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Authors: Eduardo Galeano

Tags: #Historico,Relato

Memoria del Fuego. 1.Los nacimientos.1982 (35 page)

BOOK: Memoria del Fuego. 1.Los nacimientos.1982
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Sor Filotea (Bordando en un bastidor). —Misterioso es el Señor. ¿Para qué, me pregunto, habrá puesto cabeza de hombre en el cuerpo de sor Juana? ¿Para que se ocupe de las rastreras noticias de la tierra? A los Libros Sagrados, ni se digna asomarse.

El Confesor (Apuntando a sor Juana con una cruz de madera). —¡Ingrata!

Sor Juana (Clavados los ojos en Cristo, por encima de los fiscales). —Mal correspondo a la generosidad de Dios, en verdad. Yo sólo estudio por ver si con estudiar, ignoro menos, y a las cumbres de la Sagrada Teología dirijo mis pasos; pero muchas cosas he estudiado y nada, o casi nada, he aprendido. Lejos de mí las divinas verdades, siempre lejos… ¡Tan cercanas las siento a veces, y tan lejanas las sé! Desde que era muy niña… A los cinco o seis años buscaba en los libros de mi abuelo esas llaves, esas claves… Leía, leía. Me castigaban y leía, a escondidas, buscando…

El Confesor (A sor Filotea). —Jamás aceptó la voluntad de Dios. Ahora, hasta letra de hombre tiene. ¡Yo he visto sus versos manuscritos!

Sor Juana. —Buscando… Muy temprano supe que las universidades no son para mujeres, y que se tiene por deshonesta a la que sabe más que el Padrenuestro. Tuve por maestros libros mudos, y por todo condiscípulo, un tintero. Cuando me prohibieron los libros, como más de una vez ocurrió en este convento, me puse a estudiar en las cosas del mundo. Hasta guisando se pueden descubrir secretos de la naturaleza.

Sor Filotea. —¡La Real y Pontificia Universidad de la Fritanga! ¡Por sede, una sartén!

Sor Juana. —¿Qué podemos saber las mujeres sino filosofías de cocina? Pero si Aristóteles hubiera guisado, mucho más hubiera escrito. Os causa risa, ¿verdad? Pues reíd, si os complace. Muy sabios se sienten los hombres, sólo por ser hombres. También a Cristo lo coronaron de espinas por rey de burlas.

El Confesor (Se le borra la sonrisa; golpea la mesa con el puño).—¡Habráse visto! ¡La pedante monjita! Como sabe hacer villancicos, se compara con el Mesías.

Sor Juana. —También Cristo sufrió esta ingrata ley. ¿Por signo? ¡Pues muera! ¿Señalado? ¡Pues padezca!

El Confesor. —¡Vaya humildad!

Sor Filotea. —Vamos, hija, que escandaliza a Dios tan vocinglero orgullo…

Sor Juana. —¿Mi orgullo? (Sonríe, triste). Tiempo ha que se ha gastado.

El Confesor. —Como celebra el vulgo sus versos, se cree una elegida. Versos que avergüenzan a esta casa de Dios, exaltación de la carne… (Tose). Malas artes de macho…

Sor Juana. —¡Mis pobres versos! Polvo, sombra, nada. La vana gloria, los aplausos… ¿Acaso los he solicitado? ¿Qué revelación divina prohíbe a las mujeres escribir? Por gracia o maldición, ha sido el Cielo quien me hizo poeta.

El Confesor (Mira al techo y alza las manos, suplicando). —¡Ella ensucia la pureza de la fe y la culpa la tiene el Cielo!

Sor Filotea (Hace a un lado el bastidor de bordar y entrelaza los dedos sobre el vientre). —Mucho canta sor Juana a lo humano, y poco, poco a lo divino.

Sor Juana. —¿No nos enseñan los Evangelios que en lo terrenal se expresa lo celestial? Una fuerza poderosa me empuja la mano…

El Confesor (Agitando la cruz de madera, como para golpear a sor Juana desde lejos). —¿Fuerza de Dios o fuerza del rey de los soberbios?

