A regañadientes, decidió que no habría más exploraciones hasta que el Bree hubiera llegado a las aguas del océano del este. Barlennan se mostró de acuerdo con esta conclusión, y se guardó mucho de manifestar ciertas reservas personales. Por supuesto, mientras el Volador durmiese, sus tripulantes continuarían trabajando.
Una vez la expedición nuevamente en marcha, mientras los frutos tangibles de la interrupción eran transferidos rápidamente del tanque a la nave por mesklinitas saltarines, Lackland llamó a Toorey y soportó humildemente la previsible filípica que le lanzó Rosten al enterarse de lo que había hecho; lo silenció, como antes, informándole que había mucho tejido vegetal disponible si Rosten deseaba enviar contenedores para recogerlo.
Días después, el cohete aterrizó a cierta distancia, para salvaguardar el sistema nervioso de los mesklinitas, esperó la llegada de los expedicionarios, recogió los nuevos especímenes y aguardó una vez más hasta que el tanque se alejara de la zona de despegue. Fue un período sin novedades, excepto por la llegada del cohete. Cada varios kilómetros avistaban colinas coronadas por rocas, pero las eludieron cuidadosamente y nunca vieron a los gigantescos nativos fuera de las ciudades. Esto preocupaba a Lackland, quien no podía imaginar dónde o cómo obtenían alimentos, no tenía más ocupación que la relativamente tediosa tarea de conducir, se dedicó a formular hipótesis sobre las extrañas criaturas. Se las expuso a Barlennan, pero el capitán no le fue de gran ayuda.
Sin embargo, una de aquellas ideas lo intranquilizaba. Se preguntaba por qué los gigantes construían las ciudades precisamente de esa manera. Por una parte, no podían haber previsto la llegada del tanque y del Bree; por otra, era un método poco práctico para rechazar invasiones de criaturas de su propia especie, quienes, dado que esa práctica era común, no podían ser tomadas por sorpresa.
Aun así, había una razón posible. Era sólo una hipótesis, pero explicaba el diseño de la ciudad y la falta de nativos en la campiña circundante, así como la ausencia de labrantíos o cosas semejantes en los alrededores. Lackland tuvo que hacer muchas especulaciones para concebir siquiera semejante idea, y no se la mencionó a Barlennan. Por lo pronto, no explicaba por qué habían llegado hasta allí sin tropiezos. Si la idea era atinada, ya tendrían que haber utilizado muchas más municiones del cañón. Así que Lackland decidió callar y mantener los ojos abiertos; pero no se sorprendió demasiado cuando, un amanecer, a trescientos kilómetros de la ciudad donde Hars recibió sus heridas, vio que una loma se alzaba de pronto sobre una veintena de patas rechonchas y elefantinas, erguía una cabeza montada sobre un pescuezo de seis metros, observaba durante un largo instante con una batería de ojos y trotaba al encuentro del tanque.
Barlennan no ocupaba su puesto habitual en el techo, pero respondió de inmediato a la llamada de Lackland. El terrícola había detenido el tanque, y contaban con varios minutos para tomar una decisión antes de que la bestia los alcanzara a su actual velocidad.
—Barlennan, apostaría a que jamás viste algo semejante. Aun con un tejido tan resistente como el que produce tu planeta, nunca podría acarrear su propio peso muy lejos del ecuador.
—Tienes razón, jamás lo había visto. Ni siquiera he oído hablar de semejante criatura, ni se si es peligrosa. Pero no deseo averiguarlo. Aun así, es carne; quizá…
—Si quieres decir que no sabes si come carne o vegetales, apuesto por lo primero —replicó Lackland—. Sería muy raro que un herbívoro se abalanzara sobre algo de mayor tamaño con sólo verlo, a menos que fuese tan estúpido como para pensar que el tanque es una hembra de su propia especie, lo cual dudo mucho. Además, estuve pensando que la existencia de un gran carnívoro explicaría por qué los gigantes nunca salen de las ciudades, y por qué las han construido en forma de trampa. Probablemente, atraen a estas criaturas exhibiéndose en el fondo, igual que hicieron con nosotros, y luego las matan con rocas, como intentaron con el tanque. Es un buen sistema para tener reparto de carne a domicilio.
—Todo eso puede ser cierto, pero por el momento no nos interesa —replicó Barlennan con cierta impaciencia—. ¿Qué haremos con ésta? El arma con la que despedazaste la roca tal vez la mate, pero seguramente no dejaría carne aprovechable; en cambio, si salimos con las redes, estaremos demasiado cerca para que la utilices sin trabas si nos metemos en problemas.
—¿Te atreverías a usar las redes con una cosa de semejante tamaño?
—Por supuesto. La retendríamos, siempre que pudiéramos cogerla. El problema es que sus patas son demasiado grandes para atravesar la malla, y nuestro método habitual para desplazar la presa no serviría de mucho. Tendríamos que rodearle el cuerpo y las patas con las redes, y luego ceñirlas.
—¿Se te ocurre algo?
—No… y, de todas formas, no nos queda mucho tiempo. Ya la tenemos casi encima.
