Avanzó hacia mí buscando algo en el bolsillo de su chaqueta. Cuando me alcanzó, sacó la mano con algo entre los dedos y me atrajo hacia su pecho. Pude ver las pequeñas heridas de su bello rostro. Me miró compasivo, pero enseguida cambió la expresión al ver que en mis ojos no había ningún reproche.
—Quiero que vuelvas a la valla, la saltes y le digas a Mauro y a Eric que te saquen de aquí, ¿entendido? —Su voz se entremezcló con el sonido de un trueno.
Negué con la cabeza y me acerqué aún más. Rocé sus labios.
—No me iré sin saber que estás a salvo y que han llegado refuerzos. —Mi negativa no pareció gustarle.
—Kathia, por favor. Los refuerzos están en camino.
—¿Cómo lo sabes?
—Soy un Gabbana, confía en mí.
—Confío, pero eso no traerá a los refuerzos, Cristianno.
—Mi familia ya debe estar tomando la entrada del cementerio, así que deja de llevarme la contraria y vete.
—¡No! ¡No pienso dejarte aquí e irme sin saber cómo va a terminar todo esto!
—¡No puedes hacer nada aquí! ¡Solo pondrías tú vida en peligro!
—¿Y la tuya? ¿Acaso no importa?
—Eso es lo que estoy haciendo, poner mi vida a salvo. —Le miré con todo el amor que sentía. Su vida era yo.
Agaché la cabeza y me apoyé en su pecho, deseando besarle.
Acarició mi cabello apoyando su barbilla en mi cabeza.
—Por favor…
Asentí lentamente, mirándole.
—Yo te cubriré hasta los árboles. Después, camina recto y encontrarás la valla.
Miré mi mano y vi el reloj.
—Escóndelo ¿de acuerdo? —En mis manos estaba poniendo a recaudo todo el proyecto Zeus y ni siquiera vaciló al hacerlo. Sin aquella tarjeta, el ojo no valía para nada.
Asentí con la cabeza antes de que intentara darme un beso. Pero varias balas rebotaron en nuestros pies y Cristianno me lanzó hacia delante. Nos escondimos tras un panteón, pero aquello no pareció ser suficiente para él. Me tumbó en el suelo y se colocó encima, como escudo, para protegerme.
—¡Tienes que irte! —gritó al cabo de un momento. Me cogió del brazo y me levantó del suelo. Los disparos continuaban, pero no en nuestra dirección—. ¡Corre! Yo te cubriré.
Comenzó a disparar y pude ver que alcanzaba a uno que se ocultaba tras los árboles. Pero entonces, una bala impactó en el brazo de Cristianno. Cuando lo vi caer al suelo, grité y me paré en seco.
Deshice los pocos metros que nos separaban sintiendo que era a mí a quien habían disparado. La cólera se abría paso entre el temor por lo que pudiera pasarle a Cristianno. En aquel momento noté que nada de la antigua Kathia Carusso quedaba en mí, nada. Solo la fachada exterior. Habían herido a la persona que más amaba en el mundo, y el dolor y la rabia que crecía en mi interior lo cambiaba absolutamente todo.
Estaba a punto de llegar hasta él, cuando alguien me cogió del pie y me hizo caer de bruces. Me giré en el momento en que Valentino me estiraba del pelo para ponerme en pie. Cristianno se estaba incorporando, pero seguía en el suelo, y observó la escena con los ojos inyectados en sangre.
Cristianno
Vi cómo Valentino arrastraba a Kathia hasta que se perdieron en la oscuridad. Se la llevó con él y solo pensar en lo que podía ocurrirle me desgarraba por dentro. El dolor de mi brazo no era nada comparado con la opresión que sentía en el estómago. Intenté ponerme en pie e ir en su busca, pero una ráfaga de disparos me lo impidió. No se iban a detener hasta matarme.
—¡Cristianno, joder! —gritó Alex al ver la sangre de mi brazo. Llegó disparando y se hincó de rodillas a mi lado.
