Morir a los 27 (35 page)

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Authors: Joseph Gelinek

Tags: #Intriga, Policíaco

BOOK: Morir a los 27
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—Cuando dices un barco pirata —preguntó Perdomo—, ¿te refieres a algo parecido a un viejo bergantín del siglo XVII?

—No —le aclaró el otro—; el
Revenge
es un barco experimental, muy sofisticado. Opera en el estrecho de Oresund, cuyas aguas son internacionales desde la Convención de Copenhague, a mediados del siglo XIX.

Perdomo ignoraba la ubicación exacta del estrecho que separa Suecia de Dinamarca, así que Villanueva le puso en situación.

—Oresund es uno de los tres estrechos que conectan el mar Báltico con el mar del Norte y es una de las vías marítimas más utilizadas del mundo. Tiene un puente gigantesco, que une Copenhague con la ciudad sueca de Malmó, seguro que lo has visto alguna vez en fotografías. O'Rahilly merodea por ese estrecho continuamente y ha colocado incluso la bandera del Partido Pirata en el mástil, que es una vela blanca ondeando al viento, sobre fondo negro.

—Menudo pájaro —exclamó Guerrero—. Pero no creo que farolee. Si el barco es tan sofisticado como dice Villanueva, es muy posible que pueda haber montado el laboratorio holográfico a bordo del mismo. Todo lo que necesita O'Rahilly es un dispositivo consistente en una lámina de plástico especial, metida entre dos piezas de vidrio, cada una recubierta con un electrodo transparente. Luego no tiene más que grabar las imágenes en ese plástico (que no es más que un polímero fotoreactivo) mediante haces de láser y ya tiene su holografía. Lo jodido es actualizarla en tiempo real.

—Algo imprescindible, si quiere crear la sensación de un concierto en vivo, donde los artistas están interactuando constantemente con el público —puntualizó Villanueva.

—Espera, espera, Guerrero —le frenó Perdomo—, vas demasiado deprisa para mí. Polímero, electrodo transparente… ¿qué
palabros
son ésos? Necesito entender un poco más cómo funciona el tinglado de ese pirata.

Guerrero se armó de paciencia, adoptó la misma actitud que mostraría un profesor benévolo con un alumno que se ha quedado atrás en el dictado y dijo:

—Voy a ir por partes. ¿Tenemos claro qué es una holografía?

—Una imagen en movimiento y en tres dimensiones, ¿no? —aventuró Perdomo. Se notaba, por la inseguridad de su tono de voz, lo mucho que le imponía Guerrero y el miedo que tenía a equivocarse delante de él, con su subordinado de testigo.

—Correcto —le tranquilizó el de la Científica—. Sólo que para que el espectador experimente el efecto 3D, no son necesarias esas gafas tan chuscas que nos entregan en el cine. La ilusión óptica se crea mediante un rayo láser. El invento, al menos en su modalidad más básica, tiene ya sus años. Lo descubrió en 1947 un húngaro llamado Gabor, que recibió por ello el Nobel de Física. Actualmente el holograma se ha desarrollado lo suficiente como para ofrecer un alto grado de fiabilidad, al menos en la industria de la seguridad. Insertados en billetes de banco y tarjetas de crédito, los hologramas resultan extraordinariamente difíciles de falsificar, porque se replican a partir de una holografía master, que sólo puede ser generada mediante un procedimiento tecnológico sumamente caro y avanzado.

—¿Cómo de caro? —preguntó Perdomo—. ¿Como la bomba atómica?

—Sí —concedió Guerrero—. Es caro de cojones.

Villanueva intervino en ese momento para recordar a sus colegas que O'Rahilly estaba ganando millones de euros con su portal de descargas y que podría estar financiando su nuevo proyecto con esos ingresos ilegales.

—Los actuales hologramas —continuó Guerrero— se imprimen de manera permanente, sin que puedan ser borrados o actualizados. Me refiero a los básicos, como los que se incluyen en las tarjetas de crédito. Pero ahora se intenta que las holografías, además de tridimensionales, sean dinámicas, es decir, que puedan borrarse y reescribirse en cuestión de segundos. En eso es, por lo que me contáis, en lo que está trabajando O'Rahilly.

—Actualmente ya existen clones digitales en dos dimensiones de muchos actores —apuntó Villanueva.

—¿Y resultan reales? —preguntó Perdomo.

—Mucho —dijo el subinspector—. ¿Te acuerdas de Brandon Lee, el hijo de Bruce Lee, que falleció durante el rodaje de la película
El cuervo
? Reconstruyeron digitalmente su cara y la incrustaron sobre la de un doble, para terminar la película. Pues bien, yo no fui capaz de distinguir unas escenas de otras. También he visto a Lawrence Olivier en
Sky Captain and the world of tomorrow
, actuando junto a Jude Law, después de muerto, y parecía más vivo que nunca.

Los tres policías experimentaron una mezcla de fascinación y horror por el hecho de que la tecnología hubiera logrado suprimir ya, al menos en el cine, la frontera entre los vivos y los muertos.

