La cabeza de Federico era una especie de El libro de los porqué.
La respuesta es simple.
Vanesa quiso «testearlo».
Ella siempre supo que Federico estaba enamoradísimo. Incluso luego de dejarlo tenía la tranquilidad de que él seguía enganchado.
Pero de repente dejó de tener noticias y entonces ya no estaba tan tranquila.
«¿Estará con otra? ¿Se estará olvidando de mí? ¿Ya no le importaré?» Esas y otras preguntas típicas en una conchuda de primer nivel la tenían inquieta.
Qué mejor solución que indagar por sus propios medios y de la manera más directa.
Lo llamó y le propuso verse y charlar.
Él aceptó de una.
En el encuentro ella manejó la conversación, los gestos y las emociones hasta que él demostró algo.
Cuando él lo hizo se quedó nuevamente tranquila.
Lo ideal hubiera sido:
Durante esa breve conversación telefónica ella confirmaría sus sospechas de que él está bien, que no está llorando tirado en la cama. Hasta es probable que esté con otra. ¡Dios! ¡Qué pensamiento tan insoportable para cualquier mina! Su ex la habría puesto en la categoría de «reemplazable».
En el caso de que ella volviera a comunicarse con él insistiendo en encontrarse, podría arreglar una cita.
Pero en esa cita él debería mostrarse de buen humor, tranquilo, superado y bajo ningún, pero ningún punto de vista debería sacar el tema de una posible reconciliación.
La que saque ese tema debe ser ella.
Las mujeres suelen emplear varias técnicas para «testear» lo que está sucediendo con un ex novio. El e-mail en blanco es un clásico. Muchos caen en esa trampa: reciben un e-mail en blanco de su ex y se vuelven locos. Inmediatamente se lo responden diciéndoles que recibieron su e-mail en blanco, que seguramente hubo un error, que se lo envíe de vuelta, etc. Ahí la mina se queda tranquila sabiendo que el tipo sigue muerto. La respuesta de ella suele ser: «Debe haber sido un error, yo no te envié nada».
También podemos caer en la equivocación de responderle uno de esos tontos e-mails en cadena que envía a toda su lista de amigos. No es casual que nos mande un e-mail de ese tipo. Si hace dos meses que no nos envía nada y de repente nos llega un correo de éstos desde su dirección, es porque lo hizo intencionalmente para ver cuál es nuestra reacción. ¿O de verdad podemos pensar que lo hizo sin darse cuenta?
Otro «clásico» es la llamada perdida.
La pantalla de nuestro celular indica «1 llamada perdida» y al chequear el número vemos que es el de ella. ¿Cuál es la típica reacción? Llamarla o enviarle un mensaje de texto para saber qué nos quería decir. Otra vez el mismo error de los casos anteriores.
Sus e-mails en blanco o en cadena no se responden. Es como si nada hubiera llegado.
Sus llamadas perdidas se ignoran.
Vamos a ver si le gusta sentir que no estás pendiente de ella.
«Jamás le hagas fácil el regreso.»
Luciana había decidido distanciarse de Lucas hacía una semana. ¿Los motivos? Los clásicos.
Lucas era el monumento a la depresión. Y supuestamente Luciana también.
Andrea, una amiga en común, iba y venía con datos. Parecía un cd regrabable.
—Estuve con Luciana… está hecha mierda… dice que vos no la entendés —le decía a Lucas.
—Lucy… yo te digo que él te ama… que está remal —le decía a su amiga.
Luciana esperaba el llamado de Lucas. Él siempre había aflojado cuando tenían alguna discusión, pero esta vez la cosa se estaba pasando de castaño oscuro. Una semana era mucho tiempo.
Lucas tampoco aguantaba más, pero sabía que si ella había decidido terminar, tenía que ser ella la que marcara su número.
Viernes, 19 horas.
Casa de Lucas.
Ring… ring…
Y era Luciana nomás.
Por fin se terminaba la pesadilla.
Una Luciana mansita y llorosa del otro lado del auricular le decía que quería verlo, que quería hablar con él, que lo extrañaba, etc., etc.
Lucas no había terminado de cortar que ya estaba en la parada del 172.
—¡Qué le pasa a este bondi de mierda que no viene nunca! —se preguntaba Lucas desesperado a los treinta segundos de estar esperando.
Los catorce pisos en ascensor hasta el departamento de su novia le parecieron los ciento y pico del Empire State.
Ella abrió la puerta. Se miraron, se abrazaron, se besaron y se dijeron un par de boludeces melosas que me da vergüenza reproducir en estas páginas.
Todo estaba arreglado. Todo había vuelto a la normalidad.
Al día siguiente la vida era sinónimo de felicidad para Lucas.
