—Eso mismo le pregunto yo —intervine mirando a Valentino expectante.
Él me devolvió una mirada cargada de furia pero supo disimular.
—Bueno, nos amamos demasiado y es una tontería esperar, ¿no es cierto, cariño?
Si las miradas matasen, Valentino habría caído fulminado. Me lo quedé mirando con cara de póquer hasta que dejó de hablar y se despidió de todos los periodistas.
—Eres un hijo de…
—Dime una cosa, Kathia —me interrumpió—, ¿por qué te resistes? ¿Por Cristianno? —Apreté los dientes al escuchar su nombre—. Cuidado con el escalón.
Como el gran «caballero» que era, Valentino pasó primero y se puso a hablar con los invitados reunidos en la cubierta de proa.
Sin poder evitarlo, miré hacia el puerto. Sabía que no los vería, pero me encantaba pensar que estaban allí, escondidos en alguna parte. Por un momento creí que les tenía a mi lado, y aquello me dio fuerza.
En cubierta, me quité el chaquetón. No es que hiciera calor, pero quería exhibir aquel maravilloso vestido, lo que provocó no pocas miradas, algunas de ellas procedentes de los camareros. ¡Los camareros! Ellos no tenían la culpa de nada y sus vidas…
Entonces, sentí una caricia conocida en mi brazo.
—Estás preciosa —susurró Enrico en mi oído antes de que me diera la vuelta y le mirara—. ¿Estás bien?
—Todo lo que uno puede estar en una situación como esta. —Me obligué a sonreír—. Tengo ganas de que todo termine.
—Solo quedan un par de horas. ¿Recuerdas lo que te he dicho?
—Perfectamente.
—Por favor, Kathia, no te pierdas de vista. Saldremos del barco quince minutos antes de la explosión.
Volví a mirar a los camareros, a la orquesta. Todos ellos morirían. Y mi familia… también.
—Aquí no hay gente inocente, Kathia. Todos están implicados. —Enrico interrumpió mis pensamientos—. Desde el primer camarero hasta el último violinista. Todos saben lo que se cuece aquí.
Los miré de nuevo y escudriñé en sus ojos. Seguramente era cierto, y mis ojos inexpertos no lo habían descubierto. Tenía que aprender tantas cosas…
—No te lamentes, porque no hay nada que lamentar.
—Quince minutos antes de las doce —susurré mirando el suelo.
—Quince minutos.
—Por favor, presten atención, será solo un momento —dijo Valentino subido en el escenario.
Le miré temerosa presintiendo lo que se disponía a hacer.
—Quiero aprovechar esta pequeña reunión para hacer publico algo muy importante para mí.
«Pequeña reunión, será imbécil.»
—Kathia, mi amor, ¿por qué no te acercas?
Me sonrojé al percibir las miradas de todos los asistentes. Di un paso atrás, pero Enrico lo evitó.
—No pienso ir —musité, negándome.
—Quince minutos antes de las doce, ¿recuerdas? —me animó Enrico indicándome con la mirada que caminara hacia Valentino.
«Cristianno, en un rato estaré contigo», pensé mientras fingía una sonrisa.
Subí al escenario y Valentino cogió mi mano.
—Bien, todos sabéis que esta es una noche muy importante. Pero no solo porque estamos aquí reunidos celebrando que mi padre ha ganado las elecciones, aunque… ¿quién lo dudaba? —Todos rieron con aquel chiste sin gracia—. También porque quiero deciros que estoy enamorado. —Se oyó un «¡Oh!» al unísono. Repugnante—. Y quiero que todos seáis testigos de este momento. —Valentino me miró y se acercó a mí—. Kathia, ¿quieres casarte conmigo?
Mi corazón se paralizó y todos los invitados dejaron de respirar para escuchar la respuesta. Se les notaba locos de contento. Enrico se atusó el cabello con nerviosismo y mi padre me hacía señas con los ojos para que dijera el puñetero «Sí, quiero» de una vez.
