Materia (72 page)

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Authors: Iain M. Banks

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Materia
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Oramen frunció el ceño.

–Hemos de suponer que sus mentores nariscenos han dado su aprobación.

–Se puede suponer lo que se desee, me atrevería a decir, señor –dijo Poatas en voz baja–. Los oct, según tengo entendido por algunos de los mercaderes que tratan con ellos, nos ofrecerían mucha más ayuda si se lo permitiéramos. Señor.

–¿Ah, sí? –dijo Oramen.

–Una ayuda que los deldeynos despreciaron cuando dirigían las excavaciones. Como en el Octavo, la licencia de los oct no se adentra más que lo que desean aquellos que dirigen el nivel y los deldeynos, dirigidos por los desaparecidos monjes de la misión, rechazaron dicha ayuda citando el orgullo y una lectura demasiado puntillosa de los Artículos de Ocupación que alguien, quizá con el deseo de limitarse a sí mismo y su pueblo en su deseo natural y su derecho de progresar tanto en el plano técnico como moral, un derecho que con toda seguridad cualquiera...

–Ya es suficiente, Poatas, ya es suficiente –dijo Oramen en voz baja mientras le daba una ligera palmada al tipo en el hombro. El encorvado y canoso señor, cuya voz y gestos se habían ido haciendo cada vez más maníacos y enfebrecidos en el curso de esa única e inacabada frase, dejó de hablar y adoptó una expresión dolorida y acongojada.

»Bueno, Poatas –dijo Oramen ya en voz más alta para que todos pudieran oírlo otra vez–. Mostradme lo que puso fin de forma tan abrupta a mi pequeña reunión.

–Por supuesto, señor –susurró Poatas y se alejó cojeando, con el bastón despertando ecos en las tablas, para hablar con un par de técnicos.

–Señor, si tenéis la bondad –le dijo uno de los hombres de blanco a Oramen. El tipo era de mediana edad, pálido y de aspecto nervioso, aunque también parecía emocionado y lleno de energía. Le indicó a Oramen que se colocara en un punto concreto de la plataforma, delante de un panel del sarcófago que parecía de un tono más claro que el resto de la estructura visible.

–Señor –dijo Poatas–, ¿me permitís presentaros al técnico superior Leratiy? –Otro hombre se inclinó ante Oramen. Este era más fornido aunque igual de pálido. Vestía una bata que parecía mejor cortada y de más calidad que las de sus colegas.

–Príncipe regente. Es un honor, señor. Debería advertiros, sin embargo –dijo el técnico– que el efecto es de... ser leído, de algún modo y después se experimentan imágenes de, bueno... –El tipo sonrió–. Debería dejar que lo vierais por vos mismo. No puedo deciros lo que podéis esperar porque todos los que han experimentado este fenómeno hasta el momento se han encontrado con algo diferente, aunque es cierto que varios temas parecen predominar en los resultados. En cualquier caso, sería un error por mi parte predisponer vuestras impresiones. Si tenéis la bondad de intentar recordar lo que habéis experimentando y estáis luego dispuesto a comunicar lo que fuera a uno de nuestros técnicos en grabaciones, os estaría extremadamente agradecido. Tened la bondad de adelantaros, el centro parece estar más o menos aquí.

Había un tosco cuadrado marcado en las tablas, bajo los pies de Oramen y el príncipe se colocó allí. Uno de los técnicos se acercó con lo que parecía una caja pequeña y plana, pero el técnico superior Leratiy lo mandó irse con un gesto imperioso de la mano.

–El príncipe regente tiene altura más que suficiente –murmuró. Después, tras comprobar que los pies de Oramen estaban en el cuadrado, dijo–: Por favor, señor, solo tenéis que quedaros ahí unos minutos, si tenéis la bondad. –El técnico superior sacó un gran reloj de bolsillo y lo miró–. El proceso suele comenzar por lo general tras medio minuto, aproximadamente. Con vuestro permiso, señor, voy a cronometrar los acontecimientos.

Oramen asintió y después miró con escepticismo el trozo de color gris claro que tenía delante.

Durante unos momentos no pasó nada. No pasó nada en absoluto salvo que empezó a preguntarse si todo aquello no era una especie de broma muy elaborada o incluso otro atentado más, enrevesado y demasiado organizado, para acabar con su vida. Se encontraba en un punto muy concreto de la cámara, un punto que era obvio que se había pensado muy bien. ¿Podría ser el lugar al que apuntaba el rifle de un magnicida, quizá incluso a través de las cortinas grises que ocultaban esa parte de la plataforma del resto de la cámara?

La experiencia comenzó como un pequeño mareo. Durante un instante sintió un extraño desequilibrio; después, el propio mareo pareció estabilizarlo, como si quisiera compensar sus propios y perjudiciales efectos. Oramen sintió una extraña sensación de ingravidez y despreocupación, todo a la vez, y durante un instante no supo dónde estaba ni cuándo, ni cuánto tiempo llevaba donde quiera que estuviese. Y después fue plenamente consciente una vez más, pero también sintió una especie de aceleración en la cabeza y una mezcla cacofónica de todo lo que había oído, sentido, visto o sabido en su vida pareció atravesarlo como un rayo.

