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Authors: Drew Karpyshyn

Tags: #Ciencia Ficción

Mass effect. Ascensión (30 page)

BOOK: Mass effect. Ascensión
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—Los representantes del Cónclave y el Almirantazgo van a venir a la
Idenna
para hablar con usted —le dijo—. Es un gran honor para mí y para mi nave.

El tono de su voz le hizo pensar a Kahlee que el capitán consideraba aquel honor más bien una inconveniencia.

—Señor —le informó al capitán uno de los tripulantes—. La
Lestiak
pide permiso para acoplamiento.

—Envíala a la plataforma cinco —respondió Mal—. Los recibiremos allí. Vamos —dijo a Kahlee y a sus acompañantes—, no podemos hacer esperar a una visita tan importante.

VEINTIUNO

De nuevo Kahlee y sus compañeros atravesaron la nave, guiados por tres quarianos. Esta vez, en cambio, la escolta eran Isli, Lemm y el capitán. Los llevaron a los niveles inferiores, hasta las plataformas de acoplamiento. En vez de volver a la lanzadera de Grayson, se dirigieron a una de las plataformas ocupadas, donde la
Lestiak
ya los esperaba, junto con su tripulación de VIPS.

A Kahlee le sorprendió, considerando el estatus político de los que había a bordo, que el capitán no tuviera que pedir permiso antes de abrir la esclusa de aire y entrar en la nave.

—Se ve que el capitán puede hacer lo que quiera en su nave —le susurró Hendel, que también había notado su extraño comportamiento.

Dentro de la lanzadera los llevaron a una gran sala de reuniones que parecía haber sido preparada para una investigación oficial. «O un consejo de guerra», pensó Kahlee. Había una mesa larga semicircular con seis sillas, cinco de ellas ocupadas por quarianos y una, en la punta, vacía. Varios guardias armados permanecían en pie al fondo de la habitación, tras los dignatarios.

Mal los guio al centro de la habitación, donde hizo la ronda completa de presentaciones. Kahlee ni siquiera intentó recordar los nombres que le dijeron. Lo que sí intentó, sin embargo, fue recordar quiénes eran los tres quarianos presentes que eran miembros electos del Cónclave civil y quiénes los dos miembros del Almirantazgo militar.

También se dio cuenta de que cuando Mal presentó a Lemm lo hizo llamándolo «Lemm’Shal vas Idenna»; al parecer el Peregrinaje del joven quariano había terminado oficialmente y lo habían aceptado en la tripulación de Mal.

Tras las presentaciones, Mal se sentó en la silla vacía que había en el extremo de la mesa. Isli se quedó de pie tras él, uniéndose al resto de guardias de honor que observaban la escena desde la pared del fondo. Lemm no se movió y permaneció con los humanos, que seguían de pie ante la mesa.

—Kahlee Sanders —empezó uno de los representantes del Almirantazgo, dando comienzo a los procedimientos—, ¿sabe por qué está aquí?

—Porque ustedes creen que quizá sepa algo acerca de Saren Arterius y de cómo fue capaz de controlar a los geth —respondió ella.

—¿Podría describir sus relaciones con Saren? —preguntó otro representante, esta vez del Cónclave civil.

—No tuvimos ninguna —insistió Kahlee—. Sólo le vi brevemente dos o tres veces. Para mí no era más que un espectro asignado para investigar las actividades de mi mentor, el doctor Shu Qian.

—¿Y qué actividades eran ésas, concretamente?

—Qian había descubierto algún tipo de artefacto alienígena —dijo, escogiendo cuidadosamente las palabras—. Puede que fuera proteano. O puede que fuera incluso más antiguo. Nadie lo sabía realmente. Él pensó que era la clave para crear un nuevo tipo de inteligencia artificial. Pero el resto del equipo no estábamos al corriente de eso; no éramos más que monos de laboratorio, introducíamos los datos que obtenía de sus tests y experimentos. Qian era el único que sabía los detalles acerca del artefacto: dónde estaba, qué era y qué hacía. Pero Qian desapareció y nunca lo encontraron. Ni a él ni a sus archivos.

—¿Es posible que Saren diera con ellos? —preguntó uno de los del Cónclave—. ¿Es posible que encontrara ese artefacto y lo usara para controlar a los geth?

—Es posible —respondió Kahlee con reticencia.

Aquella idea también se le había ocurrido, pero no le gustaba pensar que ella misma hubiera tenido un papel, por pequeño que fuera, en la devastación que habían traído los geth.

—¿Ha oído hablar de una especie llamada los segadores? —quiso saber el primer quariano.

Kahlee negó con la cabeza.

—Desde la Ciudadela nos han llegado informes de que la nave insignia de Saren, la
Sovereign
, era en realidad una IA avanzada; de una raza de enormes naves sensibles, llamadas segadores.

—Eso no son más que rumores —intervino Hendel—. No hay ninguna prueba que les dé credibilidad.

—Pero podría explicar por qué los geth siguieron a Saren —replicó el quariano—. Una IA avanzada podría haber sido capaz de controlar los sistemas rudimentarios de inteligencia de los geth.