Entonces, vi a Virginia apoyada en la barra, que me miraba por encima de su copa mientras Jago le besaba el cuello. No me casaría con Valentino, solo debía fingir que sí lo haría.
Lo miré y sonreí.
—Sí, claro que sí. —Solo Enrico supo comprender la sorna de mis palabras.
Estallaron en aplausos mientras soportaba los besos de Valentino. Me abrazó con fuerza.
—Has estado genial —susurró.
—Lo sé. Ahora, si me disculpas, tengo que ir al lavabo. Me han entrado ganas de vomitar.
Me alejé deprisa esquivando a toda la gente que se empezaba a agolpar alrededor para felicitarnos. Descendí unos escalones y entré en una pequeña sala. Después crucé un pasillo hasta los lavabos. Entré empujando con fuerza. Necesitaba estar sola, aunque solo fueran cinco minutos.
Me humedecí la cara y me contemplé en el espejo cuando vi que el pomo de la puerta giraba. La persona que menos esperaba apareció con una gran sonrisa en su cara.
—Vaya, vaya, mira a quién tenemos aquí. La señora Bianchi —dijo Virginia con chanza mientras cerraba la puerta y se apoyaba en ella.
Cerré el grifo y me di la vuelta. La miré de arriba abajo y sonreí.
—Sabes, Virginia, me pregunto si te sientes cómoda con ese vestido. La verdad es que es un corte muy caído para que lleves corpiño. —Torcí el gesto cuando ella endureció sus facciones. Sus ojos miel se tornaron carbón. —¡Ah, perdona, no es un corpiño! Lo olvidaba, lo siento.
Cristianno
Me puse rígido en cuanto escuché la voz de Kathia por el auricular que llevaba en la oreja. Toda mi familia me observó, y Mauro me colocó la mano en el hombro y la apretó levemente para tranquilizarme. Ya había escuchado demasiadas cosas aquella noche (una de ellas, el compromiso de Valentino y Kathia) y lo único que quería era ver aquel barco estallar con todas las ratas dentro.
Me apoyé en el capó de uno de los coches y me crucé de brazos. —Tú eres tan traidora como yo —dijo Virginia con tono altivo—. No te hagas la tonta, sabes de lo que hablo.
Al parecer, Kathia la miró incrédula.
—Al menos yo no he matado a nadie —masculló.
—Lo harías —dijo Virginia.
—Sí, pero no del mismo modo que tú. Si no le amabas, solo tenías que alejarte. Pero preferiste traicionarle y permitir que lo mataran.
Miré de reojo a los demás. Todos escuchaban atentos. Mauro, Eric y Alex parecían orgullosos de que Kathia estuviera hablando con tanto aplomo.
—Tú no sabes nada de eso —farfulló Virginia.
—Lo vi todo. Estuve allí y vi cómo caía. Cómo se desangraba. Tu amor por otro le llevó a la tumba. Y ni siquiera derramaste una lágrima. Eres una sucia ramera.
En ese momento fue mi padre quien se tensó al percibir la angustia en la voz de Kathia. Ella había sido testigo de la muerte de Fabio y a todos nos dolía que hubiera sido así.
Se oyó un golpe seco y yo me incliné hacia delante para atisbar hasta el último rincón del yate. Desde aquella parte del puerto no se podía ver mucho, solo se apreciaba la gran cantidad de luces y el rastro de la orquesta que llegaba mezclado con la brisa y el sonido del mar.
—¿En qué piensas mientras te acuestas con él? —preguntó Virginia, mientras Kathia jadeaba. Intentaba soltarse de algo.
—¿En qué debería pensar? —gimió Kathia.
—¡Basta! —grité cogiendo mi pistola y cargándola. Antes de que pudiera dar un paso, mi primo me detuvo—. ¡Pienso coserla a balazos!