Sor Juana. —… y escribiendo seguiré, me temo, mientras me dé sombra el cuerpo. Huía de mí cuando tomé los hábitos, pero ¡miserable de mí!, trájeme a mí conmigo.

Sor Filotea. —Se baña desnuda. Hay pruebas.

Sor Juana. —¡Apaga, Señor, la luz de mi entendimiento! ¡Deja sólo la que baste para guardar Tu Ley! ¿No sobra lo demás en una mujer?

El Confesor (Chillando, ronco, voz de cuervo). —¡Avergüénzate! ¡Mortifica tu corazón, ingrata!

Sor Juana. —Apágame. ¡Apágame, Dios mío!

La obra continúa, con diálogos semejantes, hasta 1693.

[55][75]

1691 - Placentia

Adario, jefe de los indios hurones, habla al barón de Lahontan, colonizador francés de Terranova

No, ya bastante miserables son ustedes; no imagino cómo podrían ser peores. ¿A qué especie de criaturas pertenecen los europeos, qué clase de hombres son? Los europeos, que sólo hacen el bien por obligación, y no tienen otro motivo para evitar el mal que el miedo al castigo…

¿Quién les ha dado los países que ahora habitan? ¿Con qué derecho los poseen? Estas tierras han pertenecido desde siempre a los algonquinos. En serio, mi querido hermano, siento pena de ti desde el fondo de mi alma. Sigue mi consejo y hazte hurón. Veo claramente la diferencia que hay entre mi condición y la tuya. Yo soy mi amo, y el amo de mi condición. Yo soy el amo de mi propio cuerpo, dispongo de mí, hago lo que me place, soy el primero y el último de mi nación, no tengo miedo de nadie y sólo dependo del Gran Espíritu. En cambio, tu cuerpo y tu alma están condenados, dependen del gran capitán, el virrey dispone de ti, no tienes la libertad de hacer lo que se te ocurra; vives con miedo de los ladrones, de los falsos testigos, de los asesinos; y debes obediencia a una infinidad de personas que están encima de ti ¿Es verdad o no es verdad?

[136]

1692 - Salem Village

Las brujas de Salem

—¡Cristo sabe cuántos demonios hay aquí! —ruge el reverendo Samuel Parris, pastor de la villa de Salem, y habla de Judas, el demonio sentado a la mesa del Señor, que se vendió por treinta dineros, 3,15 en libras inglesas, irrisorio precio de una esclava.

En la guerra de los corderos contra los dragones, clama el pastor, no hay neutralidad posible ni refugio seguro. Los demonios se han metido en su propia casa: una hija y una sobrina del reverendo Parris han sido las primeras atormentadas por el ejército de diablos que ha tomado por asalto esta puritana villa. Las niñas acariciaron una bola de cristal, queriendo ver la suerte, y vieron la muerte. Desde que eso ocurrió, son muchas las jovencitas de Salem que sienten el infierno en el cuerpo: la maligna fiebre las quema por dentro y se revuelcan y se retuercen, ruedan por tierra echando espuma y chillando blasfemias y obscenidades que el Diablo les dicta.

El médico, William Griggs, diagnostica maleficio. Ofrecen a un perro una torta de harina de centeno mezclada con orina de las poseídas, pero el perro se sirve, menea el rabo, agradecido, y se marcha a dormir en paz. El Diablo prefiere la vivienda humana.

Entre convulsión y convulsión, las víctimas acusan.

Son mujeres, y mujeres pobres, las primeras condenadas a la horca. Dos blancas y una negra: Sarah Osborne, una vieja postrada que años atrás llamó a gritos a su sirviente irlandés, que dormía en el establo, y le hizo un lugarcito en su cama; Sarah Good, una mendiga turbulenta, que fuma en pipa y responde refunfuñando a las limosnas; y Tituba, esclava negra de las Antillas, enamorada de un demonio todo peludo y de larga nariz. La hija de Sarah Good, joven bruja de cuatro años de edad, está presa en la cárcel de Boston, con grillos en los pies.

