Read Más muerto que nunca Online

Authors: Charlaine Harris

Más muerto que nunca (26 page)

BOOK: Más muerto que nunca
13.15Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Seguro que lo pasaréis muy bien.

—Esta noche le toca vigilancia —dijo Arlene dándose importancia.

Pestañeé.

—Y ¿qué tiene que vigilar?

—Han convocado a todo el personal. Al parecer están vigilando distintos aparcamientos de la ciudad para ver si sorprenden al francotirador con las manos en la masa.

Enseguida vi el punto débil de su plan.

—Y ¿si el francotirador detecta antes su presencia?

—Son profesionales, Sookie. Me imagino que sabrán cómo hacerlo. —Arlene parecía y hablaba como si se hubiese molestado. De repente, se había convertido en la representante de la ley.

—Tranquila —dije—. Es que estoy preocupada, simplemente. —Además, a menos que los policías fuesen hombres lobo, no corrían ningún peligro. Naturalmente, el fallo de esta teoría estaba en que yo también había sido víctima de un ataque. Y yo no era una mujer lobo, ni una cambiante. Seguía sin saber cómo encajar todo esto dentro de mi planteamiento.

—¿Dónde está el espejo? —preguntó Arlene, y miró a su alrededor.

—Me parece que sólo hay uno en el baño —dije, y me pareció extraño tener que pensar dónde estaba una cosa en mi propia casa. Mientras Arlene se arreglaba el pelo, me serví la comida en un plato con la esperanza de poder comérmela mientras todavía estuviera caliente. Me encontré como una tonta con la bolsa vacía de la comida en la mano, preguntándome dónde estaría el cubo de la basura. Naturalmente, no habría cubo de la basura hasta que yo fuera a comprarlo. En los últimos diecinueve años sólo había vivido en casa de mi abuela. Nunca había tenido que montar una casa desde cero.

—Sam aún no conduce y por eso no ha venido a verte, pero piensa en ti —dijo Arlene desde el baño—. ¿Crees que podrás trabajar mañana por la noche?

—Esa es mi intención.

—Estupendo. A mí no me toca turno, la nieta de Charlie está ingresada en el hospital con neumonía, así que ella no está, y Holly no siempre aparece cuando le toca. Danielle necesita ausentarse de la ciudad. Esa chica nueva, Jada..., es mejor que Danielle, de todos modos.

—¿Tú crees?

—Sí —dijo Arlene—. No sé si te has dado cuenta, pero últimamente Danielle parece que pasa de todo. Por mucho que la gente pida copas y la llame, a ella le entra por un oído y le sale por el otro. No hace más que hablar con su novio, y le da lo mismo que los clientes la reclamen.

Era verdad que Danielle era menos escrupulosa con su trabajo desde que había empezado a salir con un tipo de Arcadia.

—¿Crees que se irá? —pregunté, y eso abrió otro filón de conversación que explotamos durante cinco minutos, por mucho que Arlene dijera que tenía prisa. Me ordenó que comiera mientras la hamburguesa estuviera caliente, así que mastiqué y tragué mientras ella no paraba de charlar. No dijimos nada asombrosamente nuevo u original, pero disfrutamos de un buen rato. Por una vez, Arlene se lo pasaba bien allí sentada conmigo, sin hacer nada.

Una de las muchas desventajas de la telepatía es que distingues a la perfección cuando alguien te escucha de verdad y cuando estás hablándole a una cara y no a una mente.

Andy Bellefleur llegó cuando Arlene se marchaba en su coche. Me alegré de haber metido la bolsa de Wendy's en un armario y no tenerla por allí rondando.

—Vives justo al lado de Halleigh —dijo Andy. Una estratagema para iniciar la conversación.

—Gracias por dejarle las llaves y haber traído el coche hasta aquí —dije. Andy también tenía buenos momentos.

—Dice que el chico que te acompañó a casa desde el hospital era realmente... interesante. —Era evidente que Andy estaba lanzando la caña. Le sonreí. Fuera lo que fuese que Halleigh le había contado, había despertado su curiosidad y, tal vez, un poco sus celos.

