Mi hermana vive sobre la repisa de la chimenea (2 page)

BOOK: Mi hermana vive sobre la repisa de la chimenea
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Un día nos pusieron de deberes en el colegio que describiéramos a alguien especial, y me pasé quince minutos para escribir una página entera sobre Wayne Rooney. Mamá me hizo romperla y escribir en su lugar sobre Rose. Como yo no tenía nada que decir, se sentó enfrente de mí con la cara toda roja y sudorosa y me dijo exactamente lo que tenía que escribir. Sonrió entre las lágrimas y dijo
«Cuando tú naciste, Rose señaló a tu pilila y preguntó si era un gusano»
y yo dije
«No pienso poner eso en mi cuaderno de Literatura»
. A mamá se le borró la sonrisa. Las lágrimas le resbalaron de la nariz a la barbilla y me hicieron sentirme tan mal que lo escribí. A los pocos días, la profesora leyó mi redacción en clase, y me gané una estrella dorada de ella y las burlas de todos los demás.
«Pichalarva»
, me pusieron.

Capítulo 2

Mañana es mi cumpleaños, y una semana después empiezan las clases en mi nuevo colegio, la Escuela Primaria de la Iglesia de Inglaterra en Ambleside. Está a unas dos millas de nuestra casa, así que papá me va a tener que llevar en coche. Aquí no es como en Londres. No hay autobuses ni trenes por si está demasiado borracho para salir. Jas dice que ella irá conmigo andando si no conseguimos que nos lleven, porque su escuela está como una milla más allá. Dijo
«Por lo menos nos vamos a quedar en los huesos»
y yo me miré los brazos y dije
«Para los chicos estar en los huesos no es bueno»
. A Jas no le sobra un gramo, pero come como un ratón y se pasa horas leyendo lo que pone por detrás de los envases para ver las calorías. Hoy ha hecho una tarta para mi cumpleaños. Ha dicho que era una tarta sana, con margarina en lugar de mantequilla y casi sin azúcar, así que lo más probable es que sepa raro. Pero tiene buena pinta. Nos la vamos a comer mañana, y me dejan cortarla a mí porque es mi día.

He mirado antes en el buzón y no había nada más que un menú de la Casa del Kebab, que he escondido para ahorrarle a papá el disgusto. Ningún regalo de cumpleaños de mamá. Ni una tarjeta de felicitación. Pero todavía queda mañana. No se va a olvidar. Antes de que nos fuéramos de Londres, yo compré una tarjeta de
Nos mudamos de casa
y se la mandé a ella. Lo único que escribí dentro fue la dirección de la casa y mi nombre. No sabía qué más poner. Ella está viviendo en Hampstead con el tipo aquel del grupo de apoyo. Se llama Nigel, y yo lo conocí en uno de esos actos conmemorativos en el centro de Londres. Con la barba larga y en plan greñas. La nariz torcida. Fumando en pipa. Escribe libros sobre otros que han escrito libros, cosa a la que no le veo mucho sentido. Su mujer murió también el 9 de septiembre. Puede que mamá se case con él. Puede que tengan una niña y la llamen Rose y entonces se olviden del todo de mí y de Jas y de la primera mujer de Nigel. Me pregunto si de ella encontrarían algún pedazo. Igual él tiene una urna sobre la repisa de la chimenea y lo mismo le compra flores en su aniversario de boda. Eso a mamá no le haría ni pizca de gracia.