La pesadilla de siete días sin poder ver y sobre todo sin tocar a Luciana era historia antigua.
Ese sábado a la noche los padres de Lucas se habían ido al campo y todo estaba preparado para una velada espectacular.
Pero aquél no era un sábado cualquiera. Había que celebrar el reencuentro y fue por eso que Lucas la llevó a cenar a un lindo restaurante antes de introducirse en una noche apasionante de amor y sexo.
—¿Tienen decidido el menú? —preguntó el mozo.
Lucas miraba la carta con una sonrisa que combinaba su placer por la comida y su alegría por la reconciliación.
—Sí —dijo Luciana—, lomo al champignon con papas a la crema.
La sonrisa de Lucas desapareció.
«¿Esta hija de puta miró la lista del lado derecho y eligió el número más alto?», habría pensado alguien un tanto menos cegado por el amor que Lucas.
«Y bueno… es una noche especial y hay que celebrar», pensó él.
Claro… en cenas anteriores ella no había pasado como mucho de alguna suprema Maryland. En fin…
Luego de abonar la abultada cuenta con tarjeta de crédito se dirigieron a la casa de Lucas. El cd de música romántica ya estaba preparado en el equipo.
Hicieron el amor como nunca.
Bah… en realidad lo hicieron como siempre.
Luego de un primer round Luciana se levantó de la cama y se sentó en un sillón que estaba a unos metros.
Lucas la miraba como si fuera el cofre de la felicidad.
—Viene bien esto de separarse y reconciliarse —dijo Lucas intentando poner carita de ganador.
Lucas esperaba un «sí, mi amor» que nunca llegó, con lo cual decidió volver al ataque con un chiste como para romper el hielo.
—¿Qué te parece si nos volvemos a separar y…? —empezaba a decir en tono de chiste cuando Luciana lo interrumpió.
—¿Sabes que sí, Lucas? —respondió con tono serio.
—¿Que sí qué? —preguntó Lucas aún sonriendo.
—Que sí, que tenes razón… que creo que estábamos mejor separados.
—Pero… —alcanzó a balbucear Lucas mientras Luciana comenzaba a decir una sarta de incoherencias que pretendían ser profundas.
Al principio Lucas creyó que se trataba de una broma, pero con el correr de las idioteces que ella decía con tanta seriedad se dio cuenta de que la mano venía en serio.
Cuando regresaba a su casa, solo y confundido después de despedir a Luciana con un choto beso en la mejilla, una frase retumbó en su mente: «Lomo al champignon con papas a la crema». ¡Qué hija de una gran puta!
Desde que se encontraron aquella noche ella sabía que lo iba a cortar de nuevo.
Se hizo de una cena que ningún otro boludo le iba a pagar por un buen tiempo, garchó un rato como para despuntar el vicio y le volvió a pegar a Lucas una patada, en el orto.
Pero… ¿ella no moría por volver con él? ¿No lo extrañaba acaso? ¿No estaba sufriendo también por estar separados? ¿Cuál fue el error de Lucas?
El error de Lucas fue volver tan rápidamente.
Sí, ella se moría por volver con él, lo extrañaba y estaba sufriendo. Pero al comprobar que al primer intento de reconciliación de su parte él agarró viaje, ya no se murió más, no lo extrañó más y no sufrió más. Por lo tanto empezó a replantearse nuevamente todas las pavadas que la llevaron a cortarlo antes, con el agravante de que ahora sabía que con un simple llamado lo tenía muerto a sus pies.
Cuando nos dejan, el regreso les tiene que costar. Ésa es la única manera de que nos valoren.
Todo habría sido muy distinto si la respuesta de Lucas hubiera sido: «Mira… ahora soy yo el que no tiene claras las cosas… a mí en este tiempo también me pasaron cosas y no estoy seguro de volver a lo de antes… estoy confundido… necesito un tiempo».
Pero no.
Lucas salió corriendo a la parada del 172 y a los veinte minutos la estaba abrazando.
Lucas fue la figurita fácil.
Lucas fue el novio que se puede dejar y recuperar al toque.
Lucas fue.
«Mostrarse débil, entregado, suplicante y dependiente es la forma más errada de luchar por ella.»
«Si tu novia te dejó y vos la amas, tenes que luchar por ella».
En la prehistoria esta frase sería muy válida. Si tu mina se va con otro cavernícola buscas un palo, se lo partís al otro en la cabeza, cazas a tu hembra de los pelos, te la llevas de vuelta para tu cueva y asunto terminado.
Hoy por hoy las cosas no funcionan de esa manera.
Hoy no nos interesa simplemente tenerla. Hoy nos interesa que ella «nos quiera».
