Mi primer muerto (9 page)

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Authors: Leena Lehtolainen

Tags: #Intriga

BOOK: Mi primer muerto
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—¿Bien? ¿Cómo?

—Porque estaba claro que nadie quería irse solo a casa, menos Antti, aunque, naturalmente, intentamos que viniera. Nos hizo bien hablar de lo sucedido y reflexionar sobre cómo había pasado todo.

—¿Y cuál fue la conclusión a la que llegasteis?

—Pues que debió de ser un accidente, ¿no? Eso esperamos. Jukka no se mató, eso está claro. Se quería demasiado a sí mismo para hacer algo así. ¿O lo habrá matado alguien? Me parece tan irreal, aunque Jukka fuese un tipo irritante... Y sí, somos conscientes de que, mientras el caso no se resuelva, a todos nos van a tratar como asesinos en potencia. Sirkku es la que está más histérica con todo esto.

—¿Os estuvisteis echando la culpa unos a otros?

—Algunos sospechaban de Antti y se tomaron su negativa a venir como una señal de culpabilidad, pero no todos opinamos lo mismo. Jyri aseguró haber oído a Antti en la habitación de Jukka de madrugada, pero sabemos que estaba tan pedo que resulta poco probable que oyese nada... si Jukka fue asesinado. Mi candidata sigue siendo Tuulia. De vez en cuando le entran unos ataques de rabia tremendos.

—Aún no sé si puede hablarse de asesinato, pero al menos hemos encontrado un hacha en Vuosaari y tiene rastros de la sangre de Jukka. Y tus huellas dactilares, por cierto. ¿Cómo lo explicas?

Una expresión de sorpresa afloró a su rostro, pero al segundo rompió a reír, divertida.

—¿Y por eso me has hecho venir? Naturalmente que cogí esa hacha, un par de veces. Alguien se la había dejado tirada en medio del porche de la sauna y yo la quité de allí, no fuera que terminásemos tropezando con ella. Y luego, cuando pesqué el lucio por la noche, grité para que alguien me ayudase a matarlo y Antti trajo el hacha de la sauna y él mismo lo mató. A lo mejor con el barullo se quedó en el embarcadero. Si yo quisiera matar a alguien, seguro que me pondría unos guantes. En todas la novelas policíacas lo explican... —bufó Mirja—. ¿Había huellas de alguien más? De Antti seguro, porque estuvo cortando leña por la tarde, no como los demás chicos, que ni se molestaron. Antti comentó que le gustaba hacerlo, y vaya si se le nota en los bíceps... —Mirja se calló de repente, sonrojándose.

Me acordé de que Tuulia había comentado que Mirja estaba enamorada de Antti. En cierto modo, aquello la hacía más humana ante mis ojos. Y no se podía decir que tuviese mal gusto para los hombres, pensé, aunque al mismo tiempo suspiré algo decepcionada. Había una explicación natural para todo. Y claro, Mirja no tenía por qué haber contado toda la verdad. Antti también había podido usar el hacha más tarde para atacar a Jukka. Y tenía la fuerza y la habilidad necesarias para asestar semejante golpe. Además, éste se había producido desde arriba y, dada la diferencia de altura entre ambos, Antti era el único que habría quedado lo suficientemente por encima de Jukka, si éste estaba de pie en el momento del ataque. Sin embargo, de haber estado Jukka sentado, la diferencia de altura dejaba de ser importante. Me divertía un poco aquella necesidad tan evidente de Mirja de proteger a Antti. Al menos no parecía que estuviese intentando disimular sus sentimientos hacia él.

—¿Algo más? Mi pausa para el café no es eterna, pero como estoy tan cerca puedes hacerme venir cada día, si te da la gana —dijo Mirja con brusquedad, como si de repente se hubiese arrepentido de haber hablado demasiado.

