Se volvió, a mirar a Snorri, que se retorcía la barba junto al fuego.
—Snorri, mira si puedes entrar en la taberna. Busca comida y bebida.
Snorri le dedicó una ancha sonrisa.
—Esa es la mejor idea que has tenido en mucho tiempo, joven Félix.
Retorció su barba una última vez, y luego salió por la puerta delantera, mientras Félix lo hacía por la posterior. El jardín era poco más que un patio modesto, pero al fondo había un trocito de huerto y la trampilla de madera de una bodega, junto a un gallinero. Félix fue con paso tambaleante hasta el gallinero y abrió la puerta. Vacío. Rebuscó entre la paja maloliente de los ponederos. Ni siquiera un huevo. Levantó la trampilla de la bodega para mirar adentro, y lanzó un grito de alegría: dos zanahorias pequeñas y un repollo que habían conocido tiempos mejores.
Las sacó y de inmediato se metió una de las zanahorias en la boca. Estaba seca y cubierta de tierra, además de tener una consistencia gomosa, pero aún estaba buena, no completamente podrida como había sucedido con toda la comida del castillo Reikguard. La masticó ruidosamente, mientras se encaminaba hacia el diminuto huerto, y gimió cuando el jugo le corrió por el fondo de la garganta. Quizá en otros tiempos hubiera arrojado la zanahoria a un lado por considerarla no apta ni siquiera para un cerdo, pero éstos no eran otros tiempos. ¡Era la mejor zanahoria jamás creada por la naturaleza!
El trozo de tierra resultó una decepción. Apenas había comenzado la primavera, y todavía no había brotado nada. Aun así, la zanahoria y el repollo eran mejor que nada, y el resto de las casitas también tendrían bodegas.
Oyó el estruendo de algo que se partía en la calle, y flexionó las piernas, en guardia, pero luego se dio cuenta que sólo era Snorri que estaba derribando la puerta de taberna. Volvió a entrar en la casa y se sentó junto al fuego, al lado de Gotrek, donde empezó a meterse hojas de repollo en la boca, gimiendo de felicidad. Miró la otra zanahoria con gula, pero la dejó a un lado. No podía ser codicio. Snorri también tendría hambre, al igual que Gotrek.
—Gotrek —dijo al mismo tiempo que sacudía al Matador por un hombro—. Hay comida.
El Matador no se movió. Yacía tendido donde Snorri lo había dejado, con los ojos cerrados. Félix se quedó mirándolo con inquietud, seguro ya de que la inconsciencia de Gotrek no tenía ninguna causa externa. No había sido la pelea, ni la caída, ni el agua. Lo que había provocado aquel estado estaba dentro de él desde hacía días: las negras esquinas envenenadas del hacha de Krell.
La puerta de la casita se abrió de golpe, y Snorri entró cojeando, apoyado en su martillo-muleta, con un barrilete sobre un hombro y una ristra de salchichas enmohecidas colgándole de la boca. La escupió para dejarla caer al suelo de tierra y le dedicó una ancha sonrisa.
—¡Cerveza, joven Félix! ¡Cerveza!
Félix estaba más interesado en las salchichas, a pesar del moho, pero se levantó y ayudó a Snorri a bajar el barrilete al suelo con cuidado, para luego ir a recoger dos de los botes vacíos del aparador.
Snorri hundió la tapa del barrilete con el martillo, acepto uno de los botes de manos de Félix y lo hundió en el líquido del interior.
—Cuidado, Snorri —dijo Félix cuando el viejo matador se disponía a vaciarlo de un solo trago—. Podría haberse estropeado como lo que había en el castillo.
Snorri se detuvo y bebió un cauteloso sorbito, mientras Félix lo observaba. En su fea cara apareció una ancha sonrisa.
—No, joven Félix —dijo—. Está buena… para ser cerveza humana, al menos.
Y dicho esto inclinó el bote y bebió hasta vaciarlo, casi sin tragar, al parecer. Félix hundió su propio bote dentro del barrilillo y lo llenó. Inhaló al acercárselo a la cara, y el olor a levadura de lúpulo casi hizo que se le llenaran los ojos de lágrimas. Se la llevó a los labios. Félix no sabía de qué estaba hablando Snorri. Era la mejor cerveza jamás fermentada, muchísimo mejor que la mejor zanahoria jamás cultivada.
Bebió unos pocos tragos deliciosos; luego bajó el bote y dejó escapar un suspiro de satisfacción. Después de haber pasado hambre durante tanto tiempo, se emborracharía en cuestión de segundos con la cerveza, pero no le importaba. Sabía bien.
Se le ocurrió una idea y miró a Gotrek. El repollo no había logrado sacar al Matador de la inconsciencia, pero, bien pensado, ¿a quién podría tentar? Sin embargo, se sabía que la cerveza había obrado milagros de resurrección en otros enanos. ¿No había visto Félix a Snorri salir de las profundidades de la inconsciencia y sentarse con sólo mencionar la palabra cerca de él?