Hace tiempo se contactó conmigo un psicólogo español. El hombre estaba bastante enojado por los consejos que doy en mi primer libro y también por algunas cosas que había leído en la página web. Él consideraba que bajo ningún punto de vista uno debía dejar de dar muestras de amor a una mujer que nos abandonó si queremos recuperarla. Que no era correcto dejar de insistir, que uno no debe abandonar «la lucha».
Para demostrarme que su forma de pensar era la correcta me relató la experiencia vivida por su paciente «Manuel».
Manuel había estado de novio durante cinco años con Carla.
La vida le sonreía hasta que un día Carla lo dejó aduciendo, como en la mayoría de los casos, cosas incomprensibles.
Manuel intentó por todos los medios convencerla de que regresara. Cansado de llorar y atormentado por una depresión fulminante, acudió a pedir ayuda al mencionado psicólogo, quien le aconsejó «retroceder nunca, rendirse jamás».
Juntos elaboraron varias estrategias para hacerla reaccionar.
Estas estrategias iban desde cartas hasta costosos regalos.
Desde flores hasta canciones compuestas y cantadas por él.
Los resultados al menos eran siempre parejos: nada.
Había transcurrido más de un año de su separación y Manuel seguía tan desesperado como el primer día. Mientras tanto Carla tomaba los embates de Manuel como un ingrediente más de su vida cotidiana.
Era parte de su rutina diaria borrar sin leer el e-mail de Manuel, poner en agua las flores que enviaba Manuel (si tenía ganas; si no, las arrojaba directamente a la basura), tirar sin abrir las cartas que Manuel le mandaba, borrar de su celular los mensajes de texto de Manuel, etc.
Después de unos meses de no obtener resultados, su psicólogo —luego de hacer una interconsulta sobre el caso con otro colega—, le aconsejó a Manuel suspender las flores, las cartas y los regalos (lo cual además era un presupuesto insostenible) y centrarse en una estrategia mecánica que consistía en llamarla todas las noches a las diez para que ella le enviara «el beso de las buenas noches».
Carla accedía sin problemas a este ritual porque para ella era más cómodo dedicarle esos quince segundos diarios antes que soportar todos los intentos anteriores.
Habían transcurrido como cuatro meses de «besos de las buenas noches» sin que se produjera ningún resultado favorable.
Fue entonces cuando el psicólogo decidió decirle que como evidentemente no era posible «recuperarla» la única manera de poder «recuperarse» era intentar olvidarla. Por supuesto que sería una tarea difícil pero había que empezar de inmediato.
Entonces Manuel dejó de hacer el llamado de las diez en punto y se resignó como quien pierde la última ficha en el casino.
Pasaron dos meses desde que Manuel «abandonara la lucha» y comenzara a tratar de ocuparse de sí mismo cuando una noche a las diez sonó su teléfono.
—¿No querés un beso de las buenas noches? —dijo Carla del otro lado.
Hoy están casados, tienen dos hijos y son muy felices.
Cada año para las Fiestas el psicólogo recibe una tarjeta de felicidades en agradecimiento por haberlo ayudado a recuperar a su amada Carla.
—¿Te das cuenta de cómo hay que luchar por lo que uno quiere sin bajar los brazos? —me dijo un día el psicólogo de Manuel en una conversación por MSN.
—¿Te das cuenta de que ella recién reaccionó cuando él dejó de insistirle y entonces por primera vez sintió que de verdad podía perderlo, y no cuando él «luchaba» por su amor? —le respondí.
Silencio.
Quedé mirando el monitor esperando una respuesta que no llegaba. El estado de mi interlocutor seguía siendo online.
—¿Estás ahí? —pregunté.
—Sí… aquí estoy… es que no lo puedo creer… cómo no lo vi antes —escribió.
Sin duda hay que luchar por lo que uno quiere, pero hay varias maneras de luchar.
La manera que Manuel eligió al comienzo es la más burda, la más inútil. Es la forma de lucha en la que nuestros sentimientos nos dominan y nuestro cerebro se bloquea.
La verdadera lucha comenzó cuando decidió ocuparse de sí mismo y dejar de tener contacto con quien aparentemente no quería saber nada de él. Eso sí que era difícil. Eso sí que era luchar.
Quien piense que dejar de dar señales de vida, dejar de perseguirla, de insistirle, de llamarla, de preguntar por ella a sus amigas, de enviarle mensajes es dejar de luchar, está en un error.
Quien piense que desaparecer no es luchar está equivocado.
Luchar no es mostrarse débil y entregado.
Para ganar la lucha hay que estar fuerte y recuperado.
O al menos eso es lo que debe creer el adversario.
Muchos se preguntan: «Pero si yo no insisto… ¿no va a pensar que ya no me importa y la voy a perder para siempre?». «¿Y si se olvida de mí?»