—Creo que he encontrado mi alma gemela. Con la diferencia de que tú eres sexy de natural y yo tengo que luchar por serlo. —Daniela meneó la cabeza de un lado a otro.
—No desesperes.
—Lo intentaré. —Reímos antes de que prosiguiera con sus fugaces y agudos retratos—. Esa es Nikki Gilardino, y la larguirucha es Mía Fiorentini. Son las secuaces de tu primita. Igual de zorras, créeme.
—No creía que nadie pudiera igualarla —dije.
Daniela soltó una carcajada.
Nikki era una morena bajita y peripuesta, pero la llamativa (si se le puede llamar así) era Mía, una pelirroja estirada que enseguida me recordó a una llama.
—Y esa que está apoyada en la pared es Laura. —Daniela se acercó a mí para susurrarme—: No te fíes de ella, es una chismosa. También es la encargada del periódico de la escuela.
Era una chica rubia y bastante atractiva. De lejos se podía confundir con una Barbie en edición limitada… no por prestigiosa, sino por lo pronto que se hartarían de ella.
Con el dedo índice se enroscaba un mechón de su cabello mientras coqueteaba con un chico de cuerpo perfecto. Me recreé en mirarle. Nadie llevaba el uniforme como él: desenfadado, pero elegante. Era desgarbado y alto, de espalda ancha y marcada. Solo la visión de sus hombros ya incitaba a fantasear. De cintura para abajo…, aparté la mirada. Se me estaba yendo la olla. Me imaginaba qué haría si estuviese en la posición de Laura; para empezar, no entrar en clase.
El chico tenía un brazo apoyado en el marco de la puerta de mi clase y susurraba algo a Laura con sensualidad mientras deslizaba sus labios por la mejilla de la chica.
Daniela solo me había ido informando sobre las chicas, así que decidí preguntarle por el sector masculino del colegio. Pero cuando iba a hacerlo, ya en la entrada de la clase, me topé con su rostro.
El muchacho que coqueteaba con Laura ¡era el mismísimo loco del taxi! Me sobresalté tanto que choqué con el marco de la puerta. Él me miró por encima de su brazo y me sonrió de una forma tan sensual que por un momento me quedé embobada mirando su boca. Reaccioné enseguida poniendo cara de asco para disimular. Él sonrió más.
—¡Tú! —susurré impactada.
—Hola, Kathia. —El tono de su voz me recordó al de Mauro—. Debo decir que el uniforme te queda de escándalo.
—Cállate —interrumpió Daniela tapándole la boca. Sonrió mientras lo hacía.
Entré con ella en clase y caminé hacia el pupitre del final casi sin darme cuenta.
—¿Estás bien? —preguntó Daniela.
—¡Ese de ahí es el capullo que robó el taxi! —dije exaltada, señalándole.
Venía hacia mí mientras yo tomaba asiento.
—¿Cristianno Gabbana? ¡Lo sabía! —Dani chasqueó los dedos.
—¡¿Cristianno Gabbana?!
Cristianno
—¿Me llamabas? —Tomé asiento a su lado con la vista fija en un botón de su camisa que andaba suelto. Pude ver el inicio de su pecho.
Laura apareció detrás del cristal que daba al pasillo y me hizo un corte de mangas antes de entrar en su clase.
Ciao, bella
, pensé acercándome más a Kathia.
—Vete de aquí —masculló con aquellos labios carnosos.
—Es mi clase.
—Vete del pupitre.
—Es mi sitio.
Kathia miró a Daniela con ojos interrogantes. Mauro apareció en ese momento.
—Es cierto, es su sitio —dijo Daniela, encogiéndose de hombros.
—Mauro, ¿te importa sentarte con Dani? —Ni siquiera le miré, solo tenía ojos para intimidar a Kathia.
Estaba comenzando a divertirme.
—¡No! Me sentaré yo con ella. —Se acercó demasiado.
