—¿Sabes si vino alguien a buscarlo?
El chico no estaba seguro, pero me dijo que al menos no oyó sonar el timbre del piso en ningún momento.
—Suelo despertarme si llaman a la puerta, y lo mismo me pasa con el teléfono, así que puedo decirle que tampoco llamó nadie —me explicó.
—¿Oíste que Antti llamase a alguien?
El chico no supo responderme. No había notado que faltase ninguna de las pertenencias de Antti salvo sus zapatillas de deporte y la chaqueta, pero dijo que de todos modos él no conocía muy bien sus cosas.
Llamé a la cabaña de verano de los Sarkela. Los padres de Antti estaban preocupadísimos y querían poner un aviso de desaparición en los periódicos y en la radio. Estaban convencidos de que la misma persona que había matado a Jukka podía haber atacado a su hijo esta vez.
—Pero estoy segura de que Antti no está muerto —me dijo su madre—. Los animales saben cuando algo malo ha pasado, y no es que
Einstein
sea muy listo, pero, si a Antti le hubiese sucedido algo, lo intuiría. Y aquí lo tengo, sentado delante de mí y comportándose con toda normalidad... Ahora mismo está ronroneando, porque sabe que le toca comer.
Deseé que el gato estuviera en lo cierto, aunque ello significase que su amo fuera culpable de un asesinato y que en realidad estuviera huyendo de la policía. Pobre
Einstein
... Desde su punto de vista, ninguna de las alternativas parecía buena.
Acababan de dar las nueve, pero los muchachos no regresarían del club hasta pasada la medianoche, con toda seguridad. Lo mejor era irse a casa e intentar dormir. Habíamos acordado que me llamarían en cuanto terminaran.
Volé a casa dándole a fondo a los pedales, me cambié y salí a correr. El primer kilómetro me resultó pesadísimo, pero al cabo de un rato empecé a disfrutar de la carrera. Sentía que el aire, cada vez más fresco, me limpiaba los pulmones y que la tensión que había sufrido en los hombros durante todo el día se iba aplacando. El sudor me resbalaba por las mejillas y cada paso me parecía más ligero que el anterior. Al llegar al puente de la isla de Seurasaari, me obligué a dar la vuelta, pensando que tenía que dormir en algún momento.
Cuando me desperté, el sol ya estaba bastante alto. Eran las ocho y media, así que había dormido casi diez horas. Y los chicos sin llamar... ¿Qué podía haberles pasado?
De repente me di cuenta de cuál era la causa. Había desconectado el teléfono el día anterior a las seis de la mañana, ante el temor de que a mi madre le diese por llamarme desde el aeropuerto para contarme que se había dejado el cepillo de dientes en mi lavabo... Maldije en voz alta, puse en marcha la cafetera y llamé a la comisaría.
—Koivu y Helminen no han aparecido por aquí —me dijo fríamente el agente de guardia en la centralita. Sin embargo, el oficial de guardia de mi división me informó de que Koivu me había dejado un mensaje: «Hemos encontrado a Tiina, que nos ha puesto al día de cosas muy interesantes. No ha habido motivo para detenerla. ¿Estás a la caza de Sarkela? Volveré a eso de las ocho».
Me tragué lo que quedaba de la quiche de cebolla con un café. Mis mejores vaqueros estaban llenos de grasa, así que me puse los peores, desteñidos y con parches en la entrepierna. Como prefería no arriesgarme a manchármelos, me fui al trabajo en el tranvía número tres y luego cambié al siete. Se me habían pegado las sábanas, llegaba tarde y de mala leche, y me moría de hambre y de curiosidad.