Cuando Mirja se marchó, maldije de nuevo mi mala cabeza por no haberla invitado a nada, encima de haberla privado de su rato de descanso. Por otro lado, el interrogatorio con un café delante hubiese cobrado un matiz de charla informal, justo el tipo de situación que yo quería evitar a toda costa mientras trabajara en el caso.

Tras la aparente calma de Mirja, Antti me pareció muy triste. La camiseta y los vaqueros negros tal vez fuesen su atuendo habitual, pero, con aquel rostro tan pálido y los ojos enrojecidos, daba más bien la impresión de ir vestido de luto. ¿Cuál sería el porqué de aquellos ojos?, ¿el insomnio, la bebida, el llanto, o tal vez todo a un tiempo?

—Hola, perdona, no recuerdo cuál era tu cargo, ¿subinspectora? ¿Habéis encontrado algo ya? —me preguntó con voz cansada mientras se sentaba en la silla frente a mí.

—Sí. Hemos encontrado el arma con tus huellas —contesté con brusquedad. La hostilidad de Antti me irritaba mucho más que la de Mirja. Y aún me irritaba más, si cabía, el hecho de dejarme irritar por él. En tiempos, me complacía mirar a Jukka, tan guapo, pero tanto placer o más me daba hablar con Antti. No es que Antti me resultase feo, a mí, que siempre me ha parecido que los hombres como él, con la boca grande y la nariz aguileña, son muy atractivos. Mi ideal sería un cruce entre Mick Jagger y Dustin Hoffman. Le eché un vistazo a sus famosos bíceps, que tanto le gustaban a Mirja, intentando no perder mi expresión de indiferencia. No podía negarse que bajo la camiseta negra se ocultaban unos brazos pero que muy bien formados.

—¡Joder! ¿Estás intentando decirme que a Jukka lo mataron? —Antti no pudo disimular su sobresalto.

—Eso parece.

—¿De qué arma estás hablando?

—De un hacha que alguien había intentado esconder bajo la sauna. Las pruebas del laboratorio demuestran que se trata del arma homicida.

—Ah, esa hacha... —Algo que recordaba a una sonrisa apareció en los labios de Antti—. El sábado por la tarde me corté yo solito casi medio metro cúbico de leña con el hacha en cuestión, la única utilizable de todas las que tenían los Peltonen. Típico de esa familia... tienen por lo menos cuatro cuchillas de descortezar. Eso puede confírmatelo cualquiera, me refiero a lo de que estuve cortando leña, no a lo de las cuchillas. Y si quieres más pruebas, mira las ampollas que me salieron en las manos.

Antti me acercó las manos y las puso palmas arriba para que las viese bien, así que tuve que mirar y comprobar que, efectivamente, las tenía llenas de ampollas. Sus dedos eran muy largos.

—Debo de estar ya muy cascado para que me salgan ampollas por tan poco. Claro que mis huellas tienen que estar por fuerza en el hacha.

—Más tarde, esa misma noche, la usaste para matar.

—¿Qué coño estás diciendo?

—Mataste un lucio a sangre fría... —La expresión tensa de Antti se transformó en pura risa, algo que pareció sentarle bien. Iba a empezar a reírme también, pero me contuve a tiempo dándome mentalmente una patada en el tobillo.

—Pues sí, fue asesinato. No hubo nada que hacer, aunque no te negaré que lo que realmente me apetecía era soltar al pobre pececito. Parece que el hacha nos la dejamos en el embarcadero y... ¡qué demonios!

—¿Ha aparecido tu gato?

—¿Einstein?
Estaba durmiendo en el tejado de la sauna cuando volví a Vuosaari. Es lo que hace cada tarde cuando estamos allí, porque es cuando el sol le da justo de frente.
Einstein
nació debajo de esa sauna, es hijo de una gata que tuvieron los Peltonen y que ya murió.

Parecía que hablar de su gato lo ablandaba de alguna manera, pero no me quedaba más remedio que volver a lo fundamental.

—¿Cuánto dinero le debías a Jukka?

