar.

—¡Ka! ¿Podría ocurrir?

—Se están produciendo invasiones de toda índole. Explosiones demográficas, extinciones repentinas. Por todas partes. Se alteran equilibrios cuya existencia ni siquiera sospechábamos. Hay demasiadas cosas que no comprendemos. —Y como siempre ese pensamiento le causaba un profundo malestar.

—Con el tiempo los biomas alcanzarán un equilibrio —dijo Nirgal.

—No estoy tan seguro de que exista.

—¿El equilibrio?

—Sí. Opino que es más una cuestión de... —Agitó las manos imitando a una gaviota.— Equilibrio discontinuo sin equilibrio.

—¿Cambio discontinuo?

—Cambio perpetuo, cambio trenzado, cambio ondulado.

—¿Como la recombinación en cascada?

—Tal vez.

—He oído decir que ésa es una matemática que sólo una docena de personas entienden de verdad.

Sax pareció sorprendido.

—Eso nunca es cierto. O por el contrario, es cierto para toda la matemática. Depende de lo que entiendas por comprender. Pero yo conozco algo de ella. Puedes utilizarla para construir modelos de algunas cosas, pero no para predecir. E ignoro cómo utilizarla para sugerir una reacción, de hecho no estoy seguro de que pueda utilizarse con ese propósito. —Habló durante un rato de los
holones
, un concepto creado por Vlad, unidades orgánicas que tenían subunidades y que eran a su vez subunidades de holones mayores, y cada nivel se combinaba para crear una unidad emergente, a todo lo largo de la gran cadena de la vida. Vlad había desarrollado descripciones matemáticas de esas emergencias, que se manifestaban de diferentes modos, con distintas familias de propiedades; de manera que si conseguían suficiente información sobre el comportamiento en un nivel de holones y en el inmediatamente superior, podrían intentar aplicar esas fórmulas matemáticas y ver qué tipo de emergencias surgían; y tal vez podrían encontrar maneras de interrumpirlas.— Ése es el mejor enfoque que podemos conseguir de cosas tan pequeñas.

Al día siguiente llamaron a los invernaderos de Xanthe y pidieron nuevos plantones, además de una nueva hierba con una cadena genética de origen himalayo. Cuando llegó el pedido Nirgal ya había arrancado todo el carrizo de la cuenca y buena parte del musgo. Ese trabajo lo ponía enfermo, no podía evitarlo; cierto día, al ver a una marmota preocupada parloteándole se sentó y se echó a llorar. Sax se había retirado a su silencio habitual, lo que empeoraba las cosas, pues a Nirgal siempre le recordaba a Simón y la muerte en general. Necesitaba a Maya o a algún otro portavoz valeroso y expresivo de la vida interior, de la angustia y la fortaleza; pero tenía a Sax, perdido en sus pensamientos, en un idiolecto privado que se mostraba reacio a traducir.

Plantaron las hierbas himalayas por toda la cuenca, siguiendo la tracería de venas de agua y hielo. Una helada severa les facilitó la labor, pues mató a las plantas infectadas más deprisa que a las sanas. Incineraron las plantas enfermas en un horno. La gente vino de las cuencas circundantes para ayudar, trayendo renuevos para plantar después.

Pasaron dos meses y la fuerza de la invasión remitió. Las plantas que quedaban parecían más resistentes y las nuevas no se infectaron ni murieron. La cuenca mostraba un aspecto otoñal, aunque estaban en mitad del verano, pero las muertes habían cesado. Las marmotas estaban flacas y parecían más preocupadas que nunca; eran una especie ansiosa. Y Nirgal comprendía por qué. La cuenca parecía desolada, pero el bioma sobreviviría. El viroide acabó por desaparecer. Había abandonado la cuenca tan misteriosamente como había llegado.

Sax meneó la cabeza.

—Si los viroides que atacan a los animales llegan a ser alguna vez más resistentes... —Suspiró.— Ojalá pudiera hablar con Hiroko.

—Dicen que anda por el polo norte —comentó Nirgal con tono agrio.

—Sí.

—Pero...

—No creo que esté allí. Y... no creo que ella quiera hablar conmigo. Pero sigo... sigo esperando.

—¿Que te llame? —dijo Nirgal sarcásticamente. Sax asintió.

Se quedaron mirando la llama de la lámpara, taciturnos. Hiroko, madre, amante... los había abandonado a los dos.

Pero la cuenca viviría. Cuando Sax se marchaba, Nirgal le dio un abrazo de oso, lo levantó y giró con él.

—Gracias —dijo.

—Ha sido un placer —contestó Sax—. Muy interesante.

—¿Qué harás ahora?

—Creo que hablaré con Ann. O lo intentaré.

—¡Ah! Buena suerte.

