Read Misterio del collar desaparecido Online
Authors: Enid Blyton
Pero los otros no deseaban oír lo que había dicho el profesor de Fatty, sino hablar del martes por la noche y de lo que Fatty iba a hacer.
¡El martes por la noche! Bets se emocionaba sólo de pensarlo. Aquel misterio estaba resultando demasiado excitante para expresarlo en palabras. ¡Oh... la noche del martes!
Aquel fin de semana transcurrió muy lentamente. ¡Cuánto tardaba en llegar el martes! Lo único que lo animó fue que en dos o tres ocasiones que los niños se cruzaron con el señor Goon, Fatty llevaba escondida la bocina debajo de la chaqueta y la hizo sonar en cuanto le hubieron pasado.
Aquello le hacía pegar un respingo y detenerse para mirar a su alrededor con la esperanza de descubrir al ciclista que se había detenido a hablar con el viejo. Pero, claro, no le veía nunca, y a la tercera vez miró a los niños con recelo.
—¿Habéis oído una bocina? —les preguntó. Y todos asintieron vigorosamente con la cabeza.
—¿Entonces habéis visto también una bicicleta? —les dijo el policía.
—¿Una «bici»? ¿Corriendo sola con una bocina? —preguntó Pip, y los otros sonrieron.
—¡Bah! —exclamó el señor Goon enfadado como de costumbre—. ¡Largaos! ¡No me extrañaría que llevarais una bocina sólo para molestarme al pasar!
—Se está volviendo inteligente, ¿verdad? —dijo Larry cuando se alejaban—. No me sorprendería que uno de estos días consiguiera el ascenso. La verdad es que está haciendo uso de su cerebro. Será mejor que no volvamos a tocar la bocina al pasar junto a él. Es capaz de quejarse de nosotros si lo hacemos... y desde que fue a mi casa un día preguntando por mí, mi madre no deja de advertirme que no me meta en líos.
Fatty se estaba preparando afanosamente para el martes por la noche. Sabía lo importante que era, y también, que a menos de que todos los detalles fuesen perfectos, podría correr un peligro considerable.
Fatty y los otros pasaron muchos ratos en la exposición de figuras de cera ante la sorpresa del muchacho pelirrojo, puesto que allí hacía mucho calor, y durante aquellos días muy poca gente la visitaba.
Pero Fatty tenía que estudiar la figura de Napoleón con sumo cuidado. Tenía intención de introducirse en la exposición el martes por la noche, como fuese, y vestirse con las ropas de Napoleón. ¿Le sentarían bien? Le preguntó a Daisy qué le parecía.
—Sí, yo creo que te irán muy bien —dijo mirando primero a Napoleón y luego a Fatty—. Será mejor que te traigas algunos imperdibles por si acaso. Yo diría que el sombrero es de tu medida. ¿Y el cabello, Fatty?
—Eso puedo arreglarlo muy bien —replicó Fatty—. Creo, que me servirá el mío si lo aliso hacia delante y saco algunos mechones por debajo del sombrero como el viejo Napoleón. Y es... no sé lo que tú opinarás... ¿pero verdad que mis facciones se parecen bastante a las de Napoleón?
Los otros le miraron.
—Pues yo no veo «el menor» parecido —dijo Pip con sinceridad—. Ni el más remoto.
—¿«Quieres» parecerte a Napoleón? —dijo Bets, sorprendida—. La verdad es que no es nada guapo. Y no me gustan esos hombres que van por ahí pensando que van a conquistar el mundo entero. Claro que Napoleón debió ser muy inteligente, y tú también lo «eres», Fatty. Pero, aparte de ser gordo e inteligente, no veo que te parezcas a Napoleón.
Fatty dio por terminado su estudio. Miró una vez más la figura de Napoleón, con su espléndido uniforme, su sombrero de tres picos, medallas, charreteras y estrellas. Era un uniforme muy bonito y Fatty estaba deseando verse dentro de él. Bueno, ahora ya no tendría que esperar mucho tiempo.
