Memoria del Fuego. 1.Los nacimientos.1982 (36 page)

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Authors: Eduardo Galeano

Tags: #Historico,Relato

BOOK: Memoria del Fuego. 1.Los nacimientos.1982
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1695 - Serra Dois Irmáos

Zumbí

Honduras del paisaje, hondones del alma. Fuma en pipa Zumbí, perdida la mirada en las altas piedras rojas y en las grutas abiertas como heridas, y no ve que nace el día con luz enemiga ni ve que huyen los pájaros, asustados, en bandadas.

No ve que llega el traidor. Ve que llega el compañero, Antonio Soares, y se levanta y lo abraza. Antonio Soares le hunde varias veces el puñal en la espalda.

Los soldados clavan la cabeza en la punta de una lanza y la llevan a Recife, para que se pudra en la plaza y aprendan los esclavos que Zumbí no era inmortal.

Ya no respira Palmares. Había durado un siglo y había resistido más de cuarenta invasiones este amplio espacio de libertad abierto en la América colonial. El viento se ha llevado las cenizas de los baluartes negros de Macacos y Subupira, Dambrabanga y Obenga, Tabocas y Arotirene. Para los vencedores, el siglo de Palmares se reduce al instante de las puñaladas que acabaron con Zumbí. Caerá la noche y nada quedará bajo las frías estrellas. Pero ¿qué sabe la vigilia comparado con lo que sabe el sueño?

Sueñan los vencidos con Zumbí; y el sueño sabe que mientras en estas tierras un hombre sea dueño de otro hombre, su fantasma andará. Cojeando andará, porque Zumbí era rengo por culpa de una bala; andará tiempo arriba y tiempo abajo y cojeando peleará en estas selvas de palmeras y en todas las tierras del Brasil. Se llamarán Zumbí los jefes de las incesantes rebeliones negras.

[69]

1695 - San Salvador de Bahía

La capital del Brasil

En esta radiante ciudad hay una iglesia para cada día del año y una fiesta para cada día. Fulgor de torres y campanas y altas palmas, fulgor de cuerpos, aires pegajosos de aceite de dendé: hoy se celebra a un santo y mañana a una amante en la Bahía de Todos los Santos y los no tan santos. San Salvador de Bahía, morada del virrey y el arzobispo, es la ciudad portuguesa más habitada después de Lisboa, y envidia Lisboa sus monasterios monumentales y sus iglesias de oro, sus mujeres incendiarias y sus fiestas y mascaradas y procesiones. Aquí andan las rameras mulatas ataviadas de reinas y los esclavos pasean en litera a sus señores por las frondosas alamedas, entre palacios dignos de la región del delirio. Gregorio de Matos, nacido en Bahía, retrata así a los nobles señores de las plantaciones de azúcar:

En Brasil las hidalguías no están en la buena sangre ni en el buen procedimiento:

¿Dónde, pues, pueden estar?

Están en el mucho dinero…

Los esclavos negros son los cimientos de estos castillos. Desde el púlpito de la catedral, el padre Antonio Vieira exige gratitud al reino de Angola, porque sin Angola no habría Brasil y sin Brasil no habría Portugal, pudiéndose decir, con mucha razón, que el Brasil tiene el cuerpo en América y el alma en África: Angola, que vende esclavos bantú y colmillos de elefante; Angola, proclama el sermón del padre Vieira, con cuya triste sangre y negras pero felices almas, el Brasil es nutrido, animado, sostenido, servido y preservado.

Al filo de sus noventa años, este sacerdote jesuita sigue siendo el peor enemigo de la Inquisición, el abogado de los indios esclavizados y los judíos y el más porfiado acusador de los señores coloniales, que creen que el trabajo es cosa de bestias y escupen la mano que les da de comer.

[33][226]

1696 - Regla

Virgen negra, diosa negra

A los muelles de Regla, parienta pobre de La Habana, llega la Virgen, y llega para quedarse. La talla de cedro ha venido desde Madrid, envuelta en un saco, en brazos de su devoto Pedro Aranda. Hoy, 8 de septiembre, está de fiesta este pueblito de artesanos y marinos, siempre oloroso a mariscos y a brea: come el pueblo manjares de carne y maíz y frijoles y yuca, platos cubanos, platos africanos, eco, olelé, ecrú, quimbombó, fufú, mientras ríos de ron y terremotos de tambores dan la bienvenida a la Virgen negra, la negrita, patrona protectora de la bahía de La Habana.

Se cubre la mar de cáscaras de coco y ramas de albahaca y un viento de voces canta, mientras cae la noche:

Opa ule, opa ule, opa é, opa é, opa, opa, Yemayá.

La Virgen negra de Regla es también la africana Yemayá, plateada diosa de los mares, madre de los peces y madre y amante de Shangó, el dios guerrero mujeriego y buscabronca.