—¿Yo? ¿A Jukka? Pero ¿de qué coño estás hablando? Yo no le debía nada a Jukka, ¿por qué?

—¿Quién le debe dinero a Jukka?

—Tuulia fijo, algo le deberá, pero no creo que sea mucho. Los manejos de dinero de Jyri siempre han sido algo caóticos, por lo menos desde que nos conocemos, y creo que a él Jukka le prestó bastante. Jyri no sabe usar el dinero y va por ahí invitando a champán a todas las chicas que le parecen guapas. Jukka se sentía como una especie de hermano mayor y seguro que le echaba una mano de vez en cuando.

—Vale. Tendré que comprobarlo. Ayer, cuando hablamos, dejaste de lado a propósito la relación entre Jukka y Piia. ¿Cómo era?

El rostro de Antti se azoró por un instante.

—Si yo lo supiera... En general no era fácil saber cuál era la función que las mujeres tenían para Jukka. Sólo tuvo dos novias serias, Jaana y una tal Minna, con la que salió cuando iba al instituto. Las demás... —Antti hizo un gesto de impotencia extendiendo los brazos—. De alguna manera, Piia era un caso especial. Jukka no me hablaba mucho de ella, tal vez porque estaba al corriente de lo que yo pensaba. A lo mejor estaba realmente enamorado por primera vez en su vida. Eso ya no lo sabremos nunca.

—Tal vez no. ¿Has recordado algo más que pueda ayudarnos a aclarar lo sucedido?

—No, nada. Todo esto tiene cada vez menos sentido. Tengo miedo, me he pasado la noche en vela, pensando en mis viejos amigos, como Piia y Tuulia, y dándole vueltas a si alguno de ellos habrá matado a mi mejor amigo. Y ahora me dices que de verdad lo han asesinado. ¿Te das cuenta de lo que va a pasar? Todos empezaremos a espiarnos los unos a los otros, a volvernos en contra sólo para defender nuestro pellejo. Siento que tengo que proporcionarte un asesino lo antes posible, antes de que acabes por detenerme a mí.

«A ti y a toda la ACUEF, me parece...», pensé.

Antti prosiguió tras una breve pausa.

—A nuestro director, que se apellida Toivonen
[3]
, lo llamamos «el Desesperado». Me ha telefoneado hoy y créeme que le ha hecho todos los honores a su apodo. Mirja ya le había informado de lo sucedido: nuestro mejor bajo, muerto; una actuación que iban a pagarnos bien, cancelada; mala prensa para el coro, y, para más inri, es probable que alguno de los pilares principales del coro sea un asesino... No te digo más, que hasta está intentando retorcer las cosas diciendo que Jukka se hizo él sólito el agujero en la cabeza...

—¿Quién temes tanto que sea el culpable?

—Mira, eso tendrás que averiguarlo tú misma, Miss Marple. Creo que el entierro se va a celebrar dentro de dos o tres semanas, así que no detengas a nadie antes, para que al menos consigamos reunir a los mejores del coro para cantar. —Antti se cubrió la cara con las manos y luego la sacudió, como queriendo arrojar de sí los malos pensamientos—. Para Maisa... para la madre de Jukka, lo mejor sería poder enterrarlo lo antes posible. No está muy bien, emocionalmente, y temo que todo esto la destroce del todo. Es terrible para ella.

Desde mi regreso al cuerpo llevaba investigadas unas diez muertes, todas ellas homicidios cometidos en un momento de arrebato. Siempre eran dañinos, no sólo para la víctima y el homicida, sino también para sus respectivas familias. Despertaban inseguridades, culpabilidad, miedo y sospecha en todos ellos. Yo misma me sentía mal, por mucho que intentase siempre mantenerme al margen. Y ahora me sentía aún peor. Habría deseado tener en mi cabeza alguna tecla mediante la cual se pudiesen desconectar los sentimientos, dejándome sólo la inteligencia necesaria para llevar a cabo la investigación.

