Al fin, Gotrek y Félix atravesaron la muchedumbre de skavens y se encontraron con el arpa delante. Gotrek avanzó hacia ella mientras Félix le protegía los flancos.
—No, enano —gruñó una voz.
Gotrek y Félix alzaron la mirada. Tarlkhir y un puñado de caballeros de dragones marinos avanzaban hacia ellos.
—Habéis hundido nuestra ciudad —gritó Tarlkhir por encima del ruido del arpa—. La venganza exige que nosotros enterremos las vuestras.
—Vosotros hundisteis vuestra propia maldita ciudad —contestó Gotrek—. Al invocar demonios y jugar con magia.
El Matador cargó contra el comandante druchii, con el hacha sujeta a un lado. Félix bramó y corrió tras él, mientras Karaghul le cantaba dulces canciones de matanza. Sabía que los caballeros pertenecían a la élite druchii. Sabía que lo matarían, pero a Karaghul no le importaba, así que a él tampoco.
Por fortuna, la espada pareció conferirle una parte de su furia arcana, y se encontró luchando con un vigor y una velocidad sobrenaturales. A pesar de todo no podía atravesar la guardia perfecta de los dos elfos oscuros de duros ojos con los que se enfrentaba, pero ellos tampoco podían atravesar la de él. Gotrek se encontraba con ciertas dificultades. En un combate singular con Tarlkhir sin duda habría triunfado, pero otros tres caballeros druchii también luchaban contra él, y su destellante hacha sólo podía parar las espadas druchii, que lo acometían por todos lados.
—Malditos elfos tramposos —jadeó Gotrek.
Félix apenas podía oírlo por encima del infernal alarido del arpa, que estaba haciendo pedazos el sumergible. Manaba vapor caliente a través de placas metálicas rajadas. Félix retrocedió ante una de estas fugas, escaldado. Sintió que se debilitaba. La energía que fluía de Karaghul no disminuía, pero tenía el cuerpo tan agotado que estaba costándole mantener el ritmo. Sus músculos parecían pedir a gritos que los dejara descansar, y se sentía como si tuviera los pulmones llenos de arena caliente.
Detrás de los caballeros, Heshor preparaba otro hechizo. Félix sabía que eso sería el fin, al menos para él. Ahora no se encontraba detrás del hacha de Gotrek, y los hechizos protectores de Max habían caído. Esta vez, la negra energía penetraría en él sin diluir, y le haría pedazos las entrañas.
Al menos, pensó, sería un buen final. Al menos él y el Matador iban a morir como debían, en pleno combate, rodeados de enemigos, luchando por la suerte del mundo des-
pués de haber enviado al fondo del mar un infierno flotante de depravación y opresión. Al menos sería un final tan grandioso y épico como hubiera podido desear el Matador. Gotrek había hecho todo lo que había profetizado Claudia. Había luchado dentro de las entrañas de una montaña negra, había luchado contra enemigos sin cuenta, había luchado contra una gigantesca abominación, y ahora iba a morir. Estaba bien. Era adecuado. Estaba contento. Si al menos hubiera podido averiguar, antes de morir, qué le había sucedido a su padre…
Un tremendo impacto los lanzó hacia la derecha a él y a todos los que estaban en cubierta. Luego otro choque los envió hacia la izquierda. Los combatientes se tambalearon y se volvieron a mirar. Habían llegado los barcos druchii. A la izquierda, una galera negra raspó contra el casco del sumergible y arrancó corroídas chapas metálicas hasta detenerse. A la derecha, otra galera había chocado de proa contra la nave skaven, le había abierto una gran brecha y destrozado la torreta del centro. El sumergible gemía y se estremecía como un elefante moribundo.
De las galeras cayeron pasarelas, y decenas de corsarios druchii bajaron a la cubierta para ir hacia el combate.
Tarlkhir les rugió una orden mientras se ponía de pie y se tambaleaba, y ellos se detuvieron a regañadientes.