—No podría asegurarlo —respondió Kahlee—. No sé nada acerca de los geth. Solamente lo que he visto en los vídeos. Y no tengo ni idea de por qué siguieron a Saren.

—Pero si
Sovereign
era un segador —insistió uno de los miembros del Almirantazgo—, puede que haya más de su tipo. Podrían estar esperando en regiones inexploradas del espacio, esperando a que alguien los descubra y los despierte.

—Puede —dijo Kahlee con un gesto ambiguo.

—Me parece que eso es algo que debemos evitar a toda costa —añadió uno de los representantes del Cónclave—. Un segador casi destruyó la Ciudadela. Otro podría terminar la faena. La galaxia ya nos echa a nosotros la culpa por los geth. No necesitamos darles otra razón para odiarnos.

—O si pudiéramos encontrar otro segador —replicó Mal, interviniendo en la conversación por primera vez—, podríamos usarlo como hizo Saren… ¡y controlar a los geth! ¡Podríamos volver a nuestro planeta natal y reclamar lo que nos corresponde por derecho!

Después de un largo silencio, uno de los del Almirantazgo le preguntó a Kahlee:

—¿Es correcto lo que dice el capitán Mal? ¿Cree que sería posible descubrir un segador durmiente y usarlo para controlar a los geth?

Kahlee sacudió la cabeza, desbordada.

—No puedo responder a esa pregunta. Hay demasiadas variables desconocidas.

—Por favor —siguió el quariano, aunque su petición sonaba más bien como una orden—, no tema especular. Usted es una de las mayores expertas de la galaxia en inteligencia sintética. Tenemos mucho interés en conocer su opinión.

Kahlee inspiró profundamente y reflexionó con cuidado antes de responder.

—Teniendo en cuenta lo que sé acerca del trabajo del doctor Qian, si la nave insignia de Saren era el artefacto alienígena que estábamos estudiando, es posible que pudiera usarse para controlar a los geth. Y si hay más naves como la
Sovereign
, entonces sí, es lógico asumir que podrían usarse para controlar o ejercer alguna influencia sobre los geth…, asumiendo que eso fuera lo que hizo Saren.

Era difícil leer el lenguaje no verbal de los quarianos de la mesa, cubiertos con máscaras que les tapaban el rostro, pero a Kahlee le pareció detectar ira o frustración en varias de sus posturas. Mal, sin embargo, parecía más erguido que antes.

—¿Hay algo más que pueda compartir con nosotros, Kahlee Sanders? —preguntó uno del Almirantazgo—. ¿Algo sobre Saren, o los geth, o las investigaciones del doctor Qian?

—No tengo mucho más que decir —dijo Kahlee, a modo de disculpa—. Siento no poder ser de más ayuda.

—Creo que ya sabemos todo lo que necesitamos —dijo Mal, poniéndose en pie—. Gracias, Kahlee.

Al ver que no obtendrían nada más de su invitada, el resto de los participantes aceptaron la decisión del capitán y se levantaron de sus asientos.

—Gracias por su tiempo —dijo uno de ellos—. Capitán Mal, vamos a proseguir esta discusión con el resto del Cónclave. Esperamos que nos haga el favor de acompañarnos.

Mal asintió.

—Yo también deseo hablar con ellos.

—Debemos partir tan pronto como sea posible —apuntó otro de los quarianos—. Quizá sea mejor que el jefe de seguridad escolte a los humanos de vuelta a su lanzadera.

—Kahlee y sus acompañantes son invitados de honor de la
Idenna
—dijo Mal deliberadamente—. No necesitan escolta de seguridad. Tienen la libertad de ir y venir como les plazca.

Se produjo entonces un silencio incómodo que rompió finalmente uno de los representantes del Almirantazgo.

—De acuerdo, capitán.

Una vez zanjado el asunto, Mal se volvió hacia Kahlee y los otros.

—Mientras no interfieran en las operaciones de la nave, les concedo libertad de paso. Si precisan de un guía, Lemm se encargará de cumplir esa función.

—Gracias, capitán —dijo Kahlee, ansiosa por salir de la
Lestiak
y dejar atrás aquella situación de tensión creciente.

—Cuando regrese del Cónclave podremos hablar más —dijo él.

—Por supuesto —respondió ella—. Puede acudir siempre que quiera a nuestra lanzadera.

Kahlee no estaba segura de si había algún protocolo especial necesario antes de poder marcharse y se quedó simplemente de pie hasta que Lemm le tiró levemente del codo.

—Vamos —susurró—. Debemos irnos.

Mal e Isli se quedaron en la nave mientras Lemm les mostraba el camino de salida. Una vez fuera de la esclusa de aire y de vuelta en la
Idenna
, Hendel se volvió hacia Lemm.

—¿Qué demonios ha sido eso?

—Política —fue la corta y poco informativa respuesta que recibió.

—¿No puedes darnos más detalles? —insistió Kahlee.

