A su alrededor, los nariscenos se movían por el aire en sus resplandecientes arneses. En el cielo, una nave aérea con la forma de un monstruo marino y el tamaño de una nube cruzaba con lentitud una línea lejana que anunciaba una cordillera altísima y escarpada cuya cima apenas curvada la formaba una hilera serrada de picos diminutos, regulares y dentados. Todos bajo un cielo asombrosamente brillante de un color turquesa resplandeciente. Ferbin estaba mirando el cráter Edgewall, al parecer. Un escudo invisible mantenía el aire en el interior de esa inmensa cuenca. Había tanta luz porque una gigantesca lente se interponía entre el sol y el cráter y concentraba la luz como una lupa. Ferbin pensó que ni siquiera empezaba a entender buena parte de lo que veía. Buena parte le resultaba tan extraño y ajeno que apenas sabía cómo elaborar las preguntas que podrían proporcionar las respuestas que a su vez ayudarían explicar lo que estaba viendo, y sospechaba que incluso si supiera cómo hacer las preguntas, seguramente no entendería las respuestas.
Holse llegó desde su habitación y llamó a la pared al entrar, las puertas desaparecían al abrirse, como pétalos de material que se plegaban e introducían en las paredes.
–Unos aposentos bastante decentes –dijo–. ¿Eh, señor?
–Servirán –asintió Ferbin.
Una de las máquinas judiciales los había acompañado hasta allí. Ferbin estaba cansado y (al encontrar lo que le pareció una cama) se echó a dormir un rato. Cuando despertó un par de horas más tarde, Holse estaba inspeccionando una pila de provisiones que les habían dejado en la habitación del centro de las cinco que les habían asignado. Había aparecido otra máquina con aquel botín mientras Ferbin dormía. Holse le informó que la puerta que llevaba al pasillo exterior no estaba cerrada con llave. Al parecer eran libres de ir y venir como desearan, aunque no era que a Holse se le hubiera ocurrido, así, de repente, algún sitio al que ir.
Tenían más ropa, además de equipaje. Holse había descubierto un mecanismo en la sala principal que proporcionaba entretenimiento. Tantos entretenimientos diferentes como páginas había en un libro y casi parecía que estaban allí, en la habitación, con ellos. Casi todos eran totalmente incomprensibles. Tras murmurar por lo bajo algo parecido, la propia habitación se había dirigido a él y le había preguntado si quería que se tradujeran los entretenimientos. Holse había dicho que no y había tenido buen cuidado de no volver a hablar solo.
También había descubierto una especie de ropero frío lleno de comida. Ferbin se dio cuenta de que tenía un hambre notable y comieron en abundancia de los alimentos que reconocieron.
–Señores, tienen visita, alguien quisiera verles –dijo una voz agradable salida de ninguna parte con acento sarlo culto.
–Es la voz de la habitación –le susurró Holse a Ferbin.
–¿Quién es esa visita? –preguntó Ferbin.
–Una morthanveld: la directora general Shoum, de la misión estratégica del Espinazo Huliano Terciario, de Meast, de Zuevelous, de T'leish, de Gavantille Primo, Pliyr.
–¿Morthanveld? –dijo Ferbin, que se había aferrado a casi la única palabra que había entendido de todo aquel galimatías.
–Se encuentra a unos diez minutos de aquí y le gustaría saber si tendrían la amabilidad de recibirla –dijo la voz sin cuerpo.
–¿Y quién es esa persona, con exactitud? –preguntó Ferbin.
–La directora general es en estos momentos la funcionaría de mayor rango de todas las especies de Sursamen y la funcionaría de Morthanveld de mayor rango dentro de esta región galáctica. Se encarga de supervisar todos los intereses de Morthanveld en un treinta por ciento más o menos del Espinazo Terciario. Se encuentra en la superficie de Sursamen en visita semioficial pero le gustaría encontrarse con ustedes de forma extraoficial.
–¿Representa alguna amenaza para nosotros? –preguntó Holse.
–Yo diría que ninguna en absoluto.
–Tened la bondad de decirle a la generala directora que será un placer recibirla –dijo Ferbin.
Cinco minutos antes de que llegara la directora general, un par de extraños seres globulares aparecieron en la puerta de su suite. Las criaturas tenían algo así como un paso de diámetro y la forma de una enorme gota de agua resplandeciente con cientos de púas dentro. Anunciaron que eran el equipo piloto de la directora general Shoum y rogaron, en un sarlo muy cortés y casi sin acento, que se les permitiera entrar para echar un vistazo. Fue Holse el que los complació. Ferbin estaba contemplando, atónito, lo que parecía un entretenimiento que mostraba a unos alienígenas teniendo relaciones sexuales, o quizá en un combate de lucha libre, y apenas notó la presencia de los dos alienígenas reales.
Los dos morthanveld entraron flotando, se movieron por la habitación durante menos de un minuto y anunciaron que se encontraban satisfechos con el orden de cosas. Una simple formalidad, explicaron con lo que parecía un tono alegre.
