Read Mass Effect. Revelación Online

Authors: Drew Karpyshyn

Tags: #ciencia ficción

Mass Effect. Revelación (31 page)

BOOK: Mass Effect. Revelación
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A los hombres de la parte trasera les fue mucho peor. Apiñados en el vehículo, ninguno de ellos llevaba puesto el cinturón de seguridad. Fueron despedidos de sus asientos, se estrellaron contra el techo y cayeron de vuelta al suelo, hechos un amasijo de codos, rodillas y cráneos que chocaban entre sí. A sus gritos de sorpresa y gruñidos de dolor le siguió una retahíla de insultos dirigidos al conductor.

Éste les ignoró, murmurando en su lugar: —Son demasiado rápidos. Nunca les dejaremos atrás —aunque Kahlee no estaba segura de si estaba hablando con ella o para sí. Tenía los ojos abiertos y desorbitados, y ella se preguntaba cuánto tiempo podría aguantar la situación.

—Lo estás haciendo muy bien —le aseguró Kahlee—. Mantennos con vida unos minutos más. ¡Puedes hacerlo!

El conductor no respondió sino que se encorvó hacia delante, acercándose más al volante. Sin previo aviso, cambió de dirección con un difícil giro de ciento ochenta grados, esperando sorprender al enemigo con la desesperada y errática maniobra. El ímpetu del TBP les hizo perder el control de la tracción y estuvo a punto de hacer que volcaran. Durante una fracción de segundo, el vehículo se balanceó peligrosamente hasta quedar suspendido en equilibrio sobre las ruedas de un costado antes de precipitarse de nuevo contra el suelo con otra fuerte sacudida.

Con las seis ruedas de nuevo sobre tierra, el conductor pisó a fondo el acelerador y volvieron a salir disparados, levantando tras ellos una nube de polvo, arena y guijarros. Desde su asiento en la parte delantera, Kahlee podía ver ahora al enemigo con claridad. Dos de los vehículos se desplegaban a lo ancho e intentaban superarles para cortarles el paso. Los otros dos en un principio se habían quedado detrás de ellos mientras les disparaban desde los cañones montados y ganaban constantemente terreno sobre su presa. Sin embargo, con el súbito cambio de dirección, los soldados de la Alianza se encaminaban ahora directamente hacia sus antiguos perseguidores.

—¿Habéis jugado alguna vez al juego de la gallina, cabrones? —gritó el conductor, sin levantar el pie del acelerador mientras conducía el TBP, lento aunque mucho más pesado, de frente hacia uno de los todoterrenos de blindaje ligero.

Kahlee, atada con seguridad a su asiento, no tuvo ocasión de impedir lo que estaba a punto de ocurrir. En un instante desapareció la distancia que había entre ambos vehículos y lo único que pudo hacer fue prepararse para el impacto. En el último segundo, el pequeño todoterreno intentó desviarse aunque lo hizo demasiado tarde y la colisión fue inevitable. El morro romo del TBP chocó contra el costado derecho de la parte delantera del todoterreno que venía en dirección contraria mientras éste último intentaba esquivar la colisión; un golpe oblicuo en lugar de un impacto directo. Pero a una velocidad combinada de casi doscientos kilómetros por hora, un golpe oblicuo fue más que suficiente.

El todoterreno enemigo prácticamente se desintegró. La fuerza del impacto reventó el bastidor. Los ejes se partieron y los neumáticos salieron volando. Las puertas se rompieron. Unos fragmentos de metal imposibles de reconocer se quebraron en mil pedazos y salieron volando, dando botes por la arena. El depósito de combustible reventó, saltaron chispas y explotó, engullendo lo que quedaba de la carrocería del todoterreno en llamas y reduciéndolo a escoria fundida. El conductor, que había muerto durante los primeros instantes de la colisión, fue consumido por una gran bola de fuego que dio vueltas hasta detenerse, al fin, unos centenares de metros después.

El resto de los ocupantes salieron despedidos por el impacto y sus cuerpos dieron vueltas y saltos a más de cien kilómetros por hora. Se rompieron las extremidades, que quedaron hechas añicos; se partieron los cuellos en dos y las espinas dorsales y sus cráneos cedieron. Enormes pedazos de carne se desgarraron de los huesos de los cadáveres mientras éstos resbalaban sobre los afilados guijarros y la abrasadora arena.

El TBP —más robusto— se mantuvo entero tras el impacto, aunque todo el morro se abolló como un acordeón. Al esquivar al todoterreno enemigo, dio vueltas de campana y rodó media docena de veces antes de quedar parado boca abajo. Kahlee estaba apenas consciente. Aturdida por el impacto y desorientada por la sangre que se le agolpaba en la cabeza, notó cómo alguien buscaba a tientas su cinturón de seguridad.

Instintivamente, intentó quitárselo de encima y entonces oyó una voz humana gritándole que se calmara.

