Más Allá de las Sombras (70 page)

BOOK: Más Allá de las Sombras
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Con una profunda bocanada de aire y tanto Talento como pudo manipular, se arrancó el vir del cuerpo. Partes de su Talento se desprendieron con él, pues cortó hondo, muy hondo. Desgarró tantas secciones que supo que ya nunca controlaría cuándo iba o venía su don profético. La locura que había temido y combatido durante tanto tiempo llegaría y se quedaría, para siempre.

Por último, mareado, Dorian se quitó las cadenas doradas y la capa blanca de rey dios.

—Solon. Amigo —dijo, con un largo suspiro—, cabalga conmigo. Deprisa. Llega la locura.

Capítulo 95

Logan no tenía ni idea de cómo iba la batalla. Justo después de ver la señal de que Jenine había sido rescatada y lanzarse al galope para reunirse con ella en el lado oriental de la colina bajo el castillo, a sus espaldas habían aparecido señales luminosas que pedían la incorporación de todos los refuerzos. Por el momento, nada de eso importaba.

Al pie de la colina, por debajo del enorme castillo, la expedición que Logan había enviado a rescatar a Jenine estaba enzarzada en una batalla contra varios cientos de khalidoranos. El terreno de esa zona estaba cubierto del polvo negro que era lo único que quedaba del Túmulo Negro. Se había asentado enseguida, pero las fuerzas al combatir y los hombres de Logan al cabalgar volvían a levantarlo y enturbiaban la visión de la batalla.

Con quince centímetros de polvo en el suelo, Logan no se atrevió a ordenar el galope tendido. Si esa nieve negra ocultaba agujeros, los caballos se caerían. Los jinetes de detrás, cegados por la densa nube de polvo oscuro, arrollarían a sus compañeros.

Logan y su vanguardia se encontraban a menos de treinta pasos del combate cuando avistó algo grande entre el polvo negro. Tenía una vaga forma de oso, pero había hombres pegados a su piel, chillando.

—¡Romped formación! ¡Romped! —gritó Logan—. ¡Ferali!

Se desvió hacia la izquierda. Un grupo de khalidoranos apareció entre el polvo delante de él, todos empujándose para apartarse del ferali. Estaban en estado de pánico y del todo desprevenidos para la repentina aparición de la caballería, y la línea de Logan les pasó por encima. Su corcel se llevó por delante a media docena antes de que la densidad de cuerpos fuera tal que detuvo su cabalgada.

Un brazo enorme, con la piel surcada de pequeñas bocas abiertas, pasó por encima de la cabeza de Logan y le rozó el casco con un chirrido causado por los dientecitos que intentaban masticar el metal. No alcanzó a ver el resto de la criatura salvo como una sombra más oscura sobre la negrura del polvo.

Sintió una sacudida cuando un caballo chocó con los cuartos traseros de su corcel. El golpe lo impulsó hacia delante y los hombres que tenía ante él cedieron poco a poco, aplastados o desfigurados por los dientes de su caballo de guerra.

Una crepitante bola de fuego de mago silbó por los aires y explotó contra el pellejo del ferali, sin hacerle nada. Las magas no sabían con qué se las veían.

Sonaron más gritos cuando la fuerza de la carga de Logan empujó a sus hombres directamente hacia el ferali. Logan se descubrió encajonado entre caballos por ambos lados. El Chirríos a un costado y Vi al otro, con su vestido rojo resplandeciendo desde dentro mientras lanzaba una ráfaga de bolas de fuego del tamaño de un puño, algunas contra los khalidoranos apretujados ante ellos, otras contra el ferali.

—¡No sirve de nada! —gritó.

El ferali desapareció de repente, agachado contra el suelo.

—Oh, mierda —dijo Logan. Lo había visto antes. La criatura no estaba escapando o muriendo, se estaba remodelando para aprovechar toda su nueva carne. La presión de las líneas seguía empujando hombres hacia él.

