—Marcas nuevas.
—¡Qué! —gritó, y avanzó. En ese momento, los otros se reunieron en torno a ellos.
Von Volgen suspiró al ver la madera que se deshacía. Von Geldrecht maldijo y golpeó la muralla con la palma de una mano.
—Silencio, mi señor —dijo Félix, que se volvió a mirar a Danniken y Ulfram—. Hemos encontrado al traidor.
—¿Qué? ¿Quién? —preguntó Von Geldrecht.
—Observad a Danniken —dijo Félix—. Observad sus manos.
—¿Danniken? —dijo el comisario, otra vez en voz más alta de lo debido—. ¿Qué ha…?
Félix lo sujetó por un brazo para hacerlo callar, e inclinó la cabeza en dirección al acólito y el sacerdote guerrero. Von Geldrecht se volvió y observó, junto con los otros, cómo Danniken conducía a Ulfram hasta el siguiente grupo de hombres, y luego se retiraba para recostarse contra otro poste. Una vez más, siguió la misma rutina que antes: sacó el cuchillito, se limpió las uñas, se reabrió el corte de la punta del dedo índice, y luego trazó el símbolo con su sangre en la cara exterior del poste.
—Pero… —dijo Bosendorfer—. Pero, pero…
—¡Por la barba de Sigmar! —jadeó Von Geldrecht—. ¡El acólito! ¡Un hombre de hábito!
—Un vil saboteador —gruñó Von Volgen.
Classen comenzó a avanzar al mismo tiempo que bajaba la mano derecha hacia la espada.
—Vamos, enseñémosle la misericordia de Sigmar.
Von Geldrecht lo retuvo.
—No, deseo interrogarlo.
—¡Sí! —dijo Bosendorfer con ojos centelleantes—. ¡Debemos averiguar quiénes son sus cómplices!
—Nada bueno sale de esperar para matar a los brujos —declaró Gotrek, que llegó con Kat, Snorri y Rodi.
El comisario no le hizo el menor caso y llamó la atención de Classen con un gesto.
—Vos y Bosendorfer bajad y volved a subir a la muralla por detrás de él, a través del cuerpo de guardia. Nosotros le cerraremos el paso por este lado. No tendrá adónde ir.
—Sí, señor comisario —dijeron Classen y Bosendorfer al unísono, y se encaminaron hacia la escalera.
Von Geldrecht les hizo un gesto a los otros.
—Venid —dijo—. Demos un paseo por las murallas.
—Nos está dando la espalda —refunfuñó Kat cuando echaron a andar—. ¿Por qué no puedo dispararle y basta?
Félix y los otros humanos hicieron pésimos intentos para aparentar despreocupación, pero los enanos simplemente caminaban a su paso normal, mirándolo todo con aborrecimiento no disimulado. Félix estuvo a punto de decir algo, pero luego se dio cuenta de que siempre miraban así, y por tanto, era improbable que despertaran las sospechas de Danniken.
Sin embargo, algo las despertó. Tal vez fue la postura precavida de Classen y Bosendorfer cuando salieron del cuerpo del guardia que estaba situado a su izquierda, o el hecho de que ocho personas se dirigieran hacia él por la derecha, o quizá lo pusieron sobre aviso sus poderes oscuros, pero el caso es que cuando Von Geldrecht llegó a unos veinte pasos de él, la cabeza del acólito se alzó, y sus ojos fueron con rapidez a derecha e izquierda, a la vez que se desorbitaban.
—Se ha dado cuenta —dijo Rodi.
Gotrek, Rodi y Snorri adelantaron a Von Geldrecht y Von Volgen, mientras sacaban las armas que llevaban a la espalda; Félix, Kat y Volk los siguieron. Más allá del acólito, Classen y Bosendorfer también aceleraron el paso.
Con una expresión desencajada, Danniken saltó hacia el padre Ulfram y lo situó de un tirón delante de sí, al mismo tiempo que le apoyaba el pequeño cuchillo contra el cuello entre gritos de sorpresa de los arcabuceros.
—¿Qué es esto? —vociferó Ulfram—. ¿Quién es? ¿Qué está sucediendo?
