Más Allá de las Sombras (18 page)

BOOK: Más Allá de las Sombras
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En ese momento, no pudo por menos que respetar a Terah de Graesin. Había nacido en una de las grandes familias de Cenaria, pero su espíritu era indomable. Había llegado más lejos que hombres que la despreciaron por su juventud, su sexo o su reputación. Terah de Graesin no había ocupado el trono por casualidad. Sin embargo, allí, Terah de Graesin no era más que una mujer sola, a punto de ser despertada por una pesadilla.

A veces, Kylar no podía evitar compadecerse de los pobres desgraciados. Durzo le había enseñado que el mejor ejecutor entendía a su muriente más de lo que este se entendía a sí mismo. Kylar se lo creía, pero cada vez que hacía algo calculado para inspirar terror, se preguntaba si estaba pagándolo con su humanidad. Una cosa era aterrorizar a matones. ¿Era diferente asustar a una joven en la intimidad de su alcoba?

Sin embargo, Terah de Graesin no era una mujer cualquiera. Era una reina. Su idiotez mataría a miles de personas... y planeaba matar a Logan, el legítimo rey.
Actúa ahora. Duda después.

Kylar fue al otro lado de la cama de Terah y retiró la colcha para tener un sitio donde sentarse. Con paciencia de ejecutor, posó su peso en el colchón gradualmente. Al final, se sentó, con las piernas cruzadas, las manos sobre las rodillas, la espalda recta y el rostro airado del Juicio.

La joven reina dormía de lado, con las manos metidas bajo la almohada, de modo que resultó fácil agarrar la gruesa manta de plumas y retirarla. Dividido entre la necesidad de paciencia —cualquier cambio rápido la despertaría— y el frío de la habitación que llevaría a Terah a buscar la manta aun dormida, Kylar retiró la sábana para desvelar su desnudez.

No miró. Si algo le daba era asco. La quería descolocada, vulnerable. Terah se agitó en sueños. Kylar se obligó a permanecer inmóvil, sentado con la espalda recta una vez más, y empezó a resplandecer de un azul frío, que poco a poco fue haciéndose más brillante.

Llegaba la parte más complicada: la respuesta de un muriente al sobresalto era involuntaria. Asustar a un gritón y decirle que no chillase era inútil. Podía despertarla tapándole la boca con una mano, pero con eso no obtendría el tipo de terror que buscaba.

Terah de Graesin se despertó poco a poco, como Kylar había esperado. Apretó los ojos y después los abrió con lentitud. Parpadeó una vez y luego otra, como si le molestara la luz del amanecer que normalmente entraba por sus ventanas. Fue enfocando cada vez más cerca. Entonces, de sopetón, cobró nitidez el Ángel de la Noche, con los ojos ardientes de llamas azules y exhalando bocanadas de fuego con cada aliento, con un cuerpo que alternaba entre ser invisible, vaporoso como un humo negro o resplandeciente donde se iluminaba un músculo de metal negro iridiscente. Terah se quedó sin respiración y profirió un grito ahogado. No muy alto, gracias al Dios.

Hizo un movimiento espasmódico con las piernas, pataleó y estiró las manos hacia las mantas. Sin dejar de dar manotazos, se deslizó hacia el borde de la cama. Kylar permaneció sentado e inmóvil como un dios y actuó solo con su Talento. Todavía era torpe en aquellas lides, pero tuvo suerte y agarró a Terah de la garganta al primer intento. La mano mágica la inmovilizó contra la cama.

Alzando una mano rígida en una posición de ataque conocida como mano cuchillo, Kylar lo hizo literal dando al ka’kari la forma de un filo en forma de hoja. Susurró:

—Gritar sería un error, Terah. ¿Entendido?

Usó su nombre para que resultase más familiar, más espeluznante cuando lo recordase.

Con los ojos desorbitados, la reina asintió.

—Tápate, puta. Apestas a la semilla de tu hermano —prosiguió.