Trató de recordar exactamente el ángulo de inclinación del sombrero de Napoleón, el modo de colocar las manos y su mirada estática fija en el vacío. Por fortuna, Napoleón estaba en la primera fila de figuras, de manera que Fatty, como Napoleón, podría verlo y oírlo todo muy bien. Un ligero estremecimiento recorrió su espalda al pensar que estaría allí, completamente inmóvil, escuchando los planes de la banda y procurando recordar el aspecto de cada miembro.
Era una idea verdaderamente osada. Ninguno de los otros Pesquisidores se hubiera atrevido a ponerla en práctica, pero claro, Fatty era capaz de todo. Bets estaba convencida de que no habría de movérsele ni un cabello si encontrase a un león rugiente como los que ella veía en sueños, y que la asustaban terriblemente. Lo más probable era que Fatty le hablase con amabilidad y le acariciase, y el león se tumbaría en el suelo patas arriba para que Fatty le hiciera cariñosas cosquillas en el estómago... ¡lo mismo que «Buster»!
El muchacho pelirrojo, al ver su repentino interés por Napoleón se acercó a ellos con curiosidad.
—¿Qué es lo que os resulta tan interesante? —les dijo— ¿Quién es? ¡Ah! Napoleón. ¿Quién fue? ¿Una especie de soldado?
—¿No lo «sabes»? —exclamó Bets, asombrada—. ¿Es que en el colegio no te enseñen historia?
—Nunca he ido a la escuela —replicó el muchacho pelirrojo—. Pertenezco a la feria, y nosotros los niños apenas asistimos a la escuela. Vamos siempre de un sitio a otro, y antes de que hayamos ingresado en un colegio, ya nos hemos de trasladar otra vez. Sé leer; pero escribir, eso sí que no.
—¿Por qué estás en la exposición de figuras de cera? —le preguntó Fatty—. ¿Es que esta sala pertenece a la gente de la feria?
—¡Oh, no...! Sólo la tienen alquilada —repuso el chico—. Las figuras de cera pertenecen a un tío mío. Es el individuo que se ocupa del tiro de anillas. Yo solía ayudarle, pero ahora tengo que cuidar de las figuras de cera, y es muy aburrido.
Fatty se preguntaba si entre los feriantes habría algún miembro de la banda de ladrones.
Era bastante probable. Bien, pues el martes por la noche lo sabría.
Los niños fueron a estudiar cuidadosamente otras figuras para que el muchacho pelirrojo no sospechara de su repentino interés por Napoleón. Dieron también una buena ojeada a la figura de cera del policía. ¡La verdad es que se parecía mucho al señor Goon! Allí estaba en la segunda fila, no lejos de Napoleón, con su casco completamente recto, el barboquejo rodeando su barbilla y el cinturón bien ceñido.
El muchacho pelirrojo salió fuera unos minutos, y Fatty fue de nuevo ante el Napoleón para estudiar bien sus ropas y asegurarse de que podría quitárselas con facilidad a la figura de cera.
—Espero que no estén «sujetas» por ningún sitio —dijo a los otros con ansiedad, y Daisy tiró de ellas.
—¡Oh, no! —dijo—. Las lleva puestas igual que nosotros. Y, mira, los pantalones los lleva sujetos por tirantes. Todo irá bien, Fatty. Pero tendrás que venir aquí mucho antes de las nueve, o no tendrás tiempo de desnudarte y de desnudar a Napoleón, y luego a vestirte.
—Quisiera que no lo hicieses, Fatty —dijo Bets mirándole con ojos asustados—. No podré soportar el pensar que estás aquí tan cerca de la banda... ¿y qué te harían si te descubrieran?
—No me descubrirán —replicó Fatty—. Yo no he de traicionarme, de eso puedes estar segura. He estado ensayando el estar de pie e inmóvil en mi habitación, horas y horas en la misma posición. «Buster» no podía comprenderlo. ¡Hizo cuanto pudo para que me moviese!
Los otros rieron. Se imaginaban a Fatty de pie en su dormitorio completamente inmóvil, y a «Buster» tratando de arrancarle un movimiento o una palabra.