—¡Si me matáis, yo lo mato a él! —dijo el acólito.
—Me parece bastante justo —replicó Gotrek, que continuó avanzando con Snorri y Rodi en tanto todos los demás se detenían.
—¡Enanos! ¡Alto! —gritó Von Geldrecht—. ¡No podemos poner en peligro la vida del padre Ulfram!
—¿Qué está pasando? —dijo Ulfram, que volvía la vendada cabeza de un lado a otro, mientras los matadores detenían a regañadientes—. Danniken, ¿eres tú?
—Vuestro acólito es el traidor, padre —dijo Von Volgen—. El inmundo brujo que cerró el foso y debilitó las defensas.
—¿Y también envenenaste el agua, villano? —preguntó Von Geldrecht—. ¿Y estropeaste la comida?
—¿Quiénes son tus cómplices? —vociferó Bosendorfer—. ¿Tauber está confabulado contigo?
En la cara de Danniken apareció una sonrisa de maníaco.
—¡Sí, yo estropeé la comida! —replicó, riendo con socarronería—. ¡Y envenené el agua! Y anulé la visión mágica del padre Ulfram cuando le traté los ojos, después de Grimminhagen.
—¡Granuja! —gritó Ulfram—. Te…
Danniken presionó más el cuello del sacerdote con el cuchillo, hasta que sangró.
—¡Ah, sí! Tauber está confabulado conmigo —continuó—, y docenas más. ¡Somos legión, mis señores! ¡Legión! ¡Nunca podréis erradicamos!
—¿Quiénes? —preguntó Von Geldrecht, cuyas papadas temblaban—. ¿Quiénes son? ¡Decidme sus nombres!
—¡Sois todos traidores! —dijo Danniken—. ¡Vuestros huesos son traidores, acechando bajo vuestra carne, esperando sólo la llegada de la muerte para traicionaros! ¡Y yo los dejaré en libertad!
Y dicho eso, echó atrás la cabeza y empezó a lamentarse en una lengua antigua y arcana.
Los arcabuceros retrocedieron con miedo supersticioso, y Félix, Kat y los demás humanos vacilaron, temerosos de poner en peligro la vida del padre Ulfram, pero los matadores no tenían ese tipo de reparos. Comenzaron a avanzar al mismo tiempo que levantaban las armas. El padre Ulfram, sin embargo, actuó primero.
—¡Martillo de Sigmar, dame fuerza! —rugió el anciano sacerdote, y estrelló la parte posterior de su cabeza contra la mandíbula de Danniken, cerrándole los dientes de golpe e interrumpiendo la salmodia.
El acólito dio un traspié y chocó contra las almenas, escupiendo sangre, y arrastró consigo al sacerdote.
—¡Bien hecho, padre! —gritó Von Geldrecht.
Cuando los otros se lanzaron hacia ellos, el sacerdote giró sobre sí mismo y, a ciegas, acometió a Danniken con los puños.
—¡Hereje! —gritaba—. ¡En el nombre de Sigmar te excomulgo!
Un golpe brutal lanzó al acólito de espaldas entre dos almenas, pero Ulfram perdió el equilibrio y cayó encima de él, con la cabeza y los hombros fuera de la muralla.
—¡Paradlos! —gritó Von Geldrecht—. ¡Atrapadlos!
Bosendorfer fue el primero en llegar hasta ellos e intentó atrapar los tobillos de Ulfram; pero Danniken, con una fuerza sorprendente, corcoveó debajo de Ulfram y arrastró al sacerdote otros treinta centímetros más hacia el vacío, y al patalear y bracear, el sacerdote apartó a golpes las manos del espadón.
Gotrek empujó a Bosendorfer hacia un lado y aferró la larga sobrevesta blanca de Ulfram, pero fue demasiado tarde. El sacerdote y el falso acólito cayeron al vacío, y el matador se quedó con una larga tira de tela blanca en las manos.