Para más inri, cuando llegué me dijeron que Koivu estaba con Kinnunen, investigando un robo en Jakomäki, y que Tapsa había salido a hacer un registro domiciliario. Pensé que ojalá se tratase del piso de Teppo Auvinen. Acababa de sentarme cuando me llamaron para que acudiese al puerto, donde había aparecido un ahogado en una de las dársenas, concretamente en la que llaman «de la cólera». Conseguí volver a Pasila pasado el mediodía. Koivu había regresado y había vuelto a marcharse, pero pude hablar con Tapsa y acordamos vernos para comer, pasada media hora.
El laboratorio se había dado prisa en localizar las huellas de Auvinen en el coche de Jukka. Según el último informe, habían encontrado restos de cocaína en el interior del botiquín de primeros auxilios que éste llevaba en la guantera. Al parecer, los restos indicaban que recientemente alguien había ocultado pequeñas dosis de la droga dentro de una caja de gasas estériles. La mayor parte de las huellas se hallaban en la placa de la matrícula, que, a juzgar por su estado, había sido desatornillada y vuelta a atornillar en varias ocasiones.
Noté que me estaba poniendo mala, de los nervios y el hambre que tenía. Mientras bajaba las escaleras para ir a la cantina, caí en la cuenta de que la quiche de cebolla llevaba repitiéndoseme toda la mañana. Tapsa no había llegado aún. Mientras lo esperaba, tuve que hacer un esfuerzo y comerme una ensalada y un plato de verduras gratinadas. Y en eso apareció Tapsa en la cola del autoservicio, bien afeitado y con la camisa limpia y planchada. Dejó sobre mi mesa su bandeja de comida llena a rebosar: salsa boloñesa, cinco patatas cocidas, dos vasos de leche y tres rebanadas de pan. Deduje que nuestra reunión iba a durar lo suyo.
—Acabo de llegar del apartamento de Auvinen. ¿No habrás echado esto de menos? —dijo sacándose algo del bolsillo de la camisa y poniéndomelo delante de los ojos. Las llaves de un coche... A través del plástico de la bolsita que las contenía vi las letras: Opel Vectra. Estaba dispuesta a apostar lo que fuera a que eran las llaves del coche de Jukka—. Van camino del laboratorio. El coche de Auvinen estaba en el aparcamiento. Es un Volkswagen hecho polvo al que no le valen las placas de matrícula que encontramos durante el registro, que, por cierto, eran las mismas que salían en las fotos de Makkonen.
—Así que, con toda seguridad, Auvinen estuvo haciendo uso del coche de Peltonen para repartir la droga sin llamar la atención.
Ya le había contado por teléfono a Tapsa mi teoría de que el
Marlboro of Finland
habría sido utilizado para transportar la droga, y él lo había considerado algo más que probable. Había que enterarse de todos los movimientos de Auvinen, y ver si había estado en Tallin en las mismas fechas que el
Marlboro
para entregarle la coca a Jukka.
—Y qué me cuentas de lo de ayer, ¿no detuvisteis a nadie?
—No hizo falta, pudimos enterarnos de bastantes cosas sin necesidad de ello. Fui con Koivu porque uno de mis antiguos compañeros del colegio trabaja de portero en el Pikku Parlamentti, y pensé que a lo mejor hasta conocía a la tal Tiina. No veas el tiempo que hacía que no me sentaba a tomar una cerveza...
Tapsa estaba casado y tenía dos niños pequeños, uno de ellos no debía de tener siquiera medio año. Debía de pasarse semanas casi enteras sin ver a sus críos. Se marchaba antes de que se despertaran y llegaba a casa cuando ya estaban durmiendo. A veces me pregunto cómo debe de ser estar casada con un policía sobrecargado de trabajo, y he llegado a la conclusión de que, en la práctica, tiene que ser lo mismo que ser una madre soltera, o divorciada.
—A eso de las diez, Masa, el portero, vino a decirnos que Tiina acababa de entrar en el club. A la chica se le notaba que andaba en busca de compañía.
—¿En qué se le notaba? —pregunté por pura curiosidad y para saber hacer justamente lo contrario la próxima vez que me fuese a tomar una cerveza yo sola.
