Read Misterio del collar desaparecido Online
Authors: Enid Blyton
—De acuerdo —dijo Larry.
—Y otra cosa que podéis hacer vosotros, Pesquisidores, es tratar de descubrir qué ciclistas llevan bocina en sus bicicletas en vez de timbre —dijo Fatty—. Sería una gran ayuda si pudieseis descubrir quién fue el hombre que vino a hablarme al banco la otra mañana. Podríamos vigilarle y ver qué amigos tiene, por ejemplo.
—No veo cómo podremos averiguar quiénes llevan bocina en sus bicicletas —repuso Pip—. ¡No podemos examinar todas las bicicletas del pueblo guardadas en los cobertizos!
—Podrías ir a la tienda que venden las bocinas y entablar conversación con el dueño, preguntándole si vende muchas bocinas, y puede incluso os diesen los nombres de los compradores —dijo Fatty.
—¡Oh, sí! —exclamó Pip—. No se me había ocurrido.
—Se me ocurrió el otro día cuando fui a comprar la bocina —explicó Fatty—. Pero entonces no tuve ocasión de hablar con el hombre... bueno, en realidad era un chico el que estaba en la tienda cuando yo estuve. Yo creo que le encantaría charlar con vosotros.
—A mí me gustaría hablar con él —dijo Bets—. Yo iré con Daisy.
—Podéis ir tú, Daisy y Pip, si queréis —dijo Larry—. Y yo vigilaré el banco desde la confitería. Luego, cuando volváis con la información podéis sentaros vosotros en la tienda a tomar una limonada, y yo iré a ver si descubro algo más.
—«Buster» puede ir con los que vayan a la tienda de las bocinas —dijo Fatty—. Me olería desde el otro lado y vendría hacia mí ladrando. ¡Y Goon pensaría que había algo raro en aquel viejo para que el perro ladrase tanto!
A la tarde siguiente Larry fue a la confitería situada frente al banco y pidió una limonada. El señor Goon estaba allí también leyendo su periódico. Iba también de paisano y frunció el ceño al ver entrar a Larry.
—¡Vaya, señor Goon! ¡Usted aquí otra vez! —exclamó Larry fingiendo sorprenderse—. ¡Está usted «disfrutando» de unas bonitas vacaciones! ¿Pasa todo el tiempo aquí?
El señor Goon no le hizo el menor caso, pero estaba furioso. Allí estaba él, obligado a pasar las tardes en una tiendecilla pequeña, calurosa y llena de olores, contemplando un banco al sol... ¡y ni siquiera podía tener paz! Aquellos niños habían ido allí para mortificarle y burlarse de él. El señor Goon contempló a Larry ceñudo, pensando todas las cosas que le hubiera gustado decirle a él y a los otros Pesquisidores.
Entonces el señor Goon alargó el cuello porque el viejo llegaba arrastrando los pies hasta el banco. Larry le observaba. Él, claro, sabía que era Fatty, pero el señor Goon, no. Larry se maravilló al ver cómo Fatty se agachaba lentamente para sentarse en el banco. ¡Exactamente igual que hacen los viejos encorvados para sentarse! Fatty jamás cometía un error en sus actuaciones.
Fatty sacó una pipa y comenzó a llenarla lentamente. Luego tosió. Era una tos horrible, hueca, que le hacía encorvarse el doble. Larry sonrió. La tos era nueva. Supuso que Fatty había oído toser al viejo y se habría estado practicando hasta conseguir la perfección.
El viejo apartó la pipa sin fumarla. ¡Era evidente que temía que le hiciera toser demasiado! Larry se volvió hacia el señor Goon.
—Ahí está ese viejo que usted nos hizo ir a ver el otro día, señor Goon. Es extraño, ¿verdad? ¿Ha descubierto ya lo que quería saber?
El señor Goon tampoco le hizo caso esta vez, pero movió su periódico con violencia. Larry le guiñó un ojo a la dueña del establecimiento.
—¡Debe estar resfriado! —dijo con simpatía—. ¡Está completamente sordo!