Con los ojos encendidos, Tarlkhir se encaró con Gotrek mientras el Arpa de Destrucción se sacudía como loca sobre la cubierta, entre ellos.
—Esto no es para los de su naturaleza —dijo—. Tu muerte será sólo mía.
Gotrek se encogió de hombros.
—Como quieras.
El Matador acometió a Tarlkhir con un barrido alto. El comandante druchii interpuso la espada con rapidez, y el hacha de Gotrek resbaló a lo largo de la hoja provocando una lluvia de chispas. El enano volvió a atacar, y Tarlkhir se desplazó hacia la izquierda del Matador, el lado por donde éste no veía. Gotrek tuvo que volverse con rapidez para no perderlo de vista.
Tarlkhir le dirigió una estocada cuando Gotrek cambiaba el peso de pie, y éste tuvo que agacharse. Uno de los caba-
lleros de Tarlkhir alzó la espada, pero el comandante le gritó que retrocediera. Félix se levantó y se puso en guardia por si a otro de los caballeros se le ocurría hacer algo.
Gotrek volvió a la carga y su hacha se convirtió en un borrón de acero que hizo retroceder a Tarlkhir. La ferocidad del ataque pasmó al elfo oscuro, que comenzó a perder pie. Empezó a hacer paradas desesperadamente y tambalearse al ceder terreno.
En torno a ellos, los corsarios avanzaban poco a poco. Félix tragó saliva, aterrorizado.
—Ya has fracasado, enano —se burló Tarlkhir, mientras retrocedía ante el ataque de Gotrek—. Tanto si me matas como si no, nos llevaremos el arpa.
—Como mínimo, habrá un elfo menos en el mundo —dijo Gotrek, que volvió a saltar hacia él, rugiendo.
Tarlkhir levantó la espada para detener el ataque, pero el hacha de Gotrek atravesó limpiamente el negro metal y continuó adelante, hendió el peto del comandante por el centro y se le clavó en el pecho. La sangre manó a través de la armadura azulada y los ojos de Tarlkhir se pusieron en blanco.
Heshor lanzó un lamento desde la proa del sumergible. Los corsarios también gritaron, y luego se lanzaron a vengar la muerte de su comandante. Félix estaba tan exhausto que casi agradeció que llegara el fin.
Gotrek ni siquiera los miró, sino que rió y alzó el hacha por encima de la aullante arpa.
—¡Ahora morirán todos! —rugió.
El lamento de Heshor se transformó en un alarido aterrorizado.
—¡No! —gritó.
Gotrek descargó la pesada hacha sobre el infernal instrumento con un golpe ensordecedor. El arpa se rajó y se alejó danzando, con la mano del viejo skaven aún aferrada, mientras una luz púrpura manaba de unas fisuras finas como cabellos que habían aparecido en el marco. Gotrek retrocedió con paso tambaleante y cubriéndose su único ojo, y Félix, los elfos oscuros y los skavens fueron derribados. La discordante nota ascendió rápidamente hasta convertirse en un alarido demoníaco. Los corsarios y los caballeros retrocedieron atropelladamente a pesar del miedo. Detrás de ellos, Heshor chilló con el rostro convertido en una blanca máscara de terror, dio media vuelta y saltó al mar.
—¡Félix! ¡Gotrek! —los llamó Max desde la torreta del sumergible—. ¡Al agua! —Y luego, siguiendo su propia sugerencia, dio media vuelta y echó a correr, arrastrando consigo a Claudia.
—¡Vamos, Gotrek! —gritó Félix, y arrancó a correr tras el magíster y la vidente.
Aterrorizados corsarios y skavens se unieron a la huida para ponerse a salvo del arpa, que giraba y escupía energía púrpura.
Félix corrió hacia la popa del sumergible, saltó al agua por detrás de la galera y salió a la superficie cerca de Max y Claudia, y de los barriles flotantes. Sacudió la cabeza para quitarse el agua de los ojos y miró a todos lados. Gotrek no estaba con ellos.