Holse era lo bastante culto como para saber que los morthanveld eran una especie acuática y todavía estaba planteándose si era adecuado ofrecerles a unos seres como ellos una copa cuando descendió la propia directora general y su séquito inmediato. Ferbin apagó la pornografía alienígena y comenzó a prestar atención. Se hicieron las presentaciones necesarias entre él y la directora general, esta y su media docena de ayudantes se repartieron por la habitación e hicieron comentarios admirativos sobre la decoración y la agradable vista y después la propia directora general (les habían informado de que era de género femenino aunque no había forma de saberlo, al menos que Holse viera) sugirió que fueran a dar un paseo con ella en su barca.
Holse tuvo que encogerse de hombros cuando Ferbin lo miró.
–Sería un placer, señora –le dijo Ferbin con gentileza.
Medio minuto después, una especie de enorme tortita que en realidad era un vehículo aéreo con una piel que brillaba como innumerables escamas de pescado descendió flotando y acercó su parte posterior curvada y abierta a las ventanas, que bajaron sobre los goznes para permitirles el acceso a la barca.
Las paredes transparentes y los círculos traslúcidos del suelo les mostraron que se alzaban a toda velocidad por el aire. No tardaron en poder ver todo el extenso asentamiento que acababan de dejar, después el mar circular entero en cuyos márgenes se encontraba y después otros mares y trozos circulares verdes y marrones antes de (el paisaje parecía parpadear cuando atravesaban una barrera vaporosa) encontrarse mirando un enorme círculo de azules, verdes, marrones y blancos, con insinuaciones de lo que debía de ser la superficie oscura, casi sin vida, del propio Sursamen en los bordes. Unos pequeños círculos que había en el techo de la nave mostraban puntos diminutos de luz. Holse supuso que debían de ser las estrellas del espacio vacío. Se empezó a poner malo y tuvo que sentarse a toda prisa en uno de los varios bultos del suelo con forma de sofá, todos los cuales estaban ligeramente húmedos.
–Príncipe Ferbin –dijo la directora general mientras indicaba con una de sus púas un asiento largo y llano cerca de lo que a Ferbin le pareció la proa de la nave, a cierta distancia de todos los demás. El príncipe se sentó allí mientras ella se acomodaba en un asiento con forma de cuenco no muy lejos de él. Una bandeja bajó flotando junto a Ferbin. Contenía un platito de exquisiteces y una jarra abierta de un vino magnífico con una sola copa.
–Gracias –dijo Ferbin al tiempo que se servía un poco de vino.
–No hay de qué. Y ahora, si tiene la bondad, dígame qué le trae por aquí.
Ferbin le contó la versión abreviada. Incluso después de tanto tiempo, el relato del asesinato de su padre lo dejaba sofocado y respirando con dificultad, ardiendo de rabia por dentro. Tomó un sorbo de vino y continuó con el resto de su relato.
La directora general no dijo nada hasta el final.
–Ya veo –comentó entonces–. Bueno, príncipe, ¿y qué vamos a hacer con usted entonces?
–En primer lugar, señora, debo hacer llegar un mensaje a mi hermano menor, Oramen, para advertirle del peligro que corre.
–Entiendo. ¿Qué más?
–Os estaría muy agradecido si me ayudarais a encontrar a nuestro antiguo aliado Xide Hyrlis y, quizá, a mi hermana.
–Yo diría que podré ayudarlo con las próximas etapas de su viaje –contestó la criatura acuática.
A Ferbin eso no le pareció un sí incondicional y carraspeó un momento.
–Le he dejado claro al representante narisceno con el que me reuní antes que tengo intención de pagar el pasaje, aunque en estos momentos no pueda hacerlo.
–Oh, el pago es irrelevante, mi querido príncipe. No se preocupe usted por eso.
–No me preocupo, señora. Solo deseo dejar muy claro que no tengo que aceptar caridad alguna. Pagaré todos los gastos en los que incurra. Podéis contar con eso.
–Bien –dijo Shoum. Hubo una pausa–. Así que su padre está muerto, asesinado por ese tal Tyl Loesp.
–Así es, señora.
–¿Y usted es el rey legítimo, por derecho?
–Eso es.
–¡Qué romántico!
–No sabéis lo mucho que me complace ver que pensáis así –dijo Ferbin. Se dio cuenta de que había absorbido más lenguaje cortesano del que había pensado–. Sin embargo, lo más urgente en estos momentos es advertir a mi hermano menor que su vida corre peligro, si es que no es demasiado tarde ya.
–Ah –dijo la morthanveld–. Tengo lo que quizá sean nuevas para usted sobre ese tema.
–¿Ah, sí? –Ferbin se inclinó hacia delante.
–Su madre se encuentra bien. Su hermano Oramen está vivo y parece medrar y madurar muy rápido en la corte. Se supone que usted está muerto, aunque, por supuesto, Tyl Loesp sabe que no lo está. Han calumniado su reputación, príncipe. El regente Mertis tyl Loesp y el mariscal de campo Werreber están al mando de un ejército al que los oct han bajado al nivel de los dedeynos y en estos precisos momentos están a punto de librar una batalla decisiva con los mermados restos de las fuerzas deldeynas, una batalla que, según creen nuestros modeladores, vencerá su pueblo, con menos de un tres por ciento de dudas.