—¡Escúchame! —exclamó el señor Goon enrojeciendo y levantándose precipitadamente—. Si no te...
Pero en aquel preciso momento llegaron dos hombres que fueron a sentarse al banco, y en el acto el señor Goon... se apaciguó observando a los recién llegados con gran concentración. Larry hizo otro tanto. ¿Entregarían algún mensaje a Fatty?
Los hombres llevaban periódicos, los desplegaron y empezaron a discutir sobre algo. Uno de ellos encendió una pipa. Estuvieron allí algún tiempo, pero ni Goon ni Larry pudieron ver que entregasen o recibiesen ningún mensaje. El viejo seguía sentado en el otro extremo del banco, inclinado sobre su bastón y cabeceando de vez en cuando. Luego se irguió, lanzó un potente sorbetón y se secó la nariz con el revés de la mano. A Larry le divirtió ver la mirada de disgusto que le dirigieron los hombres. Doblaron sus periódicos, se levantaron y alejáronse calle abajo sin dejar de hablar.
El señor Goon se inclinó para escribir unas notas. Larry se preguntaba si serían miembros de la banda, pero estaba seguro de que no. En primer lugar estaba convencido de que uno de ellos era amigo de su padre.
Larry empezaba a aburrirse. Había terminado su limonada, y no deseaba tomar otra, ni tampoco le era posible engullir un helado en aquellos momentos. La dueña del establecimiento se acercó a él.
—¿Quiere algo más, señorito? —le preguntó, y Larry le dijo que no.
—Bien, entonces márchate —dijo la voz del señor Goon—. No necesitas quedarte aquí si ya has terminado tu inacabable limonada, ¿entiendes?
Larry estaba desconcertado. Debía vigilar el banco hasta que llegaran los otros. No podía abandonar su puesto. ¡Pero en aquel momento «regresaban sus compañeros»! Entraron en la tienda charlando animadamente.
Larry se puso en pie enseguida.
—¡Hola! ¡Estoy muy contento de que hayáis venido a buscarme! Supongo que Pip querrá quedarse a tomar una limonada corno siempre. ¡Bueno, las niñas y yo nos iremos y te dejaremos sorbiendo!. Por extraño que parezca incluso Bets se dio cuenta de que Larry deseaba que se quedase uno solo. Así que las niñas se fueron con Larry, y Pip tomó asiento en la mesa de la ventana en tanto el señor Goon echaba chispas. ¿Es que «nunca» podría librarse de aquellos niños?
Larry se llevó a las niñas, y cuando estuvieron a salvo al otro lado de la esquina, les dijo que el señor Goon le había obligado a marcharse, por lo cual había pensado que lo mejor era que se quedara solo Pip, y él también tenía turno, y terminó diciendo:
—¡Creo que Goon empieza a sospechar de nosotros!
—¡Larry! Lo hemos pasado estupendamente en la tienda donde venden las bocinas—dijo Bets—. ¡Escucha!
Y se lo contó todo a Larry. Ella, Pip y Daisy entraron en la tienda en la que vendían bicicletas, neumáticos, bocinas, linternas, juguetes, cochecitos de niño y muchas otras cosas.
El encargado era un chico muy despierto.
—Buenas —les dijo al verlos entrar—. ¿En qué puedo «servirlas»? ¿Desean comprar un cochecito quizás...?
Bets rió.
—No —dijo—. Queremos una bocina. Mi timbre no suena muy bien, y he pensado cambiarlo por una bocina para variar.
—Bien, tiene suerte —repuso el niño yendo hasta un estante del que cogió una bocina de goma—. Las hemos recibido la semana pasada. ¡Las primeras que llegan desde hace meses!
Los niños la probaron. Sonaba muy bien. ¡Mog-mog! ¡Mog-mog!
—¿Vende muchas? —le preguntó Pip mientras las niñas recorrían la tienda fingiendo mirarlo todo.
—Esta semana sólo he vendido tres —dijo el dependiente.
—¿Todas a ciclistas? —quiso saber Pip.
—¿Cómo voy a saberlo? —replicó el chico—. ¡Los clientes no entran en la tienda con sus bicicletas!