Intentó concentrarse. El vehículo había dejado de moverse, pero su mundo continuaba dando vueltas. El conductor seguía a su lado con el cinturón puesto. El volante se había desprendido y el puntiagudo extremo de la barra de dirección se había quedado clavado en su pecho, atravesándolo. Sus ojos muertos estaban completamente abiertos; las vidriosas pupilas se habían congelado en una mirada que parecía dirigida acusadoramente hacia ella.

Se dio cuenta de que debía de haber perdido el conocimiento durante unos segundos. Uno de los marines que iban sentados en la parte trasera estaba ahora fuera del vehículo, alargando la mano por la ventanilla reventada para intentar desabrochar el cinturón de seguridad. Dejó de forcejear con él y, en su lugar, extendió las manos, apretándolas firmemente contra el techo invertido para no caer y darse en la cabeza en el momento en que quedara desatada.

Un segundo después, se desprendió la hebilla. Aunque evitó golpearse la cabeza contra el suelo, al caer se dio un fuerte golpe en una de las rodillas contra el salpicadero aplastado. Unas manos fuertes la agarraron de los brazos y tiraron de ella, liberándola por el boquete que antes estaba cubierto por vidrio templado.

Ahora que estaba de pie, el exceso de sangre le bajó de la cabeza, dejando que su mundo volviera a centrarse poco a poco. Milagrosamente, todos los marines de la parte trasera del TBP habían sobrevivido. Kahlee y los cinco estaban ahora apiñados a la sombra del vehículo volcado, usándolo temporalmente como cobertura.

Podía oír el ruido de los disparos. No era el pesado bum-bum-bum de las armas antitanque, sino más bien un agudo pam-pam-pam que identificó como ráfagas de un rifle de asalto. Podía oír el sonido metálico de las balas rebotando en la placa blindada del todoterreno que les ocultaba a la vista del enemigo.

Kahlee ni siquiera llevaba una pistola con ella, pero los marines habían recuperado sus armas tras la colisión. Desgraciadamente, éstos estaban inmovilizados por el flujo constante de ráfagas enemigas y no pudieron usarlas. Dada la constante barrera de balas enemigas, exponerse incluso durante una fracción de segundo para intentar responder al fuego suponía un riesgo demasiado alto.

—¿Por qué no están usando los cañones? —gritó Kahlee, su voz casi ahogada por los sonidos de la batalla.

—Deben de querer capturarnos con vida —respondió uno de los marines, echándole una mirada que daba a entender claramente que todos sabían que al enemigo sólo le importaba la supervivencia de una persona en concreto.

—¡Están intentando flanquearnos! —gritó otro marine mientras señalaba al horizonte.

Uno de los todoterrenos se había alejado en la distancia a toda prisa, tan lejos que apenas era visible. Estaba describiendo vueltas en círculo tras ellos en un amplio y continuo arco, mucho más allá del alcance de las armas automáticas de los marines.

Un rugido ensordecedor proveniente de lo alto desvió la atención de Kahlee del todoterreno; era el inequívoco sonido de los motores del núcleo de propulsión de una nave espacial abrasando la atmósfera. Al dirigir la atención hacia arriba, vio una pequeña nave que descendía en picado por el cielo.

—¡Es la
Iwo Jima
! —gritó uno de los marines.

Moviéndose con velocidad, la nave se precipitó directamente sobre el todoterreno solitario que intentaba flanquearles. A menos de cincuenta metros de tierra subió bruscamente y abrió fuego. Un solo disparo bien fijado de los láseres de defensa
GARDIAN
convirtió el todoterreno en chatarra metálica.

La
Iwo Jima
se inclinó y cambió de rumbo. Su trayectoria le llevó directamente hacia los dos todoterrenos que quedaban mientras los marines se dejaban ir con vítores espontáneos y triunfantes. ¡Había llegado la caballería!

Skarr había visto cómo se acercaba la fragata mucho antes de que ésta disparara la descarga que eliminó al primer todoterreno de los Soles Azules. Su llegada, a pesar de ser un inconveniente, era un suceso previsto.

Moviéndose con determinación despierta aunque tranquila, salió de su todoterreno y comenzó a gritar órdenes. Siguiendo sus instrucciones, los mercenarios descargaron y montaron rápidamente un cañón portátil de aceleración de masa que habían guardado en la parte trasera del vehículo.

Mientras la fragata de la Alianza disparaba sus láseres sobre los indefensos todoterrenos, Skarr activó el arma y cargó un paquete de munición lleno de cientos de pequeños cartuchos de explosivos. Cuando la fragata se encauzó hacia ellos describiendo un amplio y largo arco, ajustó el objetivo y aseguró el blanco. Y, al oír los vítores de los marines que se escondían detrás del TBP volcado, disparó.

Los sistemas de láser
GARDIAN
de la
Iwo Jima
, programados para apuntar y destruir misiles enemigos, acabaron superados por la gran cantidad de proyectiles de hipervelocidad disparados a bocajarro. Normalmente, los proyectiles mortales hubieran rebotado en las barreras cinéticas de la nave sin causar daños. Pero, a fin de que una nave espacial pudiera aterrizar sobre la superficie de un planeta y recoger a un grupo de evacuados, las barreras tenían que desconectarse. Tal y como Skarr había sospechado, la
Iwo Jima
aún no había tenido tiempo de reactivarlas.