Pero no cesan los aullidos de agonía de las jovencitas de Salem, y se multiplican las acusaciones y las condenas. La cacería de brujas sube de la suburbana Salem Village al centro de Salem Town, de la villa al puerto, de los malditos a los poderosos: ni la esposa del gobernador se salva del dedo que señala culpables. Cuelgan de la horca prósperos granjeros y mercaderes, dueños de barcos que comercian con Londres, privilegiados miembros de la Iglesia que disfrutaban del derecho a la comunión.

Se anuncia una lluvia de azufre sobre Salem Town, el segundo puerto de Massachusetts, donde el Diablo, trabajador como nunca, anda prometiendo a los puritanos ciudades de oro y zapatos franceses.

[34]

1692 - Guápulo

La nacionalización del arte colonial

En el santuario de Guápulo, un pueblo recostado a las espaldas de Quito, se inauguran los lienzos de Miguel de Santiago.

En homenaje a la Virgen de aquí, que es muy milagrera, Miguel de Santiago ofrece esta sierra y este llano, esta cordillera y este cielo, paisajes que no estarían del todo vivos si no los encendiera la gente que los atraviesa: gente de aquí, que anda por lugares de aquí en procesión o a solas. El artista ya no copia grabados venidos de Madrid o Roma sobre la vida de san Agustín. Ahora pinta la luminosa ciudad de Quito, rodeada de volcanes, las torres de estas iglesias, los indios de Pujilí y el cañón de Machángara, la loma de Bellavista y el valle del Guápulo; y son de aquí los soles detrás de las montañas, la humareda de fogatas de las nubes alzándose y los neblinosos ríos que cantan sin callarse nunca.

Y no es solamente Miguel de Santiago. Manos anónimas de artesanos indígenas o mestizos, deslizan de contrabando llamas en lugar de camellos en los retablos de Navidad y piñas y palmeras y choclos y aguacates en los follajes de las fachadas de las iglesias; y hasta soles con vincha cerquita de los altares. Por todas partes hay Vírgenes embarazadas y Cristos que se duelen como hombres, como hombres de aquí, por la desdicha de esta tierra.

[215]

1693 - Ciudad de México

Juana a los cuarenta y dos

Lágrimas de toda la vida, brotadas del tiempo y de la pena, le empapan la cara. En lo hondo, en lo triste, ve nublado el mundo: derrotada, le dice adiós.

Varios días le ha llevado la confesión de los pecados de toda su existencia ante el impasible, implacable padre Antonio Núñez de Miranda, y todo el resto será penitencia. Con tinta de su sangre escribe una carta al Tribunal Divino, pidiendo perdón.

Ya no navegarán sus velas leves y sus quillas graves por la mar de la poesía. Sor Juana Inés de la Cruz abandona los estudios humanos y renuncia a las letras. Pide a Dios que le regale olvido y elige el silencio, o lo acepta, y así pierde América a su mejor poeta.

Poco sobrevivirá el cuerpo a este suicidio del alma. Que se avergüenza la vida de durarme tanto…

[16][55][58]

1693 - Santa Fe de Nuevo México

Trece años duró la independencia

Trece años han pasado desde que se enloquecieron las campanas de Santa Fe de Nuevo México celebrando la muerte del Dios de los cristianos y de María, su madre.

Trece años han demorado los españoles en reconquistar estas bravías tierras del norte. Mientras duró esa tregua de independencia, los indios recuperaron su libertad y sus nombres, su religión y sus costumbres, pero además incorporaron a sus comunidades el arado y la rueda y otros instrumentos que los españoles habían traído.