Le soltó la garganta y retiró el ka’kari de su mano. Con movimientos espasmódicos, Terah subió las sábanas y las agarró con los puños hasta dejarse los nudillos blancos, mientras alzaba las rodillas, temblorosa.

El Ángel de la Noche dijo:

—Mientras gobiernes mi ciudad, te exijo que la gobiernes bien.

—¿Quién eres? —preguntó ella con la voz entrecortada, todavía confusa.

—Cancelarás este ataque. Garuwashi no tiene comida. No puede alargar este asedio.

—¿Has venido a ayudarme a salvar Cenaria? —preguntó Terah, incrédula.

—Salvaré Cenaria, contigo o de ti. Dame dos días. Garuwashi no sabe lo mal que están las cosas en la ciudad. Negociará.

Terah de Graesin ya se estaba recuperando.

—No quiere ni verme. Juró no negociar nunca con una mujer. —Eso era nuevo para Kylar. ¿Por qué no quería negociar Garuwashi?

—Pues que no sea contigo —dijo Kylar—. Con Gyre.

Los ojos de la reina se encendieron de ira.

—¿Gyre? ¿Eres un esbirro de Logan? ¡Tú fuiste el que nos salvó en el jardín durante el golpe! Solo te importaba él. Tú lo salvaste, ¿verdad? Lo salvaste y ahora quieres que se lleve la gloria. Después de todo lo que he hecho para llegar hasta aquí, ¿esperas que deje ganar a Logan? ¡Antes muerta! —Se puso en pie con altivez y agarró una bata de una silla—. Ahora, te sugiero...

Kylar se le echó encima. Antes de que Terah pudiera pensar siquiera en gritar, la tiró contra la cama, se le subió encima a horcajadas, le pegó un puñetazo en el plexo solar para cortarle la respiración y le puso una mano en la cara. Asió un pasador para el pelo de la mesilla de noche y le hundió la aguja en la carne de su brazo. Le dejó tomar una bocanada de aire y entonces le llenó la boca con el ka’kari para impedirle gritar.

Incapaz de expulsar su grito por la boca, el aire salió a chorro por su nariz y le puso la mano perdida de mocos a Kylar, que retorció el pasador adelante y atrás, y luego cogió otro.

Terah se revolvió, pataleó e intentó gritar por la nariz, de modo que Kylar también se la bloqueó con el ka’kari.

Los ojos de Terah se hincharon y se le marcaron las venas del cuello al luchar en vano por respirar. Intentó dar manotazos, pero Kylar le tenía los brazos sujetos con las rodillas. Le puso a la vista la aguja del pasador y luego le tocó la frente con la punta.

Aunque su garganta seguía moviéndose de forma convulsiva, Terah de Graesin se quedó quieta. Kylar fue bajando con la punta de la aguja por la frente, entre los ojos y después por la delicada piel de un párpado.

Por un momento, no pudo evitar preguntarse qué pensaría Elene si lo viese allí, haciendo eso. El terror de la reina lo ponía enfermo, y aun así lucía aquella cruel sonrisa en la cara. Le apartó la aguja del ojo para que pudiese ver el Juicio.

—¿Antes muerta? —preguntó el Ángel de la Noche—. ¿De verdad?

Capítulo 24

La visión de la Serafín de Alabastro ganando en tamaño a medida que el bote se acercaba no hizo nada por tranquilizar a Elene. Si había entendido bien la carta de Vi —cuánto tiempo parecía haber pasado desde entonces—, la chica había anillado a Kylar sin su permiso, usando los mismos pendientes nupciales con que él había pretendido enlazarse a Elene. Jamás había estado tan furiosa durante tanto tiempo seguido.

Sabía que era destructivo. Sabía que la consumiría por dentro. Apenas unas semanas atrás, había matado a un hombre, y entonces no había sentido el caudal de odio que experimentaba en ese momento.

Sabía que estaba incumpliendo los preceptos al aferrarse a su rabia, su ira justificada. Sin embargo, le hacía sentirse poderosa odiar a la mujer que la había agraviado. Vi merecía ese odio.