—No te preocupes, ha sido un rasguño. Se ha llevado a Kathia.
Los ojos caramelo de Alex se tornaron negros como el carbón por la ira que se concentró en ellos.
—¿Quién?
—Valentino. Tengo que ir a buscarla, le harán daño. —Intenté incorporarme.
—Primero tenemos que salir de aquí, rápido.
Me cogió de los brazos y me levantó del suelo colocándose detrás de mí. Después comenzó a disparar para protegernos.
—¿Puedes correr? —gritó, mientras nos acercábamos a los árboles.
—Sí… vamos, Alex. —Volví a tomar el control de mi cuerpo; no era la primera vez que sufría una herida como aquella. Tenía que reponerme e ir en busca de Valentino. Debía rescatar a Kathia fuera como fuese.
Cuando llegamos a la valla, Mauro nos vio y quiso salir del coche. Eric intentó guardar su pistola para venir a ayudarme al ver que estaba herido. Pero no le dio tiempo, nuestros perseguidores volvieron a abrir fuego. Donde estaban no tenían cobertura y el ruido de la tormenta había impedido que se dieran cuenta de que habíamos tenido complicaciones.
—¡¿Qué demonios ha pasado?! —preguntó Mauro, fuera del coche.
—¡No te bajes, acelera! —grité antes de saltar sobre el asfalto. Eric me tomó del brazo para ver la herida. —Estoy bien, de verdad. Ni siquiera me duele.
—¿Dónde está Kathia? —preguntó en cuanto entramos en el vehículo.
—La tiene Valentino. Han escapado por la puerta principal. Pero no creo que puedan salir… —No podrían porque seguramente la entrada ya estaría tomada por los Gabbana. Kathia se debía de encontrar en medio de un fuego cruzado.
Mauro comprendió mi mirada y sin quitarme la vista de encima aceleró haciendo que las ruedas chirriaran. Algunos disparos rebotaron en los cristales blindados. Giró bruscamente y aceleró aún más.
Ya podía ver la entrada del cementerio y estaba en lo cierto, estaba tomada. Pero no por los nuestros. Vimos forcejear a Kathia. Evitaba entrar en el coche colocando los pies en la puerta y presionando con fuerza. ¿De dónde sacaba tanto valor? Valentino se enfureció y le dio la vuelta apoyándola en la carrocería. Le dio una fuerte bofetada. Tenía que derribarla para poder doblegarla.
—Hijo de… —mascullé encolerizado. Valentino arrancó su coche—. ¡Síguele!
Mi primo lo siguió como yo había ordenado. La silueta de Kathia en el interior del coche continuaba forcejeando. Cogió el volante y lo giró haciendo que el coche se desviara. Valentino volvió a darle una bofetada.
Cogí mi arma y saqué el cargador del bolsillo trasero de mi pantalón. La cargué y bajé la ventanilla.
—Quiero que te pongas a su lado. Pienso pegarle un tiro. —Mauro negó con la cabeza.
—Cristianno, si disparas, el coche se desviará y provocarás un accidente.
—¡Joder! —Le di un patada al salpicadero.
—Si disparo a la ventana trasera me podría colar en el coche —dijo Eric bajando su ventanilla y cargando su pistola.
—Dispararé a Valentino en cuanto cojas el volante.
Eric sacó medio cuerpo por la ventanilla y disparó, pero la bala alcanzó la rueda. El coche chirrió y se desvió del camino, pero Valentino enseguida lo enderezó y lo colocó frente a nosotros frenando bruscamente. Mauro hizo lo mismo una décima de segundo después.
Valentino cogió a Kathia del pelo y la sacó fuera. Se situó entre los dos coches y me mostró a Kathia, que se sujetaba el cabello para que no le resultara tan doloroso. Apreté tan fuerte la mandíbula que creí que se partiría. El muy cobarde la estaba utilizando de escudo para que no pudiéramos dispararle.
