Misterio de los mensajes sorprendentes (15 page)

BOOK: Misterio de los mensajes sorprendentes
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Cuando llegó a Fairlin Hall se quedó muy sorprendido al encontrar cerrada la puerta de la cocina, así es que pensó que la señora Smith y Ern estarían en el piso superior y entonces llamó, golpeando la puerta.

En esto, apareció la cara de Ern con mucha precaución detrás de los visillos de la ventana, haciendo que Fatty se extrañara todavía más.

—¡Vamos, Ern, abre la puerta! —gritó.

Casi al mismo tiempo de pronunciar estas palabras, oyó el ruido de la llave en la cerradura, abriéndose la puerta al mismo tiempo que salió Ern con cara de contento.

—¡Hola, Fatty! ¡Me alegro de que hayas llegado! ¡Hemos pasado una noche!... —saludó el muchacho.

—¿Qué quieres decir? —preguntó el otro sorprendido—. ¿Qué ha ocurrido?

—Hemos oído ruido de pasos alrededor de la casa y en el balcón durante toda la noche. Alguien ha intentado abrir la puerta de la cocina y ¡sabe Dios cuántas cosas más! —explicó Ern—. Realmente he pasado miedo, lo mismo que la señora Smith, y menos mal que estaba yo haciéndole compañía.

Fatty entró en la pequeña y caldeada cocina.

—¡Buenos días, señora Smith! —dijo—. Siento mucho que hayan tenido una noche tan agitada.

—¡La culpa fue de los ladrones! —contestó ella—. Mi marido y yo a menudo los hemos oído cuando intentaban entrar. Incluso una vez lo consiguieron, entrando por uno de los balcones, pero no encontraron nada que robar en aquella habitación vacía; lo único que cogieron fue un espejo que estaba colgado en la pared. Sin embargo, esta vez la compañía de Ern ha sido de gran valía. ¡Se ha portado como un valiente!

—La señora Smith dice que está construida a prueba de ladrones, excepto la cocina, pero como vivían en esta habitación los «ratones» nunca consiguieron su propósito y tampoco esta noche, aunque han roto esta ventana —manifestó Ern.

—Menos mal que estabas aquí, pues de otro modo hubieran derribado la puerta y robado a sus anchas —dijo Fatty—, aunque quizá fueran unos pordioseros en busca de cobijo, ya que esta noche pasada ha hecho mucho frío... demasiado y crudo.

—Los ladrones desaparecieron cuando grité —explicó Ern con orgullo—, así es que hice las veces de perro guardián, ¿no es verdad, señora Smith? Tenías que haberme oído ladrar así.

Y Ern imitó de una manera tan exacta a un perro, que el mismo «Buster» era un aprendiz a su lado.

—Fue una idea excelente hacerles creer que en realidad había un perro aquí —comentó Fatty y Ern se sintió importante—. Bueno, señora Smith, ¿tardará mucho en recoger sus cosas? Mi madre estará muy contenta si le ayuda a coser sus nuevas cortinas, pues usted dijo que sabía coser, ¿no? Además hemos preparado una cama para usted.

—¡Nunca pude sospechar que hubiera personas tan amables! —exclamó—. Efectivamente, ya he recogido todo. Mis muebles tendrán que quedarse hasta que pueda enviar a alguien para recogerlos; espero que no le importará a la señora Hasterley. Desde luego, estaré muy contenta de poder ayudar a su madre y además trabajar para ella será un placer. Al mismo tiempo podré ver a menudo a mi marido, ¿no es cierto?

—¡Claro que sí! Cottage Hospital está muy cerca de casa —dijo Fatty—, y usted podrá ir a verle todos los días. Mi madre telefoneará al hospital cuando usted llegue, preguntando a la enfermera qué tal se encuentra su marido.

—¡Qué amables son ustedes! —exclamó la mujer—, sin excluir a Ern, que me ha hecho tanta compañía esta pasada noche; además, ¡qué poesías tan bonitas me ha recitado! Desde luego, reconozco que es un genio.

