Matahombres (35 page)

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Authors: Nathan Long

Tags: #Aventuras,Fantástico,Infantil y Juvenil

BOOK: Matahombres
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El mutante rana saltó e intentó arañarle la cara con las garras. Félix rodó sobre sí mismo, y las garras le laceraron un hombro y la espalda. Recuperó la espada y barrió desesperadamente el aire con ella. El mutante rana se alejó a saltos.

Félix se levantó y se encaró con él. El mutante rana estaba entre él y el barril siguiente. La llama avanzaba por la mecha. La criatura se agachó. Félix se puso en guardia.

—¡No, Rombaugh! —gritó Wissen—. ¡Arranca la mecha! Una única explosión sólo nos acarrearía la ruina. ¡Tenemos que matar primero a estos villanos, para impedir que interfieran! ¡O todos, o ninguno!

El mutante rana retrocedió, con los ojos fijos en Félix.

—¡Detenlo, humano! —dijo Gotrek, que avanzaba hacia ellos con pesados pasos—. ¡Deja que estalle!

Félix vaciló, confundido por el repentino cambio de objetivos. ¿Dejarlo estallar? ¿Por qué? La explosión lo mataría.

El mutante rana arrancó la mecha y se alejó con ella. Félix se lanzó tras él, pero era demasiado tarde.

—¡Ahora, matadlos! —gritó Wissen—. ¡Matadlos a todos para que podamos volver a preparar las cargas! —Saltó de nuevo hacia Ulrika, gruñendo de furia—. ¡Malditos aguafiestas!

—Yo volveré a preparar las cargas —dijo una voz detrás de ellos.

Todos se volvieron. Era el apergaminado brujo. Félix sólo pudo ver los estirados brazos del anciano, temblorosos de tensión, por detrás de la gorda granjera. Una relumbrante luz azul manaba del lapislázuli de los brazaletes de oro hacia la dama Hermione, y tejía una palpitante red en torno a ella. Félix vio que la hechicera vampira luchaba con todo su poder para escapar de la jaula, pero no bastaba. Las cintas de sombra de ella se estaban disipando como humo en un fuerte viento. Ella se doblaba sobre sí misma, con la cara contorsionada por el dolor y la impotente rabia.

—¡Mi señora! —gritó el último caballero que quedaba, y corrió hacia ella.

Los esqueletos de los skavens corrieron hacia el anciano, y los mutantes se precipitaron a interceptarlos.

El brujo entrechocó las muñecas, y la red de luz azul se apretó en torno a Hermione como si fuera un nudo corredizo. Ella se sacudió convulsivamente y cayó, inconsciente; destellos de relumbrante fuego azul corrieron por encima de la vampira como ratas. Su apuesto esclavo gritó de angustia, mientras luchaba con dos mutantes que le cerraban el paso.

El brujo rió con voz cascada, triunfante, y luego alzó la voz en un gemido cada vez más fuerte de sílabas torturadas. Sobre su cabeza comenzaron a aparecer nubes purpúreas. La granjera se limitaba a permanecer plácidamente de pie, con la vista fija hacia adelante.

—No lo harás, hechicero —gruñó Gotrek, que corrió hacia el brujo, y por el camino derribó esqueletos skavens y mutantes como si no existieran.

También Félix echó a correr. No sabía qué tenía intención de hacer el brujo, pero no le cabía duda de que era algo malo. Vio que Ulrika y Mathilda también convergían sobre él, con adoradores del Caos siguiéndolas de cerca. Las purpúreas nubes ondulaban por el techo de la cámara.

Algo cogió a Félix por un tobillo y lo hizo caer. ¡La maldita rana! La lengua lo arrastró hacia atrás. Barrió el aire detrás de sí con la espada y cortó la lengua en dos. El mutante rana cayó sentado cuando la mitad de la lengua volvió, como un latigazo, al interior de su boca. Félix se levantó y continuó corriendo.