Apuntó su cabeza. Ella no pareció asustarse, solo me miraba a mí en busca de la herida que me había provocado el disparo. Me removí en el asiento y abrí la puerta saliendo con rabia. Eric hizo lo mismo saltando por la ventana y Alex y Mauro cargaron sus armas y abrieron sus puertas.
Me coloqué frente a ellos, a unos dos metros, y solté la pistola lanzándola a sus pies. Abrí las manos y torcí el gesto. Si me quería a mí, allí me tenía, pero no dejaría que tocara a Kathia. Ella tragó saliva y me miró suplicante. Quería que volviera al coche, pero mi actitud glacial le contestó con una negativa.
—Si no dejas de seguirme, la mataré. —Apretó la pistola contra la cabeza de Kathia con más fuerza. La trataba como si fuera un guiñapo.
—No, no lo harás —le rebatí mirándole fijamente—, porque si lo haces nunca conseguirás lo que quieres.
Valentino vaciló y sus ojos se cargaron de odio.
—¡Dame el ojo y la soltaré! —La obligó a arrodillarse bruscamente. Kathia se hincó de rodillas en el suelo y gimió por el dolor—. Lo juro, Cristianno, la mataré si realmente eso es lo que te hace daño.
—Eres tan cobarde. ¿Por qué no me matas a mí?
Los ojos de Kathia se abrieron de golpe y me observaron enfurecida.
—Porque quiero verte sufrir. Vamos, yo te doy lo que quieres y tú me das lo que quiero. Son negocios… Esto es la mafia, Cristianno. Lo sabes mejor que nadie, es lo que haces todos los días.
Lo dijo creyendo que Kathia no sabía nada, que se sorprendería al escuchar esas palabras, pero no logró nada. Ella ya lo sabía todo de mí y aun así quería estar conmigo.
—Puedes matarme si quieres, Valentino, pero no lograrás nada —masculló Kathia forzando una sonrisa.
—Cállate —escupió Valentino tirando de su cabello.
—Sabes que sois demasiado débiles. No ganaréis esta batalla —continuó Kathia.
—¡Cállate! —aulló Valentino fuera de sí.
—¡Siempre estaréis detrás de los Gabbana, porque habéis nacido para ser los segundos!
—¡Kathia, por favor! —grité.
Dos coches se sumaron y un hombre asomó la cabeza por la ventanilla y gritó:
—¡Los Gabbana! ¡Ya están aquí, tenemos que irnos!
Miré a Kathia con la intención de llevármela conmigo, pero ella se resistía a que yo cayera en la trampa de Valentino. No habría cambio. Él se llevaría a Kathia y el ojo consigo, y yo lo perdería todo. Ella me negó con la mirada serena.
—¿Qué decides?
No hablé, no pronuncié palabra, porque Kathia me lo suplicaba con sus ojos plateados. Sabía que no la matarían porque lo que querían no lo conseguirían con su muerte. Pero no las tenía todas conmigo. Antes de que decidiera entregarle la bolsa, Valentino alzó a Kathia del suelo y la arrastró hasta meterla en el coche.
Mi familia ya estaba cubriendo la calle, pero Valentino salió chirriando ruedas y no llegaron a tiempo de pararlo. Se llevaron a Kathia y yo me quedé bajo la lluvia viendo cómo lo que más quería en mi vida se alejaba en ese coche.
Varios vehículos se detuvieron derrapando a mi lado, pero no me moví, me quedé allí, contemplando la nada. Desvié la mirada al ver a mi padre abrir la puerta y salir impetuoso del coche. Estaban todos, absolutamente todos los Gabbana. Mi padre me observó con los ojos entrecerrados.
—Demasiado tarde… —murmuré, caminando hacia él.
—¿Qué ha pasado? —preguntó algo enfurecido. Al parecer, ya sabía que habíamos estado en el panteón.
Eché mano a la bolsa y se la estampé en el pecho sin ningún miramiento.
—Pero ¿qué…? —No supo mediar palabra. Estaba demasiado aturdido observando el ojo azul oscuro de su hermano.