Roger acaba de entrar en mi cuarto. Le gusta enroscarse por la noche junto al radiador, al calorcito. Ese sitio a Roger le encanta. En Londres lo teníamos siempre dentro de casa por el tráfico. Aquí puede campar a sus anchas, y hay un montón de animales que cazar en el jardín. En nuestra tercera mañana encontré una cosa pequeña y gris y muerta en el umbral de la puerta. Creo que era un ratón. Como no me sentía capaz de cogerlo con los dedos busqué un trozo de papel, lo coloqué encima empujándolo con un palo y lo tiré a la basura. Pero luego me sentí como un canalla así que lo saqué de la basura y lo puse debajo del seto y lo cubrí con hierba. Roger soltó un maullido como si no se pudiera creer lo que yo estaba haciendo, con el trabajo que le había costado. Le dije que las cosas muertas me ponen enfermo y me frotó el cuerpo anaranjado por la espinilla para que yo supiera que me había entendido. Es verdad. Los cadáveres me ponen del revés. Está feo decirlo pero, si Rose tenía que morirse, me alegro de que la encontraran en pedazos. Habría sido mucho peor que estuviera debajo de la tierra, rígida y fría, con exactamente el mismo aspecto que la niña de las fotos. Me imagino que mi familia fue feliz un día. En las fotos se ven un montón de sonrisas y de ojos achinados, todos fruncidos como si alguien acabara de contar un chiste buenísimo. En Londres, papá se pasaba horas contemplando esas fotos. Teníamos cientos, todas hechas antes del 9 de septiembre, y estaban todas revueltas en cinco cajas diferentes. Cuatro años después de que muriera Rose papá decidió ponerlas en orden, las más recientes primero y las más antiguas al final. Compró diez álbumes de esos pijos de cuero de verdad con letras doradas, y durante meses se pasó las tardes enteras sin hablar con nadie ni hacer otra cosa que beber y beber y pegar todas las fotos en el sitio que tocaba. Sólo que cuanto más bebía más le costaba pegarlas derechas y la mitad de ellas tenía que volver a colocarlas al día siguiente. Probablemente fue por eso por lo que mamá empezó a tener El Affaire. Esa era una palabra que yo les había oído a los del East End y no habría esperado oírsela gritar a mi padre. Fue un flash. A mí no se me había ocurrido pensarlo, ni siquiera cuando mamá empezó a ir a las reuniones de apoyo dos veces a la semana, luego tres veces a la semana, luego cada vez que podía.

A veces, al despertarme, me olvido de que ella no está, y entonces me acuerdo y el corazón se me cae como cuando se te escapa un escalón o tropiezas con un bordillo. Luego me vuelve todo de golpe y veo lo que pasó en el cumpleaños de Rose con mucha claridad, como si mi cerebro fuera uno de esos televisores de alta definición que mamá dijo que eran tirar el dinero cuando le pedí que comprara uno las Navidades pasadas.

Jas llegó a su fiesta una hora tarde. Mamá y papá estaban discutiendo.
«Christine me dijo que no estabas con ella»
decía papá cuando entré en la cocina.
«La llamé para estar seguro»
. Mamá se desplomó en una silla que había justo al lado de los sándwiches, lo cual me pareció bastante inteligente porque así podría ser la primera en elegir de qué lo quería. Los había de ternera y de pollo, y unos amarillos que yo esperaba que fueran de queso y no de mayonesa con huevo. Mamá llevaba un sombrero de fiesta, pero tenía la boca para abajo y parecía uno de esos payasos tristes que se ven en el circo. Papá abrió la puerta de la nevera, cogió una cerveza y cerró de un portazo. Había ya cuatro latas vacías encima de la mesa de la cocina.
«Y entonces dónde narices estabas»
dijo. Mamá abrió la boca para hablar pero justo entonces mis tripas hicieron un ruido muy fuerte. Ella pegó un brinco y los dos se volvieron hacia mí.
«Puedo comerme un hojaldre de salchicha»
pregunté.

Papá gruñó y agarró un plato grande. Aunque estaba enfadado, cortó con mucho cuidado un trozo de tarta y lo rodeó de hojaldres de salchicha y sándwiches y patatas fritas. Sirvió un vaso de granadina poniéndola bien cargada, exactamente como a mí me gusta. Cuando hubo terminado extendí las manos, pero pasó de largo ante mí en dirección a la repisa de la chimenea del salón. Yo me enfadé. Todo el mundo sabe que las hermanas muertas no tienen hambre. Justo cuando estaba pensando que mis tripas podrían comérseme vivo, la puerta de la calle se abrió de golpe.
«Llegas tarde»
, gritó papá, pero entonces mamá pegó un respingo. Jas sonrió nerviosa, con un diamante soltando destellos en su nariz y el pelo más rosa que el chicle. Yo le devolví la sonrisa pero entonces PAM se oyó una explosión, porque a papá se le había caído el plato al suelo, y mamá susurró
«Pero hija, qué has hecho»
.