Se sentía como un hombre sentado en una habitación llena de luz que observara un desfile extravagante que representara con cierto detalle cada aspecto de su vida desde su nacimiento, todo pasando a toda prisa por la calle, tomándose solo unos segundos para pasar y sin embargo permitiéndole ver y reconocer cada estallido y fragmento de esa vida que llevaba tanto tiempo almacenada y ya casi había olvidado.

Y entonces desapareció, ¡qué rápido se había acabado!

Después el anhelo. El anhelo de una madre perdida, una corona y todo un reino. Ansiaba el amor de todos y el regreso de una hermana que había partido mucho tiempo atrás, el dolor por un hermano muerto y la añoranza del amor, el respeto y la aprobación irrecuperables del padre desaparecido...

Oramen salió del cuadrado y rompió el hechizo.

Respiró hondo un par de veces, se volvió y miró al técnico superior Leratiy.

–Podéis decirle a vuestro técnico en grabaciones –dijo después de unos momentos– que he experimentado una sensación de pérdida y una sensación de anhelo, ambas expresadas en términos de experiencias personales. –El príncipe miró a los presentes en la plataforma, todos ellos lo observaban. Hubo una o dos sonrisas que parecían nerviosas. Oramen señaló con la cabeza al técnico superior Leratiy–. Una experiencia interesante. ¿He de entender que lo que sentí se puede equiparar con las sensaciones que tuvieron otros?

–Pérdida, anhelo –confirmó Leratiy–. Esas son, sí, las emociones comunes, señor.

–¿Creen que eso permite calificarlo de algún modo como un ente vivo? –preguntó Oramen mientras miraba la superficie gris con el ceño fruncido.

–El caso es que está haciendo algo, señor –dijo Poatas–. Que esté haciendo algo después de llevar tanto tiempo enterrado es, sin duda, asombroso. Ningún otro objeto de las excavaciones se ha comportado jamás de este modo.

–Podría estar comportándose como podría comportarse un molino de agua o de viento, una vez extraído de un lodazal parecido de barro o polvo –sugirió Oramen.

–Creemos que es algo más que eso, señor –dijo Leratiy.

–Bueno, en ese caso, ¿cuál sería el siguiente paso?

Leratiy y Poatas intercambiaron una mirada.

–Creemos, señor –dijo el técnico superior Leratiy–, que el objeto está intentando comunicarse, pero solo puede hacerlo de momento a través de imágenes toscas, las más fuertes que experimenta el alma humana, entre ellas las de pérdida y anhelo. Creemos que es posible conseguir que el objeto se comunique con más detalle si, sencillamente, lo enseñamos a hablar un idioma.

–¿Qué? ¿Le vamos a hablar como si fuera un bebé? –preguntó Oramen.

–Si pudiera oír y hablar, señor –dijo Leratiy–, es probable que a estas alturas ya hubiera intentando hablar con nosotros. Ha habido cientos de peones, incluso más, además de ingenieros, técnicos y otros expertos hablando en las inmediaciones desde mucho antes de que descubriéramos la curiosa propiedad que acabáis de experimentar.

–¿Entonces, qué? –preguntó Oramen.

Leratiy carraspeó.

–El problema al que nos enfrentamos, señor, es único en nuestra historia pero no en la de otros. Ya se ha experimentado muchas veces a lo largo de muchos eones y lo han hecho múltiples pueblos que se han enfrentado a un sinfín de reliquias y artefactos parecidos. Hay técnicas establecidas y muy eficaces que han empleado muchos pueblos, desde los óptimos hasta nosotros y que se pueden emplear para establecer una comunicación con un objeto como este.

–Vaya –dijo Oramen. Miró primero a Leratiy y después a Poatas–. ¿Tenemos acceso nosotros a esas técnicas?

–De forma indirecta, señor, pero sí –dijo Poatas–. Puede ponerse a nuestra disposición una máquina capacitadora.

–¿Una máquina capacitadora? –preguntó Oramen.

–Podríamos contar con los oct para que proporcionen y manejen el equipo implicado, señor –dijo Leratiy–. Aunque sería, por supuesto –añadió a toda prisa– bajo nuestra supervisión más diligente e intensa. Se tomaría nota de todo y todo se registraría, tabularía y archivaría. En ocasiones subsiguientes bien podríamos emplear nosotros las mismas técnicas de forma directa, sin ayuda de nadie. Así, el beneficio que tendríamos sería doble, o incluso de algún orden mayor.

–Los dos pensamos –empezó a decir Poatas tras mirar al técnico superior– que es de la mayor importancia...

–Una vez más –lo interrumpió Oramen–, ¿no está prohibido este tipo de transferencia de tecnología, esta clase de ayuda? –Miró a los dos hombres, uno por uno. Los dos parecían incómodos y se miraban entre sí.

Leratiy volvió a carraspear.

