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Authors: Hal Clement

Tags: #Ciencia Ficción

Misión de gravedad (12 page)

BOOK: Misión de gravedad
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Barlennan calló, defraudado. Los mesklinitas se pasaron varios días descuartizando el monstruo sacrificado, y Lackland rescató el caparazón como nueva protección contra las iras de Rosten. A continuación, la caravana reanudo la marcha.

Kilómetro a kilómetro, día tras día, el tanque y el remolque seguían avanzando. Aun avistaban las ciudades de aquellos gigantescos nativos. Dos o tres veces recogieron alimentos para Lackland, dejados en su trayecto por el cohete; con frecuencia se topaban con animales grandes, algunos como el que habían matado con el fuego de Barlennan, otros muy diferentes en tamaño y configuración. En dos ocasiones, la tripulación cazó herbívoros gigantes con las redes, despertando la admiración de Lackland. La diferencia de tamaño era mucho mayor que la existente entre los elefantes de la Tierra y los pigmeos africanos.

La zona era cada vez mas accidentada, y el río, que ellos habían bordeado intermitentemente durante cientos de kilómetros, se encogía y se dividía en muchos arroyos pequeños. Dos de esos tributarios resultaron difíciles de cruzar, y tuvieron que desenganchar el Bree del trineo para arrastrarlo a flote con una cuerda, mientras el tanque y el trineo avanzaban bajo la superficie por el lecho del río. Ahora, sin embargo, los arroyos eran tan angostos que el trineo los superaba en anchura y no sufrieron mas demoras.

Por fin, a dos mil kilómetros de los cuarteles de invierno del Bree y quinientos kilómetros al sur del ecuador, con Lackland agobiado por media gravedad más, los arroyos empezaron a seguir claramente el rumbo general de los viajeros. Lackland y Barlennan dejaron pasar varios días antes de mencionarlo, pues deseaban asegurarse, pero al fin ya no hubo dudas de que estaban en la divisoria de aguas que conducía al océano del este. La moral, que nunca había sido baja, mejoro notablemente. Varios marineros iban siempre encaramados al techo del tanque, anhelando ver el mar cada vez que llegaban a una cumbre. Incluso Lackland a veces cansado hasta el hartazgo, se sintió de mejor talante; y, si grande era su alivio, enormes fueron su alarma y su consternación cuando, de pronto, llegaron al borde de un precipicio: un descenso casi vertical de mas de veinte metros, que se extendía en ángulo recto con su trayectoria.

9 – SALTO AL VACÍO

D
urante largos momentos guardaron silencio. Lackland y Barlennan, que habían estudiado a fondo las fotografías con que habían preparado el mapa del viaje, estaban atónitos. La tripulación, por su parte, aunque no carecía de iniciativa, tomo la decisión colectiva de dejar aquel problema en manos del capitán y de su amigo alienígena.

—¿Cómo puede estar ahí? —dijo Barlennan—. Veo que no es alto, en comparación con la nave desde la que tomaron las fotografías, pero ¿no tendría que haber arrojado una sombra en el resto del paisaje, antes del ocaso?

—Si, Barlennan, y solo se me ocurre una explicación de por que lo pasamos por alto. Cada foto, como recordaras, abarca muchos kilómetros cuadrados; una incluiría toda la comarca que vemos desde aquí, e incluso más. La foto que cubre esta zona se debió de tomar entre el amanecer y el mediodía, cuando no había suficiente sombra.

—Entonces, ¿este risco no supera el marco de la foto?

—Posiblemente, pero es inútil buscar respuesta a esa pregunta. El verdadero problema, puesto que el risco existe, es como continuar el viaje.

Ese interrogante produjo otro silencio, que duro un tiempo. El primer piloto lo rompió, sorprendiendo al menos a dos personas.

—¿No sería aconsejable pedir a los amigos del Volador que averigüen a que distancia se extiende el risco a ambos lados? Quizá sea posible descender por un declive más suave sin desviarnos demasiado. Para ellos no sería difícil trazar nuevos mapas, si omitieron el risco en el primero.