—Cristianno, no parece que necesite ayuda —añadió Alessio que fumaba con aparente tranquilidad apoyado en su coche.
—Pelea de gatas —dijo guasón Valerio antes de que lo fulminara con la mirada.
—No, Valerio, ni se te ocurra bromear con esto —le apunté con mi dedo índice.
—En la traición no eres menos zorra que yo —seguía diciendo Virginia.
Apreté la mandíbula y caminé hasta mi padre. Tenía las manos guardadas en los bolsillos de su gabardina y observaba el barco.
—Si vuelve a insultarla te juro… —No me dejó terminar.
—Te quedarás ahí quieto —masculló.
—Yo, al menos, no finjo amar a los dos. Solo amo a Cristianno y con él tengo más que suficiente. En cambio a ti no te bastó con uno. Tenías que acostarte con los dos.
Escuchar a Kathia decir que me amaba era superior a mis fuerzas, mi respiración se paralizó bajo la sonrisa comprensiva de mi padre.
—Debería haber matado a Cristianno. Seguramente, todavía esté a tiempo si se lo digo a Valentino —dijo Virginia.
De fondo, escuché la respiración agitada de Kathia.
—Si le tocáis un pelo te juro que tú serás la primera en mi lista de muertes.
—¡Esa es mi chica! —exclamó Alex dando una patada al aire—. Silvano, creo que tu hijo por fin ha encontrado la horma de su zapato. —Terminó sonriendo, como todos.
A esas alturas, todos adoraban a Kathia.
—No tienes valor —masculló la pelirroja.
—No vuelvas a mencionar su nombre. No te acerques a él. Te mataré mil veces si hace falta —repuso Kathia con una voz que jamás le había escuchado. Realmente, parecía furiosa—. No me subestimes. Bajo este vestido hay mucha más mujer que tú. Y ahora, si me permites, debo volver. Me están esperando.
—Como si te importara —susurró Virginia.
—No, tienes razón, me importa una mierda quien esté allí arriba, porque lo que realmente amo no está en este barco. Porque daría cualquier cosa por llevar el apellido que tú has deshonrado. No has sido una buena Gabbana. —Kathia salió de aquel lugar.
Mi familia no cabía en sí de gozo tras haber tenido el privilegio de escuchar lo que acaba de decir Kathia.
«Muy pronto serás una Gabbana, te lo prometo», dije para mis adentros.
—En fin —suspiró Virginia—. Siéntete orgulloso, Cristianno. Es la última vez que la oirás hablar.
Miré a mi padre mientras escuchaba cómo Virginia empujaba a Kathia. Cogí los prismáticos que portaba Emilio y los guié hacia el barco con la esperanza de verla, pero todavía estaban abajo.
—¡Joder! —grité, volviendo a mirar a mi padre.
—¿Crees que soy tan estúpido como para ignorar que ibas a traicionarnos de nuevo? —habló mi padre dirigiéndose a Virginia.
Me detuve frente a él.
—Silvano, tengo a Kathia. Deberías rendirte. Termina con esto de una vez. Hemos ganado —dijo Virginia.
Volví a cargar mi arma mientras Alex me lanzaba varios cargadores y un silenciador.
—No, mi querida Virginia, esto termina cuando yo lo diga. —Mi padre desconectó el micrófono para que la pelirroja no pudiera escuchar lo que hablaba, pero sí continuamos escuchándola a ella. Kathia gimió por un golpe mientras mi padre miraba el reloj—. Tienes diez minutos para sacarla de allí, ni uno más, como tú bien dijiste. En trece minutos el barco explotará —me dijo mi padre mientras cerraba los ojos al escuchar a Kathia gemir.
Asentí con la cabeza y sin pensarlo me quité la gabardina para que no me estorbara para nadar. Me alejé de ellos con rapidez enroscando el silenciador de mi pistola.