Jas se puso roja como una amapola. Papá gritó algo sobre Rose y señaló a la urna, salpicando toda la moqueta de granadina. Mamá se quedó sentada sin moverse, con los ojos que se le iban llenando de lágrimas fijos en la cara de Jas. Yo me metí dos hojaldres de salchicha a presión en la boca y me escondí un bollo debajo de la camiseta.

«Vaya familia»
, escupió papá, mirando a Jas y luego a mamá, con una tristeza en la cara que yo no entendí. Lo de Jas no era más que un peinado, y yo no podía imaginarme qué había hecho mal mamá. Roger estaba limpiando con la lengua la tarta de cumpleaños de la moqueta. Soltó un bufido cuando papá lo agarró por el pescuezo y lo lanzó hacia el recibidor. Jas salió muy enfadada y pegó un portazo al meterse en su cuarto. Yo me las apañé para comerme un sándwich y tres bollos más mientras papá limpiaba aquel desastre, recogiendo con manos temblorosas los restos de la merienda de cumpleaños de Rose. Mamá contemplaba la tarta de la moqueta.
«Toda la culpa la tengo yo»
murmuró. Yo negué con la cabeza.
«Pero si lo ha tirado él, no tú»
, le susurré, apuntando a las manchas de granadina.

Papá echó la comida en la basura con tanta fuerza que retumbó el cubo. Se puso a gritar otra vez. Ya empezaban a dolerme los oídos así que me escapé de la cocina al cuarto de Jas. Estaba sentada enfrente del espejo, jugueteando con su pelo rosa. Le di el bollo que me había escondido en la camiseta.
«Te queda estupendo»
le dije, y eso la hizo llorar. Las chicas son raras.

Después de la fiesta, mamá lo admitió todo. Jas y yo nos quedamos allí sentados en su cama, escuchando. Tampoco es que fuera muy difícil. Mamá lloraba. Papá gritaba. Jas tenía los ojos como dos grifos, pero yo los tenía secos.
«AFFAIRE»
, decía papá, una y otra vez, como si gritándolo las veces suficientes pudiera borrarlo. Mamá dijo
«No lo entiendes»
y papá dijo
«Y supongo que Nigel sí»
y mamá dijo
«Pues mejor que tú. Hablamos. Me escucha. Me hace…»
pero papá la interrumpió, maldiciendo a voces.

Se pasaron así un montón de tiempo. A mí se me durmió el pie izquierdo. Papá no paraba de hacer preguntas. Mamá lloraba más fuerte todavía. Él la llamó
«Mentirosa»
y dijo
«Me has engañado y Esto ya es la guinda del puñetero pastel»
, con lo que me dieron ganas de comerme otro bollo. Mamá intentó contestarle. Papá gritaba más que ella.
«Es que no le has hecho ya suficiente daño a esta familia»
rugió. El llanto paró de pronto. Mamá dijo algo que no pudimos oír.
«Qué»
dijo papá horrorizado.
«Qué has dicho»
.

Pasos en el pasillo. La voz de mamá otra vez, bajito, justo delante de la puerta de Jas.
«Ya no puedo seguir con esto»
repetía, y sonaba como si fuera muy vieja. Jas me agarró la mano.
«Creo que es mejor que me vaya»
. Los dedos me dolían de lo que Jas me los estaba apretando.
«Mejor para quién»
preguntó papá.
«Mejor para todos»
respondió mamá.