—Estoy seguro de que el capitán lo aclarará todo cuando vuelva del Cónclave —le aseguró Lemm—. Por favor, tened un poco más de paciencia por unos días.

—No es que tengamos otra opción —gruñó Hendel—, pero cada vez me queda menos paciencia.

A Grayson no le gustaba Golo.

El Hombre Ilusorio había organizado un encuentro en Omega entre Grayson y el quariano para planear su asalto a la Flota Migrante. El encuentro tenía lugar en un pequeño piso de alquiler en el distrito Talon, a dos manzanas del almacén donde había matado a Pel. La habitación estaba completamente vacía, a excepción de dos sillas, una mesa y ellos dos.

—No vale la pena ni intentarlo —declaró Golo para iniciar la conversación—. Es imposible infiltrarse en la flota quariana.

—Tienen a mi hija —contestó Grayson, manteniendo una voz neutra pese a la bilis que le llenaba la garganta—. Quiero recuperarla. Me han dicho que tú puedes ayudarnos.

Golo sería un aliado de Cerberus, pero era un traidor a su propio pueblo. Grayson no podía respetar a alguien que era capaz de volverse contra los suyos simplemente para sacar un provecho. Iba contra todo aquello en lo que creía.

—Hay cincuenta mil naves en la Flota Migrante —le recordó Golo—. Aunque la tengan ahí, ¿cómo vas a saber en cuál está?

—El piloto de la nave de reconocimiento, el que Pel torturó para sacarle los datos, dijo que su nombre era Hilo’Jaa vas Idenna. Creo que la
Cyniad
era una nave de reconocimiento de la
Idenna
. Quien los vino a rescatar tiene que ser parte de la misma tripulación. Gillian tiene que estar en esa nave.

—Tiene sentido —admitió Golo.

Algo en su tono le hizo sentir a Grayson que Golo estaba jugando con él, como si ya supiera todo aquello.

—Pero eso importa más bien poco. No llegarás nunca a la
Idenna
. Aunque vayas en la
Cyniad
, las patrullas abatirán la nave si no usas los códigos y frecuencias adecuados.

—Tengo la frecuencia y el código —le aseguró Grayson—. El piloto me los dio antes de morir.

Golo rio.

—¿Y cómo sabes que son auténticos? ¿Y si te dio un código falso?

Grayson pensó en el quariano que había descubierto en el subterráneo. Pel tenía un sexto sentido para saber cuándo las víctimas a las que torturaba mentían; la interrogación siempre había sido uno de sus puntos fuertes.

—La información es válida —dijo—. Nos permitirá pasar entre las patrullas.

—Es admirable que tengas tanta confianza en ti mismo —contestó el quariano.

Grayson captó claramente el tono burlón de su voz. Sabía que Golo había sido el contacto de Pel en Omega. Había sido una pieza clave para hacerse con la
Cyniad
, y Grayson no podía sino preguntarse qué otros negocios había estado tramando con Pel.

—Te ofrecemos diez veces lo que te pagamos por la última misión —dijo Grayson, esforzándose por mantener controlada su creciente ira.

Necesitaba a Golo. Sólo los códigos no bastaban; para que la misión tuviera alguna posibilidad de éxito necesitaba a alguien en la nave que estuviera familiarizado con los protocolos de la Flota Migrante y que los ayudara a evitar el tipo de error que podía delatarlos. Además, necesitaban a alguien que hablara la lengua quariana de manera fluida; un traductor automático no sería suficiente.

—¿Diez veces? —repitió Golo, considerando la oferta—. Es una oferta muy generosa, pero… ¿vale la pena arriesgar la vida por ella?

—También es una oportunidad de vengarte —le recordó Grayson, para hacer el trato aún más dulce.

Había leído el perfil de Golo en los informes de misión de Pel. Sabía que el quariano sentía un profundo odio por la sociedad que lo había exiliado, y no le importaba rebajarse a explotar tales emociones. Haría lo que fuera por recuperar a Gillian.

—La Flota te expulsó, te echó. Esta es tu oportunidad para devolverles lo que se merecen de una manera que nunca olvidarán. Ayúdanos y podrás hacerles pagar por lo que te hicieron.

—Veo que nos entendemos bien —dijo Golo con una risa cruel que hizo que a Grayson se le revolviera el estómago.

—¿Eso quiere decir que aceptas? —insistió Grayson.

—Aún debemos pensar en varios problemas —dijo Golo, como confirmación—. La
Cyniad
y los códigos nos pueden hacer pasar a través de las patrullas, pero vamos a necesitar alguna manera de desbaratar las comunicaciones de la
Idenna
después del acoplamiento, para que no pueda alertar al resto de la flotilla una vez empiece el asalto.

—Nos ocuparemos de eso —dijo Grayson, sabiendo que Cerberus tenía la tecnología necesaria—. ¿Qué más?

—Necesitaremos planos del interior de la nave.

—Originalmente era un crucero batariano decomisionado de clase Hensa —respondió Grayson, repitiendo la información que los agentes del Hombre Ilusorio habían recogido para preparar la misión—. Tenemos los planos.

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