Wissen avanzó como una araña para cerrarle el paso a Ulrika, y la atacó con la pinza que le quedaba. Ella paraba y respondía con el estoque, mientras Mathilda y Gotrek desviaban su carrera para pasar por ambos lados de ellos a la misma velocidad, y continuar hacia la granjera. Félix no quería mirar. La pobre muchacha no tenía cerebro. Matarla sería como matar a un cachorrillo.

Gotrek alzó el hacha; Mathilda, la espada. Pero cuando llegaban hasta ella, la muchacha, tan inexpresiva como siempre, abrió la boca y vomitó, salpicando a Gotrek y a Mathilda con un repugnante líquido verde que siseó al tocarles la piel.

Mathilda cayó al suelo, chillando y retorciéndose mientras la bilis le quemaba la piel desnuda. Gotrek retrocedió con paso tambaleante, maldiciendo mientras se limpiaba la burbujeante cara con una mano, y luego volvió a lanzarse hacia la granjera, protegiéndose la cabeza con el brazo izquierdo. La voz del brujo alcanzó un agudo crescendo en el momento en que Gotrek le asestaba un tajo a una pierna de la muchacha y se la cercenaba. Ella cayó de lado, y su lastimero grito de niña quedó ahogado por el inmundo torrente de palabras del anciano.

Un estruendo como de rayo resonó por encima de las cabezas, mientras la muchacha manoteaba débilmente el suelo, ante Gotrek. Félix llegó a tiempo de ver al pequeño brujo apergaminado sonreírle a Gotrek desde la cesta que la campesina llevaba a la espalda.

—Lo he logrado —dijo con una risilla y los ojos brillantes—. Se ha ejecutado la voluntad del maestro.

—Tú sí que vas a ser ejecutado —gruñó Gotrek.

El enano descargó el hacha rúnica sobre la cara del brujo, y la afilada hoja cortó por la mitad la enorme cabeza, además de penetrar profundamente en la espalda de la muchacha, cuyos movimientos cesaron.

El trueno volvió a resonar, y Félix sintió algo caliente en la espalda; luego, en un brazo. Bajó la mirada. Tenía la capa encendida. Diminutas llamas rosadas la salpicaban en una docena de puntos. Les dio manotazos. ¡No se apagaban! ¿De dónde habían salido?

Junto a él, Gotrek maldecía mientras se manoteaba brazos y hombros. Detrás de ellos, se oían gritos y alaridos. Félix giró para mirar, y se quedó boquiabierto.

Las nubes púrpura del brujo ocultaban el techo de la cámara de uno a otro extremo, y de ellas caía una constante lluvia de diminutas llamas rosadas de vela. El fuego se propagaba allá donde caían. Los adoradores del Caos, los mutantes, Wissen, Ulrika, Mathilda y sus ladrones, así como el caballero de la dama Hermione, gritaban todos y corrían a ponerse a cubierto, mientras manoteaban enloquecidos las llamas que ardían sobre su ropa y piel. Había pequeños fuegos rosados en la parte superior de todos los barriles de pólvora, y la madera comenzaba a ennegrecerse. Sólo sería cuestión de un momento que el fuego lograra atravesarla hasta la pólvora.

—¡Que Sigmar nos salve! —dijo Félix con voz hueca, mientras retrocedía con Gotrek hacia el túnel—. No podremos apagarlos todos a tiempo. Esto es el fin.

—¡Bah! —dijo Gotrek—. Tenemos que luchar con fuego contra el fuego, eso es todo.

Su cara y antebrazos eran una masa de monstruosas ampollas que estaban llenándose de pus, y aún olía al cáustico vómito de la granjera. No parecía sentir nada de todo eso.

—¿Fuego contra fuego? —preguntó Félix, confundido.

Gotrek metió el hacha en la funda que llevaba a la espalda, miró en derredor, y luego soltó una complacida carcajada al ver al gigante de Mathilda muerto, tendido donde había caído cuando el mutante rana le había arrancado la garganta. El Matador avanzó hasta el gigante y recogió el ridículo martillo de cabeza de piedra. Lo alzó con menos dificultad que el gigante, pero ¿para qué lo quería?

—Al túnel, humano —dijo Gotrek, y comenzó a rotar sobre sí mismo.

