Misterio del collar desaparecido (14 page)

BOOK: Misterio del collar desaparecido
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Dentro del armario no podía oír nada. No oyó cómo los hombres salían de la sala y cerraban la puerta con llave. No vio cómo Goon aguardaba unos momentos más en su escalón y luego suspiraba adoptando una posición más cómoda. El señor Goon había pasado muy mal rato desde el momento en que había estornudado hasta que por fin se fueron los hombres.

Cuando estornudó tuvo la seguridad de que los hombres examinarían las figuras, descubriéndole. Claro, él no tenía la menor idea de que Fatty también estaba allí, y cuando sorprendieron al niño y le bajaron de su escalón, a Goon casi se le salen los ojos de las órbitas. ¿Cómo? Había otra persona en la sala... alguien que debió estar ya allí cuando él mismo entró para ocupar el sitio del policía. ¿Quién sería?

El señor Goon había reconocido la voz del niño en cuanto éste había hablado, y se puso rojo de furor. ¡Otra vez aquel entrometido! Así que, al igual que el propio Goon, había leído el mensaje secreto... y no le había dicho nada a la policía. Qué malo, qué perverso... bueno... a Goon le faltaban las palabras cuando empezaba a pensar en Fatty.

El policía se estremeció al pensar que a continuación le descubrirían a él con toda seguridad. Cuando no miraron más, su corazón comenzó a latir más a compás. ¡Bueno, le estaba bien empleado a aquel niño entrometido que le cogiesen! ¡Lo merecía! ¡Esconder informaciones a la policía! El rostro del señor Goon volvió a ponerse como la grana.

Estaba tan satisfecho de sí mismo por habérsele ocurrido aquella estupenda idea... de ocupar el lugar del policía de cera y escuchar a la banda trazando sus planes. Bien, ahora sabía mucho... y si esos hombres se iban a dar el golpe y lo dejaban solo, pronto podría telefonear y disponer que los pillasen tranquilamente... ¡y con las manos en la masa! El señor Goon se regodeaba sólo de pensarlo.

Pero los hombres aún no se habían marchado. Estaban atando a aquel niño gordito... ni siquiera le habían dado un papirotazo en la oreja como hubiera querido hacer el señor Goon. El policía contempló satisfecho la habilidad con que aquellos hombres envolvieron a Fatty en la cortina con las manos y los pies atados y un pañuelo tapándole la boca. ¡Ah! ¡Así había que tratar a la gente como Fatty!

El señor Goon observó cómo los hombres metían a Fatty dentro del armario, cerrando con llave. ¡Bien! Ahora el niño ya no estorbaría. Si los hombres se fuesen el señor Goon podría entrar en acción. Sonrió al pensar lo que iba a hacer. El inspector Jenks quedaría muy sorprendido al saber la noticia. Sí, y muy complacido además.

La puerta se cerró detrás de los hombres. El señor Goon oyó el ruido de un automóvil al ponerse en marcha. Pensó que ya no había peligro y que podía bajar al centro de la sala, donde permaneció mirando a su alrededor y sumamente satisfecho.

Fatty se debatía dentro del armario. Había leído en muchos libros que era el mejor sistema para librarse de ataduras, pero aparte de conseguir que se le cayera la mordaza, no adelantaba gran cosa con las ligaduras de sus pies y manos. Hizo cuantas cosas había aprendido en los libros, pero en vano. No consiguió desatarse las manos.

Mientras se debatía cayó contra Napoleón, la figura perdió el equilibro y dio con la cabeza contra el fondo del armario. Luego rodó hasta Fatty, quien lanzó un grito.

El señor Goon estaba a punto de abrir la puerta para salir cuando oyó el grito y se detuvo. No tenía intención de soltar a Fatty. ¡Nada de eso! Aquel niño había recibido al fin su merecido, y él no pensaba privarle de ello. No... que se quedara dentro del armario y pensase un poco. Tal vez se le ocurriera que era mejor no volver a interponerse en el camino de la Ley.

Pero cuando Napoleón cayó con tal estrépito, el señor Goon sintió el aguijón de la conciencia. ¿Y si el niño se estuviera ahogando? ¿Y si la mordaza le impidiera respirar? ¿Y si al debatirse se había caído haciéndose daño? Era amigo del inspector, aunque Dios sabía por qué el inspector se preocupaba por un niño como aquél. Sin embargo.

