Authors: Kim Stanley Robinson
—Canales —dijo Sax.
—¡Pues claro! —Todos rieron.
—Canales de paredes vitrificadas —dijo Sax, preocupado al pensar en todos esos gases. El dióxido de carbono sería el que predominaría.
Pero no quería mostrar un interés excesivo en los proyectos de terraformación más ambiciosos. No insistió en el tema y pronto la conversación volvió al trabajo que ellos hacían.
—Bien —dijo Sax—, imagino que algunos de los
fellfields
muy pronto se transformarán en praderas alpinas.
—Oh, ya existen praderas alpinas —dijo Claire.
—¡No me digas!
—Sí. Bueno, son pequeñas todavía. Pero si caminas unos tres kilómetros por el borde occidental las verás. ¿No has ido aún? Hay praderas alpinas y también
krummholz
. No ha sido tan difícil después de todo. Plantamos los árboles sin apenas alterarlos, porque resultó que muchas especies de pinos y piceas resistían temperaturas mucho más bajas que las habituales en sus habitats terranos.
—Qué curioso.
—Un vestigio de las edades de hielo, supongo. Pero ahora les resulta muy útil.
—Interesante —dijo Sax.
Y pasó el resto del día mirando por el microscopio sin ver nada, ensimismado. La vida es sobre todo espíritu, solía decir Hiroko. Era un asunto extraño, el vigor de las cosas vivas, su tendencia a proliferar, lo que Hiroko llamaba la fuerza verde, la viriditas. La lucha de la vida para cobrar forma. Le parecía muy enigmático.
Cuando llegó el alba del siguiente día, se despertó en la cama de Phyllis, con Phyllis junto a él, enredada en las sábanas. Después de la cena todo el grupo había subido a la sala de observación, algo que se estaba haciendo habitual, y Sax había continuado la conversación con Claire, Jessica y Berkina. Jessica se había mostrado muy afectuosa con él, como siempre, y Phyllis, que lo había advertido, lo siguió cuando fue a los aseos junto al ascensor. Allí se había abalanzado sobre él con ese abrazo seductor que tanto lo sorprendía. Habían acabado por subir a la habitación de ella, y aunque Sax se había sentido incómodo por desaparecer sin despedirse de los otros, había hecho el amor con bastante pasión.
Ahora, mirándola, recordó la marcha precipitada con disgusto. La sociobiología más simple explicaba perfectamente ese comportamiento: competencia por el macho, una actividad animal muy básica. Sax nunca había sido objeto de ese tipo de rivalidad, pero no podía atribuirse el mérito de esa súbita persecución. Era evidente que se debía a la cirugía estética de Vlad, que había reorganizado su cara y resultaba atractiva para las mujeres. Pero seguía siendo un misterio para él que una determinada combinación de rasgos faciales fuera más atractiva que otra. Había escuchado explicaciones sociobiológicas de la atracción sexual que tenían cierta validez: un hombre buscaba una compañera con caderas anchas para alumbrar a los hijos sin problemas, con pechos grandes para alimentarlos, etcétera; una mujer buscaba un hombre fuerte que engendrase hijos sanos y los mantuviese... Todo eso tenía cierta lógica, pero ninguna relación con los rasgos faciales. Para éstos, las explicaciones sociobiológicas se volvían bastante imprecisas: ojos separados para ver bien, buenos dientes para ayudar a mantener la salud, una nariz prominente para evitar los resfriados... No, nada de aquello tenia sentido. Sólo eran combinaciones casuales que de algún modo resultaban atractivas a la vista. Un juicio estético en el que rasgos no funcionales casi imperceptibles podían influir, lo cual indicaba que los aspectos prácticos no eran relevantes.
Sobre el particular, Sax recordaba a dos gemelas con las que había ido a la escuela secundaria: tenían casi el mismo aspecto, y sin embargo una era corriente mientras que la otra era hermosa. Eran unos milímetros de carne, hueso y cartílago que determinaban una configuración agradable o desagradable. Vlad le había alterado la cara y ahora las mujeres competían por sus atenciones, aunque era la misma persona de siempre. Una persona por la que Phyllis nunca había demostrado el menor interés cuando tenía el aspecto que la naturaleza le había dado. Era difícil no ser cínico al respecto. Que lo desearan a uno, sí; pero que lo desearan por trivialidades...
Dejó la cama y se puso uno de los trajes ligeros de última generación, mucho más cómodos que los antiguos de tejido elástico. Aún había que llevar aislante para protegerse de las temperaturas por debajo del punto de congelación, y también casco y un tanque de aire, pero ya no era necesario proporcionar presión para evitar los hematomas en la piel. Con 160 milibares había suficiente para evitarlo; así que ahora bastaba con llevar ropa y botas calientes, y el casco. En pocos minutos estuvo vestido y salió al glaciar.