Félix y Kat corrieron a las almenas con todos los demás, y vieron cómo los dos cuerpos caían en el espeso fango del foso vacío, entre los zombies que deambulaban de un lado a otro. Durante un largo segundo, ellos y los demás presentes en la muralla se quedaron mirando los dos cuerpos que permanecían allí tendidos, inmóviles, pero luego, para asombro de todos, el anciano sacerdote tosió e inspiró de modo brusco, y agitó los brazos.
—¡Padre Ulfram! —gritó Von Geldrecht—. Padre, ¿estáis bien? ¡Que alguien traiga una cuerda! ¡Una cuerda!
Sin embargo, fue Danniken quien primero se levantó, quitándose de encima el cuerpo del sacerdote, roto y desaliñado. Alzó la mirada hacia el parapeto y rió, con la boca llena de fango y sangre; levantó a Ulfram por el cuello del hábito, y alzó el cuchillito muy arriba, mientras el sacerdote manoteaba débilmente las piernas de Danniken con las manos rotas.
Danniken lo apuñaló en el pecho.
—¡Al fin estoy en libertad para reunirme con mi maestro! —gritó, y volvió a clavar el cuchillo—. Todos vosotros os uniréis a mi maestro para marchar con él en…
En su boca apareció una flecha, clavada hasta media vara como en un truco de tragaespadas. Las palabras del acólito fueron interrumpidas por una gárgara de sangre, y los ojos se le pusieron en blanco. Félix miró hacia la derecha. La cuerda del arco de Kat aún vibraba. Los ojos de ella llameaban.
Danniken cayó hacia atrás con lentitud para yacer junto a Ulfram, que estaba tendido boca abajo en el fango, donde la sangre se iba extendiendo para formar un gran charco.
Gotrek gruñó y miró a Von Geldrecht.
—Eso debería haberse hecho al principio.
El comisario no parecía haberlo oído. Se limitaba a continuar con los ojos fijos en el sacerdote.
—Volk —dijo en voz baja—, pedidle a Bierlitz que prepare una cuerda con arnés. Recuperaremos el cuerpo del padre Ulfram y le ofreceremos los rituales adecuados. También cortaremos la cabeza a Danniken y registraremos su cuerpo por…
Calló cuando el padre Ulfram se agitó e intentó meter las manos debajo del cuerpo.
—¡Padre…, padre Ulfram! —gritó—. Padre, ¿aún estáis vivo? ¡Alabado sea Sigmar! ¡Volk, la cuerda! ¡Deprisa!
Volk se alejó corriendo hacia Bierlitz, pero cuando el padre Ulfram se puso de pie con inseguridad en el fango que le cubría hasta los tobillos, Danniken se sentó a su lado, mirando hacia lo alto porque la flecha que le entraba por la boca no le permitía bajar la cabeza.
—¡Sangre de Sigmar! —juró Von Geldrecht cuando el acólito se sentó—. Danniken también está vivo. ¡Disparadle otra vez, arquera, antes de que le haga más daño al padre Ulfram!
Kat, obediente, puso otra flecha en la cuerda del arco, pero Danniken no atacó a Ulfram. Ni Ulfram atacó a Danniken. En cambio, ambos giraron al mismo tiempo y se adentraron arrastrando los pies en la horda de zombies que andaban dando vueltas a su alrededor. Para cuando Volk regresó con Bierlitz, Félix los había perdido entre la horda, que se los había tragado enteros.
Von Geldrecht se apoyó contra las almenas y dejó que su cabeza bajara hasta tocar la piedra.
—Perdonadme, Bierlitz —dijo con voz cansada—. Aquí no hay nada que podáis hacer. Continuad reemplazando los postes dañados. Classen, Bosendorfer, Volk, haced correr la voz. Nuestro traidor ha sido descubierto… y está muerto.
Classen y Volk asintieron, pero Bosendorfer se quedó donde estaba.
—¿Y qué haremos con respecto a los otros traidores, mi señor? Tauber y las decenas de otros que mencionó Danniken.
Von Volgen soltó un bufido.
Von Geldrecht cerró los ojos y se irguió.
—No seáis burro, espadón. No hay ningún otro traidor. Sólo lo ha dicho para sembrar la discordia entre nosotros. Marchaos y haced lo que os he ordenado.