Sax inclinó la cabeza, como queriendo decir que la necesitaría. Luego puso en marcha el rover y saludó antes de agarrar el volante con las dos manos. Poco después desapareció tras la cresta.

Nirgal se dedicó de lleno a la dura tarea de restaurar la cuenca e hizo lo posible por proporcionarle mayor resistencia contra los agentes patógenos. Más diversidad, más de una carga de parásitos indígenas, desde los habitantes chasmoendolíticos de la roca hasta los insectos y microbios que flotaban en el aire. Un bioma más completo y resistente. Sus visitas a Sabishii eran raras. Reemplazó el suelo del bancal de patatas y plantó una especie diferente.

Sax y Spencer estaban de visita cuando se formó una gran tormenta de polvo en la región de Claritas, cerca de Senzeni Na, en la misma latitud pero en el otro lado del mundo. Durante dos días siguieron las informaciones del satélite meteorológico. Se desplazaba hacia el este, se acercaba, se acercaba. Pareció que pasaría al sur de la cuenca, pero en el último minuto viró al norte.

Sentados frente a las ventanas que miraban al sur la vieron llegar, una masa oscura que llenaba el cielo. El terror se apoderó de Nirgal como la electricidad estática que hacía gritar a Spencer cuando tocaba las cosas, aunque era infundado, pues ya había pasado por docenas de tormentas de polvo. No era más que un pavor residual derivado de la plaga del viroide. Y la habían superado.

Pero esta vez el día se volvió pardo y luego se oscureció hasta parecer noche, una noche color chocolate que aullaba sobre la casa y sacudía las ventanas.

—Los vientos han ganado tanta fuerza... —comentó Spencer con aire pensativo. El aullido fue perdiendo intensidad, aunque fuera todo seguía oscuro. Cuanto menos se escuchaba el viento, peor se sentía Nirgal. Al fin el aire quedó inmóvil, pero la náusea de Nirgal era tan vehemente que apenas pudo mantenerse en pie ante la ventana. Las tormentas de polvo a veces terminaban abruptamente, cuando el viento encontraba un viento contrario o un determinado relieve, y entonces dejaban caer su carga de partículas. En aquel momento llovía polvo; a través de las ventanas se veía un gris sucio, como si las cenizas estuvieran cubriendo el mundo. En los viejos tiempos, incluso las tormentas más grandes sólo habrían descargado unos pocos milímetros de partículas al final de su recorrido, murmuró Sax con malestar. Pero con una atmósfera más densa y vientos más poderosos, se levantaban grandes cantidades de polvo y arena, que si caían de golpe, como a veces ocurría, formaban mantos de un espesor mucho mayor.

En menos de una hora, todas las partículas excepto las más menudas se habían depositado en el suelo. La tarde era brumosa y sin viento, y en el aire parecía flotar un humo tenue. Contemplaron la cuenca cubierta por la capa de polvo.

Nirgal salió con la máscara, como siempre, y escarbó desesperadamente, con la pala primero y luego con las manos. Sax, que lo había seguido dando tumbos, le apoyó una mano en el hombro.

—No creo que se pueda hacer nada. —La capa de polvo tenía ya en algunos sitios un metro de espesor.

Con el tiempo, otros vientos se llevarían parte de ese polvo. La nieve caería sobre el que quedara, y cuando se derritiera el fango resultante correría por los aliviaderos y una nueva red fractal de canales, parecida a la original, se derramaría por la cuenca. El agua se llevaría el polvo y las partículas macizo abajo. Pero cuando eso sucediera, todos los animales y plantas de la cuenca ya habrían muerto.

Novena Parte
Historia natural

Después de eso Nirgal acompañó a Sax a Da Vinci y se instaló en el apartamento de éste. Una noche Coyote se dejó caer por allí después del lapso marciano, cuando a nadie se le hubiera ocurrido hacer una visita.

Nirgal le explicó brevemente lo sucedido en la cuenca.

—Ya, ¿y qué? —dijo Coyote. Nirgal apartó la mirada.

Coyote fue a la cocina y empezó a hurgar en el refrigerador de Sax.

—¿Qué esperabas en una ladera ventosa como aquélla? —dijo con la boca llena, gritando para que Nirgal le oyera desde la sala de estar—. Este mundo no es un jardín, chico. Una parte de él queda sepultada cada año; así son las cosas. Dentro de un año o de diez vendrá otro viento que barrerá todo el polvo de tu colina.

—Para entonces no quedará nada vivo.

—Así es la vida. Ahora tienes que dedicarte a algo distinto. ¿Qué estabas haciendo antes de instalarte allí?

—Buscar a Hiroko.

—Mierda. —Coyote apareció en el vano de la puerta y señaló a Nirgal con un gran cuchillo de cocina.— ¿Tú también?