Quiso levantarse, pero se lo impedí coincidiendo con la llegada de la señora Sbaraglia, la profesora de biología. Miré a Kathia directamente y le guiñe un ojo; esperaba que resoplara o que hiciera cualquier gesto de desesperación, pero no hizo nada. Solo me observó fijamente mientras apretaba la mandíbula. Me estaba retando, así que le concedí el placer aceptando el reto con una sonrisa.
—Soy Cristianno Gabbana. —Me acerqué a ella—. Me alegro de verte.
—Kathia Carusso —dijo mirándome a los ojos—. Yo no puedo decir lo mismo.
—Señora Sbaraglia, me alegra informarle —dije con sorna recostándome en el asiento— que tenemos una nueva alumna.
Kathia frunció los labios antes de enviarle una sonrisa a la profesora.
—¡Oh, sí! —Sonrió Sbaraglia mirando su ficha—. Es cierto.
—Propongo que se presente, ¿qué le parece? —Miré a mi nueva compañera de asiento de forma chulesca y comprendí por su gesto que ya me odiaba. ¡Perfecto! Un nuevo récord.
—¡Por supuesto! —ratificó la profesora.
Kathia
Tomé asiento en la cafetería con un café entre las manos. Me había reunido con mis amigos y esperaba que los treinta minutos de recreo me sirvieran para calmarme. Cristianno había estado jodiéndome las tres primeras horas y mucho me temía que insistiría en las tres próximas.
Saqué mis apuntes de química y comencé a realizar unas fórmulas.
—Me parece increíble. Cristianno nunca se sienta con nadie que no sea Mauro —dijo Luca risueño.
Al parecer, sus otros amigotes iban a otra clase. Intenté no distraerme con la conversación… pero no lo logré.
—Bueno, Kathia, ¿qué pensaste cuando reconociste que era el «loco» del taxi? —añadió Luca provocando las risas de mis amigas.
Resoplé poniendo los ojos en blanco, pero de inmediato me quedé petrificada. Por encima del hombro de Erika vi cómo Cristianno y sus amigos se acercaban con decisión. Pensé que pasarían de largo, pero Cristianno cogió una silla de una mesa cercana y la colocó justo a mi lado. Tomó asiento de la manera más condenadamente sexy que había visto en mi vida. Apoyó sus codos sobre las rodillas entreabiertas y me contempló con el gesto torcido. Todo en él me provocaba; y fui consciente de que si me quedaba mirándole demasiado tiempo, corría el riesgo de perder la cabeza.
Saludó a los demás dedicándoles su mejor sonrisa, que terminó cuando me miró a mí. Su primo, Mauro, prácticamente se vio obligado a sentarse al lado de Erika, pero ella fingió no prestarle atención; se estaba haciendo la ofendida. Un muchacho alto y fornido acarició el cuello de Daniela haciendo que esta se estremeciera y cerrara los ojos. Cuando el chico tomó asiento, se observaron: se estaban diciendo millones de cosas sin que nadie pudiera escucharles. Se percibía que allí había algo más que amistad.
El muchacho rapero y delgado fue el que mejor me cayó a simple vista. Parecía alegre y no pude evitar pensar cómo podía ser amigo de Cristianno alguien así. Se acercó hasta mí.
—¡Kathia! —exclamó, dándome un fuerte beso en la mejilla.
Me dejó descolocada.
—Soy Eric. ¿No te acuerdas? Una vez te hice un dibujo de Sailor Moon —añadió provocando la sonrisa de Cristianno.
Aparté un momento la vista de Eric para fulminar a Cristianno con la mirada. Él alzó las manos negando con la cabeza; como si me tuviera miedo y se protegiera. Seguía burlándose de mí.
Volví a Eric. Me acordé de aquel muchacho. Era el menor de los Albori, una familia que también veraneaba con nosotros. Él y yo siempre estábamos dibujando… cuando Mauro y el puñetero Cristianno no nos molestaban.