—Pues en que venía sola, arregladísima, y en que no dejaba de mirar a su alrededor echando sonrisitas, ya sabes. Koivu se fue a hablar con ella y parece que llegaron a algún tipo de acuerdo para irse a un hotel, pero él le dijo que iba a necesitar algo que le pusiese las pilas. Qué buen chico, este Koivu... —dijo Tapsa desde la autoridad que sus diez años de diferencia le daban sobre él.
—¿Y Tiina sabía dónde conseguir droga?
—Dijo que la cosa estaba muy mal y que solamente llevaba chocolate. Ahí fue cuando Koivu la trajo a nuestra mesa. Se quedó un poco cortada cuando vio que éramos dos tipos. Le mostré la foto de Auvinen y le pregunté si el tipo en cuestión podía proporcionarnos algo más fuerte. Se dio cuenta enseguida de que éramos policías. Al final acordamos con ella que, si nos daba la información que estábamos buscando, haríamos la vista gorda con el hachís.
Me admiró la rapidez con que Tapsa había aprendido a hacer tratos. Las investigaciones de su brigada eran un constante trajín de pactos con los camellos para poder agarrar a los peces más gordos. A lo mejor me había equivocado con él, y no era tan intransigente. Vaya, ya ni se inmutaba por unos cuantos gramos de chocolate.
—Bueno, la tal Tiina se puso a gritarle a Koivu en un primer momento, pero luego empezó a mostrarse más cooperativa. Koivu es un chico muy guapo y a lo mejor se había hecho a la idea de tener por una vez un cliente a su gusto... —Tapsa sonrió con picardía, pero enseguida volvió a poner su habitual cara de póquer, tal vez acordándose de aquella ocasión en que casi le rompí el codo. Nunca había podido bromear con Tapsa como lo hacía con Koivu, porque él me tenía por una feminista incendiaria... pobre—. En cualquier caso, la chica reconoció a Auvinen y a Peltonen. Ella fue quien los presentó. Al parecer, el otoño pasado Auvinen andaba buscando a alguien que pudiese pasarle cocaína desde Tallin y Peltonen se apuntó enseguida. Durante el invierno estuvo entrando pequeñas remesas a través de la frontera de Estonia. Sería interesante saber cómo.
»Por lo que Tiina había entendido, Auvinen había vendido gran parte de la droga, y Jukka se había encargado del resto. Tiina sospechaba que éste se quedaba a veces con pequeñas cantidades, que vendía por su cuenta sin que Auvinen se enterase. En mayo la remesa había sido mucho mayor. Auvinen se encontraba en Tallin en ese momento y probablemente había sido él quien se había encargado de organizar la compra.
Tapsa pensaba que la droga podía estar almacenada en casa de Jukka.
—Habría que ir con los perros. Te interesará saber que Peltonen fue en una ocasión a llevar mercancía a casa de Tiina en su propio coche. Al tirarle las llaves del portal desde su ventana, ella vio que en el coche había otro tipo. La chica se enfadó con Peltonen por ser tan descuidado, pero éste le dijo que no se preocupara, que el tipo estaba en el ajo y que incluso lo había acompañado en su último viaje a Tallin.
—¿Ha podido daros una descripción del hombre? ¿Seguro que era un hombre?
—Alto y delgado. Ella habló todo el tiempo de un «tipo» y dijo estar casi segura de que lo era.
—Hay mujeres que pueden pasar por hombres, sobre todo vistas de lejos. ¿Te dijo de qué color tenía el pelo?
—No. Otra cosa que puede interesarte es que Peltonen le había prometido a Tiina que el viernes tendría un cliente para ella. El tipo se presentó y Tiina hizo su trabajo, pero no consiguió que Peltonen le pagase.
—¿Por eso lo llamó tan enfadada?