El señor Goon pensó que bien podía perder un minuto investigando, aunque no pensaba abrir el armario. ¡No! No iba a consentir que el niño echara a correr otra vez para gastarle alguna de sus bromas. No, Fatty estaba más seguro encerrado dentro de un armario.

De manera que el señor Goon se aproximó cautelosamente al armario y llamó con sus nudillos. Fatty dejó de moverse en el acto.

—¿Quién está ahí?

—Soy el señor Goon —dijo el policía.

—¡Gracias a Dios! —exclamó Fatty con fervor—. Abra la puerta y desáteme, señor Goon. ¡Tenemos mucho que hacer! ¿Se han ido ya esos hombres?

El señor Goon lanzó un gruñido. ¿Es que aquel niño creía en serio que iba a dejar que le ayudase? ¡Después que deliberadamente le ocultó el mensaje secreto!

—Tú estás bien ahí —dijo el señor Goon—. ¡No necesitas venir a enredar entre ladrones y maleantes!

Fatty no podía dar crédito a sus oídos. ¿Es que el señor Goon pensaba seriamente en dejarle allí encerrado, mientras ocurría todo? Se estremeció sólo de pensarlo; habló en tono suplicante:

—Señor Goon. ¡Sea bueno! ¡Abra la puerta y déjeme salir!

—¿Por qué habría de hacerlo? —preguntó el señor Goon—. ¿Acaso tú me hablaste del mensaje secreto? No, no lo hiciste. Ya sé que a tus padres no les gustaría que te mezclaras en el asunto de esta noche, ¿entiendes? Me agradecerán que te deje aquí. Más tarde vendré a buscarte cuando esté todo arreglado y los haya detenido.

Fatty estaba desesperado. Pensar que Goon iba a hacerlo todo mientras él permanecía encerrado en aquel armario maloliente.

—¡Señor Goon! ¡No sea malo! Fue su estornudo lo que lo descubrió todo... y en vez de cogerle a «usted» me cogieron a «mí». No es justo.

El señor Goon se echó a reír. Era una risa muy desagradable, y a Fatty le dio un vuelco el corazón al oírla. Sabía que el policía pensaba dejarle donde estaba. Podría luego dar toda clase de explicaciones... que no tuvo tiempo de libertarle... que pensaba regresar enseguida... cualquier cosa serviría. ¡Maldito señor Goon!

—Bueno... te veré más tarde —dijo el señor Goon dirigiéndose hacia la puerta. Fatty lanzó un gemido. Ahora tendría que quedarse en el armario hasta que terminara la función Qué mala suerte. ¡Después de todos sus planes tan estupendos! ¿Qué diría el inspector Jenks? Estaría muy satisfecho de Goon, quien ciertamente había hecho uso de su cerebro en aquel misterio, trabajando de firme.

¡Pobre Fatty! Estaba tendido en el armario incómodamente, mientras la cuerda le mordía las muñecas y tobillos. Y todo por culpa de Goon. ¿Por qué tuvo que estornudar, descubriendo el juego? Él había salido muy bien librado... pero había complicado las cosas para el pobre Fatty.

De pronto Fatty oyó un ruido que le hizo aguzar el oído. Parecía como si estuvieran abriendo la ventana. ¿Entraría alguien? ¿Volvía alguno de la banda?

Entonces Fatty oyó una voz baja, una voz que conocía muy bien.

—¡Fatty! ¿Estás por ahí? ¡Fatty!

¡Era Larry! A Fatty le dio un salto el corazón de alegría y consiguió sentarse dentro del armario.

—¡Larry! ¡Estoy encerrado en el armario donde pusimos a Napoleón! ¡Sácame de aquí! ¡Deprisa, ábreme la puerta!

CAPÍTULO XVII
EL SEÑOR GOON RECIBE VARIAS SORPRESAS

Larry corrió hacia el armario, que aún tenía la llave puesta. La hizo girar y la puerta se abrió, descubriendo al pobre Fatty todavía envuelto en la cortina.