Kathia
Salí del lavabo y atravesé el pasillo cuando Virginia me lanzó al suelo con fuerza. En ese momento descubrí el auricular que llevaba en la oreja. Los Gabbana debían de estar escuchando nuestra conversación y no quise que me oyeran lamentarme por el dolor. Pero lo cierto es que aquel simple y débil empujón había despertado las lesiones internas dejándome aturdida por un momento.
—Silvano, tengo a Kathia. Deberías rendirte. Termina con esto de una vez. Hemos ganado —dijo contenta Virginia, cometiendo el fallo de darme la espalda.
«No habéis ganado. No dejaré que ganéis.»
Le di una patada en la pierna antes de levantarme. Gracias a la abertura de mi vestido pude moverme con agilidad. No estaba acostumbrada a pelearme, y menos a hacerlo con una persona que parecía tener experiencia, pero no me di por vencida.
Virginia me dio un bofetón y yo arremetí dándole un puñetazo en el pecho. Se le escapó un gemido al toparse con una estatua y caer. Me lancé sobre ella aprovechando que estaba en el suelo y le di varios puñetazos en la cara. Aun así, pudo cogerme del pelo y estirar hasta que la solté.
Me levantó del suelo sin dejar mi larga melena y se acercó hasta la mesa que había en aquella sala. Cogió un abrecartas y me lo puso en el cuello.
—No hagas tonterías, ¿de acuerdo?
Caminamos hacia la cubierta. No opuse resistencia, esperando el menor descuido para contraatacar.
El primer rostro que vi después de subir los escalones fue el de mi cuñado. Al parecer, ya estaba al tanto de todo y cuando me vio cerró los ojos con dolor. La situación se había complicado y él lo sabía. Lo sabía muy bien.
Los invitados iban soltando grititos de sorpresa y se iban separando en grupos conforme Virginia pasaba entre ellos. No dejaba de presionar el abrecartas sobre mi cuello.
—Angelo, tenemos un problema —gritó Virginia, ante el rostro impasible de mi padre.
Sin duda no me lamentaría de que él muriera en ese barco porque estaba claro que a él mi vida le importaba bien poco. Ni siquiera se inmutó, y mi madre… tampoco. Enrico mantuvo el tipo. Ser descubierto en medio de todos habría supuesto mi muerte y la suya.
—Quiero que todos salgáis del barco.
—¿Por qué? —preguntó Valentino desde el fondo de la cubierta.
Le habíamos interrumpido una conversación bastante caldeadita con una morena de metro ochenta.
—Los Gabbana nos vigilan desde alguna parte del puerto y el vestido que llevo va cargado de nitroglicerina. Tienen intención de hacerlo explotar, pero dudo que lo hagan si tengo un seguro de vida como este —dijo, mirándome con desprecio.
La mayoría de invitados empezaron a correr despavoridos por el barco. Nos encontrábamos a bastantes metros del puerto, pero la gente no dudó en saltar por la borda. Perdí a Enrico de vista entre el tumulto.
En menos de unos segundos, se formó un caos apoteósico. Todo el mundo gritaba y corría de un lado al otro mientras yo seguía prisionera bajo los brazos de Virginia.
—¿Qué opinas ahora, Silvano? Si haces estallar la bomba, Kathia morirá conmigo. Así que dile a tu hijito que la desconecte si no quiere recoger a su novia en trocitos.
—¡No! —grité, antes de darle un codazo en la nariz.
El abrecartas me hizo un rasguño en el cuello, pero cayó al suelo.
Y yo aproveché para salir corriendo en busca de Enrico mientras me limpiaba la sangre.
Cristianno
Me aferré a un cabo y empecé a trepar. Había tenido que nadar desde la bahía, pero ya estaba allí. Me sujeté a la barandilla y me impulsé hacia dentro de la cubierta de popa lo más silenciosamente que pude. Me pareció escuchar la voz de Virginia.