La batea atracó en un pequeño embarcadero cobijado de la lluvia mediante magia, y el barquero le señaló una cola. Elene se unió a dos docenas más de personas, en su mayoría mujeres, que acudían como solicitantes a la Capilla. Una hora más tarde, cuando dio su nombre y pidió ver a Vi, la hermana encontró una nota sobre ella y mandó a una novicia a la carrera.

Al cabo de varios minutos, salió una maga mayor con la piel flácida y la ropa holgada de una mujer que había perdido demasiado peso demasiado rápido.

—Hola, Elene. Soy la hermana Ariel. Acompáñame.

—¿Adónde me llevas?

—A ver a Uly y a Vi. Es lo que quieres, ¿no?

La hermana Ariel dio media vuelta y arrancó a caminar sin esperar una respuesta.

Muchos escalones después, pararon en una planta hospital, con centenares de camas, que seguía toda la circunferencia de la Serafín. La mayoría de los lechos estaban vacíos, pero unas hermanas con fajas verdes pululaban entre los ocupados, tocando en ocasiones las paredes, que en el acto se volvían transparentes y dejaban entrar la difusa luz matutina.

—¿Está Uly enferma? —preguntó Elene.

La hermana Ariel no dijo nada. Condujo a Elene por delante de docenas de camas. Varias de las chicas que las ocupaban tenían un brazo o una pierna envuelto en vendas, y aquí y allá dormían algunas magas de aspecto venerable, pero las más de las heridas no presentaban lesiones evidentes. Las heridas mágicas, supuso Elene, no siempre dejaban rastro en el cuerpo.

Al final, se detuvieron ante una cama, pero la mujer que reposaba en ella no era Uly, sino Vi. A Elene se le cortó la respiración. Había pensado, al avistar aquel pelo rojo en el camino, que nunca había visto a Vi antes, pero se equivocaba. Había estado en la fatídica última fiesta en la mansión de los Jadwin. Aquella noche Vi se había presentado de rubia, con un vestido que era un escándalo en rojo. Elene recordaba con claridad el remolino de emociones que había sentido aquella noche: estupefacción por que alguien llevase una prenda tan descocada, juicio, fascinación. Elene, como todos los demás hombres y mujeres, no había podido quitarle los ojos de encima. A renglón seguido de aquellas primeras emociones, sin perder siquiera su indignación, había sentido celos, anhelo, el vacío en el estómago de desentonar junto a tanta belleza, el deseo de poder atraer aquellas miradas sabiendo que nunca lo haría, y que nunca se vestiría así aunque pudiera, pero no por ello dejando de desear tener la ocasión, aunque fuera por unos instantes. Vi era aquella mujer y, si acaso, con su lustrosa melena pelirroja flamígera en vez de lo que debió de ser una peluca rubia, estaba más espectacular todavía.

Entonces, cuando Elene se acercó un poco más a la cama, vio la otra oreja de Vi. Llevaba un solo pendiente, de mistarillë y oro, que centelleaba a la luz de la mañana que se filtraba por las paredes. Era la mitad del par exacto de hermosos pendientes nupciales que Elene le había señalado a Kylar. El aluvión de emociones que ya venía sintiendo de repente acusó la caída de un enorme peñasco. ¿Esa era su competencia? ¿Esa... criatura había anillado a Kylar? No era de extrañar que la hubiese escogido a ella. ¿Qué hombre haría otra cosa?

Desapercibida, la hermana Ariel se había situado junto a Elene, y en ese momento habló, con una voz que apenas pasaba del susurro.

—Cuando duerme, veo qué mujer tan bella habría sido Viridiana.

Elene miró a la hermana de refilón.
Cómo si pudiera ser más guapa todavía.