—Hola, Eric —dije dándole un pequeño abrazo.
También reconocí al joven fornido. Era el mediano de los De Rossi y se llamaba Alex. Este alargó su mano y me cogió suavemente de la mejilla.
—Yo soy Alex. —Me besó—. Me alegro de que estés de vuelta.
—Gracias. Es agradable recibir algo de cortesía después del día que llevó —dije mirando con el rabillo del ojo a Cristianno.
Suspiró y su rodilla topó con la mía. Intenté que no se notara mi sobresalto.
—Tampoco seas tan dramática —dijo apoyándose en la mesa—. ¿Sabéis que aquí, nuestra nueva compañera, tiene matrículas de honor y todo sobresaliente? ¡No sabe lo que es un notable! —Puso cara de fingido asombro.
Alex, Eric y Luca me observaron curiosos. Erika lo sabía de sobra y Dani y Mauro lo habían descubierto del mismo modo que Cristianno: en clase. La profesora Sbaraglia, aprovechando mi obligada presentación, había ido mencionando lo buena estudiante que era, acompañándose de vez en cuando de algún «a ver si aprendéis».
—¿En serio? Vaya, nena, podrías haberlo dicho —dijo Luca acariciando mis manos.
Miré a Cristianno. Por un instante, no vi ni oí nada más. Como si solo estuviéramos él y yo en aquella cafetería. Él deslizó su mirada de mis ojos a mis labios y entrecerró los ojos mientras apretaba la mandíbula. No podía hacerme una idea de qué se le pasaba por la cabeza. Yo solía descifrar a las personas enseguida, pero Cristianno se me escapaba. Me contemplaba de una forma tan intensa que hasta me costaba respirar.
Me repuse e intenté hacer lo mismo. Observé su cuerpo con parsimonia, como él había estado haciendo todo el día conmigo.
Su físico incitaba a todo menos a pensar con cordura, y su rostro… su rostro era el que cualquier mujer vería en sus sueños. Era asombrosamente guapo. Efectivamente, como cuando éramos pequeños, seguía siendo el más apuesto de los Gabbana… con diferencia.
Su cabello era azabache y algunos mechones le caían sobre sus ojos, lo que lejos de ocultarlos, todavía los hacía más penetrantes. Su mirada azul zafiro, inmensamente brillante, te embrujaba de tal forma que olvidabas todo lo demás. Lo que daba más rabia era que sabía utilizarla. Como sabía utilizar sus labios, que reposaban sobre una piel pálida, sin ninguna imperfección. Me quedé fascinada por su belleza y por un instante (solo un instante) se disipó el odio que me había despertado.
Humedeció sus labios con pausa y volvió a hablar. Aquel momento mágico se esfumó.
—Es toda una empollona. —Tocaba mis apuntes. No dejé de mirarlo—. Quién lo diría. —Se acercó a mí con la intención de intimidarme. Lo consiguió, pero no lo mostré—. En realidad, pareces una de esas modelos frías y vanidosas que se creen insuperables físicamente, pero que tienen el cerebro de un pez.
Quería ofenderme y dejarme en ridículo. Yo no entendía por qué. ¿Por qué me odiaba de aquella forma? Yo tenía motivos: el sábado casi me mata en aquel maldito taxi y estuve en el calabozo cerca de dos horas, pero él… ¿cuáles eran sus razones?
Estaba irritada.
—La belleza no está reñida con la inteligencia. Y yo tengo la suerte de tener ambas —le dije casi pegada a su cara. Me mordí el labio sabiendo que él miraba mi boca. Por fin le noté algún sentimiento: impotencia y deseo. Sonreí apartándome un poco—. Pero hablemos de ti. En tu caso la belleza te ha sido concedida… —Me levanté de la mesa con mis apuntes y el café, y añadí—: pero la inteligencia brilla por su ausencia.
Sonó el timbre. Cristianno se levantó con brusquedad y me tiró el café encima. Mi camisa quedó empapada.