Para las tropas coloniales, no ha sido fácil la reconquista. Cada pueblo de Nuevo México es una gigantesca fortaleza cerrada a cal y canto, con anchos muros de piedra y adobe, alta de varios pisos. En el valle del río Grande viven hombres no acostumbrados a la obediencia ni al trabajo servil.

(88).

Canto a la imagen que se va de la arena, de los indios de Nuevo México

Para que yo me cure, el hechicero pintó, en el desierto, tu imagen: tus ojos son de arena dorada, de arena roja es ahora tu boca, de arena azul son tus cabellos y mis lágrimas son de arena blanca.

Todo el día pintó.

Crecías como diosa sobre la inmensidad de la tela amarilla.

El viento de la noche dispersará tu sombra y los colores de tu sombra.

Según la ley antigua, nada me quedará. Nada, a no ser el resto de mis lágrimas, las arenas de plata.

[63]

1694 - Macacos

La última expedición contra Palmares

El cazador de indios, matador de muchas leguas de indios, nació de madre india. Habla guaraní y portugués casi nada. Domingos Jorge Velho es capitán de mamelucos de San Pablo, mestizos que han sembrado el terror en medio Brasil en nombre de los señores coloniales y para feroz exorcismo de la mitad de su sangre.

En los últimos seis años, el capitán Domingos alquiló sus servicios a la corona portuguesa contra los indios janduim, alzados en el sertón de Pernambuco y en Río Grande do Norte. Después de larga carnicería llega a Recife, victorioso, y allí lo contratan para arrasar Palmares. Le ofrecen un buen botín en tierras y negros para vender en Río de Janeiro y Buenos Aires, y además le prometen infinitas amnistías, cuatro hábitos de órdenes religiosas y treinta grados militares para repartir entre sus hombres.

Con el catalejo en bandolera sobre el pecho desnudo, abierta la casaca grasienta, el capitán Domingos desfila a caballo por las calles de Recife, a la cabeza de sus oficiales mestizos y sus soldados indios degolladores de indios. Cabalga entre nubes de polvo y olores de pólvora y aguardiente, atravesando ovaciones y bandadas de pañuelos blancos: este mesías nos salvará de los negros alzados, cree o quiere la gente, convencida de que los cimarrones tienen la culpa de la falta de brazos en los ingenios y también tienen la culpa de las pestes y las sequías que están asolando al nordeste, porque no enviará Dios la salud ni la lluvia mientras no cese el escándalo de Palmares.

Y se organiza la gran cruzada. De todas partes acuden voluntarios, empujados por el hambre, en busca de ración segura. Se vacían las cárceles: hasta los presos se incorporan al mayor ejército hasta ahora reunido en el Brasil.

Los exploradores indios marchan adelante y los changadores negros a la retaguardia. Nueve mil hombres atraviesan la selva, llegan a la sierra y suben hacia la cumbre donde se alzan las fortificaciones de Macacos. Esta vez llevan cañones.

Varios días dura el asedio. Los cañones aniquilan la triple muralla de madera y piedra. Se pelea cuerpo a cuerpo, al borde del abismo. Son tantos los muertos que no hay donde caer, y continúa la degollatina entre las breñas. Muchos negros intentan huir y resbalan al vacío por los despeñaderos; y muchos se arrojan eligiendo el precipicio.

Las llamas devoran la capital de Palmares. Desde la lejana ciudad de Porto Calvo se ven los resplandores de la gigantesca fogata, que arde durante toda la noche. Quemar hasta la memoria. Los cuernos de caza no cesan de anunciar el triunfo.

El jefe Zumbí, herido, ha conseguido escapar. Desde los altos picos llega a la selva. Deambula por los túneles verdes, en la espesura, buscando a los suyos.

[38][43][69]

Lamento del pueblo azande

El niño ha muerto; cubrámonos las caras con tierra blanca. Cuatro hijos he parido en la choza de mi esposo. Solamente el cuarto vive. Quisiera llorar, pero en esta aldea está prohibida la tristeza.

[134]

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