El ferali se elevó con una fuerza explosiva, y soldados y caballos salieron disparados por los aires en todas direcciones. Cayeron y aplastaron a sus compañeros.

—¡Dispersaos! ¡Dispersaos! —gritó Logan. Vi lanzó una bengala, pero Logan estaba seguro de que no la vieron ni cien hombres.

De repente, una onda de magia pasó a toda velocidad por encima de su cabeza, difusa como una nube.

Con un sonido similar a un portazo, la corriente de magia se hundió en el suelo. En un espacio cuadrado de cien pasos de lado, el polvo negro se posó en el suelo y quedó atrapado allí. El aire se despejó.

Logan miró colina arriba y distinguió la fuente de la magia: Solon Tofusin, el hombre al que había creído conocer durante una década. Se encontraba sobre un promontorio con un hombre de pelo moreno. El otro mago crepitaba de luz contenida, tejiendo una docena de hilos de magia. Logan apenas reparó en su presencia antes de devolver su atención a la batalla.

Vio que estaban atrapados en lo que había sido el jardín de una villa. Había muros en dos de los lados, y era hacia esas paredes hacia las que Logan se había estado intentando retirar. El ferali ocupaba el centro. Se había desentendido de las piernas para poder tener media docena de brazos, con los que sin moverse levantaba del suelo hombres y caballos indiscriminadamente. Aunque el aire despejado ayudaba a Logan y sus fuerzas, también le ponía las cosas más fáciles al ferali.

—¡Que los batallones segundo, tercero y cuarto lo rodeen! —gritó Logan.

Vi lanzó al aire la señal, pero conseguir que un ejército cambiase de dirección no era un proceso rápido. El cuarto batallón quizá llegara a tiempo para impedir que la fuerza khalidorana se retirase, pero nada podría salvar a los mil hombres atrapados con Logan en ese jardín.

Vi empezó a atacar de nuevo al ferali, pero en esa ocasión disparando una andanada de bolas de luz hacia sus ojos. Ya no intentaba hacerle daño, sino meramente cegarlo, distraerlo, frenar su matanza. En pocos momentos, otra docena de magas siguieron su ejemplo y unos deslumbrantes chorros de luz fluyeron hacia la gran masa informe y acorazada que ocupaba el centro del jardín.

Durante unos instantes el ferali estuvo paralizado; después cogió un caballo del lado khalidorano del jardín, donde todavía podía ver. Lo tiró hacia una de las magas, a la que aplastó junto con media docena de compañeras. Extendió un brazo y docenas de espadas y lanzas salieron burbujeando a la superficie y flotaron hasta su mano. Las lanzó todas a la siguiente hermana.

Logan dobló el cuello para ver cuánto había mejorado el atasco. No lo suficiente.

—¡Jenine! —gritó alguien. Era el hombre que acompañaba a Solon en el promontorio, y el grito era de absoluta desesperación. Tenía los brazos extendidos y sobre cada mano bailaban unas tramas intricadas. Logan se preguntó por un breve momento cómo las veía; nunca había sido capaz de ver tramas mágicas. Entonces el hombre juntó las manos y comprimió las hebras en una bola. La magia salió disparada de sus manos como una flecha, alcanzó al ferali e, increíblemente, se quedó pegada a él. La magia nunca se pegaba a los ferali.

La criatura estaba levantando otro caballo del lado khalidorano del círculo. Había una mujer en la silla de montar, intentando apoyarse para saltar del lomo de la montura, pero tenía el vestido atrapado bajo la mano del ferali. Era Jenine. A Logan se le subió el corazón a la boca, pero no había nada que pudiera hacer.

El hombre del promontorio gritó, y la magia de sus manos se tensó como una cuerda atada al ferali. Con un chillido, tiró de ella.