–Los oct afirman que si la manejan ellos, señor, entonces (y dado que se dirige a algo que, a todos los efectos, ya les pertenece) la respuesta es no, no está prohibido.

–Así es –dijo Poatas, que había levantado la barbilla con gesto desafiante.

–¿Afirman que esto es suyo? –preguntó Oramen mientras miraba el cubo. Eso era una novedad.

–No de modo formal, señor –respondió Leratiy–. Aceptan nuestra reivindicación. Sin embargo, creen que puede formar parte de su antiguo legado, así que se han tomado un interés especial y profundo por este objeto.

Oramen miró a su alrededor.

–No veo ningún oct por aquí. ¿Cómo saben todo eso sobre ellos?

–Se han puesto en contacto a través de un emisario especial de nombre Savide, señor –dijo Poatas–. Ha aparecido por esta cámara en un par de ocasiones y nos ha prestado cierta ayuda en calidad de asesor.

–No se me informó de ello –señaló Oramen.

–Estabais herido, confinado en vuestro lecho, señor –dijo Poatas, que había optado por estudiar las tablas del suelo por un instante.

–Ya veo, todo muy reciente –dijo Oramen.

Tanto Poatas como Leratiy le sonrieron.

–Caballeros –dijo Oramen entonces mientras les devolvía la sonrisa–, si su criterio es que deberíamos permitir que nos ayuden los oct, dejen entonces que lo hagan. Que traigan sus maravillosas técnicas y sus máquinas capacitadoras. Pero hagan lo posible para averiguar cómo funcionan. ¿Les parece bien? –preguntó el príncipe.

Los dos hombres se miraron, sorprendidos y encantados.

–¡Desde luego, señor! –dijo el técnico superior Leratiy.

–¡Señor! –dijo Poatas al tiempo que bajaba la cabeza.

Oramen se pasó el resto del día organizando lo que era a todos los efectos el boato de un Estado pequeño, o al menos mirando mientras otros se ocupaban de la verdadera organización. Aparte de todo lo demás, tenían que resucitar un ejército disuelto y convertir en soldados otra vez a hombres que habían sido soldados y después se habían metido a excavar. No había escasez de hombres, solo de armas. La mayor parte de las armas que habían equipado al ejército estaban almacenadas en arsenales de Pourl. Tendrían que hacerlo lo mejor que pudieran con lo que tenían. La situación debería mejorar un poco, algunos de los talleres del asentamiento ya estaban destinando forjas y tornos a la producción de armas, aunque no serían de una gran calidad.

Las personas a las que Oramen confió la supervisión de todo ello eran de los estamentos relativamente inferiores del ejército. La primera medida del príncipe había sido reunir a los estamentos superiores, personas que había puesto allí Tyl Loesp, incluyendo el general Foise, y enviarlos a Rasselle, en principio como delegación para explicar las acciones de Oramen pero en realidad solo para deshacerse de personas de las que ya no sabía si podía fiarse. Algunos de sus nuevos asesores le habían advertido que estaba enviando a manos del enemigo a oficiales muy capaces con una idea muy clara de los puntos fuertes y débiles del ejército con el que contaba Oramen, pero el príncipe no estaba convencido de que esa fuera razón suficiente para permitirles quedarse, y se mostraba reticente a intentar internarlos o encarcelarlos.

Foise y los demás habían partido, de mala gana pero obedientes, en un tren solo unas horas antes. Otro tren los había seguido solo media hora después. Iba lleno de soldados leales a Oramen que llevaban suministros de sobra de materiales explosivos con instrucciones de minar y vigilar cada puente entre las Cataratas y Rasselle que se pudiera conquistar sin entablar combate.

Oramen se excusó de la reunión de planificación en cuanto pudo hacerlo con cierto decoro y se retiró a su vagón para echar una siesta muy necesaria. Los médicos todavía querían que se tomara más días libres, pero el príncipe no pensaba o no podía hacerlo. Durmió una hora y después fue a visitar a Droffo, que se recuperaba en el tren hospital principal.

–Os habéis movido rápido, entonces –dijo Droffo. Seguía lleno de vendas y parecía aturdido. Le habían limpiado varios cortes que tenía en la cara y los habían dejado al aire para que se curaran solos, aunque tenía un par en la mejilla que habían necesitado unos puntos–. ¿Foise se fue sin decir nada? –El conde sacudió la cabeza y después hizo una mueca–. Seguramente se ha ido a tramar algo con Tyl Loesp.

–¿Crees que nos van a atacar? –preguntó Oramen. Se sentó en una silla de lona que había junto a la cama de Droffo, en el compartimento privado.

–No lo sé, príncipe –dijo Droffo–. ¿Se sabe algo ya de Tyl Loesp?

–Nada. Ni siquiera está en Rasselle. Puede que no se haya enterado todavía.

–Yo desconfiaría de ir a reunirme con él, eso seguro.

–¿Crees que está detrás de todo esto?

–¿Quién si no?

–Pensé que quizá... la gente que lo rodea.

–¿Por ejemplo? –dijo Droffo.

–¿Bleye? ¿Tohonlo? Gente así.

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