Matazombies (21 page)

Read Matazombies Online

Authors: Nathan Long

Tags: #Aventuras,Fantástico,Infantil y Juvenil

BOOK: Matazombies
2.24Mb size Format: txt, pdf, ePub

Los matadores se desplegaron a todo lo ancho del túnel mientras se abrían paso a tajos y golpes hacia el interior de la muchedumbre que arrastraba los pies, pero al no tener una pared detrás, los zombies comenzaron a pasar por los flancos y los lanceros cumplieron con su deber.

—Vamos, muchachos —dijo Abelung con voz temblorosa—. Detrás de ellos.

—No demasiado cerca —advirtió Félix, al mismo tiempo que alzaba una mano—. A veces, los matadores, eh…, pierden el mundo de vista durante la batalla.

Los ojos de Abelung se salieron de las órbitas.

—Muy agradecido,
mein herr
. Bueno, muchachos, manteneos a distancia y no deis descanso a la punta de las lanzas.

Los lanceros se situaron detrás de los matadores y comenzaron a alancear por entre ellos, clavando las armas en ojos, cuellos y rodillas. Félix y Kat remataron la línea por ambos extremos para cerrar el espacio que mediaba entre los matadores y los laterales del túnel, y se pusieron a matar a todos los zombies que pasaban junto a ellos.

Contra oponentes vivos, las veloces lanzas habrían sido devastadoras, pues los habrían incapacitado y cegado, dejándolos indefensos ante el ataque de los matadores; no obstante, incluso contra los insensibles muertos lograron bastante, bloqueando las agitadas garras de los zombies y haciéndolos tropezar, de manera que los matadores no tenían que preocuparse para nada de defenderse, sino sólo de atacar, y hacían que extremidades, cabezas y órganos putrefactos salieran dando vueltas por el aire como si fueran rojos torbellinos.

«Es una matanza gloriosa —pensó Félix—, pero ¿durante cuánto tiempo puede continuar?». Los matadores no se cansarían, por supuesto, pero los lanceros estaban tan exhaustos como él y Kat. ¿Contarían con la energía necesaria para seguir luchando hasta llegar al otro extremo del túnel? ¡Parecía tener otros quince metros de largo!

Los matadores avanzaron un paso más, con las botas hundidas hasta el tobillo en entrañas putrefactas al pasar entre los descuartizados muertos para acometer otra línea de gimientes cadáveres, y Félix, Kat y los lanceros avanzaron con ellos. Un momento más tarde, dos artilleros entraron, agachados, por la puerta que tenían detrás, tendiendo cuerda de mecha a lo largo de las paredes a medida que caminaban, y abriendo agujeros cerca del techo del túnel. Félix volvió la cabeza y vio que lanzaban miradas de inquietud hacia la muchedumbre de no muertos que gemía y se agitaba a apenas unos metros de ellos, pero continuaron con su trabajo, y cuando hubieron abierto los agujeros, les metieron dentro las cargas fabricadas con trozos de tubería, empalmaron la cuerda de mecha y corrieron de vuelta a la bodega en busca de otro cargamento.

Continuaron de ese modo durante lo que pareció una eternidad, Gotrek, Rodi y Snorri cortando en pedazos más zombies, mientras Félix, Kat y los lanceros avanzaban detrás de ellos, y los artilleros iban y venían, colocando las cargas en retaguardia. Pasado un rato, Félix se sintió como si formara parte de un arado que un trío de viejos percherones con cicatrices arrastraban a lo largo de un campo de cultivo. Los matadores labraban el suelo, mientras los artilleros, como granjeros sedientos de sangre, sembraban bombas en los surcos, las cuales brotarían en hermosas explosiones rojas y amarillas el día de la cosecha.

Un grito ahogado de Abelung arrancó a Félix de su delirante fantasía. El joven sargento luchaba, lanza con lanza, contra un cadáver que de alguna manera había pasado entre Gotrek y Rodi sin sufrir daño ninguno, y de repente, retrocedió con paso tambaleante y ojos desorbitados.

