Mi primer muerto (25 page)

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Authors: Leena Lehtolainen

Tags: #Intriga

BOOK: Mi primer muerto
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—Con la mano... bueno, con el puño. No me acuerdo. En la cara. Soltó una maldición, y yo me largué de allí corriendo. No quise quedarme a comprobar si le había hecho daño o no. Pero luego, por la mañana... ¿Verdad que no pudo haber muerto por culpa mía? —preguntó horrorizada.

—No te preocupes, porque lo mataron con un hacha —intenté consolarla.

—Pero es que luego estuvimos dándole vueltas, y nos quedamos preocupados por si Jukka se había caído encima del hacha, golpeándose la cabeza con ella... y luego se había caído al mar —dijo Timo desconsolado.

Me quedé pensando un momento en los informes del forense y del laboratorio. ¿Era posible? No creía que Sirkku fuese capaz de asestar a nadie semejante golpe como para hacerlo caer. Por otra parte, tampoco parecía tan fuerte como en realidad era... Aquello podía ser la explicación de por qué no habíamos encontrado huellas dactilares. Mahkonen había dicho que una de las contusiones de la cara se había producido claramente antes del fallecimiento. Eso reforzaba la teoría de que el golpe que Sirkku le había dado le hubiera hecho perder el equilibrio y caer. Y Jukka estaba ebrio en ese momento, además. ¿Al final todo iba a resultar tan simple, y Sirkku acabaría convertida en una homicida involuntaria? Me pregunté si debía detenerla en ese mismo momento. Sentía una pena tremenda por la pobre chica.

—Ven aquí —le dije levantándome y acercándome a ella. Sirkku me obedeció como una niña buena. Levanté una mano en posición de juramento, tensé los músculos del brazo y le ordené—: Pégame. Pero tienes que pegarme como a Jukka, tan fuerte como puedas. —Sirkku me dio en la palma de la mano. No tenía prácticamente fuerzas, mi brazo no retrocedió ni un centímetro. Aunque, por otra parte, la chica también podía estar haciéndose la floja.

—Siéntate. No creo que fueras capaz de tumbar a un tipo como Jukka. Pero comprobaremos si de alguna manera vuestra teoría es posible. ¿Recuerdas si el hacha estaba por allí?

—Sí, la vi clavada en las tablas del embarcadero. —Entraba dentro de las probabilidades que Sirkku estuviese mintiéndome, que hubiese usado el hacha y que después hubiese tenido la sangre fría de ocultarla y limpiar sus huellas. Pero entonces también habrían desaparecido las huellas de los demás... No, el asesino de Jukka llevaba guantes.

—¿Llegó a comentarte Jukka lo que hacía allí fuera a esas horas?

—No le di tiempo, porque enseguida empecé a gritarle...

Saqué el resto del contenido del paquete del laboratorio.

—¿Estáis seguros de haberme contado todo lo que sabéis sobre la venta del aguardiente? Jukka os dijo que era para vendérselo a sus amigos. —Ambos asintieron—. Al analizarlo, los del laboratorio han llegado a la conclusión de que se trata del mismo aguardiente aromatizado con hinojo que últimamente ha estado circulando por ahí.

Saqué la otra botella del paquete. Era exactamente igual a las que habíamos encontrado en casa de Jukka, pero el corcho era distinto y llevaba una etiqueta en ruso, según la cual aquél era un aguardiente siberiano de cuarenta y siete grados, con sabor a anís.

—¿Sabéis de dónde han podido salir estas etiquetas?

Se habían quedado boquiabiertos. Timo fue el primero en recuperarse un poco. Con una rapidez inusual en él, preguntó:

—¿Dices que esto han estado vendiéndolo por la calle? ¿Quién?

—Un tipo de Estonia. Nos ha jurado y perjurado que lo traía de Rusia. Tenía varias botellas como ésta.

—¿Y cuánto pedía por cada una?

—Setenta y cinco marcos el medio litro.