—Podría definirse así —concedí.

Esperó a ver si yo decía alguna cosa más. Viendo que no largaba, fue directo al grano.

—La razón por la que he venido es que quería averiguar si recuerdas algo más de lo sucedido ayer.

—Andy, no sabía nada entonces y mucho menos sé ahora.

—Pero te agachaste.

—Oh, Andy —dije, exasperada, pues él conocía perfectamente bien mis dotes—, no es necesario que me preguntes por qué me agaché.

Se puso rojo, lenta e indecorosamente. Andy era un tipo fuerte y un inspector de policía inteligente, pero se mostraba ambiguo con respecto a cosas que sabía que eran ciertas, por mucho que éstas no fueran hechos completamente convencionales y del dominio público.

—Ahora, por ejemplo, sé que estamos solos —observé—. Y las paredes son lo suficientemente gruesas como para que no pudiera oír a Halleigh si estuviera.

—¿Hay algo más? —preguntó de repente, con los ojos brillantes de curiosidad—. ¿Hay algo más, Sookie?

Sabía exactamente a qué se refería. No lo diría jamás, pero quería saber si había algo más en este mundo además de seres humanos, vampiros y personas con capacidad telepática.

—Hay mucho más —dije, sin que mi voz se alterase—. Hay otro mundo.

Andy me miró a los ojos. Sus sospechas acababan de confirmarse y se mostraba intrigado. Estaba a punto de preguntarme sobre las personas que habían sido disparadas, a punto de dar el salto, pero en el último momento se echó atrás.

—¿No viste u oíste nada que pudiera ayudarnos? ¿Hubo algo diferente la noche en que Sam resultó herido?

—No —dije—. Nada. ¿Por qué?

No respondió, pero pude leer su mente como un libro abierto. La bala que había herido a Sam no coincidía con las demás balas.

Cuando se hubo marchado, traté de diseccionar esa impresión fugaz que recibí, la que me llevó a agacharme. Si el aparcamiento no hubiese estado vacío, no lo habría captado, pues el cerebro del que recibí la información estaba a cierta distancia. Y lo que había sentido era una maraña de determinación, rabia y, por encima de todo, repugnancia. La persona que me disparó me consideraba odiosa e inhumana. Por estúpido que parezca, mi primera sensación fue sentirme herida... Al fin y al cabo, a nadie le gusta que le desprecien. Entonces reflexioné sobre el extraño hecho de que la bala de Sam no coincidiera con las de los anteriores ataques contra cambiantes. No lo entendía. Se me ocurrían muchas explicaciones, pero todas me parecían poco probables.

La lluvia empezaba a caer con fuerza y golpeaba con un siseo las ventanas que daban al norte. No tenía ningún motivo para hablar con nadie, pero me apetecía realizar una llamada. No era una buena noche para estar desconectada. A medida que la lluvia se fue intensificando, empecé a sentirme ansiosa. El cielo había adoptado un color gris plomizo y pronto estaría completamente oscuro.

Me pregunté por qué me sentiría tan inquieta. Estaba acostumbrada a estar sola y no me importaba. Ahora estaba físicamente más cerca de la gente que cuando vivía en mi casa de Hummingbird Road, pero me sentía más sola.

Aunque se suponía que aún no podía conducir, necesitaba cosas para el piso. Habría convertido los recados en una necesidad y habría ido a Wal-Mart a pesar de la lluvia —o debido a la lluvia— si la enfermera no me hubiese recomendado por encima de todo que debía mantener el hombro en reposo. Agobiada, empecé a pasear de una habitación a otra hasta que un sonido en la gravilla me avisó de que tenía otra visita. Otra consecuencia de vivir en la ciudad.

Abrí la puerta y me encontré a Tara cubierta con un impermeable con capucha y con estampado de leopardo. La invité a pasar, naturalmente, y Tara hizo lo posible por sacudir el impermeable en el pequeño porche. Lo llevé a la cocina para que gotease sobre el suelo de linóleo.