—Esta es la única llave que abre la caja fuerte de Fabio. Dentro está lo que buscan los Carusso. —Retomé mi marcha.
—¿Qué tiene que ver el proyecto Zeus con lo que acaba de ocurrir? Exijo una explicación, Cristianno. —Me detuvo.
—Papá, Valentino se acaba de llevar a Kathia y no quiero pensar en lo que le va a ocurrir porque todo lo que imagino es peor que la muerte.
—¿Qué pinta Kathia en todo esto?
—Os lo explicaré… todo.
Entré en el Maybach de mi padre y esperé envuelto en el calor de aquel asiento de cuero.
Cristianno
Mi padre apagaba un cigarrillo mientras encendía otro. No dejaba de caminar de un lado al otro; estaba totalmente abrumado con lo que había sobre la mesa: el ojo de Fabio.
Alessio estaba totalmente pálido y no era capaz de mediar palabra. Solo contemplaba las ventanas de la sala donde se había improvisado la reunión.
—¿Por qué no me contaste nada? Eres mi hijo —dijo mi padre mirándome con reproche.
Yo estaba apoyado en la pared. No era capaz de acercarme. Mi mente estaba lejos de allí, con Kathia. Que Enrico estuviera allí con nosotros no ayudaba a que me tranquilizase, porque Kathia no tenía a nadie que pudiera protegerla.
—No te enfades, papá. Ahora mismo tengo a una de las personas más importantes de mi vida bajo la custodia de los Carusso. Solo Dios sabe lo que le estarán haciendo, así que no me sermonees, porque ahora no podría prestarte la atención que sin duda mereces —dije cabizbajo.
Mi padre resopló y Alessio se levantó de la silla frotando su frente.
—¿Crees que no me importa? Todo lo que sea importante para ti es importante para mí. Además, yo tengo la misma sed de venganza que tú, pero debisteis explicármelo todo. Si lo hubierais hecho, ahora Fabio no estaría muerto —dijo mi padre.
Aquellas palabras entraron en mi pecho como cuchillas. Él no me estaba culpando, pero su contundencia me hizo sentir culpable. Por un momento sentí que yo había matado a Fabio.
—Si os hubiésemos contado algo, muchos de esta sala estarían haciéndole compañía. Seguramente, yo el primero —interrumpió Enrico antes de que Alessio se diera la vuelta, encolerizado.
—¡Basta! ¡Pienso ir a la mansión Carusso y matarlos a todos! —gritó dando un golpe en la mesa.
—Estoy de acuerdo. Si aparecemos ahora, los pillaremos desprevenidos y podremos eliminarlos —secundó mi hermano Diego.
Mi otro hermano, Valerio, negó con la cabeza incrédulo. A él no le gustaba hacer las cosas a lo bruto. Prefería la tranquilidad y que todo llegara a su debido momento y con su orden correspondiente.
—Seguramente, no estarán en la mansión —murmuró Enrico, mirándome con el rabillo del ojo. Cerró los ojos y apretó la mandíbula. Como si estuviera sintiendo el dolor que yo sentía.
—¿Por qué demonios se atreven a desafiarnos? ¿No se dan cuenta de que todo lo que tienen lo han conseguido gracias a nosotros? Se lo podemos arrebatar cuando queramos —dijo Mauro.
—Estás en lo cierto, pero el poder hace que desees más poder. No parece ser suficiente para ellos. Ya sabemos cuáles son sus intenciones. No solo quieren Roma sino también Italia. Y si tienen que eliminarnos, lo harán —dijo con frialdad mi abuelo Domenico.
—No, si antes lo hacemos nosotros —añadió Diego—. Roma ya tiene dueño, no nos vencerán tan fácilmente.
Valerio no dejaba de mirarme fijamente. Sabía que le debía una explicación después de hacerle piratear la base de datos del hotel Plaza.
—No cabe duda, pero debemos trazar un plan muy exhaustivo. Os recuerdo que las elecciones son mañana y Adriano se alzará con el poder —murmuró mi padre, casi para sí mismo.