Ulrika lo oyó y arrastró a la dama Hermione hacia la boca del túnel. La chusma de madame Mathilda hizo lo mismo con su señora, apenas consciente. Wissen y los adoradores del Caos se habían refugiado en un nicho que había al otro lado de la cámara.

Ahora, la parte superior de los barriles ardía como una antorcha. Gotrek continuaba girando, cara vez con mayor rapidez, con el martillo cogido por el extremo mismo del mango. «¿Va a lanzárselo a Wissen?», se preguntó Félix mientras reculaba fuera de la cámara. ¿De qué serviría eso?

—¡Atrás! —rugió Gotrek, y soltó el martillo, que voló directamente hacia el barril de pólvora más cercano.

Félix retrocedió a toda velocidad, boquiabierto de asombro, mientras Gotrek se lanzaba hacia él, riendo como un loco.

Una explosión tremenda sacudió el túnel. Un puño de aire caliente golpeó a Félix en el pecho y le causó dolor en los oídos, que se le taparon. La onda expansiva lanzó a Gotrek contra él y los hizo rodar hacia atrás por el túnel. Se detuvieron hechos un enredo, en la base de la cuesta, junto a Ulrika y Mathilda. A Félix le cayó en la cabeza una lluvia de piedrecillas y polvo, y le pasó por encima una ola de calor abrasador. Se tensó, esperando más explosiones. No se produjeron. Dentro de la cámara sonó un potente rugido, pero no se trataba de una detonación, sino de un extraño trueno sostenido. ¿Y qué era ese olor horrible?

—¡Pedazo de loco! —gritó madame Mathilda, que se sentó y miró a Gotrek con ferocidad—. ¿Qué has hecho? —Las zonas de la cara y los hombros que le había salpicado el vómito de la granjera las tenía tan ampolladas como el Matador.

—Salvarte el patético culo no muerto —dijo Gotrek con voz ronca—. Una verdadera lástima. —Se volvió a mirar a Félix—. Arriba, humano, o serás arrastrado.

Félix gimió y se puso dolorosamente de pie.

—¿Arrastrado?

Una ola de espumosa agua marrón, alta hasta la rodilla, entró a toda velocidad en el túnel y estuvo a punto de derribarlo. En ella flotaban cadáveres y trocitos de barril, y olía a excrementos y basura. Mathilda y Ulrika se tambalearon y afianzaron los pies para contrarrestar la fuerza del agua, que aumentaba rápidamente de nivel. El último caballero de la dama Hermione levantó entre los brazos el cuerpo inconsciente de la mujer vampira y lo mantuvo por encima del repugnante líquido, para luego comenzar a ascender con ella por la pendiente hasta llegar a terreno seco. Madame Mathilda y sus últimos ladrones lo siguieron con paso cansado.

Félix y Ulrika avanzaron a contracorriente por el agua y miraron al interior de la cámara, con los ojos muy abiertos de asombro. En el techo, justo encima de donde había estado el barril, había un agujero del que continuaban cayendo piedrecillas, y a través del cual entraba una sólida columna gruesa como un árbol de agua marrón que estaba llenando la sala como una tetera llenaba una taza. La parte superior de los barriles continuaba ardiendo con fuego rosado, pero el agua ya había ascendido hasta dos tercios de su altura, y seguía subiendo con rapidez.

—¡Qué raza tan aterradora! —dijo Ulrika.

Félix asintió con la cabeza, como hipnotizado. Los barriles aún podían estallar en cualquier instante. Deberían estar corriendo todos hacia la superficie, pero él no podía apartar los ojos.

Entonces, otra explosión que se produjo mucho más adentro de la cámara los empujó al interior del túnel, mientras una bola atravesaba, hirviendo, el techo.

Ulrika sacudió la cabeza en tanto se levantaba del agua, y miró a Gotrek.

—Fue un buen intento, Matador —dijo—, pero creo que no ha bastado.

—Nunca dudes de un enano, chupasangre —dijo Gotrek con una ancha sonrisa al pasar junto a ella. El agua ya le llegaba al pecho, y su barba comenzaba a flotar—. Mira.