El caballo se le cayó al ferali de las manos y Logan perdió de vista a su esposa. La piel gris de la bestia resplandecía. Con una ola de humo negro, la piel se evaporó. Con un siseo de gases, el ferali se derrumbó, murió y se deshizo en pedazos. El laberinto de magia que lo había mantenido unido había sido seccionado como un nudo fordeano.

Logan espoleó a su corcel antes de que el último brazo del ferali tocara el suelo. Cabalgó sobre montículos de entrañas apestosas y chocó contra los primeros khalidoranos que vio entre él y el punto donde había caído Jenine. Vio de refilón que el cuarto batallón ocupaba su puesto y sellaba la salida norte del jardín.

Un ladeshiano y dos docenas de hombres habían desmontado y trepado a un balcón de piedra. La mansión de la que había formado parte era una ruina, pero el balcón en sí estaba intacto y ofrecía una vista del jardín entero. El ladeshiano levantó los brazos y lanzó fuego al cielo. Desapareció poco a poco hasta arder solo a su alrededor, formando el contorno de un dragón.

—¡Mirad! —gritó Moburu—. ¡El Gran Rey ha llegado! ¡Rey Gyre, venid a rendirme pleitesía!

A Moburu no le quedaban más de treinta hombres, y todos estaban atrapados con él en el balcón. Logan subió corriendo los escalones. Al llegar arriba, vio a Jenine. Sus ricas prendas de terciopelo estaban rasgadas y sucias, manchadas de aquel polvo negro como hollín, pero parecía ilesa. Tenía los brazos atados a los costados y un conjuro en torno al cuello y la cabeza, con unos dientes ávidos que le dibujaban hoyuelos en la piel. Tan solo mantenía abiertas aquellas mandíbulas mágicas una minúscula trama que Moburu sostenía. Si lo mataban, las fauces se cerrarían de golpe y aplastarían el cráneo de Jenine. Logan no se cuestionó cómo lo sabía, pero era así.

Al ver a Jenine, el corazón se le hinchó de una mezcla de sentimientos demasiado intensos para expresarlos con palabras. Verla viva después de haber renunciado a toda esperanza le cortaba la respiración. Nadie volvería a quitarle a Jenine. Nadie le haría daño. Levantó la mano, para impedir que quienes le seguían atacasen a Moburu.

El ladeshiano estaba delirando:

—Está escrito:

Atraviesa el Infierno y las profundas aguas y se alza,

marcado con la muerte,

marcado con la mirada del dragón lunar.

A la sombra de la muerte del túmulo

de la última esperanza del hombre se alza

y el fuego asiste a su nacimiento.

—Yo os digo —gritó Moburu— que esta profecía se ha cumplido en el día de hoy ante vuestros ojos. Yo, Moburu Ursuul, hijo del norte, legítimo rey dios, me alzo este día para tomar mi trono. Pretendiente, yo te desafío. Tu corona contra la mía —dijo, y luego bajó la voz— y la vida de ella.

—Hecho —respondió Logan al instante—. Transfiere el conjuro de muerte a uno de tus brujos.

—¿Qué? —preguntó Vi—. ¡Majestad, si lo tenemos! ¡No puede ir a ninguna parte!

—¡Sin interferencias! —dijo Moburu.

—¡Hecho! —gritó Logan.

—¡Y hecho! —Moburu se volvió y entregó la trama al vürdmeister que tenía a su izquierda.

Logan se quitó el yelmo y desprendió de él la corona. Se la lanzó al mismo hombre.

—Jenine —dijo, mirándola a sus grandes ojos abiertos—. Te amo. No permitiré que se queden contigo.

La batalla había terminado. Allí no quedaban khalidoranos que matar.

—Nací el día vaticinado, hace veintidós años. Tengo las señales —gritó Moburu, con los ojos encendidos. Levantó el brazo derecho y enseñó un tatuaje verde brillante que recordaba a un dragón—. ¡Preparaos para saludar a vuestro Gran Rey!