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1697 - Cap Frangais

Ducasse

Escudos de oro contantes y sonantes, doblones, dobledoblones, oro del mandamás y del mandamenos, alhajas y vajillas de oro, oro de los cálices y las coronas de vírgenes y santos: han llegado llenas de oro las bodegas de los galeones de Jean-Baptiste Ducasse, gobernador de Haití y jefe de los filibusteros franceses en las Antillas. A cañonazos ha humillado Ducasse a Cartagena de Indias; ha hecho polvo las murallas-acantilados de la fortaleza, colosales leones de roca alzados sobre la mar, y ha dejado a la iglesia sin campana y sin anillos al gobernador.

Hacia Francia marcha el oro de la colonia española saqueada. Desde Versalles recibe Ducasse el título de almirante y una frondosa peluca de rulos de nieve, digna del rey.

Antes de ser gobernador de Haití y almirante de la marina real, Ducasse operaba por su cuenta, robando esclavos a los barcos negreros holandeses y tesoros a los galeones de la flota española. Desde 1691, trabaja para Luis XIV.

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1699 - Madrid

El Hechizado

Aunque no ha sido anunciada por el heraldo trompetero, por las calles de Madrid vuela la noticia. Los inquisidores han descubierto a la culpable del embrujo del rey Carlos. La hechicera Isabel será quemada viva en la plaza Mayor.

Toda España rezaba por Carlos II. Al despertar, el monarca bebía su pócima de polvo de víbora, infalible para dar fuerzas, pero en vano: el pene seguía embobado, incapaz de hacer hijos, y por la boca del rey continuaban saliendo babas y aliento inmundo y ni una palabra que valiera la pena.

El maleficio no venía de cierta taza de chocolate con polvos de testículos de ahorcado, como habían dicho las brujas de Cangas, ni del propio talismán que el rey llevaba colgado al cuello, como creyó el exorcista fray Mauro. Hubo quien dijo que el monarca había sido hechizado por su madre, con tabaco de América o pastillas de benjuí; y hasta se rumoreó que el maestresala, el duque de Castellflorit, había servido a la mesa real un jamón mechado con uñas de mujer mora o judía quemada por la Inquisición.

Los inquisidores han encontrado, por fin, el revoltijo de agujas, horquillas, carozos de cereza y rubios cabellos de Su Majestad, que la hechicera Isabel había escondido cerquita de la alcoba real.

Cuelga la nariz, cuelga el labio, cuelga el mentón; pero ahora que el rey ha sido desembrujado, parece que los ojos se le han encendido un poquito. Un enano alza el cirio, para que contemple el retrato que hace años le pintó Carreño.

Mientras tanto, fuera de palacio faltan el pan y la carne, el pescado y el vino, como si fuera Madrid una ciudad sitiada.

[64][201]

1699 - Macouba

Una demostración práctica

Para que trabajen con ganas sus esclavos en esta tierra de sopores y lentitudes, el padre Jean-Baptiste Labat les cuenta que él era negro antes de venir a la Martinica, y que Dios lo volvió blanco en recompensa por el fervor y la sumisión con que había servido a sus amos en Francia.

Está el carpintero negro de la iglesia intentando tallar en una viga la espiga de una ensambladura difícil, y no acierta el sesgo. El padre Labat traza unas líneas con regla y compás y ordena:

—Corta ahí.

El corte es exacto.

—Ahora le creo —dice su esclavo, mirándolo a los ojos—. No hay hombre blanco que pueda hacer eso.

[101]

1700 - Ouro Preto

Todo el Brasil hacia el sur

En los viejos días, los mapas mostraban a Bahía cerquita de las recién descubiertas minas de Potosí, y el gobernador general informaba a Lisboa que esta tierra del Brasil y la del Perú son todo una. Para convertir a las montañas de Paranapiacaba en cordillera de los Andes, los portugueses llevaron a San Pablo doscientas llamas y se sentaron a esperar que brotaran la plata y el oro.

Un siglo y medio después, el oro ha llegado. Están llenos de piedras refulgentes los lechos de los ríos y los arroyos, en los flancos de la sierra do Espinhaco. Encontraron el oro los mamelucos de San Pablo, cuando andaban en plena cacería de indios cataguazes.

El viento desparramó la noticia por todo Brasil, llamando multitudes: para conseguir oro en la región de Minas Gerais, basta con recoger un puñado de arena o arrancar un manojo de hierba y sacudirlo.

Con el oro ha llegado el hambre. Por un gato o un perro pagan en los campamentos 115 gramos de oro, que es lo que un esclavo recoge en dos días de trabajo.