—¡Hay que joderse! Jukka nos daba veinte por cada medio litro. O sea, que estaba quedándose con nuestro dinero, encima. Nos dijo que había mucho aguardiente ruso en el mercado y que por eso tenía que ponerle al nuestro un precio tan bajo...

—Eso es cierto. —Empezaba a creer que aquellos dos no tenían ni idea del destino final del alcohol que habían estado fabricando. Les hice unas cuantas preguntas más, para terminar de atar todos los cabos, y luego ordené a Koivu que los llevase de vuelta a sus respectivos trabajos. Antes de que se fueran les advertí seriamente que no quería que volviesen a ausentarse de la ciudad sin avisarme.

—¿Nos va a caer algo por todo esto? —me preguntó Timo muy nervioso antes de salir por la puerta—. Me refiero a si... No me gustaría que mi padre ni nuestra finca de Muuriala salieran en los periódicos...

Pensé un segundo en cuál sería el paradero de los aparatos de destilación. Si a aquellos dos les quedaba un ápice de sentido común, probablemente se habían deshecho de ellos nada más enterarse de la muerte de Jukka. Había que volver a interrogar al vendedor estonio y ver si alguna de las conexiones nos llevaba hasta Jukka. Hasta entonces no se podrían decidir las posibles acciones legales.

—Yo creo que vais a libraros del asunto con una multa —intenté animarlos. A lo mejor incluso se podía hacer la vista gorda, pero no quise crearles falsas expectativas.

Mi teléfono sonó justo cuando Koivu se marchaba con los tortolitos. Creí que se trataría de Tapsa, pero resultó ser Tuulia.

—Oye, Maria, seguro que tú tienes la dirección de Jaana por alguna parte. Estaba pensando hacerle una visita si paso por Alemania durante las vacaciones, en septiembre.

—Sí, claro, espera un momento que la busco. —Saqué mi agenda de debajo de la montonera de papeles que tenía encima de la mesa. Estaba segura de que tenía algo que preguntarle a Tuulia, pero no fui capaz de recordar qué era. Le di la dirección de Jaana—. Bueno, ¿y cómo va todo? El funeral debió de ser espantoso —le pregunté, intentando sonar compasiva.

—Por suerte ya pasó. Fue allí donde me di cuenta de que Jukka estaba muerto. —Tragó saliva—. ¿Hay alguna novedad?

—No te preocupes, que poco a poco lo vamos aclarando. —No me atreví a decirle nada más, aunque me habría gustado poder tranquilizarla.

—A ver si quedamos para tomarnos una cerveza, como el otro día, ¿vale? —Capté un tono de esperanza en su voz, pero cuando fui a contestarle ya había colgado. A ver... eso sería cuando consiguiera cerrar el caso y los sospechosos pudieran por fin regresar a su vida normal.

Tapsa no contestó a mi llamada. Escuché una vez más la cinta del contestador de Jukka: «Soy Tiina, los planes se han estropeado. Eres un tipo barato, no se puede una fiar de ti. Ven a mi casa el domingo, entonces», «Soy T. A. Domingo por la tarde. Necesito el coche. Llámame, es urgente».

Al fin caí en que «barato» significaba «malo» en estonio. Por la cercanía de un idioma con otro, no me había dado cuenta antes. Vaya, vaya... La misteriosa Tiina debía de ser una de las chicas estonias de Jukka.

Las detenciones de los miembros de la banda de traficantes y de la prostituta estonia habían tenido lugar un par de días antes de la muerte de Jukka. ¿Hasta qué punto estaban relacionados los tres sucesos? Sirkku estuvo despierta aquella madrugada, así que si alguien hubiese llegado en barco hasta el embarcadero, o se hubiese acercado a la casa en coche, ella lo habría oído. Y a esas alturas no habíamos encontrado en el embarcadero otras huellas que no fueran las de los presentes en el lugar. Los carísimos análisis de muestras de tejidos no habían servido para nada. Y sin embargo había que volver a tener en cuenta la posibilidad de que el asesino fuese alguien de fuera.