Entonces le tocó a papá llorar. Le suplicó a mamá que se quedara. Se disculpó. Se puso delante de la puerta de la entrada bloqueándola pero mamá le dijo
«Apártate de mi camino»
. Papá le pidió otra oportunidad. Prometió esforzarse más, dejar lo de las fotos, conseguir un trabajo. Dijo
«Ya he perdido a Rose y no podría soportar perderte a ti también»
mientras mamá salía a la calle. Papá gritó
«Te necesitamos»
y mamá dijo
«No tanto como yo a Nigel»
. Y cuando se marchó, papá dio tal puñetazo en la pared que se rompió un dedo y tuvo que llevarlo vendado cuatro semanas y tres días.

Capítulo 3

El cartero no ha pasado. Son las diez y trece minutos y llevo ciento noventa y siete minutos teniendo una década. He oído un ruido en la puerta hace un segundo pero no era más que el lechero. En Londres teníamos que ir a buscar nosotros la leche. Siempre nos quedábamos sin, porque el supermercado estaba a un cuarto de hora en coche y papá se negaba a ir a la tienda de nuestra calle, que era de unos musulmanes. Yo me acostumbré a comerme los cereales solos pero mamá se quejaba si no podía tomarse un té.

Hasta el momento los regalos no han sido nada del otro mundo. Papá me ha regalado unas zapatillas de fútbol un número y medio más pequeñas que mi pie. Las llevo puestas ahora mismo y es como tener el dedo gordo cogido en una trampa para ratones. Al principio se ha pasado dos horas sonriendo cuando me las he puesto. Yo no quería decirle que me están pequeñas porque seguro que ha tirado el tíquet. He hecho como si me quedaran bien. De todas formas no suelo tener suerte con los equipos de fútbol así que tampoco tendré que ponérmelas mucho. En mi escuela de Londres lo intenté todos los años, pero nunca me cogieron, salvo una vez que el portero estaba enfermo y el señor Jackson me puso a mí a parar los goles. Le dije a papá que viniera y me alborotó el pelo como si estuviera orgulloso. Perdimos por trece a cero, pero sólo seis de los goles fueron por mi culpa. Empecé el partido hecho polvo porque papá no había venido, pero al final me pareció un alivio.

Rose me ha comprado un libro. Como siempre, su regalo estaba junto a la urna cuando entré en el salón. Me dieron unas ganas tremendas de echarme a reír al verlo ahí, y me imaginé que a la urna le salían brazos y piernas y cabeza y se iba a la tienda a comprar el regalo. Pero como papá me estaba mirando con su mirada seria rompí el papel y traté de que no se me notara la decepción al darme cuenta de que ya lo había leído. Leo un montón. En Londres solía ir a la biblioteca del colegio a la hora de comer.
Los libros son mejores amigos que las personas
decía el bibliotecario. A mí no me lo parece. Luke Branston fue mi amigo durante cuatro días cuando se enfadó con Dillon Sykes por romperle su regla del Arsenal. Se sentó conmigo en el comedor y jugamos a las Top Trumps en el patio y nadie me llamó
Pichalarva
durante casi una semana entera.

Jas me está esperando abajo. Vamos a ir al parque a jugar al fútbol dentro de un segundo. Le ha preguntado a papá si quiere venir también.
«Vente, y así ves a Jamie probando sus zapatillas nuevas»
le ha dicho, pero papá no ha hecho más que gruñir y encender la tele. Parecía que tenía resaca. Como era de esperar, he encontrado otra botella de vodka vacía en la basura cuando he ido a mirar. Jas me ha susurrado
«Tampoco hace ninguna falta que venga»
y luego ha gritado
«Vámonos a jugar»
como si fuera la cosa más emocionante del mundo.

Jas acaba de dar un grito por la escalera para ver si estoy ya preparado. Le he gritado
«Casi»
pero no me he movido del alféizar. Quiero esperar al cartero. Normalmente viene entre las diez y las once. No creo que mamá se vaya a olvidar. Los cumpleaños importantes es como si estuvieran escritos en el cerebro con esa tinta imborrable que los profesores a veces usan por error en la pizarra blanca. Pero puede que mamá haya cambiado ahora que vive con Nigel. A lo mejor Nigel también tiene niños y mamá ahora de lo que se acuerda es de sus cumpleaños.

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