Bosendorfer le dirigió una mirada fulminante, pero saludó y se alejó con, Classen, sin decir una palabra más. Los matadores acompañaron a Volk para hacerle preguntas sobre pólvora y mechas, pero Félix vaciló cerca de Von Geldrecht y Von Volgen.
—Eh…, mi señor comisario —dijo—, os pido disculpas por volver a mencionar el tema, pero si creéis que Danniken era el único traidor, ¿creéis entonces que Tauber es inocente?
Von Geldrecht frunció el ceño, y luego suspiró.
—Sí,
herr
Jaeger —dijo—. Lo más probable es que sea inocente.
—¿Así que lo dejaréis en libertad?
—Lamentablemente, no puedo.
Von Volgen gruñó, y el enojo destelló en sus ojos. —Mi señor, ¿por qué no? Ese hombre es necesario.
El comisario miró a Félix y luego al noble, y a continuación, apartó de ellos la mirada, con la cara demacrada y apesadumbrada.
—Lo siento, pero la decisión es del graf Reiklander, no mía. Por favor, dejad estar el tema.
Comenzó a cojear hacia la escalera, pero Von Volgen se interpuso en su camino, con los dientes apretados.
—Mi señor, me gustaría oír esa orden de los labios del propio graf Reiklander. No son sólo las vidas de los hombres del castillo Reikguard las que están en juego. Muchos de sus caballeros han muerto durante estos últimos días por falta de atención médica. Me gustaría oír de su propia boca las razones para esto.
La cara de Von Geldrecht enrojeció.
—Eso es imposible —dijo—. El graf está demasiado enfermo como para que lo molesten.
—¿Ah, sí? —preguntó Von Volgen—. ¿Y tal vez demasiado enfermo como para dar órdenes?
El comisario se quedó petrificado y lo miró con ferocidad.
—¿Qué estáis insinuando, mi señor? Hablad con claridad.
Von Volgen le sostuvo la mirada durante un momento, pero luego tosió y bajó la vista.
—No os culpo, señor comisario. Creo que no es más que natural que, al haber sido arrojado el mando sobre vuestros hombros como lo ha sido, uséis el nombre del graf para añadir autoridad a vuestras órdenes…, con independencia de si el graf las ha dado o no.
Pareció que Von Geldrecht iba a explotar, pero luego también él apartó la mirada.
—Vuestra suposición es comprensible, mi señor —dijo—. Pero el graf Reiklander aún gobierna aquí, y desea que Tauber continúe en prisión. Lo siento. Tendréis que aceptar mi palabra al respecto.
Y con eso, dio media vuelta y se alejó, cojeando, hacia la escalera; golpeaba con enojo el bastón a cada paso.
Von Volgen apretó los puños y dio la impresión de que iba a llamarlo, pero se contuvo y se volvió otra vez hacia la muralla para fijar la mirada en la horda de zombis.
Félix miró a Von Volgen durante un largo minuto, y luego se apartó de Kat para ir a situarse a su lado.
—Mi señor —susurró—, ¿por qué no ocupáis vos su lugar?
Von Volgen se apartó de la muralla y lo miró con ojos duros.
—No sé a qué os referís,
mein herr
.
Félix gruñó con impaciencia, y luego miró por encima del hombro cuando Kat se reunió con ellos.
—Sí que lo sabéis, mi señor. No ignoráis que Von Geldrecht no es un general. ¡No es mucho más que un intendente con ínfulas, y está llevándonos a la ruina! Vos podríais conducirnos a la victoria…, o a la supervivencia, al menos.
Von Volgen clavó en él una mirada fría.
—Habláis de amotinamiento.
—¡Hablo de salvar vidas de hombres! —dijo Félix sin rodeos, y luego volvió a bajar la voz—. Ya ha matado a la mitad de los que éramos con sus vacilaciones y su negativa a dejar a Tauber en libertad. ¿Os quedaréis sentado viendo cómo mata al resto? ¡Vos podríais salvarnos! ¡Vos queréis salvarnos!