El chico se ruborizó, porque sabía con certeza que no era un genio, aunque también era realmente agradable que alguien le tuviera en éste concepto. Seguidamente Ern ayudó a la señora Smith, subiendo sus maletas al taxi al tiempo que Fatty le decía:

—Sube al coche con la señora Smith, pues yo tengo la bicicleta y también viene conmigo «Buster». Nos encontraremos en la puerta de casa.

—¡Gracias, Fatty! —dio Ern, ya que por un momento había temido que éste le mandara a casa. Así, ¿podría estar un día más con Fatty?

Tal y como se dijo, Ern ayudó a la anciana para que subiera al taxi y seguidamente lo hizo él sintiéndose importante.

«¡La primera vez que me subo a un taxi! —dijo para sí—. ¡Repato, estoy adquiriendo categoría!»

«Voy a cerrar la puerta trasera y me guardaré la llave —se dijo Fatty—, o, mejor aún, la devolveré a la Agencia comunicándoles que esta casa está a merced de los ladrones.»

El chico entró en la cocina, donde la señora Smith había dejado unos cacharros, una alfombra raída, unas cortinas viejas, etc., y pensó que podría llevarse todo esto en un carretón; de repente se acordó que había prometido a su madre recoger algunos cacharros.

Echó el cerrojo a la puerta y anduvo hasta donde había dejado su bicicleta, dirigiéndose a la verja con «Buster» a su lado. En esto se encontró a un hombre con las manos en los bolsillos, apoyado en la misma motivo por el cual «Buster» empezó a ladrar, haciendo que se alejara del lugar.

A Fatty le pareció raro encontrarse con un hombre merodeando alrededor de una casa vacía. ¿Sería uno de los individuos que intentaron entrar la noche pasada? o ¿quizá se había dado cuenta de que la señora Smith y Ern se habían marchado en un taxi? El chico montó en la bicicleta, haciéndose preguntas sobre todo esto.

Entró en la oficina y se sintió aliviado cuando vio que no estaba el joven y antipático señor Paul, de modo que se encontró solamente con el señor mayor sentado en su rincón de trabajo. Este le reconoció inmediatamente y le sonrió.

—Le traigo la llave de la puerta trasera de Fairlin Hall —dijo el muchacho—, porque los guardas, que como usted sabe estaban allí, se han marchado, aunque han dejado sus muebles.

—Es usted muy amable —dijo el empleado—, pero mejor será que se guarde la llave, no sea que los Smith quisieran recoger sus cosas. ¿Avisaron que abandonaban la casa?, porque nosotros no hemos sido informados por la señora Hasterley.

—Es que el señor Smith se puso enfermo y le llevaron al hospital —se excusó Fatty, pensando que sería lo mejor. —Por cierto, que los ladrones intentaron robar ayer, otra vez.

El empleado se quedó perplejo.

—Cuando estaba vacía muchos pobres y también gitanos intentaban entrar para guarecerse del mal tiempo, ¡pero me parece increíble que habiendo guardas todavía haya gente que intente hacer lo mismo! Precisamente esta mañana, dos hombres se han interesado en la compra de la casa con el fin de instalar en ella un parvulario.

—¿Les entrego las llaves? —estalló Fatty.

—Sí, y les dije también que había un matrimonio en calidad de guardas —explicó el hombre—, no sabía que se habían marchado.

En aquel momento entró el señor Paul en la oficina y en cuanto le vio, Fatty salió a escape, pensando que por su culpa el viejo empleado sufriría otra amonestación, ya que había perdido el tiempo hablando con él.

Fatty fue hacia su casa muy pensativo, después de la conversación sostenida con el empleado de la Agencia. ¿No era muy raro que alguien se interesara por Fairlin Hall, justamente ahora que la casa había sido abandonada por los guardas? Cabía la posibilidad de que fuera la misma persona que intentó entrar la noche anterior y sabiendo que la casa estaba vacía actualmente había pedido las llaves para entrar por la puerta grande. Si así fuera, ¿por qué?