Pero, por otra parte, también habían salido a relucir bastantes cosas comprometedoras de muchos de los sospechosos. Si Jukka estaba envuelto en el tráfico de drogas y era un proxeneta, ¿por qué no iba a estar en el ajo alguno de ellos?

En medio de estas reflexiones, Tapsa Helminen llamó a mi puerta. Traía en la mano un sobre que acababa de llegarle del laboratorio, y que contenía la cinta que tanto habíamos esperado.

Escuchamos los mensajes uno detrás de otro, primero el que le había llegado a Jukka, «Soy T. A. Domingo por la tarde. Necesito el coche. Llámame, es urgente», y luego el de la cinta de Tapsa. La voz era claramente la misma: «Soy T. A. El jueves volveré a tener el coche repleto de mercancía. Avísame del lugar». La entonación era idéntica al principio de ambos mensajes, aunque los teléfonos utilizados y las grabaciones alteraban un tanto el sonido de su voz.

—¿Tú crees que ese T. A. puede ser el asesino? —se entusiasmó Tapsa.

—No creo, pero seguro que sabe algo al respecto. Por el momento quiero volver a examinar el coche de Jukka, porque la revisión que se le hizo fue superficial, y ahora quiero todas las muestras habidas y por haber.

Le conté a Tapsa que Koivu se había ido a interrogar a la prostituta estonia que estaba detenida y que Jukka podía ser el nexo entre diferentes negocios poco claros.

—Tú intenta apretarle los tornillos a tu traficante, a ver si nos enteramos de qué tenía que ver Jukka en todo esto. Ésta es su foto. Si hace falta, usas el tercer grado hasta que cante quién es realmente el tal T. A. Eso nos va a ser de provecho a los dos, créeme.

De repente me di cuenta de que estaba dándole órdenes a Tapsa, aunque no estaba capacitada para ello. Él también me miró algo confuso. En cierta ocasión me había presentado a su mujer, y me pareció que no era de las que les dan órdenes a los maridos, como mucho tal vez le pidiera a Tapsa que le recogiese la ropa puesta a secar. Bueno, menos mal que Tapsa me conocía lo bastante como para darse cuenta de que en aquel momento lo que menos importaba eran los asuntos de jerarquía y autoridad.

Acordamos reunimos esa misma tarde. Organicé con los de la Científica un registro a fondo del coche de Jukka. Me inventé una excusa absurda para justificarme ante Heikki Peltonen, y retomé el papeleo que se me había quedado colgado el día anterior. El fin de semana había sido sorprendentemente tranquilo. Aparte de la violación y del suicidio, solamente el par de peleas de rutina. Como siempre, en medio de la faena sonó el teléfono. Mi inmediato superior, el honorable Kalevi Kinnunen, solicitaba mi presencia en su oficina, dos puertas más allá de mi despacho.

Se notaba que llevaba por lo menos dos días sobrio, aunque aún le duraba el tembleque, sobre todo en las manos, y tenía los ojos como dos fresas a medio madurar. Tenía la cara hinchada y surcada de venitas color remolacha. El tufo a loción de afeitado Boss que despedía no conseguía ocultar del todo su agrio olor característico, fruto de los años que llevaba envenenándose el organismo a base de vodka.

Le resumí lo que llevaba haciendo toda la semana. El caso de Peltonen le interesó tan poco como los demás, aunque me fijé en que la palabra «aguardiente» lo hizo reaccionar por un instante. Me pregunté lo que debía de sentir un jefe al darse cuenta de que los subordinados se las apañaban mil veces mejor sin él.

Me acerqué a la tienda de la esquina a comprar pan de centeno y una ensalada de col y fui a comérmelos en un banco que había al borde de uno de los senderos del Parque Central. Hacía un sol que daba gloria y decidí comprarme un helado enorme de chocolate al pasar por un puesto. Iba dándole lametones tan contenta cuando de repente me topé con Mirja. Nos saludamos cohibidas. Mirja nunca me perdonaría que yo estuviese al tanto de cosas de su vida que ella misma prefería olvidar. Al verla recordé qué era lo que tendría que haberle preguntado a Tuulia.

