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Authors: Drew Karpyshyn

Tags: #Ciencia Ficción

Mass effect. Ascensión (23 page)

BOOK: Mass effect. Ascensión
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—Creo que puedo hacer que se despierte —dijo—. Toma las armas de los guardias de fuera y saca a tu amigo de la otra celda.

—Ése se queda aquí —respondió ella, rezumando veneno en la voz—. Es uno de ellos.

Lemm se sacó una dosis de refuerzo de la mochila y se la inyectó al hombre inconsciente mientras Kahlee salió afuera; cuando volvió con los rifles de asalto de los guardias, el hombre intentaba erguirse entre quejidos.

—Ayúdame a ponerlo en pie.

Kahlee dejó las armas a un lado y se acercó a él. Juntos levantaron al enorme hombre del suelo. Para alivio de Lemm, parecía que podía sostenerse solo.

—¿Cómo se llama?

—Hendel.

—¡Hendel! —gritó, con la esperanza de penetrar a través de los narcóticos que le nublaban la mente—. ¡Me llamo Lemm! ¡Vamos a sacarte de aquí! ¿Me entiendes?

El hombre asintió, aunque el simple esfuerzo de mover la cabeza lo hizo marearse. Lemm se dio cuenta de que aunque despertara a la niña no podría andar por su propio pie, al menos en unos buenos veinte minutos.

—Iremos más rápido si yo cargo con la pequeña —dijo.

Kahlee asintió y el quariano se ajustó la mochila, se agachó y tomó a la niña con el brazo izquierdo para cargársela sobre el hombro como si fuera un saco de harina. Era más pesada de lo que parecía. Incluso con su mano derecha libre y la mochila actuando de contrapeso, se dio cuenta de que no iba a ser fácil cargarla y seguir disparando con efectividad.

—¿Te enseñaron a manejar uno de ésos en la Alianza? —le preguntó a Kahlee, señalando los rifles de asalto.

Kahlee dijo que sí con la cabeza mientras los recogía.

—¿Cómo has sabido que he estado en la Alianza?

—Ya hablaremos de eso luego —respondió él—. No hay tiempo que perder.

Kahlee le dio a Hendel uno de los rifles, pero el hombre no pudo sostenerlo y el arma cayó al suelo con estrépito.

—Da igual —dijo Lemm. «Tal y como está no le daría ni a un edificio»—. ¡Seguidme! —gritó, con la esperanza de que el hombre drogado respondiera a su voz.

Los guio por los pasillos serpenteantes, sabiendo que todas sus posibilidades de éxito dependían de poder llegar a uno de los vehículos del garaje. Por desgracia, sus enemigos también lo sabían.

Al llegar a las escaleras que bajaban hacia la planta baja echó una mirada a su espalda. Hendel mantenía el ritmo, gracias en parte a que Kahlee lo medio empujaba y medio llevaba a rastras. Con la niña sobre el hombro, los cuatro bajaron las escaleras a trompicones y salieron al garaje. Varios contenedores y cajas de transporte de todos los tamaños estaban apilados de manera caótica por la habitación; eran la cobertura perfecta para cualquier emboscada que les pudiera esperar.

—Por aquí —dijo Kahlee, señalando a una pila de cajas metálicas apiladas en una esquina—. Vosotros tres echad a correr, yo os cubriré.

Lemm asintió y salió a la carrera, tan rápido como pudo pese a su particular equipaje. Por unos momentos notó cómo Hendel lo seguía, pero luego un movimiento al otro lado de la sala llamó su atención.

Una mujer salió de un salto de detrás de un cajón de embalaje, apuntándolo. Horrorizado, se dio cuenta de que sus escudos cinéticos le darían algo de protección, pero la niña y Hendel eran completamente vulnerables. Antes de que la mujer pudiera disparar, Kahlee disparó una ráfaga que la forzó a ponerse a cubierto.

Con el rabillo del ojo, Lemm vio a un hombre semiescondido en las cajas de la derecha. El humano disparó su pistola cuando pasaron a menos de cuatro metros de él, concentró el fuego en Lemm, en vez de intentar darle a Hendel o a la niña. El quariano respondió con un par de disparos sin apuntar que resonaron como truenos por el almacén.

A aquella distancia la puntería importaba muy poco. Los sistemas de puntería automática de sus armas aseguraban el impacto. Las barreras cinéticas de Lemm desviaron todas las balas de la pistola excepto una, que se alojó de manera inofensiva en la armadura del hombro, y otra que atravesó una esquina de su mochila. Su oponente no fue tan afortunado.

Las ráfagas concentradas de la escopeta fueron demasiado para sus escudos y un puñado de perdigones los penetraron. El impacto le abrió enormes agujeros en el rostro y las manos y cayó muerto al suelo.

Inmediatamente se lanzaron a cubierto tras los contenedores. Lemm se deshizo rápidamente de su mochila, dejó a la niña en el suelo y enseguida se puso en pie para cubrir a Kahlee. Al ver lo que hacía, la mujer esprintó a través del almacén hacia ellos, con la cabeza gacha.