Me abrazó con mucho cariño.

—Cuéntame cómo estás —dijo.

Después de repetir mi historia una vez más, me dijo:

—Estaba muy preocupada por ti. No he podido escaparme de la tienda hasta ahora, pero tenía que venir a verte. Vi el traje colgado en el armario. ¿Fuiste a mi casa?

—Sí —dije—. Anteayer. ¿No te lo dijo Mickey?

—¿Estaba en casa cuando fuiste? Ya te lo advertí—dijo, casi presa del pánico—. No te haría daño, ¿verdad? ¿No tendría nada que ver con que te dispararan?

—No que yo sepa. Pero fui a tu casa bastante tarde, y sabía que me habías dicho que no lo hiciese. Fui una tonta. Intentó asustarme. De ser tú, no le diría que has venido a visitarme. ¿Cómo has conseguido venir esta noche?

Fue como si el rostro de Tara se cerrase herméticamente. Su mirada oscura se endureció y se apartó de mí.

—Se ha ido, no sé adonde —dijo.

—Tara, ¿puedes explicarme cómo es que te has liado con él? ¿Qué ha pasado con Franklin? —Intenté formular mis preguntas con la mayor delicadeza posible, pues era consciente de que pisaba terreno peligroso.

Los ojos de Tara se llenaron de lágrimas. Se esforzaba por responderme, pero se sentía avergonzada.

—Sookie —empezó a decir por fin—, pensaba que significaba algo para Franklin, ¿me entiendes? Creía que me respetaba. Como persona.

Moví afirmativamente la cabeza, sin dejar de mirarla. Me daba miedo interrumpir su relato, ahora que finalmente había empezado a hablar.

—Pero..., pero..., simplemente me pasó a otro vampiro cuando se cansó de mi compañía.

—¡Oh, no, Tara! Seguramente te..., te explicaría el porqué de vuestra ruptura. O ¿tuvisteis quizá una discusión fuerte? —No podía creerme que Tara fuera pasando de vampiro en vampiro como una aficionada a los colmillos cualquiera en una fiesta de colmilleros.

—Me dijo: «Tara, eres una chica bonita y has sido una compañía agradable, pero tengo una deuda con el amo de Mickey y éste quiere que ahora seas suya».

Sabía que me había quedado boquiabierta, pero me daba lo mismo. Me costaba creer lo que Tara me estaba contando. Escuchaba en su mente la humillación y las oleadas del desprecio que sentía hacia sí misma.

—¿No pudiste hacer nada por evitarlo? —pregunté. Me esforcé para que mi voz no revelara la incredulidad que me embargaba.

—Lo intenté, créeme —dijo con amargura Tara. No me culpaba por habérselo preguntado, lo cual era un alivio—. Le dije que no lo haría. Le dije que yo no era una ramera, que salía con él porque me gustaba. —Dejó caer los hombros—. Pero ya sabes, Sookie, que no estaba siendo del todo sincera y él lo sabía. Acepté todos los regalos que me había hecho. Eran cosas caras. ¡Pero me los había regalado libremente y él nunca me mencionó que conllevaran una obligación! ¡Yo nunca le pedí nada!

—¿Así que te dijo que estabas obligada a hacer lo que él te dijese a cambio de todos los regalos que te había hecho?

—Dijo... —Tara se echó a llorar, y los sollozos entrecortaron su explicación a partir de entonces—. Dijo que yo me comportaba como una querida, que él había pagado todo lo que yo tenía y que tenía que servirle para alguna cosa más. Yo dije que no lo haría, que se lo devolvería todo, y él me dijo que no lo quería. Me dijo que ese vampiro llamado Mickey me había visto con él, y que le debía un gran favor a Mickey

—Pero estamos en América—dije—. ¿Cómo se les ocurre hacer eso?