—Vamos... hemos de irnos ya —dijo Fatty—. Aquí hace un calor terrible. Hola... ahí está Goon... ¡otra vez de uniforme! Debo confesar que está mejor de uniforme que de paisano. ¡Y no es que esté bien de ninguna manera!
El señor Goon estaba de pie junto a la entrada de la exposición de figuras de cera, y al parecer se disponía a entrar. Al ver a los niños frunció el entrecejo. ¡Aquellos niños aparecían por todas partes!
—¿Qué estáis haciendo aquí? —les preguntó en tono que denotaba sospecha.
—Pasando el rato, señor Goon, pasando el rato —dijo Fatty—. Y «usted», ¿qué hace aquí? ¿Han terminado sus vacaciones? Debe echar de menos sus paseítos hasta la tienda de los refrescos.
«Buster» estaba sujeto a su correa, o de otro modo se hubiera abalanzado sobre su enemigo, pero Fatty, viendo la sombría mirada del señor Goon, se apresuró a apartarle.
—¡Quisiera saber lo que ha hecho con la lista del colmado! —dijo Daisy riendo por lo bajo—. Supongo que la habrá puesto entre sus pistas. ¡Bueno, nosotros sabemos mucho más que él!
Bets quiso volver a la orilla del río, de manera que los otros fueron también con intención de regresar a sus casas por el camino que lo bordeaba. Bets miraba intensamente a todos los ocupantes de los botes, y Pip lo observó.
—¿Por qué miras tanto a la gente que va en los botes?
—No es que los mire —replicó Bets—. Estoy buscando a un hombre que tenga los ojos extraños, eso es todo. Ya sabes que vi al hombre con un ojo de cada color en un bote... cuando la balsa chocó contra mí... y puede que vuelva a verle.
—¿Y qué harías si le vieras? —quiso saber Pip—. ¿Saltar sobre él y detenerle?
—Bets ha tenido una buena idea —dijo Fatty que siempre estaba pronto a defender a la niña—. Después de todo si ese hombre estuvo una vez en un bote puede volver a estarlo. Y si le viéramos en el río, podríamos ver el nombre de la barca, si era de propiedad particular, y descubrir el nombre del propietario.
—Lo malo es que. la gente va tan de prisa que es difícil distinguir el color de sus ojos —dijo Bets.
—Escucha, Fatty, ¿cómo vas a conseguir que tu cara adquiera el tono rosado que tiene la de Napoleón? —le preguntó Larry mirando el rostro moreno de Fatty.
—Es bien fácil —replicó Fatty—. Pondré una ligera capa de cera rosada encima de mi cara y dejaré que se seque. Sé cómo hacerlo. Lo explica un libro que tengo.
Fatty tenía una extraña colección de libros, y en ellos parecía encontrar todo lo que le hacía falta.
—Eso tendrás que hacerlo antes de salir de tu casa, ¿verdad? —le preguntó Daisy, y Fatty asintió.
—Sí. Larry tendrá que venir conmigo si la noche no es bastante oscura para esconderme y advertirme si se acerca alguien que pudiera descubrirme. Pero ahora que no hay luna no es fácil que vea gran cosa en la oscuridad.
—¡Tengo ganas de que llegue el martes! —exclamó Bets—. ¡Apenas puedo esperar! ¡Ojala pudiera verte vestido de Napoleón, Fatty! Estarás magnífico. ¡Oh, martes, date prisa en llegar!
Al fin llegó la noche el martes. En cierto modo era una noche nublada que daba a entender que la tan esperada lluvia iba a llegar. Había refrescado un poco, cosa que todos agradecieron.
—¿Cómo vas a arreglártelas esta noche con tu padre y tu madre? —le preguntó Pip—. Quiero decir que... tú tienes intención de marcharte a las siete y media, ¿no? Y a esa hora cenas con ellos.
—Estas dos noches cenan fuera —replicó Fatty—. He tenido suerte en eso, Larry, vente a cenar conmigo. Cenaremos a las siete y luego puedes venir conmigo hasta la exposición para asegurarte de que nadie me ve.