Barlennan tradujo el comentario y Lackland enarco las cejas.

—Parece que tu amigo habla ingles, Barl, pues comprendió muy bien nuestra última conversación. ¿O tenéis algún método de comunicación que yo ignore?

Barlennan se volvió hacia el piloto, sobresaltado y confundido. No había comunicado su conversación a Dondragmer; evidentemente el Volador tenía razón: el piloto había aprendido algo de inglés. Lamentablemente, sin embargo, la otra pregunta también contenía algunas verdades; Barlennan estaba seguro de que muchos sonidos de su aparato vocal no eran audibles para el terrícola, aunque ignoraba la razón. Durante varios segundos vaciló, tratando de decidir si sería mejor revelar la aptitud de Dondragmer, el secreto de su comunicación, ambas cosas, o bien, en un alarde de destreza, ninguna de ellas. Barlennan hizo lo que pudo.

—Al parecer, Dondragmer es mas listo de lo que pensé. ¿Es verdad que has aprendido algo del idioma del Volador, Dondragmer? —Lo preguntó en ingles, y con una modulación que Lackland podía captar. A continuación, en los tonos más agudos de su propio idioma, añadió—: Di la verdad. Quiero ocultar todo el tiempo posible que podemos hablar sin que él nos oiga. Responde en el idioma de él, si puedes.

El piloto obedeció, aunque ni siquiera el capitán habría adivinado sus pensamientos.

—He aprendido mucho de tu idioma, Charles Lackland. No pensé que te opusieras.

—No me opongo en absoluto, Dondragmer. Estoy muy complacido, y admito que sorprendido. Con gusto te habría enseñado como a Barl si hubieras ido a la estación. Ya que aprendiste solo, supongo que comparando nuestras conversaciones con las actividades resultantes de tu capitán, te invito a participar. Tu sugerencia es atinada; llamare de inmediato a la estación Toorey.

El operador de la luna respondió de Inmediato, pues se mantenía una guardia constante en la frecuencia del transmisor principal del tanque, a través de varias estaciones de relé que giraban en el anillo exterior de Mesklin. Dijo que se realizaría una operación cartográfica cuanto antes.

Pero «cuanto antes» significaba varios días de Mesklin, y, mientras aguardaban, el trío procuró formular otros planes por si no podían sortear el risco dentro de una distancia razonable.

Un par de marineros manifestaron su deseo de saltar hacia abajo, para angustia de Barlennan. Entendía que el natural temor a las alturas no debía ser reemplazado por un desprecio total, aunque ahora toda la tripulación compartía ese deseo de trepar y saltar. Pidió a Lackland que disuadiera a aquellos temerarios, y Lackland logro hacerlo calculando que esa caída de veinte metros equivalía a una caída de medio metro en su país natal. La comparación revivió en los recuerdos infantiles, pero se apresuró a apartarlos de su mente. El capitán, reflexionando sobre este episodio, llegó a la conclusión de que su tripulación estaba compuesta por lunáticos, y que él era el más chalado de todos; pero estaba seguro de que esa forma de demencia resultaría útil.

Durante un tiempo nadie tuvo una idea mas practica; Lackland aprovecho la oportunidad para dormir, pues necesitaba descanso. Había hecho dos largas siestas en su refugio, interrumpidas por una suculenta comida, cuando llegó el informe del cohete de exploración. Era breve y desalentador. El risco llegaba hasta el mar mil kilómetros al noreste de ese lugar, casi exactamente en el ecuador En dirección opuesta alcanzaba dos mil kilómetros, disminuyendo gradualmente de altitud y desapareciendo por completo a la latitud de cinco gravedades. No era perfectamente recto y revelaba una curvatura profunda que, en un punto, se alejaba del océano; el tanque se había atascado en ese punto. Dos ríos bajaban desde el borde dentro de los limites de la bahía, y el tanque se encontraba apresado entre ambos, pues era descabellado cruzarlos remolcando el Bree sin viajar primero muchos kilómetros corriente arriba desde las tremendas cataratas. Una de ellas estaba cincuenta kilómetros al sur; la otra, ciento cincuenta kilómetros al norte y al este alrededor de la curvatura del peñasco. El cohete no había podido examinar detalladamente esa comarca escarpada desde la altitud que debía mantener, pero el Intérprete dudaba que el tanque pudiera superar el obstáculo. En todo caso, el mejor sitio estaba cerca de una de las cataratas, donde la erosión era visible y quizás hubiera abierto sendas transitables.