—¿Gotrek?
Volvió los ojos hacia el sumergible. El Matador se encontraba a solas en el centro de la cubierta, iluminado desde debajo por una terrible luz púrpura, con el hacha en alto, los pies bien separados a ambos lados de la danzante arpa, mientras druchii y skavens se arrojaban al mar por todas partes para escapar de ella. Entonces, con un rugido, Gotrek descargó el hacha otra vez y cortó el arpa por la mitad.
—¡Abajo! —gritó Max, y hundió la cabeza de Claudia al tiempo que se sumergía.
Félix también descendió, con la imagen de Gotrek desvaneciéndose en un destello de brillantísima luz púrpura que le quedó grabada en las retinas mientras el agua se cerraba sobre su cabeza. Sintió que una ola de calor y presión recorría el agua, y oyó una sacudida ensordecedora, como el restallar de un enorme rayo, justo encima de su cabeza.
Segundos después salió jadeando a la superficie y miró hacia la cubierta. Estaba desierta, salvo por un violento fuego púrpura que ardía donde había estado el arpa, y por los restallantes arcos de energía que serpenteaban y saltaban por el metal rajado, del que manaba vapor. No se veía a Gotrek por ninguna parte.
—¿Ha logrado… escapar? —preguntó Félix, pasmado—. No puede haber muerto.
—Ha muerto —dijo Max, que miraba con terror la danzante energía púrpura—. Tiene que haber muerto. Y también nos ha matado a todos. La explosión ha agitado la piedra de disformidad que hay dentro de la nave skaven.
—Los vientos de la magia están aumentando —dijo Claudia, que también la miraba fijamente—. No aguantará.
Entonces, desde arriba, les llegó un gemido que les resultó familiar.
Félix alzó la mirada.
—¿Gotrek?
La galera druchii se alzaba a gran altura por encima de ellos, y el gemido de Gotrek procedía de su cubierta.
—¡Gotrek! —El alivio inundó el corazón de Félix, que comenzó a nadar hacia el barco druchii.
—¡Félix! —lo llamó Max—. ¡Tenemos que alejarnos! ¡El sumergible va a explotar!
Félix continuó nadando sin hacerle caso. De todos modos, ¿cómo iban a alejarse? ¿Volando? No había nada que pudieran hacer, pero si el Matador aún estaba vivo, Félix sabía que tenía que estar con él hasta el final. Era lo más apropiado. Se aferró a la pasarela y se izó sobre ella, ya que no se atrevía a tocar la superficie del relumbrante sumergible.
Subió corriendo hasta la cubierta de la galera negra, con la espada desnuda, convencido de que moriría luchando contra una muchedumbre de corsarios mientras intentaba llegar hasta Gotrek; pero los pocos druchii que habían vuelto a bordo yacían retorciéndose, con los ojos enloquecidos y ciegos, y la blanca piel roja a causa de las quemaduras.
Avanzó entre ellos hasta el castillo de popa, mientras el retronar y los siseos del sumergible se hacían más sonoros y violentos. Al fin encontró a Gotrek junto a la borda de popa; yacía inmóvil, de costado, y sujetaba aún el hacha con ambas manos con una presa agónica. El aspecto del Matador era espantoso. Tenía su único ojo en blanco, la barba, la cresta y las cejas ennegrecidas y humeantes, y la parte delantera de su cuerpo estaba roja como una langosta y humeaba ligeramente. Pero lo más extraordinario de todo era el hacha. Brillaba con un color rojo vivo desde la hoja al mango, y estaba tan caliente como si apenas segundos antes la hubieran sacado de la forja. Manaba humo de la zona del mango que aferraban las manos de Gotrek, y se oían siseos y pequeñas detonaciones, como de grasa al fuego. Félix percibió olor a carne asada.