«Lo mejor será echar un vistazo a Fairlin Hall», pensó.

Pero acudieron a su mente las pegas que surgirían.

¿Cómo podría vigilar la casa sin llamar la atención?

—¡Ya tengo la solución! —dijo en voz alta, logrando que «Buster», que le iba siguiendo detrás de la bicicleta, pusiera cara de sorpresa.

Su plan era el siguiente: ir en busca del carretón de mano que tenían que prestarle y dirigirse a recoger lo que le había ordenado su madre. Una vez hecho esto, se dirigiría hacia Fairlin Hall y dejaría el carretón en una esquina ¡como un trapero cualquiera! No dudaba que la idea era genial y que de este modo no perdería ni un solo movimiento de lo que pudiera ocurrir en la casa.

Entusiasmado con sus pensamientos aceleró aún más la marcha pedaleando velozmente. Al llegar se encontró a Ern esperándole pacientemente.

—¡Hola, Ern! —saludó Fatty efusivamente—, me voy a disfrazar de trapero, mientras telefoneas al grupo y les dices que vengan aquí tan pronto como les sea posible.

—A la orden —contestó Ern, intrigado, saliendo disparado hacia el teléfono.

El muchacho requirió la ayuda de la señora Trotteville, para hacer funcionar el aparato, puesto que raramente telefoneaba y no era muy ducho en la materia. La madre de Fatty le ayudó con mucho gusto al mismo tiempo que le divertía la cara de circunstancias de Ern. Marcó los números y dio el auricular al muchacho, el cual informó a cada uno de ellos del requerimiento de Fatty, machacando las mismas palabras, como si estuviera recitando un verso.

En el ínterin, Fatty se había puesto unos viejos pantalones remendados, una camisa muy sucia sin corbata. Se colocó una bufanda blanca muy sucia alrededor del cuello, unas botas haciendo juego con el equipo y por último una gorra y una gabardina.

En diez minutos se había transformado de un adolescente en un repelente y sucio trapero, luciendo unos dientes careados y unas voluminosas cejas; finalmente se puso un bigote mal cortado.

Así es que cuando Ern regresó dijo admirativamente:

—¡Repato! ¿Cómo lo has conseguido? Si mi tío te viera te expulsaba de Peterswood. Eres un perfecto trapero.

Fatty se rio de buena gana al oír los comentarios de su amigo.

—Aquí llegan los otros —dijo Fatty—; déjales entrar.

Todos se quedaron estupefactos al ver a un tipo semejante en aquella casa.

—¡Fatty! —gritó Bets—. ¿Eres tú? Tienes un aspecto horrible. ¿A dónde vas a ir con esta facha? ¿Qué ha ocurrido?

CAPÍTULO XVI
¡EL TRAPERO! ¡EL TRAPERO!

Toda la pandilla rodeó al trapero intrigadísimos. Exceptuando sus brillantes ojos y sus manos demasiado limpias nadie le hubiera reconocido.

—No te olvides de las manos y de las uñas —dijo Bets.

—Llena esta maceta de fango, Bets —dijo Fatty, ajustándose la bufanda.

La chica desapareció y al cabo de unos momentos regresó con una maceta. Fatty puso las manos dentro y las sacó completamente sucias, lo mismo que sus uñas.

—¡Hasta hueles un poco mal, Fatty! —manifestó Larry que le había hecho una buena inspección—. Debe ser esta sucia gabardina.

—Desde luego —confirmó Fatty—. Escuchad, que os voy a contar lo que ha sucedido esta mañana y ayer.

Muy brevemente detalló los sucesos ocurridos; Ern de vez en cuando los confirmaba con unos rápidos movimientos de cabeza. La verdad es que Fatty era un narrador excelente, tanto que daba gusto escucharle, siempre tan explícito, claro y concreto al mismo tiempo. Así es que cuando terminó, a sus oyentes les dio la impresión de que había durado muy poco el relato.