—Hipótesis número tres —dijo Perdomo para resumir la reunión—: «El crimen fue cometido por O'Rahilly». Se la tenía jurada a Winston por haber contribuido a que le cerraran su primer portal y además ha ideado la manera de multiplicar por diez sus ingresos, organizando conciertos holográficos ilegales de The Walrus. Es de suponer que tendrán una demanda formidable, porque para los millones de fans será ya la única manera de disfrutar en directo del grupo de moda.

—Si pudiéramos tener acceso a la holografía original —dijo Guerrero, mientras le devolvía el teléfono de Moon a Villanueva— sabríamos si los clones de luz creados por O'Rahilly tienen la calidad suficiente para satisfacer al público en un concierto.

El subinspector dejó helados a sus compañeros cuando les informó de que había solicitado al Ericsson Globe el listado de todos sus tónicos de sonido.

—Os recuerdo —dijo— que fue uno de ellos el que filmó la holografía y se la hizo llegar a Winston. Pues bien, del directorio de quince técnicos que me ha facilitado la dirección del auditorio, hay un nombre que me llama poderosamente la atención: Niklas Hollsten.

—¿Y eso por qué? —preguntó Perdomo.

—Porque falleció la semana pasada, en un misterioso accidente de automóvil.

51

Sticky Fingers

Tras la reunión con Guerrero y Villanueva, Perdomo llamó a Amanda, que le había estado telefoneando insistentemente a lo largo del día. Tras el ataque que había sufrido hacía pocas horas a manos de su amante homosexual despechada, el inspector mantenía una actitud ambivalente hacia la periodista, pues había llegado a la conclusión de que su círculo de amistades resultaba francamente peligroso. Pero la investigación del asesinato de Winston caminaba en esos momentos por unos derroteros que hacían necesaria, por no decir indispensable, su participación en el caso. Perdomo no había olvidado una de las últimas informaciones que le había aportado Guerrero, relativa al contenido de la casete hallada en la habitación de Winston, y necesitaba la opinión de una especialista en la materia.

—Quiero que escuches esa cinta cuanto antes —le dijo a la reportera— y me digas todo lo que puedas acerca de su contenido.

Amanda, que se había sentido injustamente marginada de la investigación en las últimas horas, se hizo de rogar.

—La verdad es que esta tarde me viene fatal —dijo aparentando indiferencia—. Como te dije anoche durante la cena, he vuelto, cual hija pródiga, al mundo sibarita del vinilo, y me acaban de llamar de La Vitrola para avisarme de que acaba de llegar mi pedido.

Perdomo se quedó sin saber qué decir. Amanda se había desvivido desde el primer momento por participar en las pesquisas policiales, pero en esos instantes le hablaba con voz distante y fría, y ni siquiera demostraba curiosidad por conocer el contenido de la cásete.

—Tal vez sea una prueba importante para poder resolver el caso —insistió Perdomo, para tratar de encelarla—. Me han dicho que se trata de una canción de John Lennon.

—¿Y qué tiene de extraño? —respondió la reportera—. Winston era fan absoluto de Lennon.

La estudiada actitud de Amanda empezaba a sacar de quicio al inspector.

—¿Te parece normal que la casete estuviera dentro de una caja fuerte? Y si era para escucharla, ¿por qué estaba en formato cásete, si hace tiempo que ya no se ve ni una en el mercado?

—No lo sé —respondió la periodista simulando desinterés—. Seguro que la Policía Científica tiene gente sobradamente preparada para resolver esos y otros enigmas.

La frase sonó tan forzada a los oídos de Perdomo que delató a la periodista.

—Te mueres por escuchar la grabación, ¿no? —dijo el inspector—. Pero por alguna razón que no alcanzo a comprender, tratas de hacerme creer que te has desmarcado del caso.

Amanda decidió, al fin, poner la cartas boca arriba.

—¡Te he telefoneado por lo menos diez veces esta mañana, para que me dijeras qué narices te ha contado Anita, y ni siquiera te has dignado devolverme la llamada! Y ahora, como me necesitas, vienes a mí, casi exigiendo que te ayude. ¡Pues vas a tener que suplicarme, Perdomito!

—Sabes que ése no es mi estilo —contestó muy digno el inspector.

—Pues al menos —replicó la periodista— podrías echarme una mano con los vinilos. Me han llegado cerca de doscientos discos, ¡y no quiero ni imaginarme lo que pesará todo el lote, embalado en una o dos cajas!

—Me parece justo —admitió Perdomo—. Yo te acompaño a la tienda a por los vinilos y te ayudo a subirlos a tu casa, y tú me das tu opinión de experta acerca de la canción.

