Y si Ferbin y él estaban fuera el tiempo suficiente para que a él lo declararan oficialmente muerto, Senble quizá volviera a casarse o puede que se juntara con otro hombre. Sería posible. Quizá lo llorase (Holse eso esperaba aunque, con franqueza, tampoco habría apostado dinero por ello) pero no se la imaginaba tirándose de los pelos en un frenesí de dolor o jurando sobre la vieja y fría pipa de unge de su marido que jamás permitiría que la tocara otro hombre. Quizá se viera obligada a encontrar otro marido si la echaban de los alojamientos de los criados. ¿Cómo se sentiría él entonces, al volver y encontrar su sitio ocupado y viendo a sus hijos llamar papá a otro hombre?
Lo cierto era que Holse casi agradecería la oportunidad de empezar de nuevo. Respetaba a Senble y quería a sus hijos, pero si los estaba cuidando un tipo decente, él no iba a tener un ataque de celos. Quizá lo mejor sería aceptarlo y continuar adelante, desearles lo mejor a todos los interesados y empezar de nuevo, todavía lo bastante joven como para disfrutar de una nueva vida pero lo bastante mayor como para haber aprovechado las lecciones que había aprendido en la primera.
¿Lo convertía eso en un mal hombre? Quizá, aunque en ese caso se podía decir que todos los hombres eran malos. Una proposición con la que su mujer estaría de acuerdo, así como la mayor parte de las mujeres que Holse había conocido, empezando por su pobre madre. Pero eso tampoco era culpa suya. La mayor parte de los hombres (y también la mayor parte de las mujeres, sin duda) vivían y morían bajo el peso general de los impulsos y las necesidades, las expectativas y exigencias que experimentaban dentro y fuera de su círculo, golpeados por todas partes por anhelos y deseos de sexo, amor, admiración, comodidad, importancia, riquezas o lo que fuera que constituía su capricho concreto, al mismo tiempo que los empujaban a los surcos que consideraban apropiados para ellos los que ocupaban los lugares más altos de la sociedad.
En la vida esperabas hacer lo que pudieras, pero sobre todo hacías lo que te mandaban y punto.
Holse seguía con los ojos clavados en la pantalla, aunque ya llevaba un rato sin verla en realidad, perdido en un ensueño de especulaciones muy poco románticas. Buscó Sursamen, buscó el lugar (inmenso, lleno de capas, el lugar que contenía una docena de multitudes diferentes) en el que había vivido toda su vida y donde había dejado todo lo que había conocido hasta entonces, pero no lo encontró.
Había desaparecido, se había encogido y convertido en nada.
Ya le había preguntado a la nave nariscena por qué tenía ese nombre.
–El origen de mi nombre –le había respondido la nave–,
El centésimo idiota,
es una cita: «
Cien idiotas hacen planes idiotas y los llevan a cabo. Todos salvo uno fracasan con toda razón. El centésimo idiota, cuyo plan triunfa por una simple cuestión de suerte, se convence al momento de que es un genio
». Es un viejo proverbio.
Holse se había asegurado de que Ferbin no podía oírlo antes de responder con un murmullo:
–Creo que yo he conocido a unos cuantos de esos centésimos.
La nave se alejó a toda potencia en medio de estrellas remotas, una mota infinitesimal perdida en el inmenso vacío que todo lo tragaba, entre aquellas colosales primas de las estrellas rodantes y fijas de su planeta natal.
Q
uitrilis Yurke vio la nave gigante oct justo delante de él y supo que estaba a punto de morir.
Quitrilis estaba pilotando la nave con el modo manual, justo como se suponía que no debías hacer, sobre todo cuando había una masa relativamente compacta de más naves, en este caso una flota entera de naves Primarias oct. Las Primarias eran la clase más grande de naves regulares que poseían los oct. Un armazón básico alrededor de un núcleo central, tenían un par de kilómetros de largo y por lo general se empleaban más como una especie de ayuda para los viajes largos de las naves más pequeñas que como una nave espacial en sí. Se insinuaba que los oct tenían naves de ese tamaño y naturaleza porque les parecía que debían tenerlas más que porque las necesitaran de verdad, era una cuestión de vanidad, algo que según les parecía debían tener para que se les tomara en serio como especie, como civilización.
La flota Primaria estaba formada por veintidós naves y se encontraba apostada en una órbita muy baja justo encima del grupo urbano de Jhouheyre, en el planeta oct de Zaranche, en el Zarcillo Caferliticiano Interior. Habían llegado de una en una y de dos en dos a lo largo de los últimos veinte días para reunirse con una única Primaria que había llegado unos cuarenta días antes.