—Hay algunas cosas que no alcanzo a comprender —terminó Fatty—, la primera, ¿por qué el que escribió estos «ónimos», como dice la señora Hicks, tiene tanto interés en echar a los Smith de su casa? Me figuro que tendrá alguna cuestión personal con ellos. La segunda, ¿cómo ha conseguido dejar estas notas en casa de Goon sin ser visto ni una sola vez?

—¡Y delante de mis narices! —interrumpió Ern—, vigilé toda la tarde sin dejar de mirar el patio ni una sola vez, ni siquiera cuando Fatty subió a mi habitación. Además la señora Hicks, estaba en la cocina y podía ver el patio desde la ventana; sin embargo, ¡dejaron la nota encima de un plato de pescado que estaba en la despensa! Ninguno de nosotros no vio a nadie ni oyó ruidos. ¡Estoy intrigado! ¡Forzosamente debe llevar una capa invisible o algo raro! ¡Cosas de magia!

—¿Sabéis lo que pienso? —dijo Daisy de repente.

—¿Qué? —preguntaron los demás.

—Pues creo que es la señora Hicks quien coloca las notas. Una vez tuvimos un jardinero que se quejaba de que alguien entraba en el jardín para robar las fresas y papá ¡le descubrió un día mientras las robaba él mismo! Apuesto a que es la señora Hicks la que hace esto, pretendiendo hacer creer que es otra persona la culpable.

Después de esta explicación todos se quedaron en silencio. Fatty miraba fijamente a Daisy, cuando de pronto se dio una palmada en la frente, exclamando:

—¡Qué idiota he sido! Desde luego, esta es una explicación lógica. La señora Hicks debe recibir algún dinero para esconder esas notas en la misma casa de Goon y esa persona no quiere ser vista. Me entran grandes deseos de averiguar quién paga a esta mujer.

—¿Dónde vive la señora Hicks, Ern? —preguntó Fatty.

—Vive con su hermana y una sobrinita. ¡Cuando pienso que nos ha metido en este lío a mi tío y a mí! ¿Cómo podía descubrir a alguien dejando estas notas, si ella las tenía guardadas en su delantal? ¡Ay, cuando la vea de nuevo!

—No le digas ni una sola palabra cuando llegue esta ocasión —aconsejó Fatty—, mejor será que crea que nadie sospecha de ella. De todas formas, no habrá más notas, ya que el señor Smith se ha marchado de Fairlin Hall.

—Quizá hemos llegado al final de todo este lío —manifestó Pip.

—No creo —replicó Fatty—, no lo creo, aunque esta sea la opinión de Goon, desde luego. Hay algo más que una mera cuestión personal contra un hombre enfermo detrás de todas estas notas. En fin, debo irme. Ern, comprueba cómo se desenvuelve la señora Hicks y ofrécete a mi madre, si puedes ayudarla en algo, ¡le gustará!

—¿Podemos ir contigo, Fatty? —preguntó Bets—. Te seguiríamos desde lejos, solamente para ver cómo haces el trapero. ¡Estás tan bien caracterizado, que estoy segura que si fueras a casa, ni mi madre te reconocería!

—Supongo que no exagero la nota, ¿verdad? —inquirió el muchacho, mirándose en el espejo—. ¿Están demasiado visibles estos dientes postizos?

—No, te quedan muy bien —dijo Larry—, y también el modo de mover las cejas arriba y abajo. Me gustaría que te encontrases a Goon.

—Prefiero que no sea así —cortó Fatty—, en todo caso hablaré con acento extranjero, tartamudearé o lo que sea, para que Goon no saque nada en claro de mí. Bueno, ¡hasta la vista! Voy a por el carretón.

Miró con cuidado por la ventana para no encontrarse con el jardinero y luego cruzó rápidamente el jardín hacia el garaje. Cargó el carretón con algunos cacharros que habían apilado anteriormente y salió a la calle, tomando la dirección de Fairlin Hall. Quizá descubriría algo nuevo de los hombres que habían pedido la llave.

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