—Una cosa todavía, sobre el hacha... ¿Recuerdas dónde la dejaste después de rematar el lucio?

—La enjuagué para quitarle la suciedad y las escamas y creo que luego la dejé en el lado derecho del embarcadero. Y qué bien lo hice: al alcance de la mano de cualquiera... Si la hubiese llevado de nuevo a la sauna...

—No pienses en lo que deberías o no haber hecho —dije, aunque no sonó con la amabilidad que habría deseado, sino más bien como una orden.

Despedí a Antti precipitadamente, murmurando algo que ni yo misma recuerdo. Era cierto que tenía prisa, porque era mucho lo que había que revisar in situ. Pero una cosa me había quedado clara: me encontraba ante un asesinato premeditado, no ante un homicidio. Cualquiera de los presentes podía saber y recordar que el hacha estaba en el embarcadero y simplemente atraer a Jukka al lugar. Pero si el asesino no era ni Mirja ni Antti, entonces faltaban las huellas. Y, quién sabe, tal vez el autor de aquel asesinato premeditado había tenido tiempo de planear también cómo engañar a la policía.

4

Los pies enterrados en la arena que reluce

La carretera de circunvalación este parecía especialmente apacible aquella tarde. Me dirigía a la comisaría en un Lada gris deslavazado con los muchachos de la Científica, que iban contándose cosas. Había conseguido llevármelos a la villa de los Peltonen, con la intención de dejarla ya libre, tras aquella última visita.

En el puente de Vuosaari había un control. Iba a más de los sesenta kilómetros por hora permitidos, pero me pasé de largo a los guardias de circulación con cara de niña inocente. Me parecía que había pasado una eternidad desde que yo hiciera ese mismo trabajo. Como si seis años atrás yo hubiera sido otra persona.

En ese sentido, era más fácil la vida en la Brigada de Investigación Criminal, porque el trabajo en sí no me ocasionaba dilema moral alguno. Perseguir a los maltratadores y a los asesinos tenía, después de todo, algún sentido. En la Brigada de Seguridad Ciudadana estaba obligada a controlar minuciosamente las infracciones de los límites de velocidad, que entonces todavía no eran ni mucho menos el problema en que se han convertido hoy, y me pasaba la vida deteniendo a borrachos y poniéndoles multas a señoras que iban en su bicicleta sin las luces reglamentarias.

Luego me concedieron el traslado que yo quería, a la Brigada de Orden Público. Creía que iba a cambiar el mundo y a la gente, todo en uno, pero el único resultado visible de mi trabajo fue una continua sensación de impotencia. De nada servía la buena voluntad de una sola mujer ante los innumerables casos de gente que salía de una institución para entrar en otra, ante los drogadictos, las menores que se prostituían y los niños maltratados. Desde que iba a la escuela me había imaginado un futuro en el que yo llegaría a ser una especie de Madre Teresa, pero la realidad resultó decepcionante, no había forma humana de hacer nada. Reaccionaba con demasiada intensidad ante lo que sucedía a mi alrededor, y me di cuenta tarde de que era demasiado joven para soportar aquel caos interminable de crímenes. Ponerme a estudiar leyes había sido una necesidad, una búsqueda desesperada de sentido, un intento de poner orden en los mecanismos en los que me hallaba inmersa.

Y de nuevo me encontraba en el punto de partida, en la policía. Recordé lo que mi jefe me había dicho esa misma mañana sobre la posibilidad de continuar la sustitución a partir de septiembre, si yo estaba de acuerdo. El titular del puesto, Saarinen, tenía una baja prolongada por culpa de su espalda, que no le daba respiro, aunque Rane opinaba que la cosa era más bien psicosomática y que lo que pasaba era que estaba harto de su trabajo, harto de las borracheras de Kinnunen y de tener que sacarle las castañas del fuego continuamente, y que por eso estaba evitando por todos los medios regresar a su puesto.

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