—¿Capitán? —preguntó con voz temblorosa—. ¿Capitán Zeismann?

11

Félix se volvió a mirar cuando gritaron los camaradas de Abelung. El zombie contra el que luchaba el joven era el cadáver del capitán Zeismann, aún reconocible a pesar de que su sonrisa fácil se había convertido en una mueca carente de labios, y que de sus ojos bondadosos nacían gusanos. Y había llevado consigo a sus hombres. Estaban abriéndose paso hasta la primera línea, e intentaban alancear erráticamente a los matadores. Algún instinto, tal vez grabado en sus tendones por el entrenamiento, los había mantenido juntos y los había hecho seguir a su jefe, incluso en la muerte.

—Capitán —gimoteó Abelung mientras retrocedía con cautela—. Por favor, capitán, no…

El zombie que había sido Zeismann acometió con la laza, y Abelung, paralizado por la conmoción y la congoja, no bloqueó el ataque a tiempo. La punta de la lanza choco contra el peto, pero luego resbaló hacia arriba y le atravesó la garganta. Se desplomó, con los ojos desorbitados, aferrado a la lanza del Zeismann mientras la sangre manaba a borbotones de su cuello.

—¡Maldito seáis, sargento! —gritó Félix, y saltó hacia Zeismann mientras los otros lanceros retrocedían.

El capitán zombie dirigió un lanzazo directo al corazón de Félix, pero aunque su puntería había sobrevivido a la muerte, no había sucedido lo mismo con su rapidez, así que Félix pudo apartar la punta del arma con un golpe latera, y luego córtale la cabeza a Zeismann. Los lanceros vivos gimieron cuando el cuerpo de su anterior capitán se desplomó, y continuaron reculando cuando más camaradas muertos atravesaban el frente de los muy atareados matadores.

—¡No seáis estúpidos! —gritó Félix, intentando contener él sólo a todos los lanceros muertos—. ¡Tenéis que matarlos para liberarlos! ¡Acabad con ellos! ¡Haced que mueran de verdad!

Pero los lanceros continuaban vacilando, en la línea divisoria entre la lucha y la huida, y Félix decapitó a otro lancero zombie y esquivó los ataques de otros tres.

—¡Adelante! —gritó, desesperado—. ¡Por Abelung! ¡Por Zeismann! ¡Adelante!

Los nombres lograron hacerlos reaccionar. Con lágrimas en los ojos, y mientras escapaban sollozos por sus labios, los lanceros formaron junto a él.

—¡Por Abelung! —gritaron—. ¡Por Zeismann! ¡Por Zeismann!

Las lanzas destellaron al atacar y clavarse en el pecho de sus camaradas muertos, y pasados unos momentos vertiginosos, la brecha quedó cerrada y la línea restablecida, momento en que Félix pudo volver con paso tambaleante a su posición detrás de Gotrek, jadeando y sin aliento.

Pero al llegar se dio cuenta de que la suya no era la única respiración que oía. Aunque Gotrek continuaba luchando junto a sus compañeros matadores, tan incansable como siempre, y por lo que Félix podía ver no había perdido fuerza ni velocidad, su respiración era otra vez un resuello trabajoso, como si tuviera los pulmones llenos de líquido. Y aunque no parecía en modo alguno afectado por el constante jadeo, su cara estaba aún más roja de lo normal, y su único ojo tenía una expresión más colérica, como si estuviera furioso con aquel repentino acto de traición por parte de su cuerpo.

Una vez más, la imagen de las negras esquirlas atravesando los órganos del Matador se abrió paso hasta la mente de Félix, y ya no logró desterrarla. De repente, temió que el siguiente hachazo o bloqueo de Gotrek fuera el que haría que las esquirlas le atravesaran el corazón y lo mataran. Tenía ganas de decirle al Matador que retrocediera, que por una vez lo dejara luchar a él en primera línea. Pero Gotrek jamás permitiría eso. Ni le importarían las esquirlas. Si lo mataban en medio de la batalla, que así fuera. Habría tenido la muerte de un matador, y todo estaría bien.