—¡¿En qué estás pensando?! ¡Tenías espacio suficiente para esquivarme, imbécil! —le grité.
Con furia, tiré al suelo el vaso de cartón. El poco líquido que quedaba terminó en nuestros zapatos. Él echó a caminar como si nada. Ni siquiera hizo el intento de disculparse.
Avancé dando zancadas y le cogí del hombro obligándole a darse la vuelta. Se giró con pose arrogante, solo que esta vez frunció el ceño y los labios. Estaba molesto. Con un gesto déspota, se retiró dejando mi mano en el aire. Por primera vez en mi vida me vencía la sensación de inferioridad. Media cafetería observaba expectante.
—¿Es que ni siquiera piensas pedir perdón? —pregunté, inventándome una seguridad que no existía. Él suspiró y comenzó a negar con la cabeza, lentamente.
—Dudo que lo merezcas —contestó con una voz grave.
Pestañeé varias veces mientras digería lo que acababa de escuchar. Aquel tío dejaba de ser un imbécil para convertirse en el capullo más grande que había conocido.
—No solo te falta inteligencia sino también vergüenza —espeté, sabiendo que eso terminaría de crisparle los nervios.
Apretó la mandíbula y acortó la poca distancia que nos mantenía separados con un decidido paso.
—Si no te hubieras interpuesto en mi camino, ahora no estarías aquí esperando una disculpa —susurró pegado a mi mejilla y totalmente irritado—. Créeme, no voy a dártela. —Su nariz rozó mi mandíbula.
—¿Crees que me acobardas con esa fachada de tipo duro, chulo y descarado? Pues te equivocas —le dije con voz contenida.
—Lo único que sé es que eres una jodida jaqueca.
¿Acababa de llamarme jaqueca? Será capullo. Me cago en…
—¿Cómo dices? —Casi me sale un tartamudeo.
—Te lo diré de otra forma. Estás comenzando a provocarme dolor de cabeza —me habló como si fuera una niña de tres años.
—No lo tendrías si no hubieras metido tus narices en esta mesa —casi grité.
Daniela me cogió del brazo y me arrastró condescendiente.
—Para ya, Cristianno —le dijo.
Este suspiró, le sonrió y le guiñó un ojo. No comprendía cómo demonios Daniela lograba llevarse así de bien con él.
Volví a clase.
Cuando escuché el último timbre del día, recogí mis cosas aprisa y salí del aula. No quería hablar más con Cristianno, así que mejor evitar la ocasión. Daniela me siguió arrastrando su cartera a medio cerrar.
—¡Espera! —exclamó alcanzándome—. Chica, ¡qué prisas!
—No quiero tener que volver a cruzarme con Cristianno.
—Vamos, tranquila, Cristianno no es tan capullo como crees.
Puse los ojos en blanco.
—Será contigo. Cada vez que me ve intenta fastidiarme y eso me incomoda, ¿sabes? Es muy difícil estar cerca de él. Ya ni te cuento si se sienta a tu lado.
Daniela se quedó pensativa mientras bajábamos las escaleras. No vi a Erika ni a Luca; seguramente ya estarían abajo.
—Lo extraño de todo esto es que nunca se había comportado así con una chica —comentó Daniela, como si siguiera una conversación con ella misma—. Él no se anda con rodeos. Si le gusta alguien, se lo dice y después… bueno después…
—Después se la lleva a la cama, ¿no es así? —terminé por ella—. Supongo que ni siquiera hay primera cita.
—Con Cristianno las cosas no funcionan así. Él es diferente. No se compromete. Nunca ha tenido novia y tampoco quiere tenerla. Eso lo saben todas las chicas del instituto.
La miré incrédula. En realidad, no terminaba de comprenderla.
—Vale, y ¿qué me quieres decir con eso?
—Pues que es raro que Cristianno te esté molestando. Él pasa de esas cosas. —Daniela frunció el ceño.