Quitrilis Yurke, un devoto viajero y aventurero de la Cultura que ya llevaba lejos de casa sus buenos quinientos veintiséis días y veterano de lo que podían ser ya una docena de sistemas estelares alienígenas importantes, estaba en Zaranche para averiguar todo lo que pudiera sobre lo que hubiera que encontrar allí. Hasta el momento había descubierto que Zaranche era un planeta muy aburrido que solo interesaba a los oct y desprovisto de cualquier tipo de vida humanoide. Y la última parte había sido una mala noticia. Al principio había parecido una gran noticia pero no lo era. Quitrilis jamás había estado en ningún sitio donde fuera el único ser humano. El único ser humano en el planeta, eso era viajar. Eso era ser un ser errante. Eso sí que era exclusividad. Le gustaría ver a los demás viajeros superar eso. Por un minuto se había sentido único.
Después de eso, lo único que había sentido había sido abatimiento, y soledad, pero les había dicho a todos (y sobre todo a su clase), a sus amigos del pueblo (aunque no era que estuvieran en el pueblo, la mayor parte también estaba viajando) que tenía intención de quedarse en Zaranche unos cien días para hacer un estudio como es debido y realizar unas cuantas investigaciones que llevarían a algo que se pudiera publicar de verdad y que lo pudieran revisar sus compañeros. Después de decir eso, escaquearse le parecía una especie de derrota.
De todo su grupo, él era el que había tenido más suerte, todo el mundo estaba de acuerdo, incluyendo Quitrilis Yurke. Había buscado y encontrado una vieja nave que en sus últimos años de vida estaba dispuesta a meterse en algo parecido a una aventura vagamente excéntrica, así que (en lugar de andar por ahí tirado, hacer dedo, gorronear viajes en VGS y naves más pequeñas como tenían que hacer todos los demás) él, en esencia, había conseguido su propia nave con la que jugar, ¡impresionante!
El
Ahora probamos a mi manera
había sido una antiquísima Nave de Transporte General de clase Interestelar construida tanto tiempo atrás que todavía recordaba (en directo, los suyos eran recuerdos vivos) la Cultura, cuando todavía era, para cualquier otra civilización, un grupito descarnado e ingenuo, auténticos imberbes. A la IA de la nave (nada de «mente», era demasiado antigua, primitiva y limitada para poder llamarla «mente», pero desde luego totalmente consciente y con una personalidad más que destemplada) hacía mucho tiempo que la habían transferido a un trasto pequeñito y se podía decir que único, la clase de nave a la que la gente se refería llamándola clase Errática, aunque en realidad esa clase no existía. (Solo que ya casi hasta existía porque hasta las mentes utilizaban ese término). En fin. En su forma remodelada se había diseñado para que sirviera como una especie de lanzadera con pretensiones (pero más rápida que cualquier lanzadera normal) para trasladar personas y mercancías por ese tipo de sistemas maduros que tienen más de un orbital.
Había sido una especie de semijubilación. Antes de llegar a convertirse en una nave demasiado rara o excéntrica se había jubilado del todo y había entrado en una especie de estado latente dentro de una montaña hueca, en un almacén para naves y demás trastos grandes que había en el orbital natal de Quitrilis, en Foerlinteul. Quitrilis, que seguía una vieja teoría, había hecho una investigación como es debido y les había preguntado a las viejas naves con la intención encontrar algo así. ¡Y había funcionado! ¡Había tenido suerte! ¡Era justo lo que necesitaba, qué oportuno!
La vieja nave se había despertado después de un cosquilleo en forma de mensaje de su viejo VSM y después de pensarlo solo un poco había accedido a ser el vehículo personal de aquel joven, ¡solo para él!
Como es natural, todos sus compañeros de clase habían intentado hacer lo mismo de inmediato, pero ya llegaban tarde. Quitrilis ya había encontrado el único contendiente posible y se había llevado el premio gordo, e incluso si hubiera habido otras naves jubiladas de disposición similar por allí, en algún sitio, seguro que habrían rechazado semejantes peticiones, que no hacían más que imitar la primera, y solo porque parecería que estaban marcando unas pauta en lugar de expresar su individualidad, premiar la iniciativa humana, etcétera, etcétera.
Hasta el momento la relación había sido bastante buena. A la vieja IA parecía divertirle la posibilidad de consentir a un humano joven y entusiasta y no cabía duda de que disfrutaba viajando solo porque sí, sin una lógica real que impulsara los trayectos, yendo allá donde Quitrilis quisiera ir por las razones que fueran (con frecuencia, el joven confesaba tan contento que él tampoco tenía ni idea). Como es obvio, la velocidad de la nave los limitaba a un volumen de espacio relativamente limitado (se habían metido en un VGS para llegar al Zarcillo Caferliticiano Interior) pero todavía les quedaban miles de sistemas estelares que podían visitar, incluso si, según el acuerdo general, no había nada especial que descubrir en la vecindad trillada y recorrida por todos a la que tenían acceso.
Y a veces la nave lo dejaba pilotar a él, la IA se desconectaba o al menos se metía en sí misma y dejaba que Quitrilis tomara los controles. El joven siempre había pensado que incluso aunque afirmara que era él el que estaba por completo al mando, la nave seguía teniéndolo vigilado en secreto para asegurarse de que no hacía ninguna locura, nada que pudiera terminar matándolos a los dos, pero en ese momento (justo cuando la Primaria que no debería haber estado ahí llenó de repente la oscuridad moteada de estrellas del cielo que tenía delante y se extendió por todo su campo de visión) Quitrilis se dio cuenta de que la vieja nave había cumplido su palabra. Lo había dejado solo. Había sido él el que había estado al cargo por completo en todo momento. Había estado arriesgando su vida de verdad y estaba a punto de perderla.