Pip no sabía qué decir a continuación. Se unió a las niñas para examinar el interior de aquella tienda tan interesante.
—Tienen ustedes muchas cosas —exclamó Daisy—. ¿Recuerda los precios de todo?
—Claro, tengo muy buena memoria —repuso el chico—. ¡Al final del día recuerdo todo lo que he vendido!
—¡Cielos! —exclamó Daisy, admirada—. ¡Apuesto a que no recuerda también a todos los clientes!
—¡Oh, sí, ya lo creo! —dijo el dependiente con orgullo—. Nunca olvido una cara. ¡Nunca!
—Pues... yo apuesto a que no recuerda a los compradores de esas tres bocinas —insistió Daisy rápida como el rayo. ¡Pip y Bets pensaron que era muy lista!
—Creo que los recuerdo —dijo el chico—. Uno fue ese individuo que vive al final de la carretera
,
en Kosy-Kot. El segundo, un tipo de ojos muy extraños... uno azul y otro marrón... no sé su nombre ni le había visto nunca. Pero le reconocería si volviera a verle. Y el tercero era un niño gordo, que al parecer tenía mucha prisa.
«Ése es Fatty», pensaron los tres niños, y Daisy sonrió al muchacho de la tienda.
—¡Qué buena memoria tiene usted! —le dijo—. Es realmente una maravilla. Bueno, tenemos que marcharnos. ¿Tienes ya tu bocina, Bets? ¡Bien, entonces vámonos!
Y salieron de la tienda regocijados. ¡Podían ser pistas... vaya que sí!
Pip se aburría en la confitería. En el exterior no había nada que ver aparte del viejo sentado en el banco. Nadie se acercó a él para nada. El señor Goon respiraba fatigosamente detrás de Pip; era evidente que aquel establecimiento resultaba muy caluroso para encerrarse en él en un día tan hermoso. Pip prolongó cuanto pudo su limonada y luego, ante el disgusto del policía, pidió un helado.
—Parece como si vosotros vivierais aquí —exclamó Goon al fin.
—Y usted también —replicó Pip—. Es una tienda muy bonita, ¿verdad?
El señor Goon no era de la misma opinión. Estaba harto de aquel lugar... ¡pero era el mejor para observar al viejo, de eso no cabía la menor duda!
—Parece que tiene usted calor —le dijo Pip con simpatía—. ¿Por qué no va a remar al río un rato? Allí hará fresco, señor Goon. Es una lástima pasar aquí sus días de fiesta.
El señor Goon lanzó uno de sus gruñidos. No estaba de fiesta, sino ocupado en un caso... en un caso muy importante. Y por razones de su sola incumbencia debía vestir de paisano, pero no podía explicárselo a aquel niño tan cargante. El señor Goon deseó que Pip fuese un mosquito, pues de un manotazo hubiera acabado con él.
Bets fue a relevarle, y Pip se alegró mucho al verla.
—¿Vas a tomar un helado? —le preguntó—. Bueno, siento no quedarme contigo, Bets. ¡ Hasta la vista!
Se marchó, y ante la contrariedad del señor Goon, otro de los niños, Bets esta vez, se acomodó en la mesa junto a la ventana, con la evidente intención de pasar allí un buen rato. Bets tenía miedo del policía; por eso le dio la espalda y no le dijo nada, limitándose a observar al viejo sentado en el banco. ¡Pensaba lo aburrido que debía estar el pobre Fatty!
Fatty tuvo un acceso de tos y Bets le contempló, alarmada. La tos parecía tan real que la niña estaba segura de que el pobre Fatty había pillado un resfriado terrible.
Luego siguieron una serie de sorbetones, estuvo buscando un pañuelo por todos sus bolsillos y al fin sacó uno de color rojo violento. Luego, poniéndose en pie, dio algunos pasos como si se hubiera quedado tieso de tanto estar sentado. Nadie en el mundo hubiera adivinado que pudiera tratarse de otra cosa que de un pobre viejo.