—Eso parece. A lo mejor, no contenta con eso, se fue hasta Vuosaari para abrirle la cabeza con el hacha...
—Lo dudo mucho. Sigo convencida de que el asesino es alguien de la casa. No son ni Tiina ni Auvinen. Estoy segura de que se trata de alguno de sus compañeros del coro. Uno de mis sospechosos ha desaparecido. El culpable tiene que ser él, o alguno de sus amigos. —El cansancio me hizo suspirar. Aunque el hecho de que Auvinen hubiese escapado me resultaba frustrante, en el fondo de mi corazón había deseado que él fuera el asesino de Jukka.
Regresé a mi despacho con una taza grande de café de la cantina —espantoso, pero no tanto como el de la máquina—, y me puse a revisar los papeles de Jukka y mis anotaciones por enésima vez.
Jukka había comerciado con alcohol ilegal, mujeres y drogas. Se había dedicado a vender aguardiente nacional haciéndolo pasar por vodka ruso, engañando así no sólo a sus clientes, sino también a Sirkku y a Timo. Probablemente había conseguido las etiquetas durante algún viaje a Rusia, cosa fácil porque en aquel momento allí todo estaba en venta, y con dinero se podía obtener lo que fuese. Era probable, incluso, que Jukka las hubiese encontrado en un puesto de algún mercadillo y las hubiese comprado al ocurrírsele de repente lo del aguardiente de Muuriala. Jukka era muy hábil atando cabos y convenciendo a la gente... Les habría contado su idea a Sirkku y a Timo, presentándolo todo como un negociete inocente, aunque la realidad fuese otra.
Jukka había sido también proxeneta. Estaba claro que se quedaba con una comisión como pago por sus servicios, y que lo suyo no eran las obras de caridad. Tiina debía de necesitar dinero para drogas, y las demás chicas... para lo que fuera. A Jukka le gustaba dominar a sus mujeres y no se podía decir que su vida sentimental, y menos aún su vida sexual, hubiesen sido alguna vez «normales». Le gustaba estar al mando, y a lo mejor por eso Piia había representado un reto para él, al estar casada. Si ella hubiese consentido en tener una relación, Jukka habría perdido su interés por ella en cuestión de semanas, con toda seguridad. ¿Sería eso, acaso, lo que le había sucedido a Tuulia? ¿Habría pasado de compañera esporádica de cama a enamorarse de él, para acabar convirtiéndose en una carga?
Jukka había transportado drogas. Sus juegos de piratas de la infancia habían terminado haciéndose realidad de una extraña manera. No se habían encontrado rastros de ningún tipo de droga en el cuerpo de Jukka, y era poco probable que consumiera nada que no fuese un poco de chocolate de vez en cuando, como tampoco era probable que hubiese querido jugar limpio con sus socios en el negocio. Con toda seguridad había engañado también a Auvinen, quedándose con dinero y parte de la mercancía.
Jukka estuvo urgentemente necesitado de dinero el último día de su vida. Estaba aterrorizado. Las noticias de la detención de la red de traficantes lo habían puesto en un estado de angustia. Intentó hacer acopio de dinero, probablemente porque planeaba huir del país. A pesar del peligro, no debía de sentirse aún totalmente amenazado, de ahí que no hubiese huido inmediatamente y que se quedase para reunir la mayor cantidad de dinero posible.
Tal vez nunca se llegara a conocer la magnitud de los negocios de Jukka, y no creo que en la vida yo fuese capaz de llegar a entender por qué actuó como actuó. ¿Qué era lo que deseaba conseguir con todo aquello? Visto desde fuera, era la viva imagen de un triunfador, hermoso, con talento y adinerado. Jukka tenía un título universitario de prestigio y un trabajo interesante; tenía aficiones digamos que «de gente fina», el coro y la vela. Pero eso no debía de bastarle, porque al margen de todo ello se había inventado otra vida, otro mundo, raro, oscuro y distorsionado.