La escopeta no era el mejor tipo de arma para hacer fuego de cobertura. Al contrario que el rifle de asalto, no podía repartir un riego interminable de balas. Sin embargo, Lemm recordaba dónde había aparecido su adversario antes. Si era lo suficientemente estúpida para sacar la cabeza sin cambiar de posición la tendría perfectamente a tiro.

La mujer hizo exactamente eso y Lemm apretó el gatillo en el preciso instante en que la vio. El estruendo de la escopeta resonó de nuevo, y el cajón que usaba para cubrirse se desplazó por el efecto del impacto. Sus barreras cinéticas le salvaron la vida, absorbió la densa nube de proyectiles, y se puso de nuevo a cubierto. Lemm dudó que fuera a cometer de nuevo el error de aparecer en el mismo sitio por tercera vez.

Kahlee se detuvo al llegar a su lado, respiraba violentamente. Casi al mismo tiempo dos nuevos guardias, un hombre y una mujer, aparecieron en el almacén a través de la entrada que ellos mismos habían utilizado unos instantes antes. Una descarga coordinada del rifle de asalto y la escopeta los envió de nuevo a cubrirse tras la esquina.

—Van a volver por el otro lado —avisó Lemm, recordando que el almacén tenía dos entradas, además de las puertas que usaban los vehículos para salir—. Querrán flanqueamos.

—¿Crees que puedes llegar hasta los Rovers? —le preguntó Kahlee, e indicó los dos vehículos aparcados en el centro del garaje.

—No hay mucha protección. Tendré que encontrar una manera de llegar al otro lado. ¿Puedes aguantar la posición aquí?

—Un rato, supongo. ¿Sabes cuántos son?

—Al principio eran nueve, que yo sepa. Dos han caído arriba, uno aquí.

—Seis contra dos —murmuró ella—. Sin uno de esos Rovers no tenemos muchas posibilidades, que digamos.

Hendel murmuró algo que ninguno de los dos comprendió. Parecía estar un poco más despierto, pero sus palabras seguían siendo incomprensibles mientras la inyección de refuerzo le hacía efecto lentamente a través del cuerpo.

—Quédate aquí con Gillian y conmigo —le dijo Kahlee, dándole un golpecito en el muslo—. Y mantén la cabeza baja.

Lemm observó el terreno a través del hueco que quedaba entre las cajas que los protegían del fuego enemigo, e intentó planear una ruta entre posiciones cubiertas que pudiera llevarlo hasta el vehículo. La ruta estaba allí, pero no podría permitirse ningún respiro, y Kahlee tendría que dar lo mejor de sí misma.

Mientras se preguntaba si la mujer estaría a la altura, otro traficante de esclavos apareció en la puerta que habían usado para entrar en el garaje. Kahlee se puso en pie y lo abatió con una descarga certera de su rifle de asalto.

Dos contra cinco.

—Vale, estoy listo —dijo él e inspiró profundamente.

—Buena suerte —respondió ella.

No se giró a mirarle, sino que siguió concentrada en el campo de batalla. Cuando Lemm salió corriendo de entre las cajas, Kahlee empezó a disparar.

Grayson oyó las descargas de la escopeta en el exterior, pero no supo cómo interpretarlas. Unos minutos después oyó disparos a lo lejos, aunque intuyó que provenían de dentro del edificio.

«Alguien está asaltando la base. Ahora es cuando puedes escapar».

Lo tenían encerrado en una sala de almacenaje, no en una prisión de verdad, y las paredes que lo encerraban no eran más que el equivalente turiano del cartón yeso. Se puso en pie y se acercó a una de las paredes para empezar a propinarle patadas con fuerza. Si los guardias seguían allí le verían en las cámaras, pero Grayson contó con que estarían distraídos con alguna otra cosa.

Tras unos pocos golpes, atravesó la pared con el pie. Miró a través del agujero e intentó adivinar qué había al otro lado. Parecía ser otra celda improvisada como la suya, pero estaba vacía y la puerta de acero que daba al exterior no estaba cerrada.

Siguió golpeando la pared y en cinco minutos ya había abierto un boquete lo suficientemente grande para escurrirse por él. Nadie había ido a ver qué hacía durante el proceso, de manera que imaginó que ninguno de los guardias estaba cerca. Dedujo por el ruido continuado de disparos que se habían ido a luchar contra los atacantes. Al salir al exterior y ver los dos cuerpos se dio cuenta de su error.

Una rápida mirada a su alrededor le dijo casi todo lo que necesitaba saber. Todas las otras celdas estaban vacías; Gillian y los demás habían desaparecido. Alguien los había liberado…, pero no tenía ni idea de quién podía haber sido.

«Sea quien sea, han sido lo bastante amables de dejarme un rifle de asalto», pensó, tomando el arma abandonada junto a la pared.

Grayson no sabía dónde estaba, pero sabía adónde quería ir. Necesitaba dar con Gillian. La manera más lógica de lograrlo era seguir el ruido de los disparos.

No tardó en darse cuenta de que aquello era más difícil de lo que parecía, y pronto se perdió en la estructura irracional del edificio.