—Es quebradiza y dura, está enferma y maltratada. Su carácter es tan innoble como hermoso su cuerpo. Ya lo verás, cuando despierte. Es una tragedia andante. El oficio que le enseñaron quebrantaría a cualquiera con alma. Lo sabes por la experiencia de Kylar. Sin embargo, Vi no solo aprendió un menester perverso, sino que además lo aprendió bajo la tutela de Hu Patíbulo, y demasiado a menudo también bajo su cuerpo, desde que era pequeña. Siempre que la veo dormida, vieja y gorda como soy, todavía me pongo celosa. Todavía olvido que la belleza de Vi no ha sido una amiga para ella. —La hermana Ariel hizo una pausa, como si le hubiese asaltado una idea—. A decir verdad, el único amigo que tuvo nunca, hombre o mujer, fue Jarl, y el rey dios la compelió a matarlo.

Elene no quería saber nada de aquello.

—¿Qué le pasa? O sea, ¿por qué está aquí?

La hermana Ariel suspiró.

—Nuestra iniciación no solo requiere aptitud, sino también concentración. Vi posee aptitud en un grado casi vergonzoso. Su Talento está a la altura de su belleza. Me preocupaba y me preocupa que descubrirlo la eche a perder. Aprender nuestro arte exige paciencia y humildad, y las mujeres de enorme Talento tienden a carecer de ambas cosas. De modo que la enfrasqué en la iniciación de inmediato. Después de todo lo que había hecho y vivido en las últimas semanas, no tenía la más mínima capacidad de concentración, y casi ni siquiera voluntad de vivir. Fue poco menos que una condena a muerte. —Se encogió de hombros—. Elene, sé que Vi te ha causado mucho mal. Esos anillos nupciales son antiquísimos. Los estoy estudiando para ver si es posible romper el vínculo. No albergo muchas esperanzas. Y sé, porque me lo confesó ella, que anilló a Kylar cuando estaba inconsciente. Las demás hermanas no lo saben. Entre nosotras se considera uno de los más graves crímenes. Aunque lo hiciera para salvar un país, y al propio Kylar, Vi sin duda se ha ganado cualquier venganza que quieras cobrarte. Si así lo deseas, deberías poder despertarla. Si quieres alojarte en la Capilla, se te proporcionarán habitaciones. Si deseas hablar con Uly, terminará sus lecciones matutinas dentro de unas dos horas. Estaré en mi habitación si me necesitas. Pregunta a cualquier novicia, cualquiera de las jóvenes vestidas de blanco, y ella te llevará a cualquier lugar al que desees ir.

Con eso, la hermana Ariel dejó a Elene a solas con Vi.

Elene miró a su alrededor mientras la hermana desaparecía. De repente no había nadie a la vista. Tocó el cuchillo que llevaba al cinto. Podía matar a Vi y marcharse sin más. Ya había matado. Sabía cómo se hacía.

Cerró los ojos con fuerza.
Dios, no puedo hacer esto.

Al cabo de un largo rato, respiró hondo, relajó la mandíbula, se forzó a tranquilizarse y abrió los ojos.

Vi yacía como antes, bella, en paz, grácil. Sin embargo, en vez de representársela otra vez en la mansión de los Jadwin, atrayendo la lujuria y los celos como un imán, Elene se la imaginó de pequeña. Vi había sido una niña mona en las Madrigueras como Elene había sido una niña mona en las Madrigueras. Ninguna de las dos había salido indemne. Elene la observó y prefirió fijar en su imaginación a esa Vi infantil, la niñita preciosa y despreocupada del pelo rojo como el fuego antes de que las Madrigueras la mancillasen.

Nunca ha tenido una amiga.
Elene no sabía si el pensamiento era suyo o la voz del Dios Único, pero supo al instante lo que Él le reclamaba que hiciese.

Respiró hondo, paralizada.
Es demasiado difícil, Dios. No puede ser. No después de lo que ha hecho. Quiero odiarla. Quiero ser fuerte. Quiero hacerle pagar.
Habló, despotricó y peroró sobre lo justo de hacer sufrir a Vi y, en todo momento, el Dios guardó silencio. Aun así, de principio a fin, Elene sintió su presencia. Y cuando hubo terminado, Él seguía allí, y Elene sabía que su disyuntiva era simple: obedecer o desobedecer.

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