Una hora más tarde, Perdomo y Amanda aparcaban el coche a una manzana de distancia de La Vitrola, la tienda de música
vintage
más famosa de la ciudad. Por fuera no parecía gran cosa: una pared de ladrillo con un pequeño escaparate, a través del cual apenas se veía el interior, ya que el propietario había fijado, con cinta adhesiva transparente, infinidad de anuncios en los cristales. En uno decía: techno, hip hop, rap, house, dance; en otro podía leerse: convertimos tus cd en vinilos, 45 y 33 r.p.m, y así hasta dos docenas más de carteles. Antes de entrar, Perdomo pegó el hocico al cristal, para espiar el interior de la tienda, y comprobó, con sorpresa, que las dimensiones del establecimiento eran considerables. La música ambiental estaba tan alta que podía oírse desde fuera. Lo que estaba sonando era
Shaken
, en la ya mítica versión de The Walrus.

Una vez dentro, Perdomo y Amanda tardaron en ser atendidos, ya que el dependiente, un tipo de largas greñas negras, vestido con chaleco de cuero negro tachonado, botas militares y vaqueros ajustados, estaba con otro cliente. El policía y la periodista se dedicaron, para hacer tiempo, a curiosear por la tienda. Mientras que Amanda se decantó por los anaqueles de rock progresivo, a Perdomo le llamó la atención un cajón con los discos que habían sido modificados durante el franquismo, a fin de poder lograr el beneplácito de la censura. Por ser objetos muy codiciados, los precios de aquellos vinilos censurados se habían puesto por las nubes. El inspector escogió uno al azar y comprobó que se trataba de la versión española de
Who's next
, de The Who, en la que los cuatro rockeros, descendiendo de un montículo, después de haber orinado contra un gran bloque de hormigón, habían sido sustituidos por una foto de escenario. Perdomo se fijó en la etiqueta en la que venía el precio y se quedó helado: 300 euros. Como si aquella cantidad le quemara los dedos, guardó a toda prisa el disco de The Who y extrajo otro de la cajonera. Se trataba del LP
Sticky Fingers
, de los Rolling Stones, que había aparecido en España en 197E La portada original, diseñada por Andy Warhol, en la que se veían unos vaqueros con una cremallera real —que podía bajarse para ver los calzoncillos en el interior— había sido sustituida por una lata de melaza, de la que emergían unos dedos pegajosos de mujer. La canción
Sister Morphine
también había sido censurada y reemplazada por el tema
Let it rock
. Los propietarios de La Vitrola habían incluido toda esta información —además de una miniatura de la auténtica portada— dentro de la funda de plástico que protegía el disco, de manera que los potenciales clientes pudieran comparar la versión original con la censurada. Amanda se acercó en ese momento, nerviosa, a Perdomo con un ejemplar de
Dark Side of the Moon
, de Pink Floyd, que acababa de encontrar en la sección de rock progresivo.

—¡Es la versión cuadrafónica! —exclamó—. ¡Pensé que estaba descatalogada!

—¿No te han atendido todavía? —preguntó el policía—. Te recuerdo que tenemos algo importante que hacer y no podemos tirarnos aquí toda la tarde.

Amanda se encogió de hombros.

—El dependiente —dijo— está con una pelmaza que no sabe distinguir a Yes de Génesis, ¿qué le vamos a hacer? —Señaló el disco de los Rolling Stones—. ¿Sabes? Mucha gente piensa que el
paquete
que se ve en la portada original de
Sticky Fingers
es el de Mick Jagger, pero en realidad se trata de Joe D'Allesandro, el mito erótico del cine
underground
de los sesenta. Estaba tan bueno que me lo tiraría incluso ahora, que ya es una piltrafa.

El encargado de la tienda parecía haberse zafado ya de la dienta pesada y se acercó, contoneándose hasta ellos al compás de la música. Llevaba gafas oscuras redondas, a lo Ozzy Osbourne, mascaba chicle y hablaba tan despacio que parecía que estuviera drogado.

—Mi jefe tiene las cajas con tus vinilos en la oficina —anunció el de la tienda, con una voz tan cascada que parecía la de Tom Waits—. ¿Has traído coche?

—No, si te parece me los llevo a casa en bolsas de supermercado —se burló la reportera—. Claro que he traído coche, y también un fornido ayudante —señaló a Perdomo— que me va a ayudar a cargarlos en el maletero. ¡Pero espero que tengas por ahí al menos una carretilla, para poder sacarlos de la tienda!

Perdomo y Amanda acompañaron al empleado hasta la oficina y se quedaron de una pieza al encontrarse con que el encargado de La Vitrola no era otro que el subinspector Villanueva.

—¿Eres tú, verdad? —preguntó Perdomo entre incrédulo y divertido—. Quiero decir que no eres ningún clon luminoso del subinspector que yo conozco.

Villanueva se puso en pie de un salto, como un alumno cogido en falta por el director del colegio. Se le notaba visiblemente incómodo, hasta el punto de que, al incorporarse, hizo caer al suelo la mitad de los albaranes que estaba revisando.

—¿Qué… qué haces aquí? —balbuceó mientras volvía a colocar sobre la mesa el montón de papeles que había derribado.

—Eso pregunto yo —replicó Perdomo—. ¿Qué haces tú aquí? ¿Tan poco te pagamos en la UDEV como para que te tengas que buscar un sobresueldo?

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