Félix miró hacia delante y gruñó de alivio al ver que la boca del túnel estaba a apenas unos pasos de distancia. Ya casi habían llegado. Le lanzó una mirada interrogativa a Kat, que estaba al otro lado del túnel. Ella le dedicó un cansado asentimiento de cabeza, y avanzó un paso más por el fétido pantano de cadáveres decapitados; pero cuando Félix hizo lo mismo, el túnel fue sacudido por un trueno grave que lo lanzó hacia un lado y casi derribó a Kat y los lanceros.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó Kat al hacerse más fuerte el ruido, y más violentas las sacudidas.

—Las torres de asedio —informó Gotrek—. Ha comenzado el ataque.

De detrás les llegaron pasos y gritos.

—¡Matadores! ¡Lanceros! ¡Retiraos! —gritó un artillero—. ¡Nos necesitan en los cañones! ¡Zapadores, colocad las últimas cargas! ¡Vamos a encender ya las mechas!

Gotrek y Rodi les hicieron un gesto de asentimiento con la cabeza a Félix, Kat y los lanceros, mientras los artilleros que tenían las últimas dos cargas las metían en sus agujeros y volvían a la carrera por el túnel.

—Comenzad a correr —dijo Gotrek—. Os seguiremos.

—Pero todavía hay zombies —dijo Snorri.

—Hay muchos más sobre las murallas, padre Cráneo Oxidado —dijo Rodi.

Félix y Kat retrocedieron con los lanceros, y dejaron a los tres matadores enfrentados en solitario con una turbulenta muralla de zombies, y luego dieron media vuelta y echaron a correr, aunque «correr» era tal vez un término demasiado delicado para lo que estaban haciendo. Estaban tan cansados a causa de la lucha, y el suelo estaba tan cubierto de zombies descuartizados, que daban traspiés y zigzagueaban como borrachos que cruzaran un matadero.

Un lancero cayó detrás de sus camaradas al tropezar con el cráneo aplastado de un hombre bestia y torcerse una pierna. Félix y Kat lo levantaron, y él continuó con paso cojo, lesionado y sorbiendo por entre los dientes a causa del dolor.

Desde la bodega llegó un grito distante.

—¡Fuego en el agujero! ¡Fuego en el agujero!

Félix se pasó el brazo izquierdo del muchacho por encima del hombro, y Kat hizo lo mismo con el derecho, antes de continuar los tres con paso tambaleante tras los demás, en dirección al estrecho agujero del túnel de los matadores. Dos llamas chisporroteantes salieron a toda velocidad por el agujero cuando los lanceros entraban apretadamente por él, y Kat lanzó un grito de alarma. Dos de las largas mechas que habían tendido a lo largo de las paredes habían sido encendidas y transportaban el fuego hacia las cargas.

—¡Ese bastardo de Volk! —gritó el lancero—. ¡Va a hacernos saltar por los aires también a nosotros!

El corazón de Félix dio un salto de miedo, pero las llamas de ambas mechas pasaron de largo de las primeras cargas y continuaron chisporroteando hacia el fondo del túnel.

—No —jadeó—. Ha encendido primero las que están más lejos.

—Aun así nos deja el tiempo bastante justo —dijo el lancero.

Kat y Félix lo ayudaron a pasar por el agujero en el momento en que otras dos chispas pasaban junto a ellos, siseando. Un grito y un pesado golpe sordo resonaron por el corredor, procedentes de la dirección de la bodega. Félix no podía ver qué había sucedido. El estrecho espacio estaba inundado del humo sulfúrico de las mechas lentas, pero alguien estaba gritando.

Continuaron avanzando con paso tambaleante, y cuando la bruma se volvió menos densa, Félix vio que la pesada puerta de troncos a prueba de explosión había caído hasta cerrarse y había inmovilizado a un lancero contra el suelo. Los gritos y los golpes procedían del otro lado de la puerta, y otros tres lanceros intentaban levantarla desde el lado en que ellos se encontraban, pero ni siquiera podían moverla. Félix, Kat y el lancero cojo se apresuraron para ayudarlos, entre todos lograron levantarla lo suficiente como para quitársela de la espalda al hombre inmovilizado. Alguien lo arrastró fuera del sitio, pero no pudieron levantar más la puerta. Otras dos llamas pasaron chisporroteando junto a sus pies, y corrieron túnel abajo, hacia las bombas.