—¿Cómo rayos se puede formar semejante risco? —pregunto Lackland con amargura—. Dos mil quinientos kilómetros de risco, y tenemos que toparnos con él. Apuesto a que es el único de su especie en el planeta.

—No apuestes demasiado —replico el topógrafo—. Los chicos de fisiográfica cabecearon de gusto cuando se lo conté. Uno de ellos se sorprendió de que fuera el primero con el que te topabas; pero otro aclaró que la mayoría de ellos deben de estar situados a mas distancia del ecuador, así que no era tan sorprendente. Aun estaban discutiendo cuando los dejé. Supongo que es una suerte que tu amiguito deba efectuar la mayor parte del viaje por ti.

—No es mala idea. —Lackland hizo una pausa, pensando en algo mas—. Puesto que estas fallas son tan comunes, infórmame si hay otras entre el lugar donde nos encontramos y el mar. ¿Tendrás que hacer otro examen del terreno?

—No. Consulte antes a los geólogos y eché un vistazo. Si puedes bajar este escalón, estarás bien. En realidad, podrías botar la nave de tu amigo en el río, al pie del risco, y él podría llegar por su cuenta. El mayor problema es el salto al vacío con ese velero.

—Salto al vacío… Hum. Se que lo dices en sentido figurado, Hank, pero tal vez hayas dado en el clavo. Gracias por todo. Hablaré contigo mas tarde. —Lackland se aparto del equipo y se recostó en la litera, devanándose los sesos. Nunca había visto el Bree a flote; la nave estaba encallada desde antes de su encuentro con Barlennan, y, en ocasiones recientes, cuando la había remolcado para cruzar ríos, él estaba dentro del tanque y bajo la superficie. Por lo tanto, no sabía a que altura flotaba el velero. Aun así, debía de ser muy liviano para flotar en un océano de metano líquido, pues dicha sustancia tiene la mitad de la densidad del agua. Además, el barco no era hueco, es decir, no flotaba en virtud de un gran espacio central con aire que reducía su densidad media, como una nave de acero en la Tierra. La «madera» del Bree era tan ligera como para flotar en metano y soportar el peso de los tripulantes y de un cargamento sustancial.

Una balsa individual, pues, no podía pesar mas que algunos gramos, quizás un kilo, en ese mundo y en ese lugar. Lackland podía instalarse en el borde del precipicio y bajar varias balsas por vez; dos marineros podrían alzar la nave, si lograba persuadirlos de ponerse debajo. Lackland no tenía cuerdas o cables, salvo los que utilizaba para remolcar el trineo; pero el Bree iba bien provisto de cuerdas, y los marineros podrían utilizarlas para afrontar la situación. ¿O no? En la Tierra era una operación marítima elemental; en Mesklin, con aquellos sorprendentes aunque comprensibles prejuicios contra los actos de elevar, saltar, arrojar y todo lo que involucrara alguna altura, la situación podía ser diferente. Bien, los marineros de Barlennan al menos podían atar nudos, y la idea de remolcar ya no debía de resultarles tan extraña, así que sin duda podían resolver el problema.

Sin embargo, necesitaba la opinión de Barlennan; tendiendo un pesado brazo, Lackland activo el transmisor más pequeño y llamo a su diminuto amigo.

—Barlennan, me preguntaba si tu gente podría bajar la nave con cables, una balsa cada vez, y ensamblarla en el fondo.