Siguió el sendero principal de banderolas que cruzaba el río de hielo, la escarcha crujiendo bajo sus pies, y luego dobló en la dirección de la corriente por la orilla occidental, y dejó atrás los pequeños
millejleur
de los
fellfields
recubiertos de escarcha, que ya empezaba a derretirse al sol. Llegó al lugar donde el glaciar salvaba un pequeño escarpe formando una corta cascada de hielo cuarteado que viraba unos cuantos grados hacia la izquierda, siguiendo las nervaduras que la bordeaban. De pronto un crujido sonoro llenó el aire, seguido por un estampido de baja frecuencia que vibró en el estómago de Sax. El hielo se movía. Sax se detuvo y escuchó. Le llegó el tintineo distante de una corriente bajo el hielo. Echó a andar de nuevo, sintiéndose más liviano y más feliz a cada paso. La luz de la mañana era diáfana y el vapor flotaba sobre el hielo como humo blanco. Y entonces, al amparo de unos bloques enormes, encontró un anfiteatro
fellfield
moteado de flores que parecían manchas de pintura. Y allí, en el fondo del campo, había una pequeña pradera alpina, orientada hacia el sur y sorprendentemente verde, las alfombras de pastos y carrizos cruzadas de corrientes de agua recubiertas de hielo. Y alrededor de los límites del anfiteatro, cobijados en grietas y bajo las rocas, se encorvaban numerosos árboles enanos.
Era el
krummholz
, que en la evolución de los paisajes de montaña era el estadio que seguía a las praderas alpinas. Los árboles enanos que había divisado eran miembros de especies corrientes, sobre todo piceas azules,
Picea glauca
, que en esas condiciones hostiles se miniaturizaban por su cuenta, adaptándose al contorno de los espacios protegidos donde brotaban. O mejor dicho, donde las habían plantado. Sax vio algunos
Pinus contorta
entre las numerosas piceas. Eran los árboles más resistentes al frío de la Tierra, y al parecer el equipo de Biotique había añadido genes procedentes de árboles halófilos como el tamarisco para incrementar su tolerancia a la sal. Habían sido objeto de manipulaciones genéticas de todo tipo para ayudarlos, pero aun así, las condiciones extremas entorpecían su crecimiento y obligaban a árboles que habrían alcanzado los treinta metros de altura a encogerse en nichos de medio metro en busca de protección, recortados por el viento y las neviscas como por una podadera. De ahí su nombre,
krummholz
, que en alemán significaba «bosque retorcido», o quizá «bosque enano»: la primera zona en la que los árboles se las arreglaban para aprovechar la labor de formación de suelo de los fellfields y las praderas alpinas. El límite arbolado.
Sax vagó despacio por ese anfiteatro, pisando sobre las rocas, inspeccionando los musgos, los carrizos, las hierbas y todos los árboles. Esas pequeñas cosas nudosas se retorcían como si las cultivaran jardineros de bonsais que habían perdido el juicio.
—Qué hermoso —exclamó Sax en voz alta más de una vez al examinar una rama o un tronco, o el dibujo de una corteza laminar—. Qué hermoso. Ah, si tuviésemos unos cuantos topos. Unos cuantos topos y campañoles, y marmotas, visones y zorros.
Pero el CO
2
en la atmósfera todavía representaba el treinta por ciento del aire, quizá unos cincuenta milibares. Los mamíferos morirían deprisa en esa atmósfera. Por eso él siempre se había resistido al modelo de terraformación de dos etapas, que requería una concentración masiva de CO
2
. ¡Como si calentar el planeta fuese el único objetivo! El objetivo era la existencia de animales en la superficie. Eso no solamente era provechoso en sí mismo, sino que además beneficiaba a las plantas, muchas de las cuales necesitaban a los animales. La mayoría de las plantas de
fellfields
se reproducían por sí solas, era cierto, y además Biotique había liberado algunos insectos manipulados, que volaban dando tumbos, medio muertos, luchando obstinadamente por sobrevivir, y que a duras penas podían completar la labor de polinización. Pero había muchas otras funciones ecológicas simbióticas para las que se necesitaban animales, como la aireación del suelo, que llevaban a cabo topos y campañoles, o la distribución de las semillas que hacían algunas aves, y sin ellos las plantas en general no prosperarían, y algunas no sobrevivirían. No, tenían que reducir el nivel de CO
2
del aire, probablemente hasta los diez milibares que había cuando llegaron al planeta, cuando era el único aire. Todo ello hacía más preocupante aún el plan de fundir el regolito con la lupa aérea que sus colegas habían mencionado. Eso sólo agravaría el problema.
Entretanto, esa belleza inesperada. Las horas pasaron sin que él se diera cuenta mientras examinaba los especímenes uno por uno. Admiró sobre todo el tronco y las ramas espiraladas, la corteza escamosa y la disposición de las agujas de un pequeño
Pinus contorta
; en verdad parecía una escultura extravagante. Y estaba arrodillado en el suelo, con la cara metida en unos carrizos y el trasero apuntando al ciclo cuando Phyllis, Claire y toda la tropa invadieron la pradera riéndose de él y pisoteando la hierba viva despreocupadamente.