—¡Oíd los del otro lado! —gritó Félix—. Estirad cuando cuente tres. ¡Uno, dos, tres!

Del otro lado de la puerta llegaron gemidos apagados, y Félix sintió que la presión ejercida desde allí se sumaba a los esfuerzos que hacían ellos. La habían levantado hasta la altura de las rodillas.

—Vete, Kat —dijo Félix—. Pasa por abajo.

—No lo haré —replicó ella—. Yo sola no.

—¡Maldita seas, muchacha! No hay razón alguna…

—Apártate, humano.

Félix se volvió para mirar hacia atrás. Los tres matadores llegaban en fila india por el estrecho túnel, con Gotrek a la cabeza. Félix se desplazó a un lado, y Gotrek levantó la puerta por encima de su cabeza, como si no pesara más que el marco de una ventana.

—Corred —dijo.

Agradecidos, Kat, Félix y los lanceros se agacharon para pasar todos por debajo de los troncos, y avanzaron dando traspiés por el túnel a la máxima velocidad que pudieron. Félix miró atrás y vio que Rodi y Snorri pasaban de lado junto a Gotrek y atravesaban la puerta con tanta calma como si se abrieran camino por un mercado abarrotado de gente. Entonces, el Matador avanzó y dejó caer la puerta a su espalda.

Los troncos golpearon al cerrarse y el mundo se puso patas arriba. Fue como si la puerta, al cerrarse, hubiera accionado un gatillo, porque en el preciso momento en que golpeó el suelo, el túnel se sacudió y un ariete de aire caliente azotó a Félix y lo tiró al suelo. El, Kat y los lanceros salieron dando volteretas hacía la entrada del túnel como hojas en el viento, mientras una explosión enorme le machacaba los oídos y hacía que todo lo demás quedara en silencio.

Fue a detenerse encima de Kat, con los lanceros unos sobre los otros, aunque la rodilla de alguien se le clavaba en los riñones. En el túnel se arremolinaba un humo gris. Se volvió a mirar hacia atrás. No veía a los matadores.

—Eso… ha sido potente —dijo Kat.

Félix tosió y rodó para dejarla libre, y luego se puso de pie.

—¿Gotrek? ¿Rodi? ¿Snorri?

No le respondió nadie. Retrocedió cojeando por el túnel, temeroso de lo que pudiera encontrar. Un cuerpo ancho y bajo yacía en el suelo.

—¿Gotrek?

El cuerpo tosió y se sentó, sacudiendo la cabeza adornada por una cresta de clavos. Estaba cubierto de arriba abajo de polvo gris.

—¿Qué has dicho, joven Félix?

—Nada, Snorri —replicó Félix—. Pensaba que eras Gotrek.

—Dilo otra vez. Snorri no te oye.

Félix pasó con cuidado junto a él, intentando ver dentro del humo.

—¿Gotrek? ¿Rodi?

Dos siluetas bajas y robustas salieron de la nube con paso tambaleante, sacudiéndose el polvo. Una llevaba metido en la oreja un dedo que hacía girar.

—¿Por qué susurras, humano? —preguntó Gotrek.

—¿Oís campanas? —preguntó Rodi.

En la superficie resonaron una fanfarria apagada de cuernos que tocaban a reunión, y el trueno de los cañones. Los dos matadores ladearon la cabeza y miraron hacia arriba. Eso sí que podían oírlo bastante bien.

Other books

Licence to Dream by Anna Jacobs
The Boss by Monica Belle
Night of Madness by Lawrence Watt-Evans
Turtle Moon by Alice Hoffman
Hannibal Rising by Thomas Harris
The Bellingham Bloodbath by Harris, Gregory
Freshman Year by Annameekee Hesik
Bosom Bodies (Mina's Adventures) by Swan, Maria Grazia
Divine Liaisons by Poppet