—¿Cómo bajarías tu?

—No bajaría. Al sur, a cincuenta kilómetros de aquí, hay un gran no que es navegable hasta el mar, si el Informe de Hank Stearman es preciso. Mi sugerencia es remolcarte hasta la catarata, ayudarte a bajar el Bree, observar como botas la nave en el río y desearte buena suerte… Desde entonces, todo lo que podremos hacer por ti es darte informes sobre el tiempo y la navegación, tal como convinimos. ¿Tienes cuerdas que sostengan el peso de una balsa?

—Desde luego. El cordaje común soportaría la nave entera en esta región.

—¿Y la tripulación? ¿Le agradara la idea de bajar por allí?

Barlennan reflexiono un instante.

—Creo que no habría inconveniente. Los bajaré en las balsas, encomendándoles alguna tarea, como la de procurar permanecer apartados de la roca. Eso les impedirá mirar hacia abajo y les mantendrá lo bastante ocupados para que no piensen en la altura. De cualquier modo, con esta sensación de euforia que tienen todos —Lackland gruño para sus adentros—, nadie teme una caída; lo cual casi raya en la imprudencia. Nos encargaremos de esa parte. ¿Quieres que nos dirijamos hacia esa catarata?

—De acuerdo.

Lackland se acomodo ante los controles, sintiendo una repentina fatiga. Su parte de la misión estaba a punto de terminar mucho antes de lo previsto, y su cuerpo pedía a gritos liberarse del peso que había soportado durante los últimos siete meses. Tal vez no hubiera debido quedarse todo el invierno, pero, a pesar del cansancio, no lo lamentaba.

El tanque viró hacia la derecha y se puso de nuevo en marcha, paralelamente al borde del precipicio, que quedaba a doscientos metros. Los mesklinitas estarían superando su miedo a la altura, pero Lackland empezaba a sufrirlo. Además, no había intentado reparar el foco principal desde su primera batalla con la fauna de Mesklin, y no tenía intención de viajar cerca de ese borde por la noche, guiándose solo con las luces de conducción.

Llegaron a la catarata en un solo tramo de veinte días. Tanto los nativos como Lackland la oyeron mucho antes de llegar: un vago rumor en el aire que gradualmente se transformo en un estruendo ahogado, y luego en un rugido que dejaba mal parado incluso al equipo vocal mesklinita. Era de día cuando la avistaron, y Lackland frenó involuntariamente al verla. El río tenía un kilómetro de anchura en el borde y era terso como vidrio, con un cauce que parecía desprovisto de rocas u otras irregularidades. Simplemente se curvaba en el borde y caía hacia abajo. La catarata había erosionado mas de un kilómetro de terreno desde la línea del risco y tenían una espléndida vista del desfiladero. Las ondas no daban indicios de la velocidad de caída del líquido, pero si la violencia con que la espuma estallaba en el fondo. Aún con esa gravedad y esa atmósfera, una nube permanente de bruma ocultaba la parte inferior de la lamina curva, evaporándose gradualmente para revelar la encrespada y arremolinada superficie del río. No había viento, excepto el creado por la catarata misma, y la corriente se calmaba al alejarse rumbo al océano.

Los tripulantes del Bree saltaron por la borda en cuanto se detuvo el tanque, y el modo en que se desperdigaron a lo largo del borde del desfiladero indicaba que no habría muchas dificultades para el descenso. Barlennan les ordeno que subieran a bordo, y de inmediato pusieron manos a la obra. Lackland se relajo una vez mas mientras extraían las cuerdas y arrojaban una plomada sobre el borde para obtener una medición más precisa de la altura del risco, Algunos marineros sujetaron todos los objetos sueltos de las balsas, aunque los preparativos para el viaje original habían dejado poco que hacer en este sentido; otros empezaron a desanudar las ataduras que unían las balsas y revisaron los parachoques que las mantenían a distancia segura. Trabajando deprisa, desprendieron una balsa tras otra del cuerpo principal de la nave.

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