—De acuerdo —repuso Larry—. Así lo haré. Ojala yo también pudiera entrar en la exposición contigo para verlo todo. ¿Querrás venir a contárnoslo todo, aunque sea muy tarde, Fatty? Yo estaré despierto.
—Está bien, pero será mejor que no vaya a casa de Pip —dijo Fatty—. Si llamase a Pip seguro que me oiría la señora Hilton. Su habitación está precisamente debajo de la suya.
—¡Oh, «Fatty»! ¡No podemos esperar hasta mañana! —exclamó Bets.
—Pues tendréis que esperar —replicó Fatty—. Yo no puedo ir a deciros lo que haya ocurrido. ¡De todas formas tú ya estarías dormida, pequeña Bets!
—No. No podré dormir en toda la noche —dijo Bets.
El día fue transcurriendo muy lentamente. A las seis y media, Fatty se marchó de casa de Pip, acompañado de Larry, y los dos se dirigieron a la de Fatty. Iban a cenar muy pronto, a las siete... y luego comenzaría su aventura. Todos los niños estaban muy excitados, pero el único que no lo demostraba era Fatty, quien parecía estar tan tranquilo como siempre.
Los dos niños cenaron muy bien. Luego Fatty se puso la cera rosada en el rostro y después los dos echaron a andar en dirección al río. Tenían el proyecto de coger el camino que atravesaba los campos, luego seguir por la orilla del agua, y de esta manera llegar a la feria sin encontrar a mucha gente.
Llegaron a la exposición de figuras de cera.
—¿Cómo vas a entrar? —susurró Larry de pronto viendo que el lugar estaba cerrado y a oscuras.
—¿No me viste descorrer el pestillo de una de las ventanas esta mañana cuando estuvimos dentro? —replicó Fatty—. Entraré por ahí. Escucha... ¿qué te parece si entrases tú también por si acaso tropiezo con alguna dificultad al vestirme? Después puedes saltar tranquilamente por la ventana.
—Sí, entraré contigo —replicó Larry contento al poder contemplar a Fatty vestido de Napoleón—. ¿Qué ventana es?
—Es ésa —repuso Fatty mirando cautelosamente a su alrededor.
—¿Ves a alguien por aquí?
—Ni un alma.
—¡Vamos allá entonces!
Y abriendo la ventana con sumo cuidado, se subió al repecho, saltando dentro de la sala. Larry le siguió. Los niños cerraron la ventana cautelosamente para que a nadie le llamara la atención verla abierta.
La sala no estaba a oscuras, porque un farol de la feria la iluminaba desde el exterior dando a las inmóviles figuras de cera un aspecto fantasmal.
Los niños miraron a su alrededor. Las figuras parecían tener más vida que durante el día y Larry se estremeció. Imaginaciones tontas poblaron su cabeza. ¿Y si las figuras de cera cobrasen vida de noche y hablasen? ¡Qué susto iban a llevarse él y Fatty!
—Parece que todos nos miran —susurró Larry—. Me ponen nervioso. ¡Mira a Nelson... nos está observando todo el tiempo!
—Tonto —replicó Fatty aproximándose a Napoleón—. Vamos... ayúdame a desnudarle, Larry.
Fue una tarea extraña el quitar la ropa a la rechoncha figura de cera que representaba a Napoleón. ¡Ni tampoco fue fácil porque Napoleón no les ayudaba nada! ¡En realidad, casi parecía que deliberadamente intentaba hacerlo más difícil para los dos niños!
—Si por lo menos levantase un poco los brazos —susurró Larry—. Entonces podríamos quitarle la ropa con facilidad. ¡Pero se pone lo más tieso que puede!
Fatty rió por lo bajo.
—¡Menudo susto iba a llevarme si levantase los brazos! —dijo—. Prefiero que no lo haga. Vaya... ya le hemos quitado la chaqueta... a Dios gracias... pero he roto un poco ese cuello tan alto. Ahora los pantalones.