Phyllis se quedó con él esa tarde, como había hecho en dos o tres ocasiones, y regresaron juntos. Al principio Sax trató de representar el papel de guía nativo, señalando plantas cuya existencia había conocido apenas una semana antes. Pero Phyllis no le prestaba ninguna atención. Era evidente que Sax sólo le interesaba como auditorio entregado, como testigo de su vida. Así que él se dejó de plantas y le preguntó, y escuchó, y volvió a preguntar. Sería una buena oportunidad de aprender más sobre la actual estructura de poder de Marte. Aunque ella exagerara su papel en el asunto, seguía siendo instructivo.
—Me dejó atónita lo rápido que Subarashii construyó el ascensor y lo colocó en posición —dijo Phyllis.
—¿Subarashii?
—Era la principal contratista.
—¿Quién adjudicó el contrato, la UNOMA?
—Oh, no. La UNOMA ha sido sustituida por la Autoridad Transitoria de las Naciones Unidas.
—Entonces, cuando eras presidenta de la Autoridad Transitoria, a todos los efectos eras presidenta de Marte.
—Bueno, la presidencia es rotativa entre los miembros, y la verdad es que no confiere mucho más poder del que tienen los demás. Es sólo para el consumo de los medios de comunicación y para dirigir las reuniones. Trabajo de relaciones públicas.
—Aun así...
—Oh, ya lo sé. —Rió.— Es una posición que muchos de mis viejos colegas desearon pero nunca consiguieron. Chalmers, Bogdanov, Boone, Toitovna... Me pregunto qué habrían pensado si lo hubieran visto. Pero ellos apostaron por el caballo perdedor.
Sax apartó la vista de ella.
—Y dime, ¿cómo es que Subarashii consiguió el nuevo ascensor?
—Porque el comité de dirección de la Autoridad Transitoria votó por ellos. Praxis había intentado hacerse con él, pero a nadie le gusta Praxis.
—Ahora que el ascensor ha vuelto, ¿crees que las cosas cambiarán otra vez?
—¡Oh, ciertamente! ¡Ciertamente! Muchas cosas quedaron en suspenso desde los disturbios. Emigración, construcción, terraformación, comercio... Todo se detuvo. Apenas si hemos podido reconstruir algunas de las ciudades destruidas. Ha imperado una especie de ley marcial, necesaria, por supuesto, en vista de lo que ocurrió.
—Por supuesto.
—¡Pero ahora! Todos los metales acumulados durante los últimos cuarenta años están listos para entrar en el sistema terrano, y eso estimulará de manera increíble la economía de los dos mundos. Nos llegará más producción desde la Tierra, y más inversiones y emigración. Al fin ha llegado la hora de que empecemos a hacer cosas.
—¿Como la soletta?
—¡Exactamente! Ése es un ejemplo perfecto de lo que quiero decir. Hay un montón de proyectos de grandes inversiones aquí.
—Canales de paredes vitrificadas —dijo Sax. Eso haría que los agujeros de transición pareciesen triviales.
Phyllis estaba diciendo algo sobre las brillantes perspectivas de la Tierra, y él sacudió la cabeza para despejarla de julios por centímetro cuadrado.
—Pero yo creía que la Tierra atravesaba serias dificultades —dijo Sax.
—Bien, sí, la Tierra siempre está en serias dificultades. Tendremos que acostumbrarnos a eso. Pero soy optimista al respecto. Quiero decir que la recesión los ha perjudicado mucho hasta ahora, especialmente a los tigres pequeños y a los cachorros de tigre, y por descontado a las naciones menos desarrolladas. Pero la entrada de metales industriales marcianos estimulará la economía, incluyendo las industrias de control medioambiental. Y por desgracia, parece que los muertos de hambre van a ver resueltos muchos de sus problemas.
Sax se concentró en la sección de morrena que estaban escalando. Allí la solifluxión, el derretimiento diario del suelo helado de una pendiente, había hecho que el regolito suelto resbalara pendiente abajo y se amontonara formando depresiones y cercos, y aunque parecían grises y sin vida, un dibujo tenue en forma de minúsculas tejas revelaba que en realidad estaban cubiertos de copos azul grisáceos de liquen. En las hondonadas había masas de algo gris ceniciento, y Sax se inclinó para arrancar una pequeña muestra.
—Observa —le dijo con brusquedad a Phyllis—, hepática de la nieve.
—Parece barro.
—Debido a un hongo parásito que crece sobre ella. La planta es de color verde en realidad; ¿ves estas pequeñas hojas? Es un brote nuevo que el hongo no ha cubierto todavía.
Bajo la lupa, las hojas nuevas parecían cristal verde. Pero Phyllis no se molestó en mirar.
—¿Quién la diseñó? —preguntó, y su tono indicaba que el diseñador tenía muy mal gusto.
—No lo sé. Tal vez nadie. Muchas de las especies nuevas que hay aquí no han sido diseñadas.