Félix se arrodilló junto a Gotrek y levantó el bote. Snorri vio lo que estaba haciendo y se unió a él para sujetar la cabeza de Gotrek y mantenerla levantada, mientras Félix inclinaba el bote y vertía un fino hilo de cerveza por entre los labios flojos.
Esperaron.
Nada.
Félix vertió más cerveza dentro de la boca de Gotrek. Volvió a verterse al exterior y desapareció en su barba.
La cara de Snorri, quien hasta ese momento había conservado los restos de la sonrisa que le había provocado la cerveza, se puso seria de preocupación.
—Snorri no ha visto nunca antes a Gotrek Gurnisson escupir cerveza —dijo con voz queda—. Snorri piensa que podría estar pasando algo malo.
Félix asintió con la cabeza y se dejó caer sentado.
—Snorri no es el único.
En la existencia de Félix había habido ocasiones en las que había pensado que no había nada que pudiera hacer más desdichado a un hombre que pelear por su vida. Otras veces había pensado que los peores momentos eran los anteriores a la batalla, cuando el pavor y la expectación inundaban las entrañas de los hombres, y aun en otras ocasiones había pensado que nada podría hacer más desdichado a un hombre que el arrepentimiento, pero ahora supo que ninguna de esas desdichas podía acercarse siquiera a la sensación de impotencia que sentía un hombre cuando sabía que su amigo estaba muriendo y en peligro, y que no podía hacer nada para ayudarlo.
Con el estómago lleno de no mucha salchicha pero de bastante cerveza, había logrado al fin quedarse dormido alrededor de la medianoche, aunque no fue un sueño cómodo. Estuvo lleno de pesadillas en las que corría hacia el castillo Reikguard para salvar a Kat, pero nunca llegaba a él por muy deprisa que corriera; y otros sueños en los que Gotrek se levantaba del lecho de enfermo, pero no era Gotrek —no estaba vivo—, y se volvía contra él, con los ojos muertos y el hacha resplandeciente de luz verde. En algunos sueños lograba llegar por fin al castillo Reikguard, y entonces corría por los pasillos, cámaras y bodegas llamando a Kat, pero ella aparecía arrastrando los pies junto con los otros no muertos, señalándolo con un rígido dedo gris.
—Tú has hecho esto —susurraba—. Tú me dejaste atrás.
A veces huía de ella, avergonzado. Otras, corría hacia ella y le pedía perdón.
—Te perdonaré —respondía ella con voz hueca y lejana—. Pero debes dejar que me alimente.
En las profundidades de la culpabilidad, Félix consentía y le ofrecía un brazo, que ella aceptaba y comenzaba a morder con dientes afilados como agujas, y respiración caliente y fétida. El dolor era espantoso, pero no más de lo que el merecía.
—Despierta, joven Félix —dijo Snorri—. Snorri piensa que estás teniendo una pesadilla.
Félix parpadeó al despertar con lentitud, y el triste cadáver gris de Kat fue eclipsado por el feo cuerpo rosado de Snorri Muerdenarices. Por las rendijas de los postigos entraba luz gris, y se oían cantos de pájaros lejanos. No había oído cantar pájaros en… ¡Sigmar, parecían años!
—Gracias, Snorri —dijo.
Se incorporó sobre un codo, y entonces aspiró aire entre los dientes y casi vomitó a causa del dolor espantoso que le recorrió el brazo. El dolor de las dentelladas de Kat continuaba después de que el sueño se hubiese desvanecido, así que bajó la mirada hacia el brazo. La venda con que Tauber le había envuelto las heridas estaba ahora marrón de sangre seca, e incrustada de fango del río, y la piel que la rodeaba se había vuelto de color púrpura y estaba hinchada. Sacó la daga y cortó la gasa, y entonces volvió a sentir náuseas. Los profundos surcos abiertos por las garras del murciélago eran como fisuras volcánicas que escupían una lava de pus maloliente, y había una red de líneas negras que se extendía por debajo de la piel inflamada, en torno a ellas. La analogía del volcán era acertada también en otro aspecto, porque sentía el brazo como si tuviera un núcleo fundido —como si los huesos estuvieran al rojo blanco—, y radiaran calor igual que una estufa.
Snorri rió entre dientes como una gallina que cloqueara.
—Snorri piensa que eso podría estar infectado.
—Posiblemente —asintió Félix—. Sí.
Félix se volvió hacia Gotrek que yacía, inmóvil, a su lado. El Matador parecía más pálido de lo que Félix lo había visto jamás, y sus labios presentaban un leve tono azulado.
—¿Está…, está…?
Snorri negó con la cabeza.
—No, joven Félix, pero sigue sin querer beber cerveza.
Félix se sentó, haciendo muecas de dolor y luchando contra el mareo al mover el brazo, y luego volvió a apoyar la cabeza sobre el pecho de Gotrek. El débil y acuoso sonido de los latidos del corazón aún estaba presente, pero era incluso más débil que antes, y no podía oír ni rastro de la respiración del Matador.
Félix gimió y se tendió boca arriba. Después de todos los años pasados luchando y viajando en condiciones muy duras, era capaz de vendar bastante bien las heridas, e incluso de reducir una fractura ósea en caso necesario, pero no tenía ni idea de cómo arreglar eso de unas esquirlas vidriosas que atravesaban el corazón y los pulmones. Era impotente para salvar a Gotrek, igual que lo era para salvar a Kat. Dudaba de poder salvarse siquiera a sí mismo.