[33][38]

1700 - Isla de Santo Tomás

El que hace hablar a las cosas

Lúgubres campanas y melancólicos tambores están sonando en esta islita danesa de las Antillas, centro de contrabando y piratería: un esclavo camina hacia el quemadero. Vanbel, el mandamás, lo ha condenado porque este negro desata la lluvia cuando se le ocurre, hincándose ante tres naranjas, y porque tiene un ídolo de barro que le contesta todas las preguntas y lo salva de todas las dudas.

Marcha el condenado con una sonrisa de oreja a oreja y los ojos clavados en el poste rodeado de leña. Vanbel le sale al cruce:

—¡Ya no harás hablar a tu monigote de barro, negro brujo!

Sin mirarlo, contesta el esclavo suavemente:

—Puedo hacer hablar a ese bastón.

—¡Deténganse! —grita Vanbel a los guardias—. ¡Desátenlo! Y ante la muchedumbre que espera, le arroja su bastón.

—Sea —dice.

El negro se arrodilla, abanica con las manos el bastón clavado en tierra, da unas vueltas alrededor, vuelve a arrodillarse y lo acaricia.

—Quiero saber —dice el amo— si ha partido ya el galeón que debe venir. Cuándo llegará, quiénes viajan, qué ha ocurrido…

El esclavo retrocede unos pasos.

—Acérquese, señor —propone—. Él dirá.

Con el oído pegado al bastón, escucha Vanbel que el navío ha partido hace tiempo del puerto de Helsingor, en Dinamarca, pero que al llegar al trópico una tempestad le rompió la gavia pequeña y se llevó la vela de mesana. El pescuezón de Vanbel tiembla como buche de sapo. El público lo ve palidecer.

—No oigo nada —dice Vanbel, mientras el bastón le va dando los nombres del capitán y los marineros.

—¡Nada! —chilla.

El bastón le secretea: El barco llegará dentro de tres días. Te alegrará su carga, y Vanbel estalla, se arranca la peluca, vocifera:

—¡Quemen a ese negro!

Ruge:

—¡Qué lo quemen!

Aúlla:

—¡Quemen a ese brujo!

Canto del fuego, del pueblo bantú

Fuego que contemplan los hombres en la noche, en la noche profunda.

Fuego que ardes sin quemar, que brillas sin arder.

Fuego que vuelas sin cuerpo.

Fuego sin corazón, que no conoces hogar ni tienes choza.

Fuego transparente de palmeras: un hombre te invoca sin miedo.

Fuego de los hechiceros, tu padre, ¿dónde está? Tu madre, ¿dónde está?

¿Quién te ha alimentado?

Eres tu padre, eres tu madre.

Pasas y no dejas rastros.

La leña seca no te engendra, no tienes por hijas a las cenizas.

Mueres y no mueres.

El alma errante se transforma en ti, y nadie lo sabe.

Fuego de los hechiceros, Espíritu de las aguas inferiores y los aires superiores. Fuego que brillas, luciérnaga que iluminas el pantano.

Pájaro sin alas, cosa sin cuerpo, Espíritu de la Fuerza del Fuego.

Escucha mi voz: un hombre te invoca sin miedo.

[134]

1700 - Madrid

Penumbra de otoño

Nunca pudo vestirse solo, ni leer de corrido, ni pararse por su cuenta. A los cuarenta años, es un viejito sin herederos, que agoniza rodeado de confesores, exorcistas, cortesanos y embajadores que disputan el trono.

Los médicos, vencidos, le han quitado de encima las palomas recién muertas y las entrañas de cordero. Las sanguijuelas ya no cubren su cuerpo. No le dan de beber aguardiente ni el agua de la vida traída de Málaga, porque sólo resta esperar la convulsión que lo arrancará del mundo. A la luz de los hachones, un Cristo ensangrentado asiste, desde la cabecera de la cama, a la ceremonia final. El cardenal salpica agua bendita con el hisopo. La alcoba huele a cera, a incienso, a mugre. El viento golpea los postigos del palacio, mal atados con cordeles.

Lo llevarán al pudridero de El Escorial, donde lo espera, desde hace años, la urna de mármol que lleva su nombre. Ése era su viaje preferido, pero hace tiempo que no visita su propia tumba ni asoma la nariz a la calle. Está Madrid lleno de baches y basuras y vagabundos armados; y los soldados, que malviven de la sopa boba de los conventos, no se molestan en defender al rey. Las últimas veces que se atrevió a salir, las lavanderas del Manzanares y los muchachos de la calle persiguieron el carruaje y lo acribillaron a insultos y pedradas.

Carlos II, rojos los ojos saltones, tiembla y delira. Él es un pedacito de carne amarilla que huye entre las sábanas, mientras huye también el siglo y acaba, así, la dinastía que hizo la conquista de América.

[201][211]

(Fin del primer volumen de Memoria del fuego).

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