Centenares de proyectiles diminutos impactaron en la parte exterior de la nave y, al estallar, atravesaron el casco con agujeros del tamaño de un puño. La repentina tormenta de metralla ardiente que rebotó por el interior de la nave hizo trizas al personal de a bordo. La
Iwo Jima
viró fuera de control y se estrelló contra la tierra, desintegrándose en una abrasadora explosión. Enormes pedazos de metralla se precipitaron por todas partes desde el cielo, haciendo que los mercenarios corrieran a toda prisa y se lanzaran de cabeza en busca de cobertura. Skarr hizo caso omiso de los pedazos fundidos de metal, en lugar de eso, se colgó el rifle de asalto de un hombro y avanzó hacia el TBP volcado.

Se dirigió directamente hacia el vehículo, sabiendo que los soldados de la Alianza que estaban al otro lado no podrían verle venir. El vehículo que les proporcionaba cobertura también les ocultaba la vista de lo que tenían justo enfrente.

Mientras se aproximaba al TBP, los mercenarios que iban tras él se dividieron a los lados y triangularon sus posiciones para poder seguir disparando alrededor de Skarr. Mantenían un flujo constante de ráfagas letales de alta velocidad centradas sobre el vehículo, haciendo que los marines que estaban tras éste, permanecieran inmovilizados.

Ignorando el fuego continuo, el krogan se detuvo a menos de diez metros de distancia del TBP. Empezó a concentrar sus habilidades bióticas y se le tensaron todos los músculos del rostro. La reacción desencadenó una respuesta biorretroactiva en los módulos quirúrgicamente implantados por todo su sistema nervioso. Comenzó a acumular energía oscura, capturándola del mismo modo en que un agujero negro atrapa la luz. Tardó casi diez segundos enteros para alcanzar la máxima potencia. Entonces impulsó un puño hacia delante y la arrojo sobre el objetivo.

El TBP salió despedido por el aire y sobrevoló las cabezas de los atónitos marines de la Alianza para acabar aterrizando una docena de metros por detrás de ellos. La inesperada maniobra les cogió desprevenidos, sorprendidos por completo y totalmente expuestos. No había nada en su adiestramiento que les hubiera preparado para esto. Sin saber cómo actuar, simplemente se quedaron paralizados: un pequeño grupo apiñándose agazapado en la arena.

Les hubieran abatido a tiros de no haber sido por el hecho de que el enemigo estaba tan sorprendido como ellos. Los mercenarios, que habían dejado de disparar, observaban completamente estupefactos cómo el krogan biótico apartaba sin más el TBP de cuatro toneladas de su camino.

—¡Tirad las armas! —gruñó el krogan.

Los marines obedecieron; sabían que la batalla estaba perdida. Se pusieron en pie lentamente y levantaron las manos sobre las cabezas, dejando caer sus rifles de asalto a tierra. Kahlee hizo igual; sabía que no le quedaba otra opción.

El krogan dio un paso adelante y la agarró del brazo, apretándole tan fuerte que dejó escapar un grito de dolor. Uno de los marines hizo ademán de moverse para ayudarla, entonces se retiró. Kahlee se alegró de que lo hiciera: él no podía ayudarla; no tenía ningún sentido hacer que le mataran.

Mientras los mercenarios seguían apuntando a los prisioneros con sus armas, Skarr llevó a Kahlee medio a rastras hacia uno de los vehículos. La lanzó en la parte trasera y se subió a su lado.

—Matadles —les dijo a sus hombres, apuntando con la cabeza en dirección a los marines de la Alianza.

Las estridentes réplicas de los disparos ahogaron los gritos de Kahlee.

A través de sus binoculares, Saren observó cómo toda la escena se desplegaba sin moverse de la posición que había elegido con tanto esmero. Le sorprendió que Skarr no matara a Sanders y que en cambio se la llevara como prisionera. Evidentemente, su relación con todo este asunto era mayor de la que había creído en un principio. Aunque, en realidad, aquello no cambiaba nada.

Los mercenarios se subieron a sus vehículos y arrancaron hacia el crepúsculo, conectando las luces para que les guiaran por la oscuridad.

Saren saltó de su posición elevada y corrió hacia el pequeño todoterreno de reconocimiento que había aparcado allí cerca. El vehículo había sido especialmente modificado para las misiones furtivas de noche: los faros estaban cubiertos por unas pantallas atenuantes que dispersaban la iluminación y la desviaban hacia el suelo, produciendo un tenue resplandor que era suficiente para conducir pero que apenas era visible a más de un kilómetro de distancia.

En contraste, los haces de alta potencia de los otros vehículos resplandecían como faros en la oscuridad de la noche del desierto. Podría reconocerlos fácilmente a una distancia de hasta diez kilómetros.

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