—Oye, me alegro de que hayamos coincidido —dije con alegría fingida—. ¿Recuerdas si Jukka recibió alguna llamada telefónica cuando estaba en la villa, o si él realizó alguna?

Pensaba que a lo mejor el misterioso traficante podía haber acordado un encuentro con él, y que tal vez por ese motivo Jukka había estado tan asustado aquella noche, quién sabe si intuyendo lo que iba a pasarle.

—¿Llamadas? —Mirja levantó las cejas—. Que yo recuerde, los únicos que llamaron fueron sus padres, mientras estábamos en la sauna. Jukka oyó desde allí el teléfono, porque tienen un timbre instalado en el patio, y fue a contestar.

—¿Quién más había en la sauna? ¿Crees que alguien pudo oír desde arriba lo que hablase Jukka? —Me quedé algo sorprendida con lo de la sauna común, aunque seguro que con tanta gente debía de ser una experiencia de lo más casta. Los hombres desnudos siempre me han resultado estúpidos, paseándose con esas pililas mustias colgándoles entre las piernas, como esas setas no comestibles que salen a veces entre el musgo... La sauna colectiva nunca me pareció una invitación al pecado, no como la sauna en pareja, desde luego...

—Antti vino más tarde, con Jukka. Timo y Sirkku fueron solos, después de los demás.

—O sea, que por lo menos Timo, Sirkku y Antti pudieron oír la conversación telefónica de Jukka. —De repente me di cuenta de que el helado derretido me estaba cayendo en la pechera de la camisa y me puse a lamerlo apresuradamente.

—No creo que Timo y Sirkku la oyeran. En algún momento salieron a remar. A mí me parece que el único que estaba en la casa era Antti.

Anoté en mi cabeza «llamar a Antti» y seguí mi camino. El helado se había convertido en puro churre y me lo metí en la boca a toda prisa. Anda, vaya pinta... Estaba monísima con mis pantalones llenos de grasa y la pechera de la camisa manchada de chocolate. Una vez en mi despacho, marqué el número de la universidad de Antti, mientras me planteaba si debía sacar la falda del uniforme de mi armario. En eso estaba cuando se presentó Koivu en mi despacho, feliz y entusiasmado como un golden retriever. A juzgar por su expresión, se notaba que una vez más había conseguido alguna buena información. Volví a dejar el auricular sobre la horquilla del teléfono. Lo de Antti podía esperar.

—Desembucha.

—¡Bingo! —exclamó Koivu con una mueca—. La chica conocía al tal Peltonen. Se llama Tiiu Valve y al parecer ha trabajado para él en alguna ocasión. Se la llevó una noche del Kaivohuone para seguir la juerga con unos clientes franceses y que la chica los entretuviera, y a partir de ese día la llamaba de vez en cuando para que «echase una mano» cuando tenía alguna noche de sauna con los clientes de la empresa... ya sabes. De vez en cuando Peltonen le conseguía clientes sueltos, al parecer gente invitada por la empresa. Y eso es todo lo que la tal Tiiu sabe.

—¿Cuándo fue todo esto?

—La cosa empezó el verano pasado y el último cliente lo tuvo en mayo.

—Pero Jukka no era su chulo.

—No... era más bien una especie de intermediario. Le organizaba salidas a la chica, pero no se quedaba con el dinero.

—Pues vaya servicio de beneficencia —dije extrañada. No me parecía para nada acorde con la naturaleza de Jukka. Aunque, por otra parte, en un principio también se había mostrado dispuesto a echarle una mano a Jyri, y les había procurado un buen negocio a Sirkku y a Timo con aquello del aguardiente... Por no hablar de que había corrido con los gastos del aborto de Mirja sin decir esta boca es mía. ¿Y si ahora resultaba que la generosidad de Jukka había sido auténtica y que se trataba de un tipo estupendo?

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