—Salta y desengancha el trineo. Avanzare con el tanque y la distraeré un rato, si quieres. Si decides capturarla y luego se presentan problemas, podréis apartaros de un salto para que yo utilice el cañón.
Barlennan obedeció la primera parte de la sugerencia sin titubeos ni discusiones, deslizándose por la parte posterior y destrabando con un diestro ademán el gancho que sujetaba el cable de remolque al tanque. Después, emitió un ronquido para anunciar a Lackland que su tarea estaba cumplida y saltó a bordo del Bree.
La criatura se detuvo cuando la máquina reanudó la marcha. Bajó la cabeza a un metro del suelo y contoneo su largo cuello, mientras sus ojos múltiples evaluaban la situación desde todos los ángulos posibles. No prestaba atención al Bree; quizá porque no reparaba en los pequeños movimientos de la tripulación, o porque consideraba el tanque un problema más urgente. Cuando Lackland giro hacia un flanco, la criatura inclinó el cuerpo gigantesco para seguir observándolo de frente. Por un instante, el terrícola pensó en virar ciento ochenta grados para que la criatura apartara los ojos de la nave; luego recordó que eso pondría al Bree en la línea de fuego si tenía que disparar el cañón, y detuvo la maniobra cuando el trineo quedó a la diestra del monstruo. De cualquier modo, la disposición ocular de la criatura siempre le permitiría ver a los marineros que avanzaran, tanto por detrás como por delante.
Lackland enfiló nuevamente hacia el animal. Este se había detenido, apoyando el vientre en el suelo, cuando el hombre dejo de virar; ahora se irguió nuevamente sobre sus innumerables patas y retrajo la cabeza hacia el enorme tronco, en lo que aparentemente era un gesto protector. Lackland frenó nuevamente, cogió una cámara y tomo varias fotografías de la criatura; luego, como no parecía dispuesta a atacar, Lackland la observó durante un par de minutos.
El cuerpo era un poco más grande que el de un elefante terrícola; en la Tierra habría pesado de ocho a diez toneladas. El peso estaba uniformemente distribuido entre los diez pares de patas, que eran cortas y muy gruesas. Lackland dudaba que la criatura se pudiera mover a mayor velocidad de la que había demostrado.
Al cabo de unos minutos de espera, la criatura empezó a inquietarse; alzo un poco la cabeza y comenzó a moverla adelante y atrás como si buscara otros enemigos. Lackland, temiendo que concentrara la atención en el indefenso Bree y su tripulación, avanzó un metro con el tanque; su adversario recobro de inmediato su actitud defensiva. Esto se repitió varias veces, a intervalos cada vez más breves. Las fintas duraron hasta que el sol se puso detrás de la colina del oeste; al oscurecerse el cielo, Lackland, sin saber si la bestia estaría dispuesta a librar una batalla por la noche, modifico la situación encendiendo todas las luces del tanque. Esto, al menos, quizás impidiera que la criatura distinguiese nada en la oscuridad, aunque estuviera dispuesta a afrontar lo que para ella debía de ser una situación nueva y extraña.
Obviamente, no le agradaban las luces. Pestañeó varias veces cuando el foco principal le irrito los ojos, Y Lackland noto que sus grandes pupilas se contraían; luego, con un siseo gemebundo que fue recogido por el micrófono del techo y claramente comunicado al hombre, avanzo y ataco.
Lackland no se había dado cuenta de que estaba tan cerca, o, mas bien, de que esa cosa tenía tanto alcance. Su cuello, aun más largo de lo que él había estimado al principio, se estiro por completo, trasladando la enorme cabeza hacia delante y hacia un lado. Luego, la cabeza se inclinó y arremetió de costado. Uno de los grandes colmillos choco estrepitosamente con el blindaje del tanque, y el foco principal se apago al instante. Otro siseo más agudo sugirió a Lackland que la corriente que alimentaba el foco se había descargado en el blindaje a través de una porción de la cabeza del monstruo; pero no se detuvo a analizar esa posibilidad. Retrocedió rápidamente, apagando las luces de la cabina. No quería que uno de aquellos colmillos golpeara una escotilla con la fuerza que había sacudido el blindaje superior. Ahora, solo las luces de conducción, montadas en la parte frontal del vehículo y empotradas en el blindaje iluminaban la escena. El animal, alentado por el repliegue de Lackland, embistió contra una de las luces. El terrícola no se atrevía a apagarla, ya que se quedaría totalmente a oscuras. Opto por enviar una frenética llamada por radio.
—¡Barl! ¿Harás algo con tus redes? Si no estas preparado para la acción, tendré que utilizar el cañón contra esta cosa aunque te quedes sin un gramo de carne. En tal caso, tendré que alejarme y utilizar termita; esta tan cerca que los explosivos pondrían en peligro el tanque.
—Las redes no están preparadas, pero si la alejas unos metros, quedara a sotavento de la nave y podremos despacharla de otra manera.
—De acuerdo.