—¡Fatty! ¿Qué ha ocurrido? —exclamó Larry—. ¿Estás herido?

—En absoluto... excepto las muñecas y los tobillos, que me duelen por el roce de las cuerdas —repuso Fatty—. ¿Tienes un cuchillo, Larry? Corta la cuerda.

Larry cortó sus ligaduras y pronto Fatty pudo deshacerse de la cortina, que arrojó a un rincón con las cuerdas. Se quitó el uniforme de Napoleón y se puso su ropa. Luego cerró con llave la puerta del armario.

—¡Oh, Larry! —exclamó—. ¡Cuánto me ha alegrado oír tu voz! Pero no hablemos aquí. ¡Volvamos a casa, deprisa!

—Mi familia cree que estoy en la cama —dijo Larry— Si quieres iré a tu casa. Tus padres no están, ¿verdad? Vamos.

—Bien. Te lo contaré todo cuando estemos de regreso —dijo Fatty.

Recorrieron el camino que atravesaba los campos lo más deprisa posible, aunque al pobre Fatty le dolían mucho los tobillos por haber estado tanto tiempo fuertemente atados. Pronto llegaron a casa de Fatty y entraron en ella cautelosamente. Subieron a su dormitorio y Fatty se arrojó sobre la cama, frotándose los tobillos.

—¡Larry! ¿Cómo te las arreglaste para volver a rescatarme? —le preguntó—. De no ser por ti hubiera permanecido allí horas y horas. Esa fiera de Goon no quiso soltarme. Vamos... cuenta tú primero.

—En realidad no tengo mucho que contar —dijo Larry—. Volví a casa y le conté a Daisy todo lo que habíamos hecho. Y luego, a eso de las nueve y media, cuando ya estaba acostado, apareció Pip, tirando piedrecitas a mi ventana.

—¿Qué quería? —quiso saber Fatty.

—Pues le enviaba Bets —explicó Larry—. Pip dijo que estaba muy preocupada, que no podía dormir, que no cesaba de llorar y de decir que tú corrías peligro. Ya sabes los presentimientos que tiene Bets a veces. Es sólo una niña.

—De manera que Pip, pensando que sería divertido saber cómo me iba el vestido de Napoleón, dijo a Bets que iría a verte —dijo Fatty—. Así Bets se quedaría más tranquila y el bueno de Pip se distraería un rato. Comprendo... pero ¿qué es lo que te hizo volver a la exposición de figuras de cera?

—No lo sé exactamente —explicó Larry—. Ya sabes, en otra ocasión Bets también tuvo la sospecha de que corrías peligro y resultó verdad. Y yo pensé... bueno, que sería una buena idea llegarme hasta la feria y echar un vistazo a lo que estaba ocurriendo.

—¡Cielos! Celebro que Bets tuviera uno de sus presentimientos —dijo Fatty, agradecido—. Y de que tú vinieras, viejo camarada.

—Yo también —replicó Larry—. Cuando llegué, la exposición de figuras de cera estaba a oscuras y no se veía a nadie por allí. Así que abrí la ventana, entré y te llamé. Eso es todo.

Hubo un silencio. De pronto Fatty se puso triste.

—¿Qué te ocurre? —le preguntó Larry—. Aún no me has dicho lo que ha sucedido... ni por qué estabas encerrado. ¿Es que te descubrieron?

Fatty comenzó su relato, que Larry escuchó con asombro. ¡De manera que Goon había ido también! Cuando Fatty le explicó el estornudo de Goon que fue la causa de que le descubrieran a él, y no al policía, Larry, cariñoso, trató de consolarle.

—¡Pobre Fatty! De manera que Goon se enteró de todo, te dejó allí el muy tunante, y sé fue a realizar la detención y a dar parte. ¡Qué noche más agitada para él!

—Dijo que volvería a sacarme del armario cuando la función hubiese terminado —dijo Fatty, comenzando a sonreír—. Le sorprenderá ver que no estoy, ¿verdad?

—Sí —dijo Larry—. No sabrá lo que ha ocurrido. Nosotros le haremos creer que no sabemos dónde estás, ¿quieres? Mañana iremos a preguntarle por ti... y le van a dar veinte ataques seguidos si cree que has desaparecido. ¡No sabrá «que» pensar!