Bets disfrutó intensamente con su actuación. Sabía que Fatty lo estaba haciendo en su honor. A Fatty le gustaba la admiración de la niña, y se preguntaba si debía encender o no la pipa qué había llenado y tratar de fumarla. ¡Aquello habría de enloquecer a Bets!
Pero no se atrevió. Ya lo había probado y se sintió muy mal. De manera que se contentó con ponerse la pipa apagada en la boca, y conservarla así.
Todos los Pesquisidores se alegraron de que terminara aquel día. La verdad es que resultaba muy aburrido sentarse por turno en la horchatería en espera de que ocurriese oigo. Y en cuanto a Fatty, estaba terriblemente aburrido.
—Mañana pienso llevarme una buena cantidad de periódicos para leer —dijo—. No puedo pasarme las horas muertas llenando pipas, tosiendo y sorbiendo. Y todo para nada. Nadie me ha entregado ningún mensaje ni nada.
—Sin embargo, nosotros descubrimos algo interesante en la tienda de las bocinas —dijo Bets, contando a Fatty las características de los dos hombres que habían comprado bocinas aquella semana.
—Uno vive en Kosy-Kot, y el otro tiene los ojos muy extraños —explicó—. El dependiente dijo que no sabía dónde vivía. Y la tercera persona que compró una bocina, fuiste tú, naturalmente.
—¿Entonces en esa tienda no han vendido más que tres bocinas en todos estos meses? —exclamó Fatty, sorprendido.
—No las han recibido hasta la semana pasada —dijo Pip—. Por eso no podían venderlas. De manera, que si ese individuo que habló contigo el otro día en el banco «es» un miembro de la banda, o vive en Kosy-Kot... o anda por ahí con un par de ojos muy raros... ¡uno azul y otro castaño!
—Será mejor que probemos primero en Kosy-Kot —dijo Fatty, satisfecho—. Lo habéis hecho muy bien, Pesquisidores. ¿Cómo conseguisteis la información?
—Pues en realidad la consiguió Daisy —repuso Pip contando a Fatty lo que había ocurrido. Fatty dio unas palmaditas en la espalda de la niña.
—Muy bien —le dijo—. Fuiste muy rápida y demostraste gran inteligencia. Y ahora..., ¿quién va a probar suerte en Kosy-Kot?
—¿Verdad que es un nombre horrible? —dijo Pip—. ¿Por qué escogerá la gente nombres así? ¿No podríamos ir mañana al pueblo y hacer averiguaciones? Ahora es ya muy tarde.
—Bien —replicó Fatty—. Lo haremos mañana. No tendré que disfrazarme de viejo hasta la tarde, así que podré ir con vosotros. Nos encontraremos en casa de Pip mañana a las diez en punto.
Así que a las diez en punto estaban todos allí, incluyendo a «Buster». Emprendieron la marcha hacia Kosy-Kot. Encontraron a un cartero y él les dijo dónde estaba el sitio que buscaban.
No tardaron en encontrarlo. Era un pequeño «bungalow» situado en el centro de un cuidado jardincito. En la parte posterior había un cobertizo.
—¡Apuesto a que ahí es donde guarda la bicicleta! —dijo Fatty—. ¿Y ahora cómo hacemos para atisbar el interior?
—¡Ya lo sé! —exclamó Pip—, Yo llevo una pelota. La tiraré dentro del jardín, y luego iré a pedir permiso para recogerla... y tú puedes mirar dentro del cobertizo, Fatty. Si dentro hubiera una «bici» con bocina, esperaremos a que salga el hombre que vive en esta casa para ver si le reconocemos como el que habló contigo. Es posible que también reconozcamos la bicicleta si la vemos.
Aquel plan parecía bueno y sencillo. Así que Pip se dispuso a ponerlo en práctica. Arrojó la pelota osadamente, y ésta fue a caer dentro del jardín, chocando contra la pared del cobertizo.
—¡Atiza! —exclamó Pip en alta voz—. Mi pelota ha caído en ese jardín.
—Iremos a pedir que te dejen entrar a recogerla —repuso Daisy.