—Los vampiros son horribles —dijo Tara, deshecha—. No sé cómo puedes aguantar salir con ellos. A mí eso de tener un novio vampiro me parecía de lo más guay. De acuerdo, ya sé que el mío era el típico viejo que compra a una jovencita. —Tara suspiró después de reconocer aquello—. Pero me gustaba sentirme tan bien tratada. No estoy acostumbrada a eso. De verdad creía que le gustaba. Nunca lo hice sólo por avaricia.

—¿Te chupó la sangre? —le pregunté.

—¿No es lo que hacen siempre? —preguntó sorprendida—. ¿Cuando se acuestan contigo?

—Por lo que yo sé —dije—, sí. Pero ¿sabías que una vez él tuviera tu sangre podía saber lo que sentías por él?

—¿Podía saberlo?

—Cuando te han chupado la sangre, perciben tus sentimientos. —No estaba tan segura de que Tara sintiese hacia Franklin Mott el cariño que decía sentir, que no estuviese más interesada por sus regalos y su trato amable que por él. El tenía que saberlo, naturalmente. Tal vez no le importara mucho si le gustaba a Tara o no, pero es probable que saberlo le hubiera predispuesto más a aceptar el intercambio—. Y ¿qué pasó?

—Bueno, la verdad es que no fue todo tan brusco como te lo he contado —dijo. Bajó la vista—. Primero, Franklin me explicó que no podía ir a no sé dónde conmigo y me preguntó si me importaba que aquel otro tipo me acompañara. Me imaginé que pensaría que me sentía decepcionada si no iba, era un concierto, de modo que tampoco le di muchas más vueltas al tema. Mickey se comportó bien y la velada no estuvo mal. Se despidió de mí en la puerta, como un caballero.

Intenté no levantar las cejas por pura incredulidad. ¿El sinuoso Mickey, que respiraba maldad por todos sus poros, había convencido a Tara de que era un caballero?

—Muy bien, y entonces ¿qué?

—Entonces Franklin tuvo que ausentarse de la ciudad y Mickey vino a verme para ver si necesitaba alguna cosa y me trajo un regalo, que yo asumí que era de Franklin.

Tara me mentía, y casi se mentía a sí misma. A buen seguro sabía que el regalo, una pulsera, era de Mickey. Se había convencido de que era una especie de tributo del vasallo a la dama de su señor, pero sabía que no era de Franklin.

—De modo que lo acepté y nos fuimos, y aquella misma noche, cuando regresamos a casa, intentó empezar con sus avances. Pero yo no se lo permití. —Me miró tranquila y regia.

Tal vez aquella noche repeliera sus avances, pero no lo hizo ni al instante ni decidida.

Incluso Tara había olvidado mi capacidad de leer la mente a las personas.

—Aquella noche se fue —dijo. Respiró hondo—. Pero la siguiente, no.

La había alertado sobradamente sobre sus intenciones.

Me quedé mirándola. Se estremeció.

—Lo sé —gimoteó—. ¡Sé que me equivoqué!

—¿Y ahora vive en tu casa?

—Su escondite durante el día está por ahí cerca —dijo con tristeza—. Aparece al anochecer y pasamos juntos toda la noche. Me lleva a reuniones, me lleva por ahí y...

—Está bien, está bien. —Le di unos golpecitos cariñosos en la mano. Pero viendo que no era suficiente, la abracé. Tara era más alta que yo, por lo que no fue un abrazo muy maternal, pero quería que mi amiga supiese que estaba de su lado.

—Es muy bruto —dijo Tara en voz baja—. Cualquier día de éstos me mata.

—No si lo matamos primero.

—Oh, es imposible.

—¿Crees que es demasiado fuerte?

—Lo que pienso es que yo no sería capaz de matar a nadie, ni siquiera a él.

BOOK: Más muerto que nunca
13.15Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Hederick The Theocrat by Severson, Ellen Dodge
Black Howl by Christina Henry
Trojan Whores by Syra Bond
The Wilder Alpha by Evelyn Glass
Un puñado de centeno by Agatha Christie
Hot Secrets by Day, Gianna