Félix y Ulrika lo siguieron de vuelta a la puerta de la cámara. Ahora había un segundo agujero en el techo, encima del segundo barril que había estallado, y caía por él otra gruesa columna de agua. El nivel subía dos veces más rápido, y mientras aún observaban, comenzó a cubrir la parte superior de los barriles. Una a una, las llamas rosadas fueron apagándose.

—¡Por el martillo de Sigmar! —dijo Félix, sacudiendo la cabeza de asombro, mientras cadáveres y trozos de barril chocaban con él—. ¡Lo hemos logrado! Eh…, lo has logrado tú. Sí, ya está hecho.

Ulrika inclinó la cabeza ante Gotrek.

—Nunca más volveré a cuestionar tu juicio, Matador. —Arrugó la nariz—. Ahora, vamos. Busquemos terrenos más altos. Esto apesta.

Con un alarido jadeante, el cuerpo que pasaba flotando junto a Félix se levantó del agua. ¡Era Wissen! La pinza que le quedaba salió disparada hacia el poeta, lo atrapó por un brazo y comenzó a tirar de él mientras cerraba las manos en torno a su cuello.

—¡Lo habéis estropeado! —chilló con los ojos encendidos de odio fanático, y la cara picada por pequeñas quemaduras circulares dejadas por la lluvia de fuego rosado—. ¡Lo habéis estropeado todo! ¡Nuestro glorioso futuro, ahogado en una marea de mierda! ¡Os mataré! ¡En el nombre de Tzeentch, os…!

Félix le dio un puñetazo en la nariz. Ulrika lo atravesó. Gotrek ejecutó un barrido por debajo del agua y le hizo una herida en la parte del cuerpo que estaba sumergida, ya que Félix sintió el brutal impacto a través de las manos que le aferraban el cuello.

Los dedos de Wissen se aflojaron y los ojos se le pusieron vidriosos, mientras en el agua que lo rodeaba comenzaban a verse pequeños remolinos rojos.

—Al menos, aún queda el maestro… —murmuró.

La piel que le rodeaba las quemaduras circulares comenzaba a blanquearse a causa de la falta de sangre.

Félix frunció el ceño. Las quemaduras. Las quemaduras circulares. Como el hombre al que había matado antes, como el… El corazón le dio un salto dentro del pecho cuando, por fin, lo comprendió. ¡Ahora ya sabía dónde había visto antes al otro hombre de las quemaduras circulares! Al principio, no lo había reconocido sin los ropones de cuero. Había sido uno de los sacerdotes sigmaritas que habían estado presentes cuando se coló el cañón. El iniciado que se había desmayado. ¡El que había vertido las cenizas dentro del hierro fundido!

Félix cogió a Wissen por el cuello del uniforme.

—¡Wissen! ¡No te mueras, demonio! ¡Los cañones! ¿Qué les habéis hecho a los cañones?

Los ojos de Wissen recuperaron un poco de expresión, y el hombre rió débilmente entre dientes.

—Demasiado… tarde. Ya se los han llevado.

Félix lo sacudió.

—¿Qué les habéis hecho?

—Contaminados. Todos ellos —replicó con voz soñadora—. Piedra de disformidad… en el hierro. Una vez que estén sobre las murallas… de Middenheim, el maestro los… despertará. Los artilleros… se volverán locos… y los dispararán contra las puertas de la Fauschlag…, que serán derribadas por los disparos, desde el interior. ¡Archaon entrará… y el Caos… triunfará al fin!

Félix se quedó mirándolo fijamente, pasmado. Dejó caer los brazos y Wissen se deslizó bajo la inmunda agua sanguinolenta.

Se acercó Gotrek y volvió a sacarlo del agua.

—¡El maestro! —gruñó—. ¿Quién es el maestro?

La cabeza de Wissen se fue hacia atrás, con una embelesada sonrisa en los labios.

Gotrek lo sacudió.

—¡Que Grimnir te maldiga! ¡Habla, alimaña!

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