Aun así, tenía que intentarlo. Con un gruñido, se levantó sobre piernas inseguras.
—Ven, Snorri —dijo—. Tenemos que encontrar comida.
Pero cuando dio un paso hacia la puerta, se apoderaron otra vez de él las náuseas y el mareo, y se encontró boca abajo en el suelo, mientras el mundo se tornaba negro a su alrededor.
—Quédate aquí, joven Félix —dijo Snorri desde la oscuridad—. Snorri encontrará la comida.
Después de eso, Félix fue incapaz de seguir el paso del tiempo. Iba y venía, inquieto e intranquilo, entre la conciencia y la inconsciencia, entre pesadillas de vigilia y pesadillas que parecían la realidad.
Al despertar se encontró con que Snorri estaba de pie a su lado, y agitaba algo ante su cara.
—Mira, joven Félix. ¡Un nabo!
Al despertar, la luz del sol le hería los ojos y sentía la peor sed de su vida. El bote con cerveza estaba a un kilómetro de distancia. Lo derribó cuando logró alcanzarlo.
Al despertar se encontró con que ya no tenía fiebre y Gotrek estaba curado. A cubierto de la oscuridad, ellos dos y Snorri regresaron al castillo para rescatar a Kat, esquivando zombies y matando necrófagos antes de escabullirse al otro lado del foso seco y robar una escalera de asedio. Félix condujo a los matadores por encima de las murallas, y encontraron a Kat atada para ser sacrificada en el profanado templo de Sigmar. Félix mató a Kemmler mientras Gotrek y Snorri mataban a Krell, y volvieron a estar juntos hasta que volvió a despertar y descubrió que aún era de día, y que Snorri le había llevado otra zanahoria.
Despertó a un palpitante dolor agónico. Las líneas amoratadas del antebrazo se habían extendido al cuello y al pecho, y el pulso le resonaba en los oídos como un tambor de guerra orco, sacudiéndolo con cada latido. Estaba tan caliente como las selvas de Lustria, el sudor le perlaba la frente y le corría en abundancia por el cuello y, sin embargo, al mismo tiempo, tenía tanto frío como aquella noche en que había caído a través del hielo en Drakwald y casi había muerto congelado. Los dientes le castañeteaban como dados dentro de un cubilete, y no pudo sostener una jarra de cerveza que le dio Snorri, así que tuvo que dejar que el viejo matador se la vertiera en la boca con mano paciente.
Despertó y se encontró con que su hermano entraba cojeando en la casita con su bastón de empuñadura de oro y chasqueaba la lengua con disgusto.
—Bueno, la verdad es que esta vez has liado las cosas de mala manera —dijo mientras su doble papada se estremecía con desaprobación.
—Sí —dijo su padre, que yacía junto a él, y que tenía la cara desgarrada por terribles arañazos y marcas de mordisco—. Precisamente, el tipo de final que yo preveía que tendrías, bueno para nada.
Ulrika se arrodilló junto a él y le tomó el brazo en las frías manos blancas.
—Deja que te bese, amado —dijo—, y podremos vivir juntos para siempre, sin dolor y sin separaciones.
Félix alzó la mirada hacia ella y pensó que era la mujer más hermosa que había visto jamás. Quería abrir la boca y decir sí, pero entonces Kat estaba a su otro lado, también muerta, pero no realmente tan bien conservada.
—¿Continuarás viviendo después de haber muerto yo, Félix? —preguntó—. ¿No teníamos que morir juntos?
Entonces, al otro lado de la habitación, Gotrek se levantó y se echó el hacha sobre un hombro.
—Vamos, humano —dijo, posando sobre él una mirada feroz—. Tengo que ir en busca de mi fin.
Félix se quedó mirando al Matador cuando salió por la puerta con pesados pasos. Intentó levantarse. Intentó hablar. Intentó decirles a Ulrika y Kat que no podía irse con ellas. Aún tenía que cumplir hasta el final el juramento que le había hecho a Gotrek. Pero no pudo hablar, no pudo moverse, ni siquiera pudo mover la cabeza.
—Otra pesadilla, joven Félix —dijo Snorri, sacudiéndolo por un hombro.
Félix lo miró con los ojos entrecerrados, porque tenía dificultades para separar a Snorri del sueño. Parecía más irreal que los fantasmas que había tenido a su alrededor. Estaba a la vez demasiado cerca y demasiado lejos; la fea cara del enano se encontraba a escasos centímetros de la suya, pero la mano que le tocaba el hombro se hallaba al final de un largo brazo que se extendía desde el otro extremo de la habitación. Félix apartó la mirada, trastornado, pero no obtuvo alivio en ninguna otra parte. Las paredes de la choza inspiraban y espiraban, y con cada inhalación se le acercaban un poco más, y hacía un calor abrasador.
—Snorri —resolló—. ¿A qué estás jugando? Apaga el fuego. ¡Nos estás asando vivos!