–¿Tenéis espías allí, señora?
–No, pero sí ósmosis informativa.
Ferbin se inclinó hacia delante.
–Señora, debo hacer llegar un mensaje a mi hermano menor, pero solo si no hay posibilidad de que lo intercepten Tyl Loesp o alguno de los suyos. ¿Creéis que podríais ayudarme?
–No es imposible. Sin embargo, se podría aducir que sería ilegal.
–¿En qué sentido?
–Se supone que no debemos tomarnos un interés tan... personal y dinámico en sus asuntos. Ni siquiera deberían hacerlo los nariscenos y, técnicamente hablando, son los que están al mando aquí.
–¿Y los oct?
–Se les permite tener una influencia limitada, por supuesto, dado que controlan buena parte del acceso al interior de Sursamen y fueron en gran medida responsables de convertirlo en un lugar seguro, aunque se podría añadir también que ya se han excedido por cierto margen al cooperar con los sarlos para engañar y por tanto (casi con toda certeza) derrotar a los deldeynos. Los aultridia, por tanto, han presentado una demanda contra los oct ante el Tribunal Narisceno de Mentores alegando precisamente eso. Las razones subyacentes que han provocado el comportamiento de los oct se siguen investigando. Las especulaciones mejor informadas sobre este tema son muy diversas, cosa poco habitual, lo que indica que nadie tiene en realidad ni idea de lo que ocurre. Sin embargo debo dejar claro que se supone que mi especie debe ser la mentora de aquellos que son los mentores de aquellos que son los mentores de su pueblo. Me encuentro a varias capas y niveles de distancia de que mi jurisdicción me permita tener alguna influencia directa.
»Usted se encuentra con que es la víctima involuntaria de un sistema constituido sobre todo para beneficiar a pueblos como el sarlo, príncipe; un sistema que ha evolucionado a lo largo de centieones para garantizar que pueblos menos tecnológicamente avanzados que otros puedan progresar de la forma más natural posible dentro de un entorno galáctico controlado de forma general, lo que permite que sociedades cuyas civilizaciones están en etapas muy diferentes puedan relacionarse entre sí sin que eso lleve a la destrucción accidental o a la desmoralización de los participantes menos desarrollados. Es un sistema que ha funcionado bien durante mucho tiempo, pero eso no significa que nunca produzca anomalías o aparentes injusticias. Lo siento mucho.
«El escenario es pequeño pero el público muy numeroso»,
como siempre decía su padre, pensó Ferbin mientras escuchaba todo aquello. Pero el público no era más que el público y por tanto se le prohibía subir corriendo al escenario y tomar parte y (aparte de unos cuantos abucheos, exclamaciones y el ocasional «¡Detrás de ti!») no podían hacer mucho por intervenir sin arriesgarse a que los echaran a patadas del teatro.
–¿Son reglas que no se pueden adaptar un poco? –preguntó.
–Oh, sí que puedo, príncipe. Aquí estamos, hablando en una de mis propias naves, lo que me permite garantizar nuestra privacidad y que podamos charlar con libertad. Eso ya es adaptar una regla referida a la interacción legítima entre lo que podríamos denominar nuestras personas oficiales. Puedo intervenir, pero ¿debería hacerlo? No me refiero a que tenga que darme más razones, sino a si yo haría bien en hacerlo. Estas reglas, regulaciones, términos y leyes no se invocan de forma arbitraria, existen por una buena razón. ¿Haría yo bien en violarlas?
–Ya podréis suponer mi opinión sobre ese tema, señora. Yo diría que el brutal e ignominioso asesinato de un hombre honorable, un rey al que todos en su reino, salvo unos cuantos desgraciados celosos, traicioneros y asesinos, rendían homenaje con agradecimiento y cariño, conmovería el corazón de cualquier criatura, por muchas capas y niveles que haya entre ella y humildes seres como nosotros. Querría pensar que estamos todos unidos en nuestro amor a la justicia y el deseo de ver el mal castigado y el bien recompensado.
–Es como usted dice, por supuesto –dijo Shoum sin alterarse–. Es solo que, desde otra perspectiva, no se puede más que reconocer que esas reglas a las que aludo se han dispuesto precisamente con esa idea de justicia en el fondo. Pretendemos ser justos con los pueblos que están a nuestro cargo y aquellos de los que somos mentores declinando por lo general la opción siempre obvia de una intervención fácil. Se podría intervenir e interferir en cada oportunidad disponible y en cada instante en que las cosas no salen como le gustaría a cualquier criatura decente y razonable. Sin embargo, con cada intervención, con cada interferencia (por muy bienintencionada que sea a nivel individual, por muy aparentemente correcta que sea y por mucho que se juzgue solo según sus propios méritos) se arrebataría con toda certeza y de una forma quizá sutil pero creciente la libertad y dignidad a esos pueblos a los que solo se pretendía ayudar.