Lackland no sabía cual sena esa otra manera, y albergaba serias dudas sobre su eficacia; pero, mientras el capitán se conformara con una retirada, estaba dispuesto a colaborar. Ni por un instante se le ocurrió que el arma de Barlennan pudiera poner en peligro el tanque; y, para ser justos, quizá tampoco se le ocurrió a Barlennan. El terrícola, mediante repetidos y rápidos retrocesos, logro conservar los colmillos a distancia del blindaje; el monstruo no parecía poseer la inteligencia necesaria para prever esos movimientos. Dos o tres minutos de estas maniobras evasivas fueron suficientes para Barlennan.
El también había estado atareado durante aquellos minutos. En las balsas de sotavento, apuntando hacia el monstruo y la maquina enzarzados en un duelo, había cuatro artilugios semejantes a fuelles, con tolvas montadas por encima de las toberas. Dos marineros manipulaban cada fuelle, y, a una serial del capitán, empezaron a bombear con todas sus fuerzas. Al mismo tiempo, un tercer marinero, que manejaba la tolva, descargo un chorro de polvo que flotó en la corriente creada por el fuelle. El viento recogió el polvo y lo sopló hacia los combatientes. La oscuridad dificultaba las estimaciones, pero Barlennan tenía habilidad para calcular la velocidad del viento y, al cabo de unos minutos de bombeo, lanzó otra orden.
Los operadores de las tolvas hicieron algo con las toberas de los fuelles, y una rugiente llamarada broto desde el Bree para envolver a ambos combatientes. Los tripulantes ya estaban protegidos con sus lonas, e incluso los «artilleros» se cubrían con telas que formaban parte de las armas; sin embargo, la vegetación que surgía de la nieve carecía de la altura y la densidad apropiadas para proteger a los combatientes. Lackland, utilizando expresiones que no le había enseñado a Barlennan, retrocedió bruscamente para alejarse de la nube de llamas, rezando para que el cuarzo de las escotillas aguantara. Su adversario, en cambio, aunque igualmente ansioso por alejarse, carecía del control necesario para hacerlo. Se lanzo primero hacia un flanco y luego hacia el otro, intentando escapar. La llamarada murió en segundos, dejando una nube de denso humo blanco que brillaba a la luz del tanque; pero, o bien el breve borbotón había sido suficiente, o bien el humo era igualmente mortífero, pues el monstruo actuaba de forma cada vez mas dislocada. Sus pasos desorientados se volvieron cada vez mas cortos y débiles, y sus patas perdieron fuerza para sostener tan vasta mole, que poco después se desmoronó y rodó hacia un costado. Las patas se agitaron frenéticamente por un tiempo, mientras el largo cuello se retraía y se estiraba, sacudiendo la cabeza en el aire y golpeándola contra el suelo. Al amanecer, el único movimiento era un estertor en la cabeza o las patas, y muy pronto la gigantesca criatura quedó totalmente tiesa.
—Barl, ¿qué demonios utilizaste para crear esa nube de fuego? ¿No pensaste que podías rajar las ventanillas del tanque?
El capitán, que había permanecido en la nave y estaba cerca de una de las radios, respondió al instante.
—Lo lamento, Charles. No sabía de que estaban hechas tus ventanillas, y en ningún momento pensé que nuestra nube de llamas construyera un peligro para tu gran máquina. Tendré mas cuidado la próxima vez. El combustible es un polvo que obtenemos de ciertas plantas. Lo encontramos en forma de grandes cristales y tenemos que triturarlos con mucho cuidado, lejos de la luz.
Lackland cabeceó, digiriendo esta información. Sus conocimientos químicos eran escasos pero suficientes para comprender la naturaleza de ese combustible. Fotocombustión… hidrógeno ardiendo en una nube blanca… manchas negras en la nieve… Por lo que sabia, solo podía tratarse de una cosa. El cloro es sólido a la temperatura de Mesklin y se combina violentamente con el hidrógeno; en cuanto al cloruro de hidrógeno, es blanco cuando esta en forma de polvo fino; y la nieve de metano que hirviera en el suelo también cedería su hidrógeno al voraz elemento, dejando carbono. ¡Vaya flora la de ese mundo! Debía presentar otro informe a Toorey, o quizá le conviniera reservarse ese bocado por si Rosten se enfadaba de nuevo.
—Lamento mucho haber puesto el tanque en peligro. —Barlennan aún parecía ansioso por disculparse—. Quizá debamos dejar que tu cañón se encargue de esas criaturas. Tal vez incluso puedas enseñarnos a utilizarlo. ¿Esta construido especialmente para funcionar en Mesklin, como las radios?
El capitán se pregunto si no habría ido demasiado lejos con su sugerencia, pero decidió que había valido la pena. No pudo ver ni interpretar la sonrisa con que Lackland le respondió.
—No, el cañón no fue adaptado para este mundo, Barlennan. Funciona bastante bien aquí, pero me temo que en tu país no tendría ninguna utilidad. —Cogió una regla de cálculos y luego añadió otra frase—. En vuestro polo, esta cosa dispararía a lo sumo a cincuenta metros.