Lemm corría en zigzag entre los contenedores, cambiaba constantemente de dirección, se detenía y arrancaba sin aviso, evitando quedarse en un mismo sitio demasiado tiempo. En las manos llevaba la escopeta, pero no iba a disparar a nadie. Lo único que quería era llegar hasta los vehículos.

Kahlee hacía todo lo que podía por cubrirlo, pero no las tenía todas consigo. La única vez que Lemm se había atrevido a detenerse lo suficiente para mirar hacia atrás había visto cómo le disparaban dos traficantes de esclavos cubiertos por una pila de contenedores y dos más desde el pequeño balcón que dominaba el garaje.

Los dos equipos atacaban de manera coordinada, sin dejarle ni un respiro para responder. Claro que tampoco lograron evitar que sacara la cabeza ocasionalmente y les devolviera el fuego.

«Hay que ser muy valiente para hacer eso sin escudos».

Si Kahlee mantenía ocupados a cuatro de los cinco traficantes de esclavos que quedaban, Lemm tendría que enfrentarse sólo a uno. Desgraciadamente, no tenía ni idea de dónde estaba su enemigo. Cada vez que salía a campo abierto se arriesgaba a ponerse a tiro de una ráfaga letal.

«No pienses en ello. Concéntrate en el vehículo. Ya casi has llegado».

Sólo una corta distancia lo separaba de los Rovers; un último
sprint
y allí terminaría la cosa, fuera para bien o para mal.

Abandonó su posición a cubierto y corrió hacia el vehículo. La mujer, que era el quinto miembro de los traficantes de esclavos, lo esperaba y salió de detrás de una caja a escasos seis metros de él. La ráfaga disparada a quemarropa levantó una nube de cemento al impactar contra el suelo. Había disparado bajo para intentar alcanzarle en las piernas, donde los escudos cinéticos eran más vulnerables.

Lemm agachó la cabeza y supo que su única opción de sobrevivir era seguir corriendo. Estaba a medio paso de su objetivo cuando una bala de punta hueca le atravesó la pantorrilla. El proyectil se partió en pedazos con el impacto, y le llenó la pierna de fragmentos metálicos que le desgarraron músculos y tendones. La inercia le permitió dar dos pasos tambaleantes, suficientes para ponerse tras el Rover antes de caer al suelo.

Lemm rodó hasta ponerse boca arriba y se agarró la masa rojiza bajo la rodilla de lo que antes era su pierna. Oyó pasos que se acercaban y se dio cuenta de que había perdido la escopeta cuando le habían dado.

Un segundo después, la mujer apareció desde detrás del vehículo. Le miró sonriente y le apuntó con su arma.

Y salió volando.

Lemm siguió con la mirada la trayectoria del cuerpo mientras se elevaba por los aires antes de chocar contra la pared y caer en picado al suelo. La mujer se quedó allí inmóvil, con el cuello doblado en un ángulo grotesco. Hasta que no oyó a Hendel gritar no se dio cuenta de lo que había ocurrido. ¡Era un biótico!

—¡El Rover! ¡Rápido!

El quariano supo que Hendel tardaría unos treinta o cuarenta segundos en recuperarse para poder usar sus poderes bióticos de nuevo. Un tiempo que no tenían. Apretando los dientes para no perder la consciencia por culpa del dolor, usó el parachoques delantero del Rover para ponerse en pie. Puso todo su peso en la pierna sana, abrió la puerta del conductor y se arrastró al interior del vehículo. Entre terribles dolores estuvo medio minuto para desmantelar los códigos de operación y poner en marcha el motor.

El vehículo no disponía de parabrisas; era más bien como un transporte blindado, con una pantalla en el interior que informaba acerca de lo que ocurría en el exterior. Las criaturas orgánicas que captaban los sensores infrarrojos y ultravioletas aparecían en la pantalla en forma de pequeños puntos, dándole la localización de todas las personas que se encontraban en el almacén, tanto amigos como enemigos.

El Rover no iba armado, pero eran cuatro toneladas de metal a prueba de balas. Lemm lo arrancó y salió disparado en un círculo enloquecido; los neumáticos dejaban marcas de caucho humeantes mientras el quariano luchaba por controlar el volante.

Sólo con pasar rozando junto a una pila de cajones de embalaje, las envió volando por la sala. Giró otra vez el volante, pisó el acelerador e hizo caso omiso del dolor agonizante que sintió cuando la pierna herida le golpeó contra la puerta, y avanzó directo hacia donde se hallaban Kahlee y los demás.

En su camino cargó contra los contenedores que cubrían a los dos traficantes de esclavos que había a nivel del suelo, y los aplastó antes de detener el Rover a escasos centímetros de arrollar a Hendel.

Lemm abrió la puerta y el biótico trepó al interior con la niña, aún inconsciente, en brazos. Kahlee los cubrió con otra ráfaga dirigida a los supervivientes. Los traficantes de esclavos devolvieron el fuego, el sonido de sus balas rebotó en la armadura del techo y produjo una rítmica sinfonía metálica.

—¡Están armando un lanzacohetes! —chilló Kahlee, saltando al asiento del copiloto mientras lanzaba la mochila de Lemm a la parte de atrás—. ¡Tenemos que salir de aquí!

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