—Esto es una locura, Logan —dijo Vi—. ¡El hombre es un vürdmeister! ¡No puedes hacerle frente!

Los ojos de Logan por fin se apartaron de Jenine.

—Bonito tatuaje —le dijo a Moburu. Desenvainó su espada.

Sintió un calor abrasador en el brazo derecho. Bajó la vista. El dibujo verde incandescente grabado en su brazo había derretido la cota de mallas de su manga y resplandecía con el brillo de los ojos del dragón lunar. Captó un atisbo de miedo en la cara de Moburu antes de que su piel quedara oculta bajo los nudos negros del vir.

Moburu extendió una mano y un chorro de magia saltó hacia Logan. Algo salió disparado del brazo de Logan para salirle al paso. Lo único que entrevió fue un destello de escamas y el verde abrasador de los ojos del dragón lunar, como si la criatura entera llevase tiempo viviendo en su brazo y en ese momento se liberara de un salto, en todo su tamaño. Su boca se cerró sobre Moburu. Después desapareció.

Moburu estaba inmóvil. Al principio, Logan pensó que el dragón lunar había sido una ilusión o un fruto de su imaginación. Se diría que no había hecho nada en absoluto a su oponente. Entonces, toda la tracería de vir que había dentro de la piel de Moburu saltó en pedazos.

Con la fuerza de un dragón, Logan hizo caer su espada sobre el impostor. Alcanzó a Moburu en la coronilla y lo atravesó de arriba abajo. Antes de que las mitades de su cuerpo golpearan el suelo, Vi se echó encima del vürdmeister que sostenía el conjuro mortal sobre Jenine.

Él y todos los demás khalidoranos, lodricarios y salvajes del balcón levantaron las manos poco a poco. El conjuro de muerte se disolvió. Los khalidoranos se hincaron de rodillas y miraron a Logan con algo inquietantemente parecido a la reverencia en los ojos.

—¡Maestra de batalla! —exclamó una voz en el repentino silencio. Era el extraño mago que había matado al ferali. Tenía la mirada vidriosa. Olía raro a la sensible nariz de Logan. Se rió de repente, y luego paró y dijo con tono sombrío—: ¡Maestra de batalla, se os necesita en el Salón de los Vientos! ¡Acudid, deprisa, o Midcyru está muerto! —Se volvió hacia Logan—. ¡Gran Rey, reunid a todos los hombres que os gustaría ver sobrevivir hasta esta noche!

Jenine contemplaba al loco con horror.

—¿Quién es este hombre? —preguntó Logan.
¿Gran Rey?

El mago había llegado al balcón. Sostenía una gruesa cadena de oro en las manos, pero de repente parecía perdido.

—Dorian —dijo Jenine—. Dioses, ¿qué has hecho?

—Muerta para mí. No muerta pero muerta para mí —farfulló Dorian.

—Es un profeta —explicó Solon, que había seguido a Dorian—. Lo que dice es cierto. No hay tiempo, majestad. ¡Debemos irnos!

Jenine lloraba. Logan la estrechó entre sus brazos, sin saber exactamente a qué se debían sus lágrimas.

La tierra tembló y un ruido se extendió por toda la zona, como si la tierra misma suspirase.

Solon lanzó una retahíla de palabrotas.

—Neph lo ha hecho. Maldito sea. Ha roto el conjuro de Jorsin. —Estaba mirando el polvo negro que lo cubría todo en kilómetros a la redonda. De repente se había coagulado hasta formar una fina capa de cieno en todas partes.

Logan se volvió hacia el rey sethí.

—¿Confías en este hombre? ¿Apostarías sesenta mil almas a su palabra?

—Eso y más —dijo Solon.

Dorian lloró. Solon le quitó la gruesa cadena de oro de las manos y se la puso a Logan a los hombros. El rey se volvió hacia Vi.

—Lanza bengalas. Todos nuestros ejércitos al castillo, de inmediato. Y después ve allí tú misma. Rápido.

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