Veintidós naves. Había veintidós naves, los dos estaban de acuerdo. Dispuestas en un par de líneas como escalonadas, un poco curvadas para adaptarse al pozo de gravedad del planeta. Quitrilis había subido para echarles un vistazo, pero eran muy aburridas, estaba allí sin hacer nada, solo la que llevaba allí desde el principio mostraba alguna señal de tráfico, con unas cuantas naves más pequeñas zumbando a su alrededor. Los oct del Control y Monitorización de Movimientos le habían gritado algo, o al menos esa fue la impresión que tuvo, pero los gritos de un oct seguían siendo una experiencia bastante enrevesada e incomprensible y Quitrilis no les había hecho mucho caso.
Había conseguido que la nave le permitiera coger los mandos y se había ido a hacer picados, a entrar y salir y hacer piruetas entre la flota; primero la había rodeado y después había decidido que se lo iba a pasar en grande justo en medio así que se había alejado un poco (un mucho, como medio millón de kilómetros al otro lado del planeta) y lo había puesto todo en modo «Muy silencioso», lo que la nave llamaba modo
«Chss»,
antes de dar la vuelta y volver disparado como un misil sin que tuvieran tiempo de gritarle otra vez. Con él a los mandos, la nave bajó en picado, zigzagueó y pasó como un rayo entre las Primarias aparcadas (Quitrilis se había puesto a saltar y chillar como un loco en el sillón de la sala de control) y creyó que lo había hecho sin problemas, llegó al final de la masa de naves y salió por debajo de la nave número veintidós de camino al espacio vacío otra vez (seguramente se iría a visitar uno de los gigantes gaseosos del sistema durante un día o dos para dejar que se calmaran las cosas) cuando de repente, cuando salía de debajo de la última Primaria (o lo que debería haber sido la última Primaria) ¡allí, justo delante, plantada justo en medio, llenando su campo de visión, tan alta, ancha, profunda y grande, joder, que supo que no tendría oportunidad de esquivarla, había otra nave! ¡Una vigésima tercera nave!
¿Qué?
Algo destelló en la superficie del panel de retrocontroles que tenía delante (lo había apañado él mismo).
–Quitrilis –dijo la voz de la nave–. ¿Qué...?
–Perdón –tuvo tiempo de decir Quitrilis cuando las tripas abiertas y llenas de vigas de la nave oct se expandieron delante de él y llenaron por completo, con todos sus detalles, la vista que tenía delante.
Quizá pudiera atravesarla, pensó el joven, pero sabía que era imposible. Los componentes internos de las Primarias eran demasiado grandes, los espacios demasiado pequeños. Quizá pudieran hacer una parada forzosa, pero estaban demasiado cerca, maldita fuera. El
Ahora probamos a mi manera
se había hecho con el control. Los controles manuales se habían quedado inertes. Los indicadores incrustados destellaban para mostrar niveles de frenado y giro en redondo capaces de dañar el motor, pero la maniobra no era suficiente, y además había llegado demasiado tarde. Chocaron de lado y con una reducción de velocidad de apenas el diez por ciento.
Quitrilis cerró los ojos. No sabía qué más hacer. El
Ahora probamos a mi manera
hizo unos ruidos que el joven no sabía que pudiera hacer. Esperó la muerte. Había dejado lista una copia de seguridad antes de irse de su casa, como es obvio, pero llevaba fuera más de quinientos días y en aquel tiempo había cambiado muchísimo. Era una persona diferente, mucho más profundo y maduro en cierto sentido si lo comparaban con aquel chaval presuntuoso que había levado anclas con la influenciable de su nave cómplice.
Uau.
Se le estaba cayendo el alma a los pies. Aquello sí que iba a ser la extinción definitiva, sin mierdas, en serio, para siempre. Al menos iba a ser rápido, siempre estaba eso.
Quizá los oct tuvieran defensas de corto alcance contra ese tipo de cosas. Quizá los reventasen antes de chocar contra la Primaria. O los quitarían de en medio con un rayo o algo así, una especie de codazo para quitarlo de su campo, quizá lo repelerían con algo expeditivo de verdad, una pasada. Salvo que los oct no tenían esas cosas. Las naves oct eran relativamente primitivas. ¡Oh! Acababa de darse cuenta, a lo mejor estaba a punto de matar a montones de oct. Se le volvió a caer el alma a los pies, una sensación que superó a la anterior caída egoísta de su alma. Joder. Un puto incidente diplomático, y de los chungos. La Cultura tendría que disculparse y... Estaba empezando a pensar que, oye, se pueden meter un montón de pensamientos en un segundo o dos cuando sabes que estás a punto de morir, cuando la nave le habló con una voz bastante tranquila.