—Y se sentirá muy intranquilo porque él sabe que debía haberme dejado salir —dijo Fatty—. Bueno, voy a acostarme, Larry. Será mejor que tú también vayas a dormir un poco. Oh, estoy tan desilusionado... después de todos nuestros trabajos, disfraces y planes... ¡para que Goon resuelva el misterio y se lleve todos los honores!

Los niños se separaron y Larry corrió a su casa, preguntándose qué estaría haciendo Goon. Recordó la Mansión Castleton... le hubiera gustado saber si los ladrones estaban actuando... si la casa habría sido rodeada... y si Goon habría realizado alguna detención. Bueno, puede que al día siguiente la publicasen todos los periódicos.

Ciertamente que Goon había realizado un buen trabajo aquella noche. Rodeó la casa con sus hombres mientras los ladrones estaban dentro, y pudo arrestar a cuatro... aunque uno de ellos había huido en la lucha... y Goon sentíase muy satisfecho de sí mismo. No tardarían en coger al fugitivo. No tenía la menor duda.

No fue hasta pasada la medianoche cuando el señor Goon recordó de pronto que había dejado a Fatty encerrado en el gran armario ropero de la exposición de figuras de cera.

«¡Maldito niño! —pensó—. Ahora podría irme a la cama y dormir tranquilamente si no tuviera que ir a sacarle de aquel armario. Habrá tenido un buen rato para pensar en todas sus fechorías. Bueno, será mejor que vaya a sacarle... y le dé algunos buenos consejos. Esta vez se ha perdido toda la diversión... ¡y he sido «yo» y no él quien ha resuelto este misterio. ¡Ah!»

El señor Goon fue a la exposición de figuras de cera en su bicicleta. La dejó fuera, y una vez en el interior encendió su linterna y se dirigió al armario, llamando suavemente con los nudillos.

—¡Eh, tú! —dijo—. ¿Estás dispuesto a salir? ¡Ya lo hemos hecho todo, y ahora que la función ha terminado puedes salir!

No hubo respuesta, y el señor Goon volvió a llamar con más fuerza pensando que Fatty se habría dormido. Pero tampoco obtuvo respuesta. Una sensación de frío invadió el corazón de Goon. ¿Es que el niño no estaría bien?

Goon se apresuró a hacer girar la llave en la cerradura y abrió la puerta. ¡Napoleón le contempló en paños menores... pero Fatty no! El señor Goon comenzó a temblar. ¿Dónde estaba el niño? ¡No podía haber salido de un armario cerrado con llave! ¿O tal vez sí? El señor Goon recordó cómo Fatty había logrado salir misteriosamente a través de una puerta cerrada con llave.

El señor Goon pegó un puñetazo en los riñones de Napoleón para asegurarse de que era el de cera y no Fatty. Napoleón no se alteró y continuó mirando al señor Goon. Sí, era de cera.

El señor Goon cerró la puerta, intrigado y pesaroso. ¿Dónde estaría el niño? ¿Se lo habría llevado alguien? Le había visto maniatado y amordazado, de manera que por sí solo no pudo escapar. Bueno, entonces, ¿qué era lo que había ocurrido?

El señor Goon fue a su casa pedaleando lentamente. Debía haber libertado al niño antes de salir en persecución de la banda. ¿Y si no apareciera por la mañana? ¿Qué explicación podría darle al inspector? Tenía que verle a las diez.

El señor Goon exhaló un profundo suspiro. Había deseado tanto aquella entrevista... y en cambio ahora la temía. Aquel niño rollizo era muy amigo del inspector. Si se descubriera que le había ocurrido algo, el inspector Jenks tal vez le hiciese algunas preguntas desagradables. ¡Maldito chico!

Fatty durmió profundamente aquella noche, fatigado de tantas aventuras. El señor Goon también durmió, pero intranquilo. Soñó con su gran éxito por haber detenido a la banda..., pero cada vez que iba a recibir las palabras de elogio del inspector, Fatty aparecía en su sueño, atado y pidiendo ayuda. Era muy molesto porque cada vez despertaba al señor Goon y luego le costaba volver a dormirse.

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