—Sí, también yo.

—Oh, vamos... ¿Cuándo vas a crecer? Hiroko está muerta. Será mejor que te acostumbres a eso.

Sax salió de su despacho parpadeando enérgicamente.

—Hiroko está viva —dijo.

—¡Tú también! —exclamó Coyote—. ¡Sois como criaturas!

—La vi en el flanco sur de Arsia Mons, durante una tormenta.

—¡Vaya, te has unido al jodido grupo! Sax lo miró parpadeando.

—¿Qué quieres decir?

—¡Joder!

Coyote, volvió a la cocina.

—Otras personas la han visto —adujo Nirgal—. Corren muchos rumores.

—Sé que...

—¡Los rumores son diarios! —gritó Coyote desde la cocina, y volvió a la sala de estar como una tromba—. ¡La gente la ve cada día! ¡Hasta hay una página en la red para relatar los encuentros! ¡La semana pasada había aparecido en dos sitios diferentes la misma noche, en Noachis y en Olympus! ¡En los dos extremos del mundo!

—Eso no prueba nada —objetó Sax con obstinación—. Dicen lo mismo de ti, y por lo visto estás vivo.

Coyote sacudió la cabeza con violencia.

—No, yo soy la excepción que confirma la regla. En cuanto al resto de la gente, cuando se afirma que se los ha visto en dos lugares a la vez significa que están muertos. Una señal infalible. —Se interrumpió, y anticipándose a la respuesta de Sax gritó:—¡Está muerta! ¡Acéptalo!

¡Murió en el asalto a Sabishii! Las tropas de la UNTA la capturaron, y a Iwao, Gene y Rya, a todos, los metieron en una habitación y los dejaron sin aire o apretaron el gatillo. ¡Eso fue lo que ocurrió! ¿Es que crees que eso es insólito? ¿Crees que la poli secreta no ha matado nunca disidentes y ha hecho desaparecer los cadáveres? ¡Pues sucede! ¡Vaya si sucede, incluso aquí, en tu precioso Marte, sí, y más de una vez! ¡Sabes que es cierto! Así es la gente, hace lo que sea, asesina y se justifica diciendo que está ganándose el sustento o alimentando a sus hijos o haciendo del mundo un lugar seguro. Y eso es todo. Asesinaron a Hiroko y a los demás. Nirgal y Sax miraban fijamente a Coyote, que temblaba y parecía a punto de acuchillar la pared. Sax carraspeó.

—Desmond... ¿por qué estás tan seguro?

—¡Porque la busqué! La busqué como nadie habría podido hacerlo. No está en ninguno de sus escondrijos. No está en ningún sitio. No consiguió escapar. En verdad nadie la ha visto desde lo de Sabishii. Por eso no hemos tenido noticias suyas. No era tan inhumana como para dejar pasar tanto tiempo sin hacernos saber que estaba viva.

—Pero yo la vi —insistió Sax.

—En una tormenta, dijiste. Supongo que en una situación apurada. La viste un momento: te sacó del apuro y luego se esfumó.

Sax parpadeó.

Coyote soltó una risa áspera.

—¡Clavado! Bien, sueñen con ella tanto como quieran. Pero no confundan el sueño con la realidad. Hiroko está muerta.

Callaron. Nirgal miró alternativamente a los dos hombres silenciosos.

—Yo también la he buscado —dijo, y al ver la cara de desolación de Sax añadió—: Todo es posible.

Coyote meneó la cabeza. Regresó a la cocina murmurando para sí. Sax traspasó a Nirgal con la mirada.

—Tal vez empiece a buscarla otra vez —dijo el joven. Sax asintió.

—De batida por el exterior —comentó Coyote.

Recientemente Harry Whitebook había descubierto un método para aumentar la tolerancia de los anímales al CO
2
que consistía en introducir en los mamíferos un gen que codificaba ciertas características de la hemoglobina de los cocodrilos. Los cocodrilos podían permanecer mucho tiempo sumergidos sin respirar, y el CO
2
, que habría debido acumularse en la sangre, se disolvía y formaba iones de bicarbonato ligados a los aminoácidos de la hemoglobina en un complejo que permitía a esta proteína liberar moléculas de oxígeno. La alta tolerancia al CO
2
se combinó así con la creciente eficiencia de la oxigenación, una adaptación elegante, bastante sencilla de introducir en los mamíferos (una vez que Whitebook mostró la manera de hacerlo) utilizando la tecnología de transcripción genética más moderna: se ensamblaban cadenas manufacturadas de la enzima fotoliasa de reparación del ADN y éstas fijaban la descripción del rasgo en el genoma durante el tratamiento gerontológico, alterando ligeramente las propiedades de la hemoglobina del sujeto.

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