—¿Gotrek? ¿Aún estás vivo? ¿Puedes levantarte?
Se volvió a mirar hacia la nave skaven, y luego se arrodilló junto al Matador para escuchar su respiración. Se detuvo al oír unos pasos que ascendían por la escalera de la cubierta de popa, y entonces se puso de pie. Apareció un druchii de poderosa constitución, con un alfanje de marinero y un látigo.
Félix corrió hacia él, con la esperanza de matarlo antes de que llegara a la cubierta, pero el druchii le dio un latigazo en los muslos. La cota de malla paró el golpe, pero a pesar de todo le dolió y le hizo tambalear, con lo que estuvo a punto de ensartarse en el alfanje del elfo oscuro. Félix desvió el arma del enemigo, y lo que había sido una carga se transformó rápidamente en retirada cuando el druchii llegó a la cubierta y lo obligó a retroceder.
Entonces, un alarido y un repentino estallido de luz hicieron que ambos se encogieran. Félix se lanzó hacia un lado y miró en dirección a la nave skaven, seguro de que la vería estallar. Pero no se trataba del sumergible, sino de Max, que subía con paso tambaleante por la pasarela, con Claudia, y disparaba un chorro de luz hacia el marinero druchii. Éste se protegió los ojos y acometió a Félix a ciegas, deslumbrado por la luz mágica.
Jaeger cargó contra él y lo mató con dos tajos rápidos cuando aún estaba indefenso, para luego desplomarse, exhausto, sobre él.
—¡Vete bajo cubierta! —jadeó Max—. Va a estallar.
—¿Eso nos salvará? —preguntó Félix.
—Lo dudo —dijo Max, mientras atravesaba la cubierta con Claudia—. Pero es nuestra única posibilidad.
La vidente lo seguía, aturdida, murmurando hacia el cielo y arañando el aire.
«Esta vez se ha vuelto loca de verdad —pensó Félix, mientras regresaba apresuradamente junto a Gotrek—. Los hechizos de Heshor tienen que haberle destrozado la mente.» Metió las manos bajo los brazos del Matador y tiró de él, pero era como intentar mover un toro. Félix estaba demasiado débil, y el Matador pesaba demasiado. Tiró otra vez y logró moverlo unos treinta centímetros. La relumbrante hacha dejó un rastro marcado a fuego en la cubierta. Tardaría una hora en llevarlo hasta la puerta de las cubiertas inferiores.
Corrió a la barandilla que daba a la cubierta.
—¡Max! —llamó—. Ayúdame a mover al Matador.
Su voz fue ahogada por un estruendo terrible, y una vez más se encogió y miró hacia la nave skaven, esperando lo peor. Vio que las pasarelas se retorcían y eran arrancadas de la galera al pasar el sumergible de largo, aún relumbrando y estremeciéndose, recorrido por rayos púrpura.
Max también se lo quedó mirando y fue hasta la barandilla.
—¡Se marchan! —gritó Félix, encantado.
—No —replicó Max—. Somos nosotros.
El magíster se volvió a mirar a Claudia. Félix siguió su mirada. La vidente continuaba murmurando hacia el cielo, pero ahora sus brazos estaban abiertos hacia la vela latina de la galera, que estaba hinchada y tensa a causa de un viento que no existía en ninguna otra parte. Era verdad que se movían, aún lentamente, pero acelerando cada vez más, golpeando contra los numerosos pecios que cubrían el mar.
Félix corrió de vuelta hacia el Matador y volvió a tirar de él. Un momento después se le unió Max, aunque en su estado de debilidad no era de mucha ayuda. Sin embargo, tenían que intentarlo. Con cada metro que avanzaba la nave aumentaban sus esperanzas de supervivencia, y si podía llevar al Matador bajo cubierta, las posibilidades de éste podrían ser aún mejores.
Al fin, lo llevaron hasta lo alto de la escalera. Max